La iglesia de cristo en misión por La Habana

Por: Yarelis Rico Hernández

La Hermana Antonia Valverde Fernández (Hna. Toñi), asesora de Misiones e Infancia y Adolescencia Misionera en la Arquidiócesis
La Hermana Antonia Valverde Fernández (Hna. Toñi), asesora de Misiones e Infancia y Adolescencia Misionera en la Arquidiócesis
Visitando a Rosa de San Juan de los Yeras, con los niños de la Casa Misión de los Edificios
Visitando a Rosa de San Juan de los Yeras, con los niños de la Casa Misión de los Edificios

En correspondencia con el quehacer de la Iglesia en Cuba, la Arquidiócesis de La Habana renueva su actuar misionero. Al importante ejercicio de la misión casa a casa, los comprometidos con esta obra también reflexionan en torno a una evangelización que tome en cuenta no solo a la persona, sus demandas y necesidades, sino el escenario social actual del país, signado por las carencias y los cambios coyunturales.
“Anunciar a Cristo, es la razón de los misioneros en La Habana”, según reconoce la hermana Antonia Valverde Fernández (Hna. Toñi), asesora de Misiones e Infancia y Adolescencia Misionera en la Arquidiócesis. Asegura que otros labraron la tierra que hoy andan los actuales misioneros, y en este sentido reconoce el aporte de sacerdotes, religiosos y laicos que ante un ateísmo a ultranza impuesto, incluso, desde altas esferas del poder, continuaron transmitiendo la fe en el espacio reducido de los templos para después, poco a poco, “con el andar de los pequeños pasos” abrirse a la realidad del barrio, de los campos y ser acogidos en algunos hogares. “Hoy, con menos dificultades quizás, pero ante nuevas realidades igual de desafiantes, tenemos que seguir misionando”, asegura esta religiosa de las Hermanas del Amor de Dios, para quien La Habana, como territorio de misión, ya es un reto.

¿No es la misión siempre un reto de la Iglesia? ¿Por qué identifica entonces a La Habana como otro desafío?

“Más que un reto, identifico la misión como acción constante de la Iglesia. Una vez que tenemos a Cristo en nuestros corazones, hay que darlo a conocer al mundo. Creo que La Habana es un reto, pues en una misma arquidiócesis convergen tres provincias y el municipio especial Isla de la Juventud. Además de ocupar eclesialmente amplias zonas rurales y urbanas, dentro de la parte urbana, es decir, la capital, hallamos territorios muy diferentes entre sí. No es lo mismo evangelizar en Centro Habana o en La Habana Vieja que en Playa o en Plaza. Cada uno de estos municipios tiene sus particularidades que, hasta dentro de ellos, varían entre un barrio y otro”.

El mensaje de la Iglesia Universal para el mes extraordinario de las misiones, celebrado en octubre de 2019, insistió en la llamada que tienen todos los bautizados a convertirse en enviados para anunciar la Palabra de Dios. A esta exhortación, los católicos cubanos suman el sentimiento de la alegría, ¿por qué combinar ambas intenciones en un año dedicado a la misión?
“Ya lo dije antes, todo cristiano está llamado a anunciar la Buena Nueva, a compartir a Jesucristo. Hacerlo con alegría no solo responde a lo que nos llama la Iglesia y el Papa Francisco, sino que se aviene con una cualidad que es muy propia del carácter del cubano.
”Ante la situación de desesperanza que estamos viviendo a nivel mundial, Jesús da una respuesta, Jesús nos llena el corazón, y nos incita a salir adelante y resurgir de las cenizas, es igual a decir, salir de nuestros fracasos, nuestras frustraciones, nuestras tristezas… Este año se ha visto esa necesidad de impulsar la misión y anunciar explícitamente, con obras, que Jesús nos abre un camino de vida. Este anuncio lleva en sí dos constantes por las que la Iglesia y el misionero resultan creíbles: oración y caridad. En la Asamblea Diocesana de Misiones, resonó mucho la necesidad de anunciar la Buena Nueva con caridad, positividad y esperanza”.

¿Qué actividades comprende este Año Misionero en La Habana?

“Muchas de las iniciativas surgieron antes del anuncio oficial del Año Misionero. Primero fueron las asambleas en casas de misión y parroquias. Con estos encuentros, queríamos que toda la comunidad se sintiera parte de la misión y no la continuara identificando como una obra solo de curas o monjas.
”Después organizamos los encuentros misioneros, el primero fue en la iglesia del Ángel, en julio de 2018, y participaron 230 personas en representación de parroquias y casas de misión. Luego desarrollamos un segundo encuentro en noviembre de 2018 en la iglesia del Cristo del Buen Viaje. La tercera oportunidad para compartir fue a propósito de las acciones por los 500 años de la Ciudad. En esta ocasión, fue una fiesta jubilar en la que participaron 620 personas y se festejó el 19 de enero de 2019. Estuvieron representantes de toda la diócesis, también niños, adolescentes, jóvenes y asesores de la Infancia y Adolescencia Misionera. En octubre de 2019 realizamos la asamblea diocesana de las misiones (ya dentro del Año Misionero en sí). Para esta asamblea tuvimos muy en cuenta los que habían participado en los encuentros anteriores.
”El evento diocesano ha tenido a mano el fruto de las asambleas parroquiales de misión, donde se analizaron las prioridades, fortalezas y debilidades de la misión en las parroquias, que en este encuentro fueron sintetizadas y tomadas en consideración para proyectar mejor el quehacer futuro en la arquidiócesis. Un total de setenta y seis personas de comunidades misioneras, todas mayores de edad, hemos reflexionado nuestro estado en la diócesis y concretamos las debilidades, prioridades y fortalezas”.

¿Cuáles son?

“Como debilidades identificamos la falta de compromiso, entusiasmo, creatividad y sentido de pertenencia que existe entre los miembros de las comunidades. La segunda debilidad reconocida fue la falta de conocimiento y formación cristiana para dar razón de nuestra fe. Por último, se señaló la falta de compromiso para hacer misión puerta a puerta.
”Las fortalezas resaltadas fueron: la visita y acogida a personas enfermas y con necesidades (este gesto es muy común dentro de las comunidades). Se identificó como fortaleza también el crecimiento, aunque lento y poco a poco, de la comunidad de fe. Asimismo, se destacó la existencia en las comunidades de laicos preparados y comprometidos”.

Misión puerta a puerta
Misión puerta a puerta

Es de imaginar que a partir de estas debilidades y fortalezas, pudieron organizarse más claramente las prioridades para la obra misionera.

“Por supuesto, y la primera de las prioridades es la atención a niños, adolescentes y jóvenes. En esta línea insistimos en la necesidad de crear e impulsar, donde ya existen, la Infancia y Adolescencia Misionera. En orden siguiente, consideramos esencial ofrecer formación humana, a través de talleres, cursos sistemáticos y retiros que ayuden a fortalecer la fe y el servicio misionero. Hablamos de una formación que toque el corazón, que sea experiencial, por eso nuestra insistencia en que se faciliten retiros y no solo encuentros o talleres de formación de conocimiento bíblico, catequético y misionero, sino que nos encontremos en espacios que nos ayuden a vivir la experiencia de Dios, a fortalecer la fe. La fortaleza en la fe acompaña el compromiso misionero; la persona cuando fortalece su fe, quiere, necesita anunciarla.
”Otra prioridad fue la de mejorar nuestro modo de relacionarnos para fortalecer la acogida. En este sentido, observamos la importancia que tiene el trabajo de conjunto con todas las pastorales y el hacer en equipo entre nosotros mismos. Como ya dije antes, todo esto con humildad, positividad y mucha caridad”.

Veo que insiste en el trabajo de conjunto y de comunión con otras pastorales. ¿De qué manera un clima de relaciones positivas favorece la misión?

“Muchos de los propósitos dentro de la Iglesia fracasan porque no tenemos relaciones positivas entre nosotros. Si mejoramos nuestras relaciones personales y entre las diferentes pastorales formamos más comunión, al final trabajamos como lo que somos, Iglesia. Lejos de ponernos de oposición, lo que se pretende es ser trabajadores colaborativos, no competitivos. De manera que los niños y adolescentes se sientan también parte de la pastoral de enfermos, pues ellos los visitan; que cuenten mucho con la catequesis porque ellos también la integran. Lo que buscamos son buenas relaciones de colaboración para que exista una mejor acogida a todos y nos sintamos ayudados y ayudando, como parte activa de nuestra casa: la Iglesia”.

Una pregunta un poco relacionada con su respuesta anterior, ¿cuáles son, en su consideración, las periferias a las que la misión está llamada a llegar dentro de la propia Iglesia?

“Es el entendimiento. La persona con quien más nos cuesta relacionarnos, a quien más nos cuesta acoger. Esa es nuestra periferia”.

¿Y cómo llegar con la misión a ella?

“Con humildad, positividad y mucha caridad. Si uno tiene de base que el otro, aunque piense diferente a mí, tiene su valor, sabremos escucharlo, acogerlo y respetarlo. Para eso tenemos que buscar los puntos que nos unen”.

Entonces, según usted, esa es nuestra periferia: entendernos con el que es difícil entenderse.
“Y para eso la clave está en el mandamiento que nos da el Señor, amándonos los unos a los otros. En la práctica real se trata de buscar el modo de encontrarnos. Es posible, en mi pueblo dicen que ‘dos no se pelean si uno no quiere’. Tenemos que ser facilitadores de comunicación”.

¿Y fuera de la Iglesia, cuáles identifica como las periferias adonde llegar en la misión?

“Nuestra mayor periferia son los que no vienen. El que no ha recibido el mensaje, la persona que no conoce a Cristo; y eso a veces lo tenemos muy cerca, lo tenemos dentro de la familia, en los vecinos, por todas partes”.

Usted es misionera, ¿qué la lleva a salir de su realidad y adentrarse en otra muy diferente?

“Me lleva el que Dios me llama. A través de mis superiores yo he sido enviada aquí, y yo sé que es Él quien me envía. Esto me lleva a abrir mi corazón a las personas, y dejar que ellas entren, porque es el Señor el que me envía, me llama y me acompaña. Él me habla a través de las necesidades de la gente con la que me encuentro día a día”.

Ahorita mencionaba a los niños, a los adolescentes y a los jóvenes, ¿cómo y de qué manera se les ha querido involucrar en este actuar misionero, y por qué ese interés en que ellos estén?

“El niño es espontáneo, lindo, y cuando cree en algo lo transmite con una sencillez muy grande y el mensaje es muy bien acogido. Cuando los niños misionan es difícil que los rechacen. Le pueden decir, ‘yo no soy de esa confesión religiosa, yo no creo en eso’, pero el niño no es rechazado. Al niño siempre lo acogen. Ellos son grandes misioneros y lo hacen con mucho amor. Lo que pretendemos en la Infancia y Adolescencia Misionera es que los niños ayuden a otros niños, fue el principio de Carlos-Augusto Forbin-Janson, cuando fundó esta obra pontificia.
”En la Pastoral Juvenil de la Arquidiócesis ha surgido Habana Missio, una iniciativa misionera impulsada por el padre Jorge Luis Pérez Soto. Con más experiencia de trabajo, tenemos Misión País, liderada también por los jóvenes. Es importante que existan estas experiencias, pues así se van concretando en acciones que ayudan a la Iglesia a renovarse. Estos jóvenes, además de apoyar en celebraciones y visitar enfermos, llegan a sitios intrincados, acompañan a personas solas, trabajan en asilos de ancianos, en centros como La Edad de Oro, en fin, dan ejemplo de entrega y caridad.
”Con los asesores de la Infancia y Adolescencia Misionera desarrollamos durante el año encuentros formativos, también ofrecemos formación a adolescentes líderes, con vista a preparar asesores para el futuro. Este tipo de encuentro lo organizamos por zona, dos en Mayabeque y dos en La Habana. En estos espacios cuidamos, de manera especial, la vida espiritual e intentamos que, a través de talleres, juegos y dinámicas diversas, los participantes reciban formación integral. Dedicamos un tiempo a la misión puerta a puerta, es decir, a salir a misionar la zona; así hemos visitado localidades cercanas a El Rincón, Madruga, etc… Otra de nuestras aristas es la formación a misioneros en casas de misión”.

¿Qué potencialidades identifica en Cuba para la obra misionera de la Iglesia?

“Mis primeros nueve años en Cuba fueron en la diócesis de Santa Clara, concretamente en Ranchuelo y San Juan de los Yeras (allí existían quince casas de misión). Fue un mundo inmenso que se abrió ante mí. Lo mismo llegábamos en camión que a caballo o caminando a lugares lejanos, para poder compartir con la gente la vida y la fe, no solo yo, todo un pequeño equipo de trabajo. De ello resultó una experiencia de acogida gozosa por parte de la gente sencilla; la realidad te dice lo que tienes que hacer: visitar enfermos, animar a los niños, preparar catequistas y misioneros del lugar, etc. Nunca en la misión nos puede faltar la oración, la caridad y la celebración de la fe, para ello nos apoyamos en los dones que tenemos; personalmente doy gracias a Dios por concederme animar con la guitarra y trabajar en equipo. Lo que más valoro de la Iglesia cubana es el trabajo en comunión, poder contar con obispos acogedores y sencillos que impulsan la acción misionera”.

Los deseos hacia el futuro de la misión en La Habana apuntan a un continuar con la evangelización puerta a puerta. El apoyo de los niños, adolescentes y jóvenes seguirá siendo una gran fortaleza. Por ahora, iniciativas como el aprovechamiento de las redes sociales y otras bondades digitales se agradece y se aprovecha. El gran deseo, hacia la II Asamblea Nacional de las Misiones que se celebrará en agosto de 2020 en El Cobre será, sin dudas, mostrar el rosto de una Habana misionera a lo largo y ancho de su extenso territorio.

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