XXII Domingo del Tiempo Ordinario

Por: padre José Miguel González Martín

Palabra de Hoy
Palabra de Hoy

29 de agosto de 2021

 

¿Dónde hay una nación tan grande que tenga unos dioses tan cercanos como el Señor, nuestro Dios, siempre que lo invocamos?

Pongan en práctica la palabra y no se contenten con oírla, engañándose a ustedes mismos.

“Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí”.

 

Lecturas

 

Primera Lectura

Lectura del Libro del Deuteronomio 4, 1-2. 6-8

Moisés habló al pueblo, diciendo:
“Ahora, Israel, escucha los mandatos y decretos que yo les enseño para que, cumpliéndose, vivan y entren a tomar posesión de la tierra que el Señor, Dios de sus padres, les va a dar.
No añadan nada a lo que yo les mando ni supriman nada; observarán los preceptos del Señor, nuestro Dios, que yo les mando hoy.
Obsérvenlos y cúmplanlos, pues esa es su sabiduría y su inteligencia a los ojos de los pueblos, los cuales cuando tengan noticia de todos estos mandatos, dirán: ‘Ciertamente es un pueblo sabio e inteligente, esta gran nación’.
Porque ¿dónde hay una nación tan grande que tenga unos dioses tan cercanos como el Señor, nuestro Dios, siempre que lo invocamos?
Y, ¿dónde hay otra nación tan grande que tenga unos mandatos y decretos tan justos como toda esta ley que yo les propongo hoy?”.

 

Salmo

Sal. 14, 2-3a. 3bc-4ab. 5

R/ Señor, ¿quién puede hospedarse en tu tienda?

El que procede honradamente y practica la justicia,
el que tiene intenciones leales y no calumnia con su lengua. R/.

El que no hace mal a su prójimo ni difama al vecino,
el que considera despreciable al impío y honra a los que temen al Señor. R/.

El que no presta dinero a usura ni acepta soborno contra el inocente.
El que así obra nunca fallará. R/.

 

Segunda Lectura

Lectura de la carta del apóstol Santiago 1, 17-18. 21b-22. 27

Mis queridos hermanos:
Todo buen regalo y todo don perfecto viene de arriba, procede del Padre de las luces, en el cual no hay ni alteración ni sombra de mutación.
Por propia iniciativa nos engendró con la palabra de la verdad, para que seamos como una primicia de sus criaturas.
Acepten con docilidad esa palabra, que ha sido injertada en ustedes y es capaz de salvar sus vidas.
Pongan en práctica la palabra y no se contenten con oírla, engañándose a ustedes mismos.
La religiosidad auténtica e intachable a los ojos de Dios Padre es esta: atender a huérfanos y viudas en su aflicción y mantenerse incontaminado del mundo.

 

Evangelio

Lectura del santo Evangelio según san Marcos 7, 1-8a. 14-15. 21-23

En aquel tiempo, se reunieron junto a Jesús los fariseos y algunos escribas venidos de Jerusalén; y vieron que algunos discípulos comían con manos impuras, es decir, sin lavarse las manos. (Pues los fariseos, como los demás judíos, no comen sin lavarse antes las manos, restregando bien, aferrándose a la tradición de sus mayores, y al volver de la plaza, no comen sin lavarse antes, y se aferran a otras muchas tradiciones, de lavar vasos, jarras y ollas).
Y los fariseos y los escribas le preguntaron:
“¿Por qué no caminan tus discípulos según las tradiciones de los mayores y comen el pan con las manos impuras?”.
Él les contestó:
“Bien profetizó Isaías de ustedes, hipócritas, como está escrito:
‘Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. El culto que me dan está vacío, porque la doctrina que enseñan son preceptos humanos’. Ustedes dejan a un lado el mandamiento de Dios para aferrarse a la tradición de los hombres”.
Llamó Jesús de nuevo a la gente y les dijo:
“Escuchen y entiendan todos: nada que entre de fuera puede hacer al hombre impuro; lo que sale de dentro es lo que hace impuro al hombre.
Porque de dentro, del corazón del hombre, salen los pensamientos perversos, las fornicaciones, robos, homicidios, adulterios, codicias, malicias, fraudes, desenfreno, envidia, difamación, orgullo, frivolidad. Todas esas maldades salen de dentro y hacen al hombre impuro”.

 

Comentario

 

En la primera lectura de hoy, tomada del libro del Deuteronomio, Moisés invita al pueblo de Israel a escuchar y cumplir los mandamientos de Dios como premisa para vivir y recibir en posesión la tierra prometida. Les hace ver que, en tales preceptos, que son mucho más que meras normas de comportamiento, está la sabiduría de la vida y la inteligencia más profunda de la existencia humana. En ellos se comprende a Dios, su santidad y su justicia, como alguien cercano y atento a las necesidades de su pueblo. Ciertamente, el Decálogo porta en sí una teología, esto es, una imagen clara de quién es Dios, todopoderoso y eterno, creador del cielo y de la tierra; y al mismo tiempo también porta una antropología, esto es, un concepto del ser humano, como criatura de Dios a quien nos debemos y estamos llamados a amar, respetar, imitar y representar.

En el fondo, Moisés, a través de estas palabras, está invitando a su pueblo a la coherencia y a la fidelidad a los mandamientos de Dios como signo de autenticidad. Porque sin tal fidelidad el pueblo de Israel perdería su identidad. Esa es la autenticidad a la que también invita el Salmista en el Salmo 14, una oración dirigida a Dios y, al mismo tiempo, impregnada de normas sabias y prudentes para la vida cotidiana.

El apóstol Santiago, en la segunda lectura, invita a los primeros cristianos, en la misma línea de Moisés, a acoger la Palabra con docilidad y a ponerla en práctica, a no contentarse engañosamente con oírla sin hacerla vida. Llega incluso a marcar una pauta muy concreta como signo de autenticidad: atender a los pobres, huérfanos y viudas, sin contaminarse con las cosas de este mundo.

En el Evangelio de hoy observamos cómo Jesús, en confrontación con los fariseos y escribas, propone una religiosidad auténtica basada en el cumplimiento de los mandatos de Dios y no en las normas y tradiciones humanas. Los judíos habían convertido lo fundamental de su religión en el cumplimiento de una serie muy larga de preceptos que, según ellos, explicitaban la Ley de Dios, pero que, en realidad, la solapaban, camuflaban, acomodaban o incluso profanaban.

Jesús les hace ver que lo que importa no es lo que se ve sino lo que no se ve; frente a normas y cumplimientos aparentes, está la religiosidad del corazón, la que brota de lo más profundo de cada persona humana, la que siempre está a la luz de Dios, aunque no pueda ser vista por los hombres. En este sentido, lo que ciertamente mancha el corazón de cada persona humana es toda la maldad que pueda brotar de él, los pensamientos perversos y sus malas acciones. Y lo que verdaderamente nos hace buenos a los ojos de Dios, lo que Él desea de nosotros, nos son cumplimientos externos sino limpieza y bondad en el corazón, traducida en pensamientos, palabras y acciones de vida para nosotros y los demás.

Así pues, la Palabra de Dios de hoy nos interpela grandemente sobre uno de los pilares básicos de la religiosidad y de la fe cristiana: la autenticidad. Entendemos por algo auténtico, y lo llamamos así, a aquello que no es falso, hueco, vacío, pura imitación, mera imagen o simple fachada; algo diametralmente opuesto a hipocresía, doble vida o simulación. Lo auténtico es lo que es y vale por sí mismo. Y como tal es apreciado y deseado por todos aquellos hombres y mujeres de corazón noble y sincero. Una persona auténtica es aquella en la que no hay dobleces ni trastiendas, con corazón limpio y transparente, con nobleza de espíritu y coherencia de vida.

En nuestra condición de cristianos hemos de buscar siempre la autenticidad en nuestras vidas que está íntimamente relacionada con la verdad y el bien. Ser auténticos es vivir en la verdad buscando siempre el bien, observando y cumpliendo los mandatos del Señor, como nos dice la lectura del Deuteronomio en el día de hoy. Ciertamente la mentira y la falsedad a veces se adueñan de nosotros casi sin sentirlo. Nos dejamos llevar por el ambiente y entramos en la dinámica de edulcorar la verdad, de acomodarla, de perder valentía para comunicarla y defenderla. Y perdemos autenticidad.

En la autenticidad radica en gran parte nuestro poder de convicción, la fecundidad de nuestro apostolado, la fuerza de la predicación y de cualquier iniciativa pastoral. La falta de autenticidad y coherencia en tantos cristianos de hoy hace que la Iglesia pierda presencia y visibilidad, que se diluya la mundanidad y el consumismo, que deje de ser sal de la tierra y luz del mundo.

Nuestro culto será auténtico si está acompañado de obras de caridad fraterna; nuestras reuniones serán fecundas si hay en ellas amor compasivo y misericordioso hacia todos. Nuestra vida será auténticamente cristiana si predicamos primero con el ejemplo y luego con la palabra, si vivimos lo que creemos y creemos lo que decimos. Que el Señor nunca tenga que decir de nosotros: “Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí.”

 

Oración

 

Señor Jesucristo, de la oscuridad de la muerte hiciste surgir la luz. En el abismo de la soledad más profunda habita, desde ahora en adelante y para siempre, la protección poderosa de tu amor; desde el rincón oscuro ya podemos cantar el aleluya de los que se salvan.

Concédenos la humilde simplicidad de la fe, que no se desvanece cuando nos acosas en las horas de oscuridad y abandono, cuando todo se torna problemático.

Concédenos en este tiempo en que, en derredor de uno se traba una lucha mortal, la luz suficiente para no perderte de vista; suficiente luz para poder entregarla a los que de ella necesitan más que nosotros.

Haz brillar sobre nosotros el misterio de tu alegría pascual como aurora de la mañana. Concédenos ser personas verdaderamente pascuales en medio del sábado santo de la historia.

Concédenos que, a través de los días luminosos y oscuros del tiempo en que vivimos, podamos siempre, con ánimo alegre, caminar hacia la gloria futura. Amén.

 

(P. Ignacio Larrañaga, Encuentro 12)

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