El siglo XIII representa la cúspide de la teología escolástica. Si muchos de los grandes teólogos medievales fueron benedictinos, en el siglo xiii surgirán maestros insignes en dos nuevas escuelas: la dominica y la franciscana. Presentaremos la doctrina mariana de algunos de estos santos y escritores. En una primera sección mostramos la presencia de María en los fundadores Domingo de Guzmán y Francisco de Asís, junto con algunos de sus discípulos: Alberto Magno, Alejandro de Hales y Antonio de Padua. En una segunda parte veremos los aportes marianos de Tomás de Aquino, Buenaventura y Duns Scoto, representantes egregios de la escolástica.
Domingo de Guzmán (1170-1221)
Domingo de Guzmán nació en Caleruega (Burgos), España, en 1170. Vivió los primeros años en el seno de su familia, de noble estirpe castellana. Desde niño se educó bajo la dirección de su tío arcipreste en Osma, y en su juventud pasó al Estudio universitario de Palencia, donde llegó a regentar la cátedra de Sagrada Escritura en 1194.
Durante 1204 y 1206 realizó viajes por Francia e Italia acompañando al obispo Diego de Osma. Al regresar de Roma en 1206 se detuvo en Montpellier, y comenzó a predicar entre los albigenses (secta herética de la época) en algunas ciudades francesas: Servian, Béziers y Carcasona. Al finalizar el año de 1206 realizó una fundación en Prouille para mujeres conversas y penitentes.
Prosiguió su predicación, acompañada de ayuno y oración. En 1210 se alojó en casa de unas nobles mujeres mientras predicaba la cuaresma en Toulouse, donde fundará la primera casa masculina de la Orden de Predicadores en 1215, cuando se le asocien otros compañeros. En septiembre de ese mismo año viajó a Roma, acompañando al obispo Fulco de Toulouse quien asistió al Concilio IV de Letrán, y ambos solicitaron al Papa Inocencio III la aprobación de la Orden.
En 1216 el Papa Honorio III confirmó la fundación de la Orden bajo la Regla de san Agustín. La Orden, recomendada por el Papa, se extenderá rápidamente por Francia, Italia y España. Según las orientaciones de su fundador, los dominicos pronto llegarán a ser grandes maestros de Teología en las universidades europeas: París, Bolonia, Oxford, Salamanca y Colonia.
El 6 de agosto de 1221 murió el santo Predicador en Bolonia, y fue canonizado en 1233 por el Papa Gregorio IX. Su principal biógrafo, Jordán de Sajonia, fue uno de sus primeros discípulos que también le sucedió como Maestro General de la Orden.
Jordán de Sajonia escribió un opúsculo sobre los orígenes de la Orden y la vida de santo Domingo y de sus primeros discípulos, Libellus de Principiis Ordinis Praedicatorum. Aquí se indica con claridad la devoción entrañable que profesaron a María, santo Domingo y sus frailes predicadores, mediante la difusión del Rosario y de la Salve Regina.1
Otro biógrafo, Gerardo de Franchet, en Vitae Fratrum Ordinis Praedicatorum (Vidas de los frailes predicadores), señala la importancia de María en la vida de santo Domingo y de sus primeros discípulos. En una de las narraciones se atribuye la fundación de la Orden a la Virgen María, cuando suplicaba a su Hijo que tuviera piedad del mundo pecador.
“Postrada de rodillas la Virgen Madre ante su Hijo, le rogaba que fuera piadoso con aquellos que había redimido y templase la justicia con la misericordia. A la cual Madre decía el Hijo: ¿Acaso no ves cuán injuriosamente me tratan? Mi justicia no puede dejar impunes tantos males. Entonces dijo la Madre: Como bien sabes, pues todo lo conoces, queda todavía un camino por el que los traerás hacia ti. Tengo un siervo fiel, al que enviarás al mundo para que anuncie tus palabras, y se convertirán y te buscarán como Salvador que eres de todos. Le asignaré también otro siervo para que le ayude en la misma empresa […] Entonces la Virgen Madre presentó al bienaventurado Domingo a Jesucristo. A lo cual dijo el Señor: Cumplirá justamente y con empeño lo que dijiste. Le presentó también María al bienaventurado Francisco, e igualmente lo recomendó el Salvador”.2
En otro de los capítulos, Franchet explica el origen de la piadosa costumbre de los frailes predicadores de concluir la oración de Completas con el canto de la Salve Regina. Según se relata, con esta antífona mariana los frailes lograron ahuyentar al demonio, que tentaba con diversas artimañas a ciertos frailes en los conventos de Bolonia y de París.
“Decidieron, pues, los frailes recurrir a la única esperanza, a la potentísima y piadosísima Virgen María, y establecieron hacer en su honor una solemne procesión cantando la Salve con su oración. Al punto desaparecieron los fantasmas, y los que estaban vejados quedaron libres, y un fraile que estaba atormentado por el demonio en Bolonia, y otro fraile hijo de un rey, que estaba enfermo en París, quedaron plenamente curados, y desde entonces todas las cosas acaecieron prósperamente a la Orden”.3
Alberto Magno (c. 1206-1280)
Alberto nació en Lauingen, Augsburgo (Alemania), hacia el año 1206. Murió en Colonia el 15 de noviembre de 1280. Desde joven conoció el carisma de la recién fundada Orden de Predicadores a la que ingresó, junto con otro de sus hermanos y dos de sus hermanas. Estudió en Padua, donde conoció al beato Jordán de Sajonia, y en París.
Fue maestro insigne en el Estudio dominico de Colonia y en la universidad de París, donde se distinguió como profesor de Filosofía y de Teología a partir de 1245. En 1254 fue elegido prior provincial de su Orden en Alemania. En 1260 el Papa Alejandro VI lo designó arzobispo de Ratisbona y elector del Sacro Imperio Romano Germánico, cargos a los que renunció después de dos años para dedicarse al estudio y la docencia.
Por sus amplios conocimientos y eminente sabiduría se le llama Magno (grande). Estudió todos los saberes de su tiempo: astronomía, geografía, física, química, filosofía y teología. Es patrono de quienes se dedican al estudio de las ciencias naturales y físico-químicas. Fue proclamado doctor de la Iglesia en 1931 por el Papa Pío XI, y se le dan los títulos de Doctor Expertus y Doctor Universallis. Escribió numerosas obras sobre María, por lo cual Pedro de Prusia –uno de sus primeros biógrafos– dirá elogiosamente: “escribió tan copiosamente de María que en ninguno de sus libros se olvidó de mencionarla”.
Tiene más de treinta y ocho volúmenes sobre todos los temas, y mostró sus conocimientos amplios de modo enciclopédico. Él atribuía su memoria y sabiduría a la Virgen María, por lo que a ella dedicó una buena parte de sus estudios. Entre sus obras marianas más importantes podemos enumerar: Summa Incarnationis (1240), Marial (1245), Compendium super Ave Maria (1262-1277), y Comentarios a los Evangelios, donde se refiere a María (1270-1277).
Su obra más difundida es Marial, escrita en la etapa de su juventud antes de ser maestro en París. Según él mismo declara, la escribió como acto de homenaje y devoción a la Señora. A partir del comentario al texto de la Anunciación, habla de la maternidad divina, la virginidad perpetua, la plenitud de gracia, la mediación mariana, la asunción a los cielos y la realeza de María. En su doctrina mariana no reconoce la inmaculada concepción de María, por fidelidad al texto paulino que hace partícipes del pecado original a todos los mortales: “la muerte pasó de Adán a todos los hombres, porque todos pecaron” (Rm 5.12). Según la mentalidad de su tiempo, María fue santificada en el seno materno, pero no fue concebida sin pecado original.
La obra Marial tiene un esquema escolástico: se compone de un proemio, sesenta y siete cuestiones o preguntas a las que el autor responde, y un suplemento. El punto de partida es el texto evangélico de la anunciación del arcángel Gabriel a la Virgen María. Para fundar sus explicaciones, acude con frecuencia a la autoridad de Agustín, Anselmo, Bernardo y otros Padres de la Iglesia. El Marial de san Alberto tuvo en el siglo xiii un relieve similar al que había tenido el libro de san Bernardo, En alabanza de la Virgen Madre, un siglo antes. A continuación, ofrecemos tres breves extractos de esta emblemática obra mariana.
“No pretendemos ciertamente adornar a la gloriosa Virgen con nuestras falacias, o componer en estilo grandilocuente algo nuevo y profundo para los entendimientos más privilegiados, dejando de alabar a la gloriosa Virgen y exhibiéndonos nosotros mismos, sino que intentamos servir con un discurso llano el don de la devoción a todos aquellos que son semejantes a nosotros, rudos y humildes. Creo realmente que me irá bien si, hablando de corazón de la bendita Señora, aun cuando nada profiera digno de reputación, indigno como soy de ello por mi vida y poca ciencia, daré motivo a los sabios para que escriban y hablen de ella”.4
“Esta anunciación nos informa de lo que hizo la Santísima Virgen cuando la visitó el ángel, de su coloquio con él y de su respuesta final. Así, por el modo de comportarse la Virgen María después de recibir la plenitud de la gracia, aprendemos de modo exquisito cómo hemos de guardar el oído, cómo debemos prepararnos para recibir la gracia, y qué hemos de hacer para aumentarla y conservarla”.5
“La Santísima Virgen, propuso al ángel la pregunta: ¿Cómo será eso, pues no conozco varón? No interroga porque dudase de sí misma, sino para recabar una descripción más completa del asunto, para tener mayor corroboración de la verdad, para evitar y quitar dudas, para descartar suposiciones falsas, para nuestra mayor edificación […] Ella dice: yo no conozco varón como dominador de mi persona, como director de mis obras ni señor de mi cuerpo, como jefe de mi alma y padre de mis hijos. Con ninguno de estos títulos quiero conocerle”.6
Francisco de Asís (c. 1182-1226)
Francisco nació en Asís hacia el año 1181 o 1182, en una familia de buena posición social. Su padre era comerciante de telas. Al joven Francisco le agradaba asistir a fiestas, paseos y reuniones sociales con sus amigos. Participó en la guerra entablada entre las ciudades de Asís y Perugia, donde puso su vida en peligro y cayó prisionero.
Después de esas duras experiencias, sintió el llamado de Jesús para servirlo en los pobres y leprosos, y escuchó en la iglesia de San Damián una voz que le decía: “Francisco repara mi casa porque está en ruinas”. Se desprendió de sus bienes, se vistió pobremente y salió a predicar por el mundo como “mensajero del gran rey”.
Enseguida se le unieron algunos otros jóvenes discípulos para vivir una vida apostólica de fraternidad y sencillez evangélica. Con doce compañeros viajó a Roma para solicitar al Papa Inocencio III la aprobación de su estilo de vida. Recibida la aprobación, regresaron a la Porciúncula de Asís para vivir en pobreza, oración, humildad, santa alegría y fraternidad.
Francisco se consideraba “hermano menor” de todos los hombres, y extendía su fraternidad a los animales y a toda la creación. Compuso el “himno a las criaturas” con el que alababa a Dios con todos los seres; era su saludo cotidiano: “paz y bien”. Por el testimonio de sus biógrafos conocemos el amor que profesaba a Jesucristo y su gran devoción a la Madre de Dios y Señora de los ángeles. Pide a la Virgen María que sea la abogada y protectora de los hermanos en la Orden. Así lo señalaba su primer biógrafo Tomás de Celano.
“Rodeaba de amor indecible a la Madre de Jesús, por haber hecho hermano nuestro al Señor de la Majestad. Le tributaba peculiares alabanzas, le multiplicaba oraciones, le ofrecía afectos, tantos y tales como no puede expresar lengua humana. Pero lo que más alegra es que la constituyó abogada de la Orden y puso bajo sus alas, para que los nutriese y protegiese hasta el fin, los quijos que estaba a punto de abandonar. ¡Ea, Abogada de los pobres!, cumple con nosotros tu misión de tutora hasta el día señalado por el Padre”.7
Francisco expresa profundo lirismo cuando se dirige a la Madre de Dios para saludarle con piedad filial y suplicarle confiadamente que nos haga partícipes de sus virtudes, tal como podemos ver en su “Saludo a la Bienaventurada Virgen María”.
“¡Salve, Señora, santa Reina, Santa Madre de Dios, María Virgen hecha Iglesia, y elegida por el Santísimo Padre del cielo, consagrada por él con su santísimo Hijo amado y el Espíritu Santo Paráclito, que tuvo y tiene toda la plenitud de la gracia y todo bien!
”¡Salve, palacio de Dios! ¡Salve, tabernáculo de Dios! ¡Salve, casa de Dios! ¡Salve, vestidura de Dios! ¡Salve, esclava de Dios! ¡Salve, Madre de Dios!
”¡Salve, también todas vosotras, santas virtudes, que, por la gracia e iluminación del Espíritu Santo, sois infundidas en los corazones de los fieles, para hacerlos, de infieles, fieles a Dios!”.8
En la antífona mariana que compuso Francisco para todas las Horas del Oficio de la Pasión, expresa la devoción a la Madre del Señor, donde se muestra la relación de María con las tres personas divinas y su intercesión por los hombres.
“Santa Virgen María, no ha nacido en el mundo entre las mujeres ninguna semejante a ti, hija y esclava del Altísimo Rey sumo y Padre celestial, Madre de Nuestro Santísimo Señor Jesucristo, esposa del Espíritu Santo: ruega por nosotros junto con el arcángel San Miguel y todas las virtudes del cielo y con todos los santos, ante tu santísimo Hijo amado, Señor y maestro”.9
En definitiva, Francisco ve en María el modelo de los fieles porque nos señala el camino para engendrar a Cristo en nosotros y configurarnos con Él gracias a su intercesión y a su camino de fe, tal como lo expresa la “Carta a todos los fieles”.
“Este Verbo del Padre, tan digno, tan santo y glorioso, anunciándolo el altísimo Padre del cielo por medio del santo ángel Gabriel, fue enviado al seno de la santa y gloriosa Virgen María, y en él recibió la verdadera carne de nuestra humanidad y fragilidad. Y, siendo él sobremanera rico, quiso junto con la bienaventurada Virgen, su Madre, escoger en el mundo la pobreza.
”Nunca debemos desear estar sobre otros, sino más bien, debemos ser siervos y estar sujetos a toda humana criatura por Dios. Y sobre todos aquellos y aquellas que cumplan estas cosas y perseveren hasta el fin, se posará el Espíritu del Señor y hará en ellos habitación y morada. Y serán hijos del Padre celestial, cuyas obras realizan. Y son esposos, hermanos y madres de nuestro Señor Jesucristo. Somos esposos cuando el alma fiel se une, por el Espíritu Santo, a Jesucristo. Y hermanos somos cuando cumplimos la voluntad del Padre, que está en el cielo; madres somos cuando lo llevamos en el corazón y en nuestro cuerpo por el amor y por una conciencia pura y sincera; lo damos a luz por las obras santas, que deben ser luz para ejemplo de otros”.10
Alejandro de Hales (c. 1185-1245)
Nació en Hales, Gloucestershire, Inglaterra, hacia 1185 y se educó inicialmente en el monasterio de su pueblo natal. Después estudió en París, donde fue profesor. Ingresó en la orden franciscana hacia el año 1222. Como prestigioso maestro de Teología influyó en san Buenaventura y en la escuela franciscana, pero igualmente fue reconocido por discípulos dominicos. Santo Tomás de Aquino lo ensalzó diciendo que era “un verdadero maestro de Teología”. Murió en París en 1245 y dejó un hermoso legado intelectual a sus discípulos.
Se le conoce por su nombre latino: Alexius Halensis. En consideración a la claridad como profesor de Teología es denominado doctor irrefragable (Doctor irrefragabilis) y monarca de teólogos (Theologorum monarca). Es el iniciador del apogeo escolástico en el siglo xiii. En él se inspiraron los grandes teólogos dominicos (Alberto Magno, Tomás de Aquino) y franciscanos (Buenaventura, Duns Scoto, Guillermo de Ockam). La escuela teológica de París tiene su impronta. Para impartir sus clases, además de la Biblia, usaba las Sentencias de Pedro Lombardo, las que glosó sabiamente en cuatro libros.
Su principal obra es la Summa universae theologiae, escrita por encargo del Papa Inocencio IV, en donde valora las autoridades bíblicas y patrísticas, pero también el pensamiento de los filósofos y de los poetas. Esta obra teológica está estructurada en cuatro partes: Dios Uno y Trino, Creación y pecado, Salvación y redención, Santificación y sacramentos. Esta obra marcó la pauta para las Summas de Teología que escribirían sus discípulos, superando al maestro. Los temas marianos se incluyen en el misterio de la encarnación y de la redención, con un enfoque eminentemente cristológico.
Antonio de Padua (1195-1231)
Nació en Lisboa, Portugal, y en su bautismo recibió el nombre de Fernando. A los diecisiete años ingresó en los canónigos regulares de san Agustín, donde se dedicó al estudio y la oración. Después conoció la recién fundada Orden de los Frailes Menores y, a los veintisiete años de edad, profesó como franciscano adoptando el nombre de Antonio (defensor de la verdad), en recuerdo de san Antonio abad.
Fue predicador en el norte de África, pero la enfermedad lo obligó a regresar hacia España, aunque una tempestad desvió el barco y llegó a Italia. Enseñó Teología en su Orden y fue evangelizador en Italia y Francia con su vida ejemplar, su predicación y milagros. Participó en el primer Capítulo general de los franciscanos en 1221. A partir de entonces, fue un eximio predicador. Murió en Padua en 1231, donde se conservan sus restos. El Papa Pío XII lo declaró “Doctor evangélico” en 1946.
San Francisco lo consideraba su guía (epíscopo), como se refleja en la siguiente carta.
“Al hermano Antonio, mi obispo, el hermano Francisco: salud. Me agrada que enseñes la sagrada Teología a los hermanos, a condición de que, por razón de este estudio, no apagues el espíritu de la oración y devoción, como se contiene en la Regla”.11
Escribió sermones para todas las fiestas del año, entre los cuales encontramos muchos dedicados a María. Los principales temas que aborda en sus predicaciones y catequesis son: la encarnación del Verbo y la maternidad divina de María; la sencillez, la humildad y la pobreza de María; la santidad de María y su plenitud de gracia. Su teología mariana es simbólica, poética y persuasiva, nace de la contemplación y se proyecta hacia la catequesis, la enseñanza y la predicación.12 Ω
Notas
1 Cf. Santo Domingo de Guzmán visto por sus contemporáneos, Madrid (BAC 208), 1947, pp. 207-208.
2 Ibídem, pp. 518-519.
3 Ibídem, pp. 556-557.
4 San Alberto Magno: Marial, Madrid, Edibesa, 2007, pp. 216-217.
5 Ibídem, p. 222.
6 Ibídem, p. 313.
7 Cf. Tomás de Celano: “Vida segunda, 198”, en José Antonio Guerra (ed.), San Francisco de Asís. Escritos, biografías y documentos de la época, Madrid (BAC 399), 1995, p. 344.
8 San Francisco de Asís: “Saludo a la Bienaventurada Virgen María”, en J. A. Guerra (ed.), Obras completas, p. 46. [En lo adelante O.C.].
9 San Francisco de Asís: “Oficio de la Pasión del Señor”, en J. A. Guerra (ed.), O. C., p. 32.
10 San Francisco de Asís: “Segunda carta a los fieles, 4-6 y 47-53”, en J. A. Guerra (ed.), O. C., pp. 57-58.
11 San Francisco de Asís: “Carta a San Antonio”, en J. A. Guerra (ed.), O. C. p. 74.
12 Cf. F. Martínez Fresneda: Manual de teología franciscana, Madrid, 2004; San Antonio de Padua: Sermones marianos, Madrid, BAC, 1956.
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