Segundo Domingo de Cuaresma

Por: padre José Miguel González Martín

13 de marzo de 2022

Espera en el Señor, sé valiente, ten ánimo, espera en el Señor.

Hay muchos que andan como enemigos de la cruz de Cristo.

Y una voz desde la nube decía: “Este es mi Hijo, el Elegido, escúchenlo”.

Lecturas

Primera Lectura
Lectura del libro del Génesis 15, 5-12. 17-18
En aquellos días, Dios sacó afuera a Abrán y le dijo:
“Mira al cielo, y cuenta las estrellas, si puedes contarlas”.
Y añadió: “Así será tu descendencia”.
Abrán creyó al Señor y se le contó como justicia.
Después le dijo:
“Yo soy el Señor que te saqué de Ur de los caldeos, para darte en posesión esta tierra”.
Él replicó: “Señor Dios, ¿cómo sabré que voy a poseerla?”.
Respondió el Señor: “Tráeme una novilla de tres años, una cabra de tres años, un carnero de tres años, una tórtola y un pichón”.
Él los trajo y los cortó por el medio, colocando cada mitad frente a la otra, pero no descuartizó las aves. Los buitres bajaban a los cadáveres y Abrán los espantaba.
Cuando iba a ponerse el sol, un sueño profundo invadió a Abrán y un terror intenso y oscuro cayó sobre él.
El sol se puso y vino la oscuridad; una humareda de horno y una antorcha ardiendo pasaban entre los miembros descuartizados.
Aquel día el Señor concertó alianza con Abrán en estos términos:
“A tu descendencia le daré esta tierra, desde el río de Egipto al gran río Éufrates”.

Salmo
Sal 26, 1. 7-8a. 8b-9abc. 13-14
R/. El Señor es mi luz y mi salvación.
El Señor es mi luz y mi salvación,
¿a quién temeré?
El Señor es la defensa de mi vida,
¿quién me hará temblar? R/.
Escúchame, Señor, que te llamo; ten piedad, respóndeme.
Oigo en mi corazón: “Busquen mi rostro”.
Tu rostro buscaré, Señor. No me escondas tu rostro. R/.
No rechaces con ira a tu siervo,
que tú eres mi auxilio;
no me deseches. R/.
Espero gozar de la dicha del Señor en el país de la vida.
Espera en el Señor, sé valiente, ten ánimo, espera en el Señor. R/.

Segunda Lectura
Lectura de la carta de San Pablo a los Filipenses 3, 17 – 4, 1
Hermanos, sean imitadores míos y fíjense en los que andan según el modelo que tienen en nosotros.
Porque —como les decía muchas veces, y ahora lo repito con lágrimas en los ojos— hay muchos que andan como enemigos de la cruz de Cristo: su paradero es la perdición; su Dios, el vientre; su gloria, sus vergüenzas; solo aspiran a cosas terrenas.
Nosotros, en cambio, somos ciudadanos del cielo, de donde aguardamos un Salvador: el Señor Jesucristo.
Él transformará nuestro cuerpo humilde, según el modelo de su cuerpo glorioso, con esa energía que posee para sometérselo todo.
Así, pues, hermanos míos queridos y añorados, mi alegría y mi corona, manténganse así, en el Señor, queridos.

Evangelio
Lectura del santo Evangelio según San Lucas 9, 28b-36
En aquel tiempo, tomó Jesús a Pedro, a Juan y a Santiago y subió a lo alto del monte para orar. Y, mientras oraba, el aspecto de su rostro cambió y sus vestidos brillaban de resplandor.
De repente, dos hombres conversaban con él: eran Moisés y Elías, que, apareciendo con gloria, hablaban de su éxodo, que él iba a consumar en Jerusalén.
Pedro y sus compañeros se caían de sueño, pero se espabilaron y vieron su gloria y a los dos hombres que estaban con él.
Mientras estos se alejaban de él, dijo Pedro a Jesús:
“Maestro, ¡qué bueno es que estemos aquí! Haremos tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías”.
No sabía lo que decía.
Todavía estaba diciendo esto, cuando llegó una nube que los cubrió con su sombra. Se llenaron de temor al entrar en la nube.
Y una voz desde la nube decía:
“Este es mi Hijo, el Elegido, escúchenlo”.
Después de oírse la voz, se encontró Jesús solo. Ellos guardaron silencio y, por aquellos días, no contaron a nadie nada de lo que habían visto.

Comentario

Ojalá también hoy, en este segundo domingo de Cuaresma, escuchemos la voz del Señor. Tal como hizo Abrahán. Tal como el Padre nos lo pide en el evangelio de hoy. Escuchar su Palabra es permitir que Cristo, Hijo amado y Palabra del Padre, penetre en nuestro corazón y transforme nuestras vidas.
Seguimos unidos en la oración pidiendo a Dios por la paz en el mundo, para que cesen todas las guerras, especialmente la de Ucrania, que está causando tanto dolor y destrucción en hombres y mujeres totalmente inocentes, y que amenaza la paz mundial. Hace unos años leí un libro titulado “Dios llora en la tierra”, escrito a partir de las vivencias de la segunda guerra mundial. Parafraseándolo podríamos decir: “Dios sigue llorando en la tierra”; llora en los que lloran, sufre en los que sufren, derrama de nuevo su sangre en quienes, como ofrenda de amor a su pueblo, pierden la vida por la libertad. Con el salmo de hoy, nos decimos y les decimos a todos ellos: “Espera en el Señor, sé valiente, ten ánimo, espera en el Señor”.

El camino de la Cuaresma continúa su decurso hacia la Pascua; y, si el pasado domingo el camino pasaba por el desierto, hoy se detiene en la montaña; Jesús sube a lo alto de un monte para transfigurarse ante Pedro, Santiago y Juan. Las montañas son lugares geográficos escarpados y elevados desde donde se divisa mejor el horizonte, donde el silencio solo lo rompe el susurro del viento, donde el universo se siente más cerca, pero a los que solo se accede con esfuerzo y sacrificio. La montaña es el símbolo en la Sagrada Escritura del lugar del encuentro con Dios cara a cara, de la escucha de su voluntad, de la recepción de sus mandamientos. La montaña es el símbolo de tantos momentos de oración e intimidad con el Señor, en los cuales hemos sentido su cercanía y su amor. La Cuaresma es también tiempo para subir a la montaña del encuentro con el Padre, para dejarnos iluminar por su verdad tan necesaria en la rutina de la vida cotidiana, para dedicar más tiempo a la oración como escucha reposada y silenciosa de lo que Dios quiere de nosotros, porque Dios siempre tiene algo nuevo que decirnos.
La primera lectura, siempre tomada del Antiguo Testamento, nos va presentando en este tiempo, distintos personajes que prefiguran a Cristo y su misión salvífica. La semana pasada era Moisés. Hoy es Abrahán que, en la escucha obediente a Dios, busca cumplir su voluntad. Abrahán es el primer personaje histórico que aparece en la Biblia, con quien Dios hace su Alianza y le promete ser una bendición para todos los pueblos.
Abrahán cree y confía, y no se reserva nada para sí, ni siquiera al hijo que Dios mismo le había regalado. La fe y la confianza de Abrahán en Dios no es ciega e irracional sino filial y amorosa. No le pone plazos a Dios; sabe esperar su acción prodigiosa. Es hombre fiel a Dios y por eso mismo se convierte en hombre fecundo. La fecundidad de su entrega amorosa brota de su fidelidad a Dios.
Abrahán, nuestro padre en la fe, se convierte así en paradigma de la persona creyente en nuestros días. ¡Cuántas veces nosotros desconfiamos de Dios! Y le preguntamos: ¿de verdad existes?, ¿por qué nos pides tantos sacrificios?, ¿por qué no arreglas ya este a aquel problema personal, la pandemia, la guerra, o el hambre?, ¿te habrás olvidado de nosotros? Sin embargo, el ejemplo de Abrahán nos impulsa a seguir diciendo sí a Dios, incluso en los momentos más crudos, ante situaciones inexplicables incluso irracionales. Porque sólo Dios sabe.
Solo Dios es el valor absoluto, el fundamento de nuestra existencia; todo lo demás es relativo. La fe y confianza en el Señor nos impulsa a vivir sin miedo a condenas o rechazos, sin lastres ni rémoras del pasado, sin esclavitudes presentes. Eso no significa vivir en las nubes ni desentendernos de la realidad, a veces sangrante, que nos rodea. La fe y la confianza en Dios consisten en darle todo sin reservarnos nada, tal como Él ha hecho con nosotros, que no se ha reservado ni siquiera a su propio Hijo. La fe y la confianza en Dios nos lleva a ponernos ante Él con todo lo que somos y tenemos, incluidas todas nuestras miserias, para decirle como Abrahán, a veces con sigilo y otras con desespero: “aquí estoy, Señor”.
En el evangelio de hoy nos encontramos con una nueva teofanía, manifestación de Dios, en el monte Tabor. Si el domingo pasado contemplábamos a Jesús, en su lado más humano, sufriendo las tentaciones en el desierto, hoy San Lucas nos lo presenta transfigurado, haciendo resplandecer su condición divina, refrendado por la voz del Padre: “Este es mi Hijo, el Elegido; escúchenlo”. La conversación con Moisés y Elías nos ayuda a comprender que en Cristo adquieren plenitud la Ley y los Profetas, esto es, Cristo mismo es la encarnación de la Ley de Dios y el Profeta esperado de los tiempos. Toda la historia de salvación de Yahvé con el pueblo de Israel llega a su culmen en Cristo.
Pedro, abrumado y desubicado por lo que veía y sentía, manifestó el deseo de quedarse allí arriba; pero pronto tuvo que bajar a la vida cotidiana con el mismo Jesús y sus compañeros. En nuestra vida cristiana de todos los días qué importante es saber “bajar del monte”, no vivir en las nubes, saber vivir aterrizadamente nuestra fe, nuestra relación con Dios. El encuentro con Dios en la oración nos llena de luz y de paz; no nos enajena, sino que nos transforma y hace que nuestra comprensión de la vida y del mundo que nos rodea sea otra, la suya, siempre más auténtica y elevada. No cambia dicha realidad; quienes cambiamos somos nosotros desde la gracia de Dios para vivirla y asumirla en un modo nuevo y distinto, más auténtico, más como el de Jesús. Que nunca vivamos como enemigos de la cruz de Cristo. Que también nosotros en esta Cuaresma vivamos la experiencia de sentirnos transformados y transfigurados por la gracia del Señor para ser más y mejores cristianos en la vida de cada día.

Oración

Transfigúrame, Señor, transfigúrame.
Quiero ser tu vidriera,
tu alta vidriera azul, morada y amarilla.
Quiero ser mi figura, sí, mi historia,
pero de ti en tu gloria traspasado.
Transfigúrame, Señor, transfigúrame.
Mas no a mí solo,
purifica también
a todos los hijos de tu Padre
que te rezan conmigo o te rezaron,
o que acaso ni una madre tuvieron
que les guiara a balbucir el Padrenuestro.
Transfigúranos, Señor, transfigúranos.
Si acaso no te saben, o te dudan
o te blasfeman, límpiales el rostro
como a ti la Verónica;
descórreles las densas cataratas de sus ojos,
que te vean, Señor, como te veo.
Transfigúralos, Señor, transfigúralos.
Que todos puedan, en la misma nube
que a ti te envuelve,
despojarse del mal y revestirse
de su figura vieja y en ti transfigurada.
Y a mí, con todos ellos, transfigúrame.
Transfigúranos, Señor, transfigúranos.

(Himno de la liturgia de las horas)

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