Llegó papá

Por: Jorge Fernández Era

llegó papá

El taxi estaciona frente a la casa. La mujer y los hijos corren hacia el automóvil. El chofer no ha terminado de levantar la tapa del maletero cuando ya Gertrudis se ha apoderado del maletín más grande y lo arrastra hacia lo profundo de la sala. Teresita y Tato, los hijos mayores, cargan con el resto, ayudados por tres solícitos vecinos.
Corte de sogas. Desate de lazos.
–¡Lo que necesitaba! –exclama la mujer–. ¡Una máquina de pelar melones! ¿Te costó mucho, pipo?
–Muy poco. Allá nadie los pela.
–Aquí menos, papi –señala Tato.
–Hasta hoy –remata Gertrudis.
–¡Eres un sabio! ¡Este pitusa me debe quedar pintado! –dice emocionada Teresita.
–No sé qué pinta le podrá quedar después que lo destiñas.
–Mamá, como siempre, tan chea –se defiende la hija.
–Papi, ¿me trajiste lo que te pedí? –ahora es Tato.
–Sí, te traje el traje.
–¿Dónde está?
–Debajo de la camisa azul.
–¿Es mía también?
–Qué remedio.
–¡Papi, está comida por un lado!
–Habrán sido los ratones del pulóver de tu hermana, que está encima.
–¡Qué belleza! –pronuncia Gertrudis al extender un tapiz con un leopardo sobre un Ford último modelo.
–Es para sustituir el cuadro de las palmeras que está en el pasillo.
Tocan a la puerta.
–¡Esa debe ser Maritza, la maestra de Ernestico! ¡Quedó en traerlo cuando terminara el Círculo de Interés en el Palacio de los Pioneros!
Gertrudis abre. El niño corre y abraza al padre.
–A ver, a ver: ¡a que mi pionero no sabe lo que trajo papaíto de Francia!
–¡Los transformadores que fuiste a comprar para la Central Termoeléctrica del Este!
– Esteee… Ω

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