Solemnidad de la Santísima Trinidad

Por: Redacción de Palabra Nueva

Palabra de Hoy
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Solemnidad de la Santísima Trinidad

7 de junio de 2020

La Palabra es Jesucristo, el Verbo eterno del Padre, por medio de quien se ha revelado y nos ha hablado en la plenitud de los tiempos, el Logos anterior a todo y encarnado en el seno virginal de María. En la Iglesia cada domingo la Palabra es proclamada en la celebración de la Eucaristía como luz que alumbra al mundo y a cada ser humano. Con el deseo de hacer más cercana esta Palabra, desde la sugerencia de nuestro arzobispo el cardenal Juan de la Caridad, iniciamos esta nueva sección en Palabra Nueva digital. Pretendemos con ello facilitar la lectura en privado o en familia de las lecturas de cada domingo o festivo, que nos lleve a la oración personal o comunitaria, a la contemplación del misterio y a la meditación encarnada y comprometida de sus contenidos, esto es, al encuentro con Cristo, la Palabra, que guía nuestros pasos en el camino de la vida.

Primera Lectura
Lectura del libro del Éxodo 34, 4b-6. 8-9

En aquellos días, Moisés madrugó y subió a la montaña del Sinaí, como le había mandado el Señor, llevando en la mano las dos tablas de piedra.
El Señor bajó en la nube y se quedó con él allí, y Moisés pronunció el nombre del Señor.
El Señor pasó ante él proclamando:
«Señor, Señor, Dios compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia y lealtad».
Moisés al momento se inclinó y se postró en tierra. Y le dijo:
«Si he obtenido tu favor, que mi Señor vaya con nosotros, aunque es un pueblo de dura cerviz; perdona nuestras culpas y pecados y tómanos como heredad tuya».
Salmo
Dn 3, 52-56 R/. A ti gloria y alabanza por los siglos.

Bendito eres, Señor, Dios de nuestros padres,
bendito tu nombre santo y glorioso. R/.

Bendito eres en el templo de tu santa gloria.
Bendito eres sobre el trono de tu reino. R/.

Bendito eres tú, que sentado sobre querubines
sondeas los abismos. R/.

Bendito eres en la bóveda del cielo. R/.

Segunda Lectura
Lectura de la segunda carta del apóstol san Pablo a los Corintios 13, 11-13

Hermanos, alegraos, trabajad por vuestra perfección, animaos; tened un mismo sentir y vivid en paz. Y el Dios del amor y de la paz estará con vosotros.
Saludaos mutuamente con el beso santo.
Os saludan todos los santos.
La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo estén siempre con todos vosotros.

Evangelio
Lectura del santo evangelio según san Juan 3, 16-18

Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Unigénito, para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna.
Porque Dios no envió a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él.
El que cree en él no será juzgado; el que no cree ya está juzgado, porque no ha creído en el nombre del Unigénito de Dios.

Comentario

Las lecturas de la solemnidad de la Santísima Trinidad comienzan con un pasaje del Éxodo en el que Dios le pide a Moisés que suba al monte Sinaí con las tablas de la ley. Y allí, Dios lo envolvió en la nube y entonces Moisés proclamó su misericordia y le pidió que perdonase y acompañase a su pueblo.

En lugar de un salmo, hoy escuchamos una parte del cántico de Daniel con el que bendecimos a Dios, que está sentado en su trono celestial, escrutando las profundidades del mundo y del ser humano.

En la segunda carta a los Corintios, san Pablo nos habla de un Dios trinitario que nos transmite su gracia, su amor y su comunión.

Y san Juan nos anuncia en su Evangelio que el Padre ha enviado a su Hijo para dar su vida por nosotros y, así, salvar a los que creemos en Él.

Quizás nos cuesta penetrar y entender el misterio de la Trinidad que la liturgia de hoy nos invita a celebrar. Realmente nuestra capacidad racional y comprensiva no da para ello. Tal pretensión sería como intentar meter toda el agua del mar en un huequito pequeño hecho con la mano en la arena de cualquiera de nuestras playas, tal como narra la famosa anécdota de San Agustín. Pero podemos pensar en ello, atisbar el misterio, no como algo oscuro sino como luz que nos deslumbra y nos desborda; sin duda es la verdad fundante de nuestra fe cristiana y que la diferencia de otras comprensiones monoteístas, algo que Jesucristo nos enseñó para siempre, que Dios es Padre, es Hijo y es Espíritu Santo, tres personas distintas y un solo Dios verdadero.

Es la identidad y la intimidad de Dios, su verdad y su belleza. Por eso solo cabe contemplarla con humildad de corazón. En Dios Padre contemplamos al ser en quien está el origen de todo lo creado, nuestro propio origen creados a su imagen y semejanza, y el final de la historia y del cosmos, y de la vida de cada uno de nosotros. Es Dios omnipotente por encima de todo y de todos, de quien venimos y hacia quien caminamos, nuestro origen y nuestra meta. En Jesucristo, el Hijo del Padre, contemplamos a Dios hecho hombre, Enmanuel, Dios con nosotros, que se hizo en todo semejante a nosotros, pero sin pecado. En el Espíritu Santo contemplamos al Señor y dador de vida, que procede del Padre y del Hijo, don de su amor eterno, Dios en nosotros, Espíritu divino que con sus dones nos impulsa e ilumina, guía nuestra inteligencia y fortalece nuestra voluntad.

Nos acercamos con temor y temblor, como Moisés en la montaña del Sinaí, a la esencia de Dios, que no es un dios cualquiera, inventado o imaginado, sino el Dios que ha salido de sí mismo, de su eternidad para entrar en nuestra historia y hacerse parte de ella, un Dios personal cuya esencia se resume en la palabra Amor, cuya vida es la comunión y que se hace don gratuito para la humanidad. Un Dios que no viene al mundo para juzgarlo sino para salvarlo, para lo cual nos pide creer en Él y amarlo y amarnos como Él nos ama.

Tres cosas podríamos pedirle hoy al Dios Uno y Trino. Pidamos al Padre que nos ayude a ser mejores hijos suyos y vivir como tales. Pidamos al Hijo, nuestro Señor Jesucristo, que seamos más y mejores hermanos. Pidamos al Espíritu Santo que venga a nuestros corazones y nos infunda el fuego de su amor divino.

Y démosle gracias por todo, por la vida, por la creación, por la Iglesia, por la fe… cada uno sabe.

En este día se celebra la Jornada Pro orantibus. Démosle gracias por la vida contemplativa en la Iglesia y por todos los que, sintiendo esa vocación, han consagrado su vida a la oración y la contemplación.

Démosle gracias a Dios, sobre todo, porque Él nos ha amado primero y nos ha pensado para que seamos espejos vivos en los que el mundo le pueda contemplar a Él. Sólo en Él está la vida verdadera y eterna.

Oración

En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

Padre, me pongo en tus manos, haz de mí lo que quieras, sea lo que sea te doy las gracias. Estoy dispuesto a todo, lo acepto todo con tal que tu voluntad se cumpla en mí y en todas tus criaturas. No deseo nada más, Padre. Te confío mi alma, te la doy, con todo el amor de que soy capaz, porque te amo y necesito darme, ponerme en tus manos sin medida con una infinita confianza porque Tú eres mi Padre. (Carlos de Foucauld)

Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo…

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