La pos–sonrisa de Goebbels

Por: Antonio López Sánchez

Aunque desmentido por algunos, se le atribuye al siniestro Ministro de Propaganda de la Alemania nazi, Joseph Goebbels, aquel aserto de que una mentira cien veces repetida se convierte en verdad. Con tristeza es posible constatar que la frase, en hechos cien veces repetidos, es cada día más vigente.
Sin embargo, pues no por gusto han pasado muchos años, los conceptos que se generan desde la comunicación social, ya no resultan tan sencillos de clasificar. De hecho, ya las declaraciones y argumentos sobre cualquier asunto no son patrimonio exclusivo de los grandes medios (aunque estos mantengan todavía, por supuesto, un gran poder). Una persona común y corriente, desde su teléfono móvil, es capaz de generar cualquier contenido, que puede resultar intrascendente o puede adquirir connotaciones globales.
En medio de tales tormentas, el periodismo se bate por mantener, no solo su primordial carácter informativo, cada más más repartido, sino su ética, su capacidad analítica y su compromiso con la verdad. Batalla nada fácil esta, en tanto cada persona que accede a un medio, las redes sociales por ejemplo, defiende y difunde su punto de vista y sus propias versiones sobre determinado asunto.
Uno de esos conceptos del moderno entramado de la conexión global es el de la posverdad. En castizo más o menos llano, la posverdad es un enunciado, en general distorsionado, deliberadamente o no, sobre determinado asunto y que apela ante todo a las emociones, al sentimiento de las audiencias, y no a la enumeración de pruebas, argumentos o hechos concretos sobre el tema que refiere. Algo que aparente ser cierto y sobre todo, que emocione, no necesita ser probado ni argumentado bajo la égida de la posverdad.
Por supuesto que, para fines que van desde la obtención de cinco minutos de fama en las redes sociales o para unir a un país y declarar una guerra a otro, tales conceptos demuestran tener un poder apabullante. Los ejemplos son miles y van desde los más triviales hasta los más terribles. El abuso escolar a un adolescente o una invasión militar  para tapar escándalos sexuales preelectorales, tienen como factor común alguna posverdad repetida, ampliada y efectiva. Desde su caldera en el infierno, móvil en mano, Goebbels debe sonreír complacido.
Un artista equis, famoso, con miles de seguidores, muere de pronto en un accidente de tránsito. Algún amigo o familiar cercano, desde su teléfono, publica al momento un emocionante y adolorido panegírico y culpa de la muerte del ídolo a un médico, al mal funcionamiento de los semáforos o al chofer de la ambulancia. Al instante, miles de seguidores, cegados por la emoción, pedirán la cabeza del galeno, el linchamiento del responsable de los semáforos de la ciudad o que sea empalado el chofer de la ambulancia. Por otro lado, miles de órganos de difusión, generalmente los menos serios y comprometidos, van a reproducir tales falacias y convertirlas en pura manipulación, para vender y sostenerse y también para obtener del público actitudes, acciones, y resultados diversos.
Nadie se detiene, como el sentido común indica, a indagar cuánto hay de verdad o no en la declaración. No hablamos de un hecho trivial. Las multitudes, además de hacer muy desagradable la vida de aquel donde posen su ira, pueden llegar a extremos muy peligrosos. Que las amenazas salgan del mundo virtual a la realidad, no es un hecho raro ni aislado en casos como estos. Tanto el acoso, el asesinato o hasta la intervención militar de una nación, pueden derivar de semejantes situaciones.
Entretanto, un periodista serio deberá contrastar fuentes, hacer llamadas, verificar documentos y entrevistar médicos, testigos, expertos en semáforos y choferes de ambulancias para probar, del modo más cercano posible a la verdad, qué sucedió de veras. Sin embargo, cuando logre publicar su investigación, ya habrá un criterio formado en las mentes de miles o millones de personas. En materia de información, el que da primero, sea cierto o no, siempre da dos veces. Es muy difícil desmentir un bulo una vez publicado y aceptado por las masas.
Otro elemento adjunto es que se desdibujan y mezclan un tanto los valores e importancias del opinante y, por ende, de sus criterios y sus frutos. Por obvia lógica, la opinión de Donald Trump sobre cualquier asunto (por estúpida o falsa que resulte) puede derivar en cambios para países enteros. Sin embargo, la opinión del amigo del ídolo muerto, sea cierta o no, pero amparado en la inmediatez y en las circunstancias y apelaciones sentimentales que avalan su criterio, adquiere de pronto cotas enormes de alcance y de influencia.
Sólo queda en tales escenarios apelar a la inteligencia y sentido común de los lectores. A los periodistas, aunque ya se pelea casi siempre a la riposta contra el bulo, nos toca ser más serios, más rigurosos, más certeros, para evitar que nuestra vapuleada profesión se vaya por el tragante. En un mundo donde pensar se ha vuelto aburrido y lo serio cansa; donde el dinero y el poder se buscan a cualquier precio y donde la política se hace cada vez más para favorecer a los políticos y no a los gobernados, la posverdad es un arma terrible y efectiva contra la cual tampoco hay vacuna. Por ahora, Goebbels tiene buenos motivos para seguir sonriendo.

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