Por los inocentes

Por: Lázaro Numa Águila

El monumento actual a la memoria de los ocho estudiantes de medicina.
El monumento actual a la memoria de los ocho estudiantes de medicina.

No había superado todavía las profundas emociones despertadas en mí la película cubana Inocencia y ya pensaba en escribir estas líneas. Cuando leí años atrás el libro El 27 de noviembre de 1871, de Fermín Valdés Domínguez, recuerdo que me afloraron los mismos sentimientos. La desgarradora película de Alejandro Gil despliega otra triste página del libro negro del colonialismo español en Cuba, los sucesos históricos que concluyeron con el cruel fusilamiento de los ocho estudiantes de medicina.

Los jóvenes fueron condenados por el falso delito de profanación del nicho mortuorio del periodista español Gonzalo Castañón, capitán de voluntarios, provocador y valiente para nada, que había muerto el año anterior en Cayo Hueso, durante un enfrentamiento con cubanos emigrados. Los criollos no creyeron en mayas protectoras antibalas debajo de su camisa. Como subtrama en la película, se presenta la incansable búsqueda de Fermín Valdés, el gran amigo de José Martí, de los restos mortales de sus compañeros, pero más que eso, de la voluntad de demostrar la inocencia de sus hermanos asesinados.

El periodista español Gonzalo Castañón
El periodista español Gonzalo Castañón.

Los restos de los ocho estudiantes de medicina fueron encontrados luego de dieciséis años de infatigable búsqueda, porque se les había aplicado la Circular 125 del Obispado de La Habana, donde se establecía, entre otras cosas, que “los restos mortales de aquellas personas que no merezcan sepultura eclesiástica se inhumen en la parte exterior de los cementerios”, disposición que no fue promulgada para el fin utilizado, sino para aquellos que no eran católicos. Se les depositó entonces, temporalmente, en la capilla de la familia Álvarez de la Campa.

Dice Fermín Valdés Domínguez  en su texto: “Exhumados ya los restos de mis ocho compañeros, varios periódicos iniciaron una suscripción pública, con objeto de erigirles un modesto mausoleo […] en breve se erigirá ese piadoso monumento, bajo el que quedarán aquellos preciados restos, que han de ser siempre venerados por todos los cubanos y respetados por los que saben llorar las desgracias de la patria”.1 Este tributo escultórico, emplazado en el cementerio de Colón y el de La Punta, que es más conocido, serán el tema de hoy. Es justo y necesario dedicarles las siguientes cuartillas a estos sitios de gran valor histórico. En ellos se resumen años de desvelos de un gran cubano y el empeño de un pueblo por salvaguardar la memoria de sus inocentes hijos.

Dando por hecho el conocimiento de la incansable labor de Fermín Valdés Domínguez, que aún en medio del período colonial, no cejó en demostrar la verdad, hay que reconocer entonces su campaña en la prensa de la época, fundamentalmente en el periódico La Lucha, para despertar la voluntad entre los cubanos de erigirle a las víctimas un monumento en el cementerio de Colón y que este se convirtiera en: “el más elocuente tributo de amor y de piedad de nuestro pueblo”.2 A esta campaña se sumaron otros periódicos que circulaban en La Habana y en el resto del país. Ellos también iniciaron suscripciones públicas que tributaban a la misma finalidad. Fue en el diario El Cubano, dirigido por Antonio Zambrana, donde se convocó a una reunión que se efectuó el día 15 de febrero de 1887, en la calle Prado número 71, antigua casa de Céspedes, sede del Círculo Autonomista. Allí se ultimaron detalles de las suscripciones públicas, quedando los estudiantes de medicina de la universidad encargados de las recaudaciones. También se creó una comisión de respetables personalidades de la época, con Fermín a la cabeza, que sería la gestora del proyecto del mausoleo.

La respuesta del pueblo fue contundente, en muy poco tiempo ya se contaba con varios miles de pesos. Lo primero que se hizo fue la compra de un terreno en el cementerio de Colón por la suma de 919.80 pesos oro, los que corrieron a la cuenta del propio Fermín Valdés. Estaba ubicado en el Cuartel Noroeste, cuadro número 13 de la Cruz de Segundo Orden de la necrópolis y se abrió un concurso internacional para que los artistas interesados mandaran sus proyectos dentro de un plazo dispuesto. Participaron artistas del patio y extranjeros. La decisión final fue a favor del cubano José Vilalta y Saavedra, que en ese momento estudiaba en la Academia de Bellas Artes en Carrara.

El autor señalaba haber concebido su proyecto sobre la base de los conceptos de la conciencia pública, el tiempo, la justicia y la inocencia, tal y como exigían las bases del concurso. También envió el boceto y las especificaciones que grosso modo expongo para que se comprenda mejor la obra de Vilalta:

“El monumento tendrá el alto de diez metros y se ejecutará en mármol veteado de primera calidad […] la estatua que está a la derecha […] representa a la Conciencia pública […] sobre la línea superior, hay una urna que supone contener los restos de las víctimas […] a la izquierda, sobre la misma línea, hay otra estatua que representa la Justicia y en la base […] hay una puerta por donde sale una estatua que representa la Inocencia que pasa del campo de las tinieblas, al campo de la luz y la verdad […] la gran pirámide […] representa a la gran Ciudad de La Habana por medio de su escudo y encima […] un majestuoso y soberbio manto con una grandiosa corona […] demostrando así el dolor y el luto”.3

Boceto del monumento mortuorio a los ocho estudiantes de medicina que se erigiría en el cementerio de Colón
Boceto del monumento mortuorio a los ocho estudiantes de medicina que se erigiría en el cementerio de Colón.

Concretados todos los asuntos preliminares se puso manos a la obra. Vilalta se comprometió en realizarlo por la suma de treinta mil pesos oro español. El 10 de octubre de 1889 el artista le notificaba en una carta al director del semanario La Habana Elegante: “Muy señor mío: Con la mayor satisfacción tengo el gusto de comunicarle, para que a su vez lo ponga en conocimiento del público, día de la fecha, ha salido del puerto de Génova, con rumbo a esa […] el completo monumento de los estudiantes”.

A pesar de que se pretendía dejarlo listo el 27 de noviembre de ese año, no se pudo ver concretado el anhelo hasta el mes de abril de 1890 y fue considerado por la crítica como discreto en cuanto a su concepción artística.

 

 

 

 

Panteón de los ocho estudiantes de medicina en el cementerio de Colón
Panteón de los ocho estudiantes de medicina en el cementerio de Colón.

Se aludía que los elementos expresivos que lo conformaban no tenían nada de novedosos y ya habían sido utilizados en infinidades de obras anteriores. Esto es cierto, Vilalta nunca fue un transgresor de cánones estéticos, incluso, en el propio cementerio de Colón se pueden encontrar exponentes que contienen los mismos elementos artísticos, pero nada de eso le quita mérito histórico al esfuerzo, además, lo que no se puede negar es que era un excelente escultor.

 

Vilalta le legó a La Habana más de una obra importante, baste señalar la de Francisco de Albear, el José Martí del Parque Central y el conjunto escultórico representativo de La fe, la esperanza y la caridad del remate del arco de triunfo que constituye la gran portada del propio cementerio Cristóbal Colón. Independientemente de todo argumento artístico, con la consolidación de esta obra, Fermín Valdés y Cuba veían concretarse un gran sueño.

Como si el esfuerzo hubiera sido poco, ni Fermín ni el pueblo de La Habana se contentaron con lo que habían logrado. Al conocerse la noticia de que el antiguo Barracón de Ingenieros de La Punta sería demolido para ensanchar el Paseo del Prado, ya bajo el gobierno interventor norteamericano y con Leonardo Wood a la cabeza. Fermín hizo las gestiones directamente con el gobernador provisional para que se dejara como triste testimonio del acto, un fragmento de pared donde aún se observaban las huellas de algunos disparos de aquel fatídico día. Tenía el objetivo de consolidar otro monumento, pero ahora en el lugar del crimen. El gobernador no presentó objeción alguna e instruyó al ingeniero encargado de la demolición M. Borden para que levantara el plano del pedazo que debía dejar sin demoler y de una verja de hierro que lo circunvalaría.

En poco tiempo estaba terminada la obra, sencilla pero franca. Se trataba solo del fragmento de muro, circundado por una pequeña verja que se perdía detrás de las plantas de un ínfimo jardín.

La primera versión del monumento a los ocho estudiantes de medicina en La Punta, se trata de una vista desde el lado del mar a la antigua Cárcel de La Habana
La primera versión del monumento a los ocho estudiantes de medicina en La Punta, se trata de una vista desde el lado del mar a la antigua Cárcel de La Habana.

Pero esto fue solo por muy breve tiempo, el vindicador de los estudiantes y amigo del apóstol, junto a sobrevivientes del hecho, siguieron trabajando para dotarlo de mayor decoro. Se rodeó de una verja más vistosa, se colocó una placa recordatoria del hecho y otra que contenía una corona de palma realizada en bronce, con el contundente calificativo de Inocentes.

 

 

 

 

 

Segunda versión del monumento con sus placas conmemorativas y una imagen del día inaugural
Segunda versión del monumento con sus placas conmemorativas y una imagen del día inaugural.

El memorial fue inaugurado el 27 de noviembre de 1899, hace 120 años. Una década después, el 13 de junio de 1910, muere el cubano que se empeñó en perpetuar la memoria de aquellos ocho jóvenes. Sus restos mortales y los del profesor Dr. Domingo Fernández Cubas, defensor de sus alumnos en 1871, fueron depositados en el mismo panteón de los estudiantes en la necrópolis de Colón.

En 1921, con el objetivo de proporcionarle mayor solemnidad y mejor vista al monumento, le fue construida una especie de glorieta, preservando el fragmento de muro y las placas colocadas anteriormente, pero dándole mayor importancia al lado del mar, quizás para aportarle un elemento vistoso al entorno marítimo de la entrada de la bahía.

 

De esa forma se configuró el monumento a los ocho estudiantes de medicina que todos conocemos hoy en las inmediaciones de La Punta, sitio de peregrinación de los estudiantes y pueblo en general cada 27 de noviembre, donde jamás falta una flor.

El monumento actual a la memoria de los ocho estudiantes de medicina.
El monumento actual a la memoria de los ocho estudiantes de medicina.

Si es necesario preservar la memoria histórica y tener presente cada hecho que le dio cuerpo a nuestra nacionalidad, también es justo rendirle respeto a aquellos que empeñaron sus vidas en función de lograr tales objetivos. Fermín Valdés Domínguez ha sido una figura que históricamente se ha vinculado a la vida de Martí y muchos lo pueden llegar a ver como un “actor” secundario, pero no fue así, fueron dos vidas diferentes, cada una con sus propias luces y donde Cuba era el punto común. El coronel Fermín Valdés se incorporó a la guerra del 95, peleó bajo las órdenes de Serafín Sánchez, Carlos Roloff y José Maceo, y terminó la campaña como jefe de despacho de Máximo Gómez. Ríndale Cuba tributo a la persona que dedicó cuerpo y alma a la justa causa de los ocho estudiantes de medicina infamemente ejecutados. Gracias a su esfuerzo, podemos los cubanos de hoy tener dos sitios donde rendirles también merecido homenaje a sus inocentes compañeros.

 

Notas

[1] Fermín Valdés Domínguez: “El 27 de noviembre de 1871”, La Habana, Imprenta La Correspondencia de Cuba, 1887, p.192.

2 Fermín Valdés Domínguez: “Tributo de amor”. La Habana, periódico La Lucha, 1ro de febrero de 1887.

3 José Vilalta y Saavedra: (1887). “Memoria descriptiva del Monumento a los Estudiantes de Medicina”, en Eugenio Sánchez de Fuentes y Peláez: Cuba monumental, estatuaria y epigráfica, La Habana, Imprenta Solana y Cía., 1916, 1era. edición, p. 462.

 

 

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