Alocución, 24 de octubre, XXX Domingo del Tiempo Ordinario

Por: Arzobispo de La Habana, cardenal Juan de la Caridad García

Hoy 24 de octubre, domingo treinta del tiempo ordinario litúrgico celebramos el domingo mundial de las misiones y la fiesta de San Antonio María Claret. Escuchamos el evangelio de San Marcos, capítulo 10, versículos 46 al 52.

(EVANGELIO)

Un mendigo ciego necesitado de vista y de dinero, pero más que nada de amor, cariño, cercanía, comprensión y ayuda espiritual, grita a Jesús de Nazaret sabiendo que Él lo iba a escuchar, comprender, acompañar, ayudar. Tenía esa certeza y por eso gritaba más y más fuerte a pesar de que muchos lo mandaban a callar, porque pensaban que Jesús no escucharía a un pobretón, y menos a un ciego marginado por la sociedad. Pero Jesús se detuvo, lo escuchó y preguntó: ¿Qué quieres de mí? Y el ciego respondió: «que vea, deseo recobrar la vista.» Y la acción inmediata de Jesús es: «tu fe te ha salvado». El ciego recobró la vista y siguió a Jesús por el camino.

También nosotros gritamos: Jesús, hijo de David, ten compasión de mí, todos somos mendigos, necesitamos más amor, paz, concordia familiar, felicidad, llevarnos bien entre todos, recibir perdón y perdonar.

Hoy le contamos al Señor delante de un crucifijo y de una imagen de la Virgen de la Caridad estas grandes necesidades de nuestras vidas y que al faltarnos no somos plenamente felices. El Padre Dios siempre va a escuchar, nosotros rezamos, pedimos, perseveramos en la oración y Él nos escucha y nos entrega la paz, la serenidad, la seguridad de su amor, y después lo que pedimos y algo por encima de nuestras expectativas llega a nosotros por la mano amorosa de nuestro Padre Dios .

Pedimos al Señor que vea, que vea las maravillas del cielo, la luna, las estrellas, la playa, la salida y el ocaso del sol, la belleza del esposo, la esposa, de la criatura que vive en el seno materno, la belleza de los niños, de los ancianos; que vea cómo me quiere mi madre, mi padre, mi cónyuge, mis hijos, mis verdaderos amigos; que vea cómo Dios va dirigiendo mi vida por el mejor camino que a veces implica sacrificios, pero siempre conduce a la felicidad verdadera en esta vida y después en la eterna. Señor que vea.

(CANTO)

Raúl Forero, quien entregó alma, vida y corazón a los que padecen el mal de Hansen, solía contar una historia emocionante: Visitando una leprosería en una isla del Pacífico, le sorprendió que entre tantos rostros muertos y apagados, hubiera alguien que había conservado unos ojos claros y luminosos que aún sabían sonreír y que se iluminaban con un gracias cuando le ofrecían algo. Entre tantos cadáveres ambulantes solo aquel hombre se conservaba humano. Cuando preguntó qué era lo que mantenía a este pobre leproso tan unido a la vida, alguien le dijo que observara su conducta por las mañanas, Y vio que, apenas amanecía, aquel hombre acudía al patio que rodeaba la leprosería y se sentaba en frente del alto muro de cemento que la rodeaba, y allí esperaba, esperaba hasta que a media mañana, tras el muro, aparecía durante unos cuantos minutos otro rostro, una cara de mujer, vieja y arrugada que sonreía. Entonces el hombre comulgaba con aquella sonrisa, y sonreía él también. Luego el rostro de la mujer desaparecía y el hombre iluminado tenía ya alimento para seguir soportando una nueva jornada y para esperar a que mañana regresara el rostro sonriente. Era, le explicaría después el leproso, su mujer. Cuando se lo llevaron de su pueblo y lo trasladaron a la leprosería, la mujer lo siguió hasta el poblado más cercano y acudía cada mañana para continuar expresándole su amor. Al verla cada día, comentaba el leproso, sé que todavía vivo. No exageraba. Vivir es saberse queridos, Señor que todos veamos el amor.

(CANTO)

San Antonio María Claret y Clara, arzobispo misionero en Cuba desde el 16 de febrero de 1851 hasta el 12 de abril de 1855, además de haber celebrado en los dos primeros años de misión, 73 447 primeras comuniones, 97 070 confirmaciones, haber casado a 8 577 matrimonios, reunir a 210 divorciados, haber entregado 98 217 libros, 89 500 estampas, 20 663 rosarios, 8 931 medallas, escribió el libro «Delicias del Campo», en el que enseñaba a confeccionar el casabe, según él, pan usual de muchísimas familias. Y llamar al cedro, rey; a la palma, reina; a la piña, reina de las frutas; al plátano, la más útil de las plantas: al café, bebida única; al arroz, alimento excelente. De este libro aprendió a sembrar y a criar, el padre claretiano Yasel Reyes Álvarez.

Llamen al teléfono 76408536 de la iglesia Sagrado Corazón de María, al padre Arturo González y les facilitará cómo encontrar el libro «Delicias del Campo», escrito por San Antonio María Claret y Clara.

(CANTO)

Continuamos con el Sínodo familiar.
Nos encontramos en el almuerzo, preguntamos: ¿cómo auxiliar más a los enfermos de la familia y del barrio? Conversamos, rezamos y actuamos.

Del Mensaje del Papa Francisco por la Jornada Mundial de las misiones:
«No podemos dejar de hablar de lo que hemos visto y oído.
Queridos hermanos y hermanas, cuando experimentamos la fuerza del amor de Dios, cuando reconocemos su presencia de Padre en nuestra vida personal y comunitaria, no podemos dejar de anunciar y compartir lo que hemos visto y oído. La relación de Jesús con sus discípulos, su humanidad que se nos revela en el misterio de la encarnación, en su evangelio y en su pascua, nos hacen ver hasta qué punto Dios ama nuestra humanidad y hace suyos nuestros gozos y sufrimientos, nuestros deseos y nuestras angustias. Todo en Cristo nos recuerda que el mundo en el que vivimos y su necesidad de redención, no le es ajena y nos convoca también a sentirnos parte activa de esta misión. Salgan al cruce de los caminos e inviten a todos los que se encuentren. Nadie es ajeno, nadie puede sentirse extraño o lejano a este amor de compasión».

(CANTO)

«La existencia de los apóstoles, la historia de la evangelización comienzan con una búsqueda apasionada del Señor, que llama y quiere entablar con cada persona, allí donde se encuentra, un diálogo de amistad. Los apóstoles son los primeros en dar cuenta de eso, hasta recuerdan el día y la hora en que fueron encontrados.

«Era alrededor de las cuatro de la tarde. La amistad con el Señor, verlo curar a los enfermos, comer con los pecadores, alimentar a los hambrientos, acercarse a los excluidos, tocar a los impuros, identificarse con los necesitados, invitar a las bien aventuranzas, enseñar de una manera nueva y llena de autoridad, deja una huella imborrable, capaz de suscitar el asombro y una alegría expansiva y gratuita que no se puede contener. Como decía el profeta Jeremías, esta experiencia es el fuego ardiente de su presencia activa en nuestro corazón, que nos impulsa a la misión, aunque a veces comporte sacrificios e incomprensiones. El amor siempre está en movimiento y nos pone en movimiento para compartir el anuncio más hermoso y esperanzador: ‘hemos encontrado al Mesías'».

(CANTO)

«Con Jesús hemos visto, oído y palpado que las cosas pueden ser diferentes. Él inauguró ya para hoy los tiempos por venir recordándonos una característica esencial de nuestro ser humano, tantas veces olvidada. Hemos sido hechos para la plenitud que solo se alcanza en el amor, tiempos nuevos que suscitan una fe capaz de impulsar iniciativas y forjar comunidades a partir de hombres y mujeres que aprenden a hacerse cargo de la fragilidad propia y la de los demás, promoviendo la fraternidad y la amistad social. La comunidad eclesial muestra su belleza cada vez que recuerda con gratitud que el Señor nos amó primero. Esa predilección amorosa del Señor nos sorprende, y el asombro, por su propia naturaleza, no podemos poseerlo por nosotros mismo ni imponerlo, solo así puede florecer el milagro de la gratuidad, el don gratuito de sí. Tampoco el fervor misionero puede obtenerse como una consecuencia de un razonamiento o de un cálculo. Ponerse el estado de misión es un efecto del agradecimiento».

(CANTO)

«Sin embargo, los tiempos no eran fáciles. Los primeros cristianos comenzaron su vida de fe en un ambiente hostil y complicado. Historias de postergaciones y encierro se cruzaban con resistencias internas y externas que parecían contradecir y hasta negar lo que habían visto y oído. Por eso, lejos de ser una dificultad u obstáculo que los llevara a replegarse o ensimismarse, los impulsó a transformar todos los inconvenientes, contradicciones y dificultades en una oportunidad para la misión. Los límites e impedimentos se volvieron también un lugar privilegiado para ungir todo y a todos con el espíritu del Señor. Nada ni nadie podía quedar ajeno a ese anuncio liberador. Tenemos el testimonio vivo de todo esto en «Los Hechos de los Apóstoles», libro de cabecera de los discípulos misioneros. Es el libro que recoge cómo el perfume del evangelio fue calando a su paso y suscitando la alegría que solo el espíritu nos puede regalar. El libro de «Los Hechos de los Apóstoles» nos enseña a vivir las pruebas, abrazándonos a Cristo para madurar la convicción de que Dios puede actuar en cualquier circunstancia, también en medio de aparentes fracasos y la certeza de que quien se ofrece y entrega a Dios por amor seguramente será fecunda».

(CANTO)

«Así también nosotros tampoco es fácil el momento actual de nuestra historia. La situación de la pandemia evidenció y amplificó el dolor, la soledad, la pobreza y las injusticias que ya tantos padecían y puso al descubierto nuestra falsas seguridades y las fragmentaciones y polarizaciones que silenciosamente nos laceran. Los más frágiles y vulnerables experimentaron aún más su vulnerabilidad y fragilidad. Hemos experimentado el desánimo, el desencanto, el cansancio y hasta la amargura conformista y desesperanzadora pudo apoderarse de nuestras miradas, pero nosotros no nos anunciamos a nosotros mismos sino a Jesús como Cristo y Señor, pues no somos más que servidores de ustedes por causa de Jesús. Por eso sentimos resonar en nuestras comunidades y hogares la Palabra de vida que se hace eco en nuestros corazones y nos dice: «no está aquí, ha resucitado». Palabra de esperanza que rompe todo determinismo y para aquellos que se dejan tocar, regala la libertad y la audacia necesaria para ponerse de pie y buscar creativamente toda las maneras posibles de vivir la compasión. Ese sacramental de la cercanía de Dios con nosotros que no abandona a nadie al borde del camino.

(CANTO)

«Una invitación a cada uno de nosotros. El lema de la Jornada Mundial de las Misiones de este año «No podemos dejar de hablar de lo que hemos visto y oído», es una invitación a cada uno de nosotros a hacernos cargo y dar a conocer aquello que tenemos en el corazón. Esta misión es y ha sido siempre la identidad de la Iglesia; ella existe para evangelizar. Nuestra vida de fe se debilita, pierde profecía y capacidad de asombro y gratitud en el aislamiento personal o encerrándose en pequeños grupos. Por su propia dinámica exige una creciente apertura, capaz de llegar y abrazar a todos. Los primeros cristianos, lejos de ser seducidos para recluirse en una élite, fueron atraídos por el Señor y por la vida nueva que ofrecía para ir entre la gente y testimoniar lo que habían visto y oído. El reino de Dios está cerca, lo hicieron con la generosidad, la gratitud y la nobleza propia de aquellos que siembran, sabiendo que otros comerán el fruto de su entrega y sacrificio. Por eso me gusta pensar que aún los más débiles, limitados y heridos pueden ser misioneros a su manera, porque siempre hay que permitir que el bien se comunique aunque conviva con muchas fragilidades.

«En la Jornada Mundial de las misiones que se celebra cada año, el penúltimo domingo de octubre recordamos agradecidamente a todas esas personas que con sus testimonios de vida nos ayudan a renovar nuestro compromiso bautismal de ser apóstoles generosos y alegres del evangelio. Recordamos especialmente a quienes fueron capaces de ponerse en camino, dejar su tierra y sus hogares para que el evangelio pueda alcanzar sin demoras y sin miedos esos rincones de pueblos y ciudades, donde tantas vidas se encuentran sedientas de bendición.

«Contemplar su testimonio misionero nos anima a ser valiente y a pedir con insistencia al dueño que envíe trabajadores para su cosecha, porque somos conscientes de que la vocación a la misión no es algo del pasado o un recuerdo romántico de otros tiempos. Hoy Jesús necesita corazones que sean capaces de vivir su vocación como una verdadera historia de amor, que les haga salir a las periferias del mundo y convertirse en mensajero e instrumento de compasión. Es un llamado que Él nos hace a todos, aunque no de la misma manera. Recordemos que hay periferias que están cerca de nosotros, en el centro de una ciudad, o en la propia familia. También hay un aspecto de la apertura universal del amor que no es geográfico sino existencial. Siempre, pero especialmente en nuestros tiempos de pandemia, es importante ampliar la capacidad cotidiana de ensanchar nuestro círculo, de llegar a aquellos que espontáneamente no lo sentiríamos parte de mi mundo de intereses, aunque estén cerca nuestro. Vivir la misión es aventurarse a desarrollar los mismos sentimientos de Cristo Jesús y creer con Él que quien está a mi lado es también mi hermano y mi hermana.

«Que su amor de compasión despierte también nuestro corazón y nos vuelva a todos discípulos misioneros. Que María, la primera discípula misionera, haga crecer en todos los bautizados el deseo de ser sal y luz en nuestras tierras».

Las colectas de este domingo y las de noviembre se entregan al Papa Francisco para ayudar a los misioneros que se encuentran en misiones difíciles. El Papa cuenta con tu oración y ofrenda.

La bendición de Dios Padre todopoderoso, que los creó para constituir bellas familias, bellas iglesias, bellos pueblos… La bendición de Jesucristo, camino de felicidad…. La bendición del Espíritu Santo, que puede lograr los sueños familiares… y la compañía de la Virgen de la Caridad y San Antonio María Claret, los acompañe siempre. Amén.

(CANTO)

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