Segundo Domingo de Cuaresma

Por: padre José Miguel González Martín

Palabra de Hoy
Palabra de Hoy

28 de febrero de 2021

Dios dijo a Abrahán:

“Todas las naciones de la tierra se bendecirán con tu descendencia,

porque has escuchado mi voz”.

Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros?

Se formó una nube que los cubrió y salió una voz de la nube:
“Este es mi Hijo, el amado; escúchenlo”.

 

Lecturas

 

Primera Lectura

Lectura del libro del Génesis 22, 1-2. 9-13. 15-18

En aquellos días, Dios puso a prueba a Abrahán.
Le dijo: “¡Abrahán!”.
Él respondió: “Aquí estoy”.
Dios dijo: “Toma a tu hijo único, al que amas, a Isaac, y vete a la tierra de Moria y ofrécemelo allí en holocausto en uno de los montes que yo te indicaré”.
Cuando llegaron al sitio que le había dicho Dios, Abrahán levantó allí el altar y apiló la leña.
Entonces Abrahán alargó la mano y tomó el cuchillo para degollar a su hijo.
Pero el ángel del Señor le gritó desde el cielo: “¡Abrahán, Abrahán!”.
Él contestó: “Aquí estoy”.
El ángel le ordenó: “No alargues la mano contra el muchacho ni le hagas nada. Ahora he comprobado que temes a Dios, porque no te has reservado a tu hijo, a tu único hijo”.
Abrahán levantó los ojos y vio un carnero enredado por los cuernos en la maleza. Se acercó, tomó el carnero y lo ofreció en holocausto en lugar de su hijo.
El ángel del Señor llamó a Abrahán por segunda vez desde el cielo y le dijo: “Juro por mí mismo, oráculo del Señor: por haber hecho esto, por no haberte reservado tu hijo, tu hijo único, te colmaré de bendiciones y multiplicaré a tus descendientes como las estrellas del cielo y como la arena de la playa. Tus descendientes conquistarán las puertas de sus enemigos. Todas las naciones de la tierra se bendecirán con tu descendencia, porque has escuchado mi voz”.

 

Salmo

Sal 115, 10 y 15. 16-17. 18-19

  1. Caminaré en presencia del Señor en el país de la vida.

Tenía fe, aun cuando dije: “¡Qué desgraciado soy!”.
Mucho le cuesta al Señor la muerte de sus fieles. R/.

Señor, yo soy tu siervo, siervo tuyo, hijo de tu esclava: rompiste mis cadenas.
Te ofreceré un sacrificio de alabanza, invocando tu nombre, Señor. R/.

Cumpliré al Señor mis votos en presencia de todo el pueblo,
en el atrio de la casa del Señor, en medio de ti, Jerusalén. R/.

 

Segunda Lectura

Lectura de la carta de san Pablo a los Romanos 8, 31b-34

Hermanos:
Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros? El que no se reservó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará todo con él? ¿Quién acusará a los elegidos de Dios? Dios es el que justifica. ¿Quién condenará? ¿Acaso Cristo Jesús, que murió, más todavía, resucitó y está a la derecha de Dios y que además intercede por nosotros?

 

Evangelio

Lectura del santo evangelio según san Marcos 9, 2-10

En aquel tiempo, Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a Juan, subió aparte con ellos solos a un monte alto, y se transfiguró delante de ellos. Sus vestidos se volvieron de un blanco deslumbrador, como no puede dejarlos ningún batanero del mundo.
Se les aparecieron Elías y Moisés, conversando con Jesús.
Entonces Pedro tomó la palabra y dijo a Jesús:
“Maestro, ¡qué bueno es que estemos aquí! Vamos a hacer tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías”.
No sabía qué decir, pues estaban asustados.
Se formó una nube que los cubrió y salió una voz de la nube:
“Este es mi Hijo, el amado; escúchenlo”.
De pronto, al mirar alrededor, no vieron a nadie más que a Jesús, solo con ellos.
Cuando bajaban del monte, les ordenó que no contasen a nadie lo que habían visto hasta que el Hijo del hombre resucitara de entre los muertos.
Esto se les quedó grabado y discutían qué quería decir aquello de resucitar de entre los muertos.

 

Comentario

 

Ojalá también hoy, en este segundo domingo de Cuaresma, escuchemos la voz del Señor y no endurezcamos nuestro corazón. Tal como hizo Abrahán. Tal como el Padre nos lo pide en el evangelio de hoy. Escuchar su Palabra es permitir que Cristo, Hijo amado y Palabra del Padre, penetre en nuestro corazón y transforme nuestras vidas.

El camino de la Cuaresma continúa su decurso hacia la Pascua; y, si el pasado domingo el camino pasaba por el desierto, hoy se detiene en la montaña, imagen que aparece tanto en la primera lectura como en el evangelio. Abrahán sube a la montaña, al monte Moria, en obediencia a Dios, para ofrecer en sacrificio a su hijo único Isaac; Jesús sube a la montaña, al monte Tabor, para transfigurarse ante Pedro, Santiago y Juan. Las montañas son lugares geográficos escarpados y elevados desde donde se divisa mejor el horizonte, donde el silencio solo lo rompe el susurro del viento, donde el universo se siente más cerca, pero a los que solo se accede con esfuerzo y sacrificio. La montaña es el símbolo en la Sagrada Escritura del lugar del encuentro con Dios cara a cara, de la escucha de su voluntad, de la recepción de sus mandamientos. La montaña es el símbolo de tantos momentos de oración e intimidad con el Señor, en los cuales hemos sentido su cercanía y su amor.

La Cuaresma es también tiempo para subir a la montaña del encuentro con el Padre, para dejarnos iluminar por su verdad tan necesaria en la rutina de la vida cotidiana, para dedicar más tiempo a la oración como escucha reposada y silenciosa de lo que Dios quiere de nosotros, porque Dios siempre tiene algo nuevo que decirnos.

La primera lectura, siempre tomada del Antiguo Testamento, nos va presentando en este tiempo, distintos personajes que prefiguran a Cristo y su misión salvífica. La semana pasada era Noé que salvó del diluvio universal, en su Arca, a un resto de la humanidad. Hoy es Abrahán que, en la escucha obediente a Dios, busca cumplir su voluntad, aunque signifique una aparente contradicción con el proyecto originario de Dios. Abrahán es el primer personaje histórico que aparece en la Biblia, con quien Dios hace su Alianza y le promete ser una bendición para todos los pueblos, promesa que comienza a cumplir al darle un hijo en la ancianidad, Isaac, heredero y realizador de la promesa.

Así pues, ¿cómo es posible que Dios le pida a Abrahán el sacrificio de su propio hijo? Entonces, ¿cómo cumplirá Dios su promesa?, ¿cómo seguir poniendo la fe y la confianza en un Dios aparentemente tan inhumano, tan contradictorio?

Abrahán cree y confía, y no se reserva nada para sí, ni siquiera al hijo que Dios mismo le había regalado. Porque sólo Dios sabe. La fe y la confianza de Abrahán en Dios no es ciega e irracional sino filial y amorosa. No le pone plazos a Dios; sabe esperar su acción prodigiosa. Es hombre fiel a Dios y por eso mismo se convierte en hombre fecundo. La fecundidad de su entrega amorosa brota de su fidelidad a Dios. Abrahán, nuestro padre en la fe, se convierte así en paradigma de la persona creyente en nuestros días. ¡Cuántas veces nosotros desconfiamos de Dios! Y le preguntamos: ¿de verdad existes?, ¿por qué nos pides tantos sacrificios?, ¿por qué no arreglas ya este o aquel problema personal o social?, ¿te habrás olvidado de nosotros? Sin embargo, el ejemplo de Abrahán nos impulsa a seguir diciendo sí a Dios, incluso en los momentos más crudos, ante situaciones inexplicables, incluso, irracionales. Porque sólo Dios sabe.

La segunda lectura, tomada de la carta a los Romanos, nos invita a esta misma confianza. Si Dios está con nosotros y nosotros estamos con Él, ¡qué importa todo lo demás! Ciertamente tanto el mensaje de la primera como el de la segunda lectura nos invitan a una revisión de nuestra escala de valores. Solo Dios es el valor absoluto, el fundamento de nuestra existencia; todo lo demás es relativo. La fe y confianza en el Señor nos impulsa a vivir sin miedo a condenas o rechazos, sin lastres ni rémoras del pasado, sin esclavitudes presentes. Eso no significa vivir en las nubes ni desentendernos de la realidad, a veces sangrante, que nos rodea. La fe y la confianza en Dios consisten en darle todo sin reservarnos nada, tal como Él ha hecho con nosotros, que no se ha reservado ni siquiera a su propio Hijo. La fe y la confianza en Dios nos lleva a ponernos ante Él con todo lo que somos y tenemos, incluidas todas nuestras miserias, para decirle como Abrahán, a veces con sigilo y otras con desespero: “aquí estoy, Señor”.

En el evangelio de hoy nos encontramos con una nueva teofanía, manifestación de Dios, en el monte Tabor. Si el domingo pasado contemplábamos a Jesús, en su lado más humano, sufriendo las tentaciones en el desierto, hoy san Marcos nos lo presenta transfigurado, haciendo resplandecer su condición divina, refrendado por la voz del Padre: “Este es mi Hijo, el amado; escúchenlo”. La conversación con Moisés y Elías nos ayuda a comprender que en Cristo adquieren plenitud la Ley y los Profetas, esto es, Cristo mismo es la encarnación de la Ley de Dios y el Profeta esperado de los tiempos. Toda la historia de salvación de Yahvé con el pueblo de Israel llega a su culmen en Cristo, verdadero hombre y verdadero Dios, el Hijo amado del Padre. En el contexto de catequesis bautismal, que es toda la Cuaresma, este pasaje nos presenta a Cristo en su totalidad.

Por último, es muy interesante lo que Jesús dice a sus discípulos al bajar del monte y la reflexión que ellos mismos hacen. Les pide que no le digan a nadie lo que han visto y oído hasta que el Hijo del Hombre resucite de entre los muertos. Y se preguntaban qué significaba eso de la resurrección de entre los muertos. Jesús en varias ocasiones pide silencio a quienes experimentan su poder divino. Con ello pretende que, poco a poco, cada uno personalmente, vayamos descubriendo su divinidad escondida bajo las pobres apariencias. Como a los discípulos nos va haciendo partícipes de su verdad para que, progresivamente, asimilemos todo lo que quiere decirnos. Les habla y nos habla de la resurrección para que no olvidemos que su camino, que nuestro camino, nunca acabará en cruz y muerte; que la resurrección y la vida vencerán.

La transfiguración de Jesús había sido una aparición pascual anticipada. Con ella preparó a los discípulos, y nos prepara a nosotros, a vivir el misterio del dolor y de la muerte, en cualquiera de sus formas y momentos, con la esperanza cierta de la resurrección y la vida.

En nuestra vida cristiana de todos los días qué importante es saber “bajar del monte”, no vivir en las nubes, saber vivir aterrizadamente nuestra fe, nuestra relación con Dios. El encuentro con Dios en la oración nos llena de luz y de paz; no nos enajena, sino que nos transforma y hace que nuestra comprensión de la vida y del mundo que nos rodea sea otra, la suya, siempre más auténtica y elevada. No cambia dicha realidad; quienes cambiamos somos nosotros desde la gracia de Dios para vivirla y asumirla en un modo nuevo y distinto, más auténtico, más como el de Jesús. Del encuentro con Dios en la montaña, tanto Abrahán, como Pedro, Santiago y Juan, volvieron transformados a la vida cotidiana. Que también nosotros en esta Cuaresma vivamos la experiencia de sentirnos transformados y transfigurados por la gracia del Señor para ser más y mejores cristianos en la vida de cada día.

 

Oración

 

Transfigúrame, Señor, transfigúrame.

Quiero ser tu vidriera,

tu alta vidriera azul, morada y amarilla.

Quiero ser mi figura, sí, mi historia,

pero de ti en tu gloria traspasado.

Transfigúrame, Señor, transfigúrame.

Mas no a mí solo,

purifica también

a todos los hijos de tu Padre

que te rezan conmigo o te rezaron,

o que acaso ni una madre tuvieron

que les guiara a balbucir el Padrenuestro.

Transfigúranos, Señor, transfigúranos.

Si acaso no te saben, o te dudan

o te blasfeman, límpiales el rostro

como a ti la Verónica;

descórreles las densas cataratas de sus ojos,

que te vean, Señor, como te veo.

Transfigúralos, Señor, transfigúralos.

Que todos puedan, en la misma nube

que a ti te envuelve,

despojarse del mal y revestirse

de su figura vieja y en ti transfigurada.

Y a mí, con todos ellos, transfigúrame.

Transfigúranos, Señor, transfigúranos.

 

(Himno de la liturgia de las horas)

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