Ulises, revisitado: traducción, mito y ecos

Por: Olga Sánchez Guevara

revisitado: traducción, mito y ecos

La recurrencia de los mitos en la literatura universal está en deuda con la mediación de la labor traductora. ¿Qué hubiera sido de Edipo o Antígona, Aquiles o Medea, Eneas y Dido, si se hubieran quedado circunscritos al ámbito griego o latino? Fue por la traducción que todos ellos encontraron nuevos derroteros a lo largo del tiempo y a través de disímiles culturas, en las páginas de los libros, en los escenarios teatrales, de ópera y de ballet, y más recientemente en las pantallas de los cines, la televisión y los reproductores de video.
Un ejemplo cimero de esa recurrencia del mito es Odiseo/Ulises, personificación del viajero que retorna, cuyas peripecias lo han conducido desde la épica griega hasta llegar incluso a una serie franco-japonesa de dibujos animados, Ulises 31 (1981), en la que se traslada al futuro lejano (siglo xxxi) la historia referida en la Odisea.
Ulises, rey de Ítaca, inicia su existencia literaria en la Ilíada, para luego protagonizar la segunda gran epopeya homérica, a la que da su nombre en griego. Como casi todos los textos fundacionales en la historia de la literatura, la Ilíada ha sido traducida a numerosas lenguas, y sigue siéndolo desde que fue compuesta –allá por la segunda mitad del siglo viii a. C., fecha aceptada por la mayoría de los estudiosos–. Igual ha ocurrido con la Odisea. Entre los muchos traductores y traductoras de estas obras se encuentra la cubana Laura Mestre (1867-1944), de cuyo nacimiento se cumplieron 150 años en el 2017. A su memoria dedico esta modesta incursión en terreno que fue tan suyo; ojalá se vean publicadas más pronto que tarde sus versiones de ambas epopeyas homéricas, hasta ahora conservadas como manuscritos en el Instituto de Literatura y Lingüística de Cuba.
Pero de vuelta a Ulises: dos milenios después, no cesa su andadura por las sendas de la poesía, propiciada, como ya señalábamos, por la traducción literaria que ha renovado y recreado el mito asimilándolo a culturas diversas. Veamos varios poemas que abordan distintas facetas del personaje mítico, llevándolo hasta nuevos contextos espacio-temporales, en ocasiones con tono reflexivo, como en “Después de Homero”, del suizo Klaus Merz (Aarau, 1945), que recrea el reverso doméstico y sencillo de la aventura, la espera por el ausente:

Después de Homero
En el cuarto ronronea
el gato. Afuera
un perro vagabundo.
En la ventana está
una mujer, espera:
y no hay nadie que lo escriba.

Por su parte, la austríaca Annemarie Moser (Wiener Neustadt, 1941) se asoma al retorno del héroe en tono humorístico, satirizando la visión patriarcal de la esposa que ha de esperar paciente y fiel a que el guerrero vuelva de las batallas:

Regreso tardío
Odiseo héroe ¿crees de veras
cuando tras veinte años errante
vuelves a tu casa
que la hallarás llena de pretendientes
a los que habrás de masacrar?
Tu esposa ha envejecido como tú
solo pocos amigos la visitan
y
lo más importante:
Penélope te dio por muerto
para conseguir una pensión de viuda
Odiseo héroe viejo
olvida tu orgullo de juventud
tendrás que luchar duro
para que te crean
que estás vivo

Otro aspecto de la epopeya, la experiencia del viaje, es lo más importante en el libro del portugués Luís Filipe Castro Mendes (Idanha-a-Nova, 1950): Otro Ulises regresa a casa (2016), que toma el título del poema inicial, donde el autor da rienda suelta a sueños y añoranzas relacionados con lugares lejanos y exóticos:

Otro Ulises regresa a casa
Ciudades que nunca atravesé, nombres
que resuenan desde la infancia,
Samarcanda, Trebisonda, ciudades que nunca vi,
promesas por cumplir de un atlas hojeado en la infancia,
en otro siglo, en algún otro siglo.
Ciudades como casas deshechas,
cajuelas abiertas en el suelo, gavetas por vaciar,
libros que siempre sobran.
Es fácil resumir una vida.
Lo que de ella quedará, no lo sabemos.
Pero ciertamente nada.
Quedan las palabras encontradas en un viejo atlas:
Samarcanda, Trebisonda.
Un día. Un día estaré allá.

El también portugués Eugénio de Andrade (Póvoa de Atalaia, 1923) dialoga con Ulises preguntándose, desde su libro El peso de la sombra:

¿Qué mañana deseaba aún
de arena
o seda sobre la boca
antes de entrar en Ítaca?

Y cerramos este breve periplo de Ulises por la poesía de los siglos xx y xxi con el bellísimo poema “Ítaca”, de la cubana Nancy Morejón (La Habana, 1944), que contempla en ricas imágenes al viajero que regresa por fin a su amada tierra:

ítaca
Después de los golpes por todo el cuerpo
y el viento arremolinado detrás de las orejas,
ahí viene Odiseo, soltando gotas de agua por cada poro,
pececillos colgando de cada gota,
un humillo de plata fugándose entre sus pies.
Odiseo vuelve a Ítaca.
Quiso regresar a Ítaca,
al lugar aquel, al sitio pródigo
donde su boca se vuelve dulce
a pesar de la cercanía del mar.
Vale la pena detenerse y contemplar la escena.
Alguien vino a secar su humedad
y a trenzarle el cabello
y a traerle ropa seca, cálida,
como el sol del Peloponeso a esta hora.
Le sirven la mesa con escasos platos locales
pero sobre el mantel de hilo blanco
hay bordados inenarrables
y, principalmente, una alta botella
que albergó, alguna vez,
licores finos.
De esa misma botella
escaparon alcoholes como sorprendidos
por los rumores de la noche milenaria.
En el hueco de la botella,
tapando la reminiscencia de esos viejos alcoholes,
unas flores silvestres de fija transparencia.
Luego de haber comido,
las sirenas invitan a Odiseo
a escuchar la música de cítaras.
Eran dos músicos
o, mejor dicho,
dos hijos del silencio
que habían venido expresamente a Ítaca
para tocarle música a su regreso.
Sin embargo, solo ahora
se escucha el silencio
de las frutas recién cortadas:
al vaivén de las hojas bajo las ramas.
Pero la garganta de Odiseo
está muda, quieta y muda,
como un barco quieto en plena tempestad.
Y se hizo el milagro:
un pájaro vuela
desde su corazón
hasta el centro de
Ítaca,
Ítaca que es toda la luz
en medio de un cenit inmóvil. Ω

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