Tradición mariana occidental (siglos VI-VII)

Por: Hno. Jesús Bayo M. FMS

María

1. A modo de recapitulación
Hemos visto en temas anteriores, diversas enseñanzas de los Padres de la Iglesia sobre María según una tradición mariana común en Oriente y Occidente durante los primeros siglos. Es la tradición mariana de los padres griegos y latinos que tratan temas comunes en la unidad de la fe cristiana. A partir del siglo v se van bifurcando los autores que escriben en griego y en latín. Finalmente, con el cisma de Oriente, las iglesias y tradiciones de Oriente y Occidente se irán distanciando. Recordemos ese recorrido histórico.
En un primer período, hasta el siglo iv, observamos semillas de la doctrina mariana en los padres apostólicos y apologistas. Entre los autores cristianos anteriores al concilio de Nicea (325), vimos los aportes marianos de los padres apostólicos y de los apologistas: Ignacio de Antioquía (†110), Justino (†165), Melitón de Sardes (†180), Ireneo de Lyón (†200), Clemente de Alejandría (†215), Hipólito de Roma (†235), Tertuliano de Cartago (†240), Orígenes de Alejandría (†253). También hicimos alusión a los aportes marianos de algunos libros apócrifos (Protoevangelio de Santiago o Natividad de María, Dormición o Tránsito de María) y de las fórmulas de fe o símbolos cristianos (Símbolo Apostólico, Fórmulas bautismales, Tradición Apostólica).
En el segundo período se produce el auge y esplendor de la patrística durante los siglos iv y v, con aportes marianos significativos. Hemos visto los grandes padres de Oriente y Occidente que hablaron de María entre el concilio de Nicea (325) y el de Calcedonia (451). Fue el período más brillante de la patrística en que florecieron los autores más importantes, denominados con toda propiedad “grandes padres de la Iglesia”, por su antigüedad, santidad y profundidad doctrinal. Los padres de Oriente escribieron sus obras en griego, y los de Occidente lo hicieron en latín.
En Oriente, tenemos grandes padres que dejaron enseñanzas sobre María durante estos dos siglos: Eusebio de Cesarea (†340), Cirilo de Jerusalén (†387), Atanasio de Alejandría (†373), Efrén de Siria (†373), Basilio el Grande (†379), Gregorio de Nisa (†394), Gre-gorio de Nacianzo (†390), Epifanio de Salamina (†403), Juan Crisóstomo (†407), Severiano de Gábala (†408), Cirilo de Alejandría (†444). Ellos escribieron homilías, himnos y catequesis marianas en griego. A los escritos marianos se añade el lenguaje de los iconos, que es tan importante como el oral y escrito para la tradición oriental.
En Occidente, destacaron en este período entre los siglos iv y v los grandes padres que escribieron sus enseñanzas teológicas y marianas en latín. Entre otros, mencionamos a Hilario de Poitiers (†367), Ambrosio de Milán (†397), Jerónimo (†420), Agustín de Hipona (†430). A ellos podemos añadir otros autores del siglo v: Zenón de Verona, Máximo de Turín, Cromacio de Aquileya, Gaudencio de Brescia, Aurelio Prudencio, Paulino de Nola, Pedro Crisólogo de Rávena, León Magno.
En el tercer momento vimos diferentes autores que contribuyeron a la tradición mariana en la Iglesia de Oriente después del concilio de Calcedonia (451). Vimos algunos autores griegos que hicieron aportes marianos hasta el segundo concilio de Nicea (787). Durante este período se realizaron los concilios de Constantinopla II (553) que explicitó la divina maternidad de María, de Letrán I (649) que proclamó su perpetua virginidad y de Nicea II (787) que confirmó contra los iconoclastas la veneración de los iconos y su sentido teológico. Entre los autores orientales de este período posterior al concilio de Calcedonia vimos los aportes de Anastasio de Antioquía, Teotecno de Libia, Juan de Tesalónica, Sofronio de Jerusalén, Máximo el confesor, Santiago de Sarug y Modesto de Jerusalén.
En un cuarto momento, consideramos algunos autores de la última patrística oriental, especialmente significativos por sus aportes marianos, entre los siglos vii y viii: Andrés de Creta (†720), Germán de Constantinopla (†733), Juan Damasceno (†749) y Juan de Eubea (†750).
En la quinta parte, fueron presentados algunos autores medievales del ámbito bizantino: Gregorio Palamas (†1359), Teófano Niceno (†1381), Nicolás Cabasila (†1390). Concluimos esta sección de la tradición mariana oriental con una breve presentación de algunos autores modernos de la Iglesia ortodoxa rusa que nos han dejado una relevante doctrina mariana: Soloviov (†1900), Bulgakov (†1944) y Evdokimov (†1970).
Con el tema que presentamos a continuación iniciamos otra serie de autores que, en diversos lugares de la Iglesia occidental, escribieron en latín sobre temas marianos durante los siglos vi y vii: Benito de Nursia, Gregorio Magno, Agustín de Canterbury, Pseudo-Dionisio, Isidoro de Sevilla, Ildefonso de Toledo. Después, presentaremos otros escritores santos (pastores, doctores, fundadores) que han escrito temas relevantes sobre la Santísima Virgen María.

2. Algunos santos escritores de la Iglesia
latina durante los siglos vi y vii
San Benito de Nursia (480-547) nació cerca de Roma en donde aprendió el latín y estudió filosofía y letras. Fundó un primer monasterio en Subiaco, y después otro en Montecasino donde escribió la Regla monástica que le dará un puesto destacado en la espiritualidad medieval, pues le permitió reagrupar a sus discípulos en monasterios unificados. Organizó su vida monástica con el objetivo de “buscar a Dios” y “estar a su servicio” mediante la “oración y el trabajo”. La comunidad discernía bajo la autoridad del abad (pater familiae) la práctica del silencio, la obediencia, la humildad, la paz, el estudio, la oración y el trabajo (síntesis de la ascesis monástica). La Regla… prescribe la paz y la estabilidad en el monasterio, frente a la “inestabilidad y violencia” de la sociedad en su tiempo. El monasterio, la Regla… y el abad son los pilares de la espiritualidad benedictina.
Los monasterios benedictinos se difundirán por el Occidente y la Regla… servirá, incluso, a Carlomagno como código modelo para la unificación del Imperio Carolingio. Los benedictinos tuvieron una gran influencia en la conformación de la Europa medieval y en su cultura. Tal vez por ello, san Juan Pablo II proclamó a san Benito como uno de los patrones de Europa en 1980, con motivo de los 1 500 años de su nacimiento. Aunque la Regla… de san Benito no dedica un puesto relevante a María, y a pesar de que el santo abad no escribió tratados sobre la Madre del Señor, hemos de considerar que desde los monasterios benedictinos se difundió en el medievo la devoción mariana mediante el rezo del Ave María (el Rosario se convertiría en el salterio de los monjes iletrados y del pueblo sencillo), el canto de las antífonas marianas (Salve Regina, Alma Redemptoris Mater, Ave Regina Caelorum, Regina Caeli, Ave Maris Stella) y el arte románico, particularmente, la pintura, la escultura y la arquitectura, además de las miniaturas en los códices.
San Gregorio Magno (535-604) vivió en un período de profundas convulsiones sociales, y fue el primer monje benedictino elegido Papa. Organizó la pastoral y la liturgia, difundió el gregoriano como canto litúrgico, se relacionó de manera dialogante con los bárbaros y envió misioneros benedictinos a Inglaterra y a otros lugares remotos. Hizo una síntesis espiritual desde su experiencia monástica entre contemplación y acción. Recogió en los Diálogos la vida de varios santos para presentarlos como modelos al pueblo, entre los cuales destacan san Benito y su hermana santa Escolástica. Escribió obras morales para la orientación de pastores y fieles. Podemos observar sus aportes marianos en varias de sus Homilías sobre algunos pasajes evangélicos con motivo de celebraciones litúrgicas: Natividad del Señor (Lc 2.1-14), Témporas de Navidad (Lc 3.1-11).1
San Agustín de Canterbury (534-604) nació en Roma hacia el año 534. Fue monje benedictino en el monasterio romano de san Andrés hasta que el Papa Gregorio Magno lo envió con otros compañeros para evangelizar Inglaterra en el año 597. Se le considera el padre de la Iglesia en las Islas Británicas por la importancia de sus escritos y por su acción pastoral. Fue el primer obispo de Canterbury, la sede metropolitana de Inglaterra. Cuando los misioneros romanos llegaron al condado de Kent, el rey Ethelberto mostró buena disposición hacia ellos y se convirtió a la fe cristiana. Agustín fue un obispo celoso y preocupado por la formación cristiana de los anglosajones y fomentó la catequesis, la predicación, la liturgia, la moral, la disciplina y la unidad entre los obispos británicos de los siete condados. Agustín trató de llevar a las islas británicas el modelo eclesial que el Papa Gregorio Magno, también benedictino, había aplicado en Roma. Será este modelo monástico el que se impondrá después en Europa con la unificación de Carlomagno.
Pseudo-Dionisio Areopagita es un autor difícil de identificar porque no sabemos con exactitud su patria ni la época exacta en que vivió. Podemos deducir que fue un monje del ámbito bizantino que vivió entre el 450 y el 520, aproximadamente. Escribió en griego y sus obras ya eran citadas a principios del siglo vi. Después, a partir del siglo ix, se difundieron por Occidente en latín. Durante mucho tiempo se le identificó erróneamente con el ateniense Dionisio, discípulo de Pablo en el areópago de Atenas, quien diera su nombre al autor de este libro sin que fuera él quien lo escribió.
Se trata de un cristiano místico, tal vez un monje, que domina muy bien la Sagrada Escritura, conoce las enseñanzas de los padres griegos (en particular, de san Gregorio de Nisa) y está familiarizado con la filosofía neoplatónica (Plotino y Proclo). Desarrolla una visión jerárquica del cosmos, según un orden divino actuante en cielo y tierra. Propone una teología mística en la que el éxtasis se alcanza mediante la tiniebla iluminada, que supera todo el saber y la elaboración discursiva, efecto del amor. Aunque tiene un lenguaje difícil, fue comentado por muchos autores medievales de Oriente (Máximo el Confesor y Juan Damasceno) y de Occidente (Hugo de San Víctor, Guillermo de Saint-Thierry, Tomás de Aquino, Buenaventura, Eckart, Taulero, Ruysbroeck, Juan de la Cruz). Las cinco obras principales de este autor fueron recogidas por Migne en la Patrología griega: Jerarquía celeste, Jerarquía eclesiástica, Sobre los nombres de Dios, Teología mística y Epístolas.
San Gregorio Magno recomendaba leer sus obras, y san Buenaventura elogió sus escritos diciendo que “lo que san Agustín es para el dogma cristiano y san Gregorio Magno, para la moral, eso mismo es san Dionisio para la mística: el maestro incuestionable”.
En el libro Sobre los nombres de Dios, habla del Bien, la Luz, la Belleza, el Amor y el Éxtasis.2 Al referirse a la Luz y la Belleza como nombres divinos que se pueden aplicar a Cristo, insinúa la relación de estos nombres con María mediante analogías paralelas. El sol es imagen de Jesús, de donde procede la Luz en las criaturas; María es la más brillante y luminosa de las criaturas, la aurora que precede al día, la estrella de la mañana. Al referirse a la Hermosura, indica su relación con el Bien y la Luz, cualidades que se difunden sobre las criaturas, y de modo especial en María, la mujer más hermosa, Señora de la Creación, la más bonita, bondadosa y bella (Kallós/Agathós, en griego).

3. Dos padres emblemáticos de la Iglesia
hispano-visigótica que escriben sobre María
San Isidoro de Sevilla (c. 560-636) nació en Cartagena (Hispania) entre los años 556-560. Sirvió a la Iglesia como arzobispo de Sevilla, donde murió el año 636. Fue gran erudito y teólogo de la España visigoda, considerado el último padre de la Iglesia latina y proclamado Doctor Universal. Ha sido declarado patrono de los informáticos.
Su padre era de familia hispano-romana, y su madre procedía de una familia visigoda. Conocía las obras de san Agustín, de san Gregorio Magno y de otros padres de la Iglesia. Sabía el latín, el griego y el hebreo, por lo cual sus escritos tienen un profundo fundamento bíblico. Al morir su hermano Leandro, arzobispo de Sevilla, le sucedió en el gobierno de esa sede episcopal desde el año 599 hasta el 636. Le tocó vivir la transición de la cultura romana hacia la cultura medieval bajo el influjo visigodo.
Además del gobierno pastoral de su diócesis se preocupó por desarrollar las artes y las letras, las ciencias, el derecho y la medicina. En el IV Concilio de Toledo, iniciado el 5 de diciembre del 633, convocado por Isidoro, se establecieron las bases de una pastoral común para todos los obispos del reino visigodo. Fue un escritor prolífico y recopiló de manera enciclopédica y sintética el saber de su tiempo en lengua latina. Comentó la Sagrada Escritura y compuso tratados sobre las más diversas ciencias: historia, liturgia, astronomía, geografía, medicina, biografías de personas ilustres, ensayos teológicos, diccionarios. Su obra más conocida es la gran enciclopedia temática, compuesta de veinte volúmenes, titulada Orígenes o Etimologías donde recoge los conocimientos de la antigüedad.
Su aporte mariano tiene el mérito y la novedad de considerar a María como Mater Nostri Capitis (Madre de Nuestra Cabeza). De esta expresión se infiere que también lo es del Cuerpo (la Iglesia). María es Mater Ecclesiae ut Mater Capitis, es Madre de la Iglesia por ser Madre de Cristo. La Iglesia reclama la presencia de María. María, Madre de Jesucristo, es Madre de Dios, Madre de los cristianos, Madre de Misericordia, Madre en el orden de la gracia, Madre de los vivientes, Madre de la Iglesia.
Siguiendo este proceso llegamos a la declaración del Papa Pablo VI en la que proclamó a María como “Madre de la Iglesia” en la clausura de la tercera sesión del concilio Vaticano II, el 21 de noviembre de 1964. En aquella ocasión san Pablo VI expresó: “María es la Madre de Cristo, el cual, apenas asumida la naturaleza humana en su seno virginal, unió en sí mismo, como Cabeza, a su Cuerpo místico que es la Iglesia. En consecuencia, como madre de Cristo, María es también madre de todos los fieles y pastores, es decir, de la Iglesia […] Para gloria de la bienaventurada Virgen María y para nuestro propio consuelo, declaramos a María Santísima Madre de la Iglesia, es decir, tanto de los fieles como de los pastores, los cuales la llaman Madre amantísima, y ordenamos que el pueblo cristiano desde ahora honre todavía más a la Madre de Dios con este título suavísimo y le dirija sus plegarias”.3
Aunque este título de “Madre de la Iglesia” no aparece así expresado en los documentos conciliares, sí que está el fundamento del mismo en la Constitución dogmática sobre la Iglesia, Lumen gentium, y se dan a María otros nombres similares: Madre de los fieles, Madre amantísima, Madre de los hombres, Madre de los vivientes.4 Se afirma que María es nuestra Madre espiritual: “Concibiendo a Cristo, engendrándolo, alimentándolo, presentándolo al Padre en el templo, padeciendo con su Hijo cuando moría en la cruz, cooperó en forma enteramente singular a la obra del Salvador con la obediencia, la fe, la esperanza y la ardiente caridad, con el fin de restaurar la vida sobrenatural de las almas. Por eso es nuestra madre en el orden de la gracia”.5
Por eso, el Papa san Pablo VI explicitaría esa realidad al proclamar que María es Madre de la Iglesia “por ser Madre de Aquel que desde el primer instante de la Encarnación en su seno virginal se constituyó en Cabeza de su Cuerpo místico, que es la Iglesia”.6 Después del concilio, este título de Mater Ecclesiae se incorporó en la piedad mariana y en el magisterio pontificio, de lo cual Isidoro de Sevilla fue precursor.
San Isidoro, en el Libro VII de las Etimologías, en el capítulo “Sobre Dios, los ángeles y los fieles”, indica el doble significado del nombre de María. “Es la que ilumina, o estrella del mar; pues engendró la luz del mundo; en lengua siria, María quiere decir la Señora; y con toda razón, porque fue la que engendró al Señor”. (Inluminatrix, sive stella maris. Genuit enim lumen mundi. Sermone autem Syro domina nuncupatur; et pulchre, quia Dominum genuit”).7
En el libro de las Alegorías, Isidoro da una definición teológica de María cuando señala que María representa a la Iglesia: “Maria autem Ecclesiam significat”. Donde está María, está la Iglesia; y donde está la Iglesia, no puede faltar la Madre de Jesús. María-Virgen es madre por su fe; María es la esposa y sagrario del Espíritu Santo por su obediencia a la voluntad del Padre y su escucha atenta de la Palabra; María es la madre de Jesús porque lo acogió en su seno y lo acompañó hasta la Cruz; María es Madre del Cuerpo místico de Cristo (la Iglesia) porque es Madre de la Cabeza y del Cuerpo. Según el modelo de María, también la Iglesia es virgen porque engendra a sus hijos por el Espíritu Santo; es fiel esposa de Cristo, y es Madre de los miembros de Cristo. Isidoro de Sevilla expresa estas realidades misteriosas cuando escribió en las Alegorías lo siguiente: “Maria autem Ecclesiam significat, quae cum sit desponsata Christo, virgo nos de Spiritu Sancto concepit, virgo etiam parit”.8
Isidoro es aún más explícito al aludir a María como Madre de la Iglesia (cuerpo místico de Cristo) porque es la Madre de la Cabeza. Así lo insinúa alegóricamente cuando habla de la virginidad: “Virorum virginum caput est Christus, feminarum virginum caput es Maria: Ipsa earum auctrix, ipsa mater nostri Capitis, qui es Virginis filius et virginum Sponsus”. (“Cristo es la cabeza de los varones vírgenes; María es cabeza de las mujeres vírgenes, y enaltecedora de las mismas; ella es madre de nuestra Cabeza (Cristo) que es Hijo de la Virgen, y de vírgenes, Esposo”).9 Podemos deducir que san Isidoro considera que María, la Madre de Jesús, es la Madre de la Cabeza (Jesucristo) y del místico cuerpo de Cristo (la Iglesia).
San Ildefonso de Toledo (ca. 607-667) nació en Toledo, probablemente en el seno de una familia noble convertida al catolicismo durante el reinado de Recaredo, entre el 586 y el 601, ya que este rey visigodo se convirtió al catolicismo en el año 589. Tampoco sabemos con exactitud la fecha de su bautismo, que se administraba junto con la eucaristía y la confirmación. Su nombre, de origen germánico-visigodo, significa “dispuesto para el combate”. Es llamado “Doctor de la Virginidad de María”, de quien fue fervoroso devoto, por ser el teólogo que abordó este tema con profundidad.
Fue monje del monasterio Agaliense en Toledo, construido junto a la calzada que conducía a las Galias, donde tuvo por maestros a los abades Eladio y Justo, y a los obispos Eugenio e Isidoro. En este período fue convocado el IV Concilio de Toledo (633) por san Isidoro. Después presenciaría el desarrollo de otros concilios celebrados en la ciudad (V, VI, VII, VIII, IX y X). Ildefonso asistió a los tres últimos como abad y, en el último de ellos, se fijó la festividad de la Madre del Señor “en el día octavo antes de aquel en que el Señor vino al mundo”; es decir, se instituía la fiesta mariana del 18 de diciembre. Este es uno de los testimonios más antiguos de la liturgia mariana en las Iglesias de Occidente. Cuando murió el obispo de Toledo, Eugenio II, Ildefonso fue elegido arzobispo metropolitano de Toledo y respondió fielmente a su misión, siguiendo las Reglas pastorales del Papa san Gregorio Magno.
El abad Ildefonso, después de morir sus padres, fundó un monasterio para vírgenes cristianas, en un predio que le tocó como herencia, al que denominó monasterio Deibiense, por estar situado en las afueras de la ciudad. Los monjes del Agaliense, donde san Ildefonso era abad serán los protectores del monasterio de monjas. Anexa al monasterio Deibiense se construyó una hospedería o casa de caridad que daría lugar a una ermita donde se veneraba a la Virgen de la Caridad. Posteriormente, esta ermita dará lugar al famoso santuario mariano de Nuestra Señora de la Caridad en Illescas (Toledo).
Entre los numerosos escritos de san Ildefonso destacan los libros De cognitione baptismi, De itinere deserti y De virginitate perpetua Sanctae Mariae, sobre la perpetua virginidad de santa María.10 El tratado sobre la virginidad de María consta de doce capítulos en los que defiende denodadamente la virginidad perpetua de María contra quienes la negaban. El estilo es repetitivo porque utiliza sinónimos y expresiones análogas para destacar el contenido, además de expresar el dominio de la lengua latina. Elvidio y Joviniano negaban la virginidad de María y contra ellos ya había escrito san Jerónimo.11 Ildefonso sale también en defensa de la perpetua virginidad de María. Además de los dos enemigos históricos, también increpa a un judío anónimo que se oponía a la virginidad de María, por no entender la grandeza del Señor.
El capítulo doce es una larga oración en honor de la virginidad que inicia así: “Pero ahora me llego a ti, la única virgen y madre de Dios; caigo de rodillas ante ti, la sola obra de la encarnación de mi Dios; me humillo ante ti, la sola hallada madre de mi Señor; te suplico, la sola hallada esclava de tu hijo, que logres que sean borrados mis pecados, que haga que yo ame la gloria de tu virginidad, que me encuentres la magnitud de la dulzura de tu hijo, que me otorgues también consagrarme a Dios y a ti, ser esclavo de tu Hijo y tuyo, y servir a tu Señor y a ti.”
Sin duda, este tratado de san Ildefonso es la gran obra mariana de su tiempo que tuvo repercusiones en la doctrina mariana posterior, especialmente, con relación al dogma de la perpetua virginidad. Ω

Notas
1 Cf. Obras de san Gregorio Magno, Madrid (BAC 170), 1958.
2 Cf. T. H. Martín (ed.): Obras completas del Pseudo Dionisio Areopagita, Madrid (BAC 511), 1990, pp. 296-305.
3 Acta Apostolicae Sedis (AAS) 56 (1964), 1007-1018; AAS 57 (1965), 5-64.
4 Cf. Concilio Vaticano II: Const. Dogm. Lumen gentium 53, 54, 56, 57, 58, 60, 61, 62, 63, 65, 67, 69.
5 Ibidem, 61.
6 Declaración del 21 de noviembre de 1964, Acta Apostolicae Sedis 56 (1964), 1007-1018.
7 Etymologiae, en Patrología latina (PL) 82, 289 B; san Isidoro de Sevilla, Etimologías (I), Madrid (BAC 433), 2000, pp. 676-677.
8 Isidoro de Sevilla: Alegorías, en Patrología latina 83, 117C.
9 Isidoro de Sevilla: De ecclesiasticis officiis 2, 18, en Patrología latina 83, 804 B.
10 Cf. J. P. Migne: Patrología latina 96; y V. Blanco García: San Ildefonso de Toledo. La virginidad perpetua de Santa María, Madrid, BAC, 1971.
11 Véase J. P. Migne: Patrología latina 22 y 23.

7 Comments

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