Arigato Japón

Por: José Antonio Michelena

Ceremonia de clausura de la Juegos Olímpicos Tokio 2020.
Ceremonia de clausura de la Juegos Olímpicos Tokio 2020.

El ruido de la ideología en Tokio 2020

Con la brillante ceremonia de cierre en los Juegos Olímpicos de Tokio cayó el último capítulo de las olimpiadas más inusuales que hemos precenciado en nuestras vidas. El epílogo japonés fue una fiesta de música, danza, imágenes, que recorrió el país del sol naciente y finalizó en París, donde deberán celebrarse las competencias de 2024. Acaso el mensaje multicolor que nos brindó la ciudad luz sea una señal del futuro que tanto añoramos.

Los Juegos Olímpicos nos distrajeron por unos días de este tiempo pandémico en que transcurrimos desde el año anterior. Fueron momentos benéficos que dedicábamos a olvidar —o poner en tercer plano— los temores por la salud y el ruido macabro de tantas carencias y miserias que nos martillan la existencia.

Lo inusual de estas olimpiadas tuvo muchos matices, como la no presencia de público en las competencias —salvo las efectuadas en la vía pública— o la diversidad de discursos en los medios de comunicación y las redes sociales, donde la ideología y la política pulseaban de manera constante, con todos los grados de intensidad.

Los comentarios sobre género, raza, sexo, política, desbordaban lo deportivo y podían pasar a ser racistas, xenófobos, fundamentalistas, para ofrecer un escenario de combate verbal que reproducía, versionaba, adulteraba los sucesos en cada publicación en dependencia del signo ideológico del periodista, bloguero, comentarista.

La insoportable práctica de los cookies de las múltiples plataformas, la cual te convierte en su rehén, les permite saber tus gustos y preferencias para bombardearte con sus publicaciones cada vez que entras a internet y a las redes sociales.

Por esa vía, podías encontrar decenas de opiniones encontradas sobre la valiente decisión de la gimnasta estadounidense Simone Biles de renunciar a las competencias; el casi secuestro de la atleta bielorrusa Kristina Tsimanuskaia y su posterior asilo en Polonia; las mascarillas durante la competencia y el mensaje en el podio de la lanzadora de bala norteamericana Raven Saunders; el extraño combate en que el boxeador japonés Ryomel Tanaka terminó en silla de ruedas, pero fue declarado vencedor sobre el púgil colombiano Yuberjen Herney Martínez; o los ataques xenófobos a Mo Katir, corredor de fondo español nacido en Marruecos, entre muchos otros.

La fuerza de voluntad y la valentía de mujeres, emigrados, refugiados, gays, lesbianas, trans, les ganó protagonismo en los Juegos más allá de las medallas. Ellos y ellas acapararon titulares, artículos, comentarios. Ellos y ellas están cambiando el mundo, era lógico que sus rostros y sus acciones serían relevantes.

Capítulo aparte merecen las competencias de los atletas cubanos —los de la Isla y los de afuera— y toda la escena de comunicación desplegada a su alrededor, desde la narración de los eventos hasta su repercusión en los medios y las redes sociales.

La diáspora deportiva cubana ha soportado la invisibilización de los medios oficiales durante seis décadas. Los calificativos de traidores, desertores, apátridas, no cubanos, han buscado el objetivo de convertirlos en no personas en su país natal, en estricto sentido orwelliano.

Claro, los tiempos han cambiado. Si durante muchos años, dentro del archipiélago, ignoramos las hazañas, en el mejor béisbol del mundo, de Tany Pérez, Miguel Cuéllar, Bert Campaneris, Zoilo Versalles, Orestes Miñoso, Camilo Pascual, Luis Tiant, José Canseco, o Rafael Palmeiro, ahora internet nos permite estar al tanto de las actuaciones de los deportistas cubanos en cualquier liga profesional.

Eso ha generado cambios en el tratamiento de los medios oficiales hacia esos atletas, con avances y retrocesos. Sin embargo, reconocimiento no signfica destaque, total visibilidad. Ya se les menciona, se comenta su currículo, pero igualmente se les envía a la nube si llegara el caso, si los decisores de la política comunicacional del deporte lo consideran pertinente.

El cubano Pedro Pablo Pichardo, radicado en Portugal, ganó el oro olímpico en el triple salto.
El cubano Pedro Pablo Pichardo, radicado en Portugal, ganó el oro olímpico en el triple salto.

Así sucedió en el triple salto masculino con Pedro Pablo Pichardo. El atleta nacido en Santiago de Cuba se radicó en Portugal hace cuatro años y participaba en la competencia con la bandera de ese país. Quienes la seguíamos por la televisión, nos quedamos atónitos: de repente, después del segundo salto, la producción televisiva dejó de transmitir el triple y se trasladó para la bala. Cuando regresó al triple, ya Pichardo había hecho su mejor salto, en el tercer intento, con un fabuloso 17.98, inalcanzable para el resto de los competidores. Nunca se brindó la retrospectiva de ese brinco de oro. Al día siguiente se ofreció de nuevo el triple, pero cortaron antes aún. Y jamás regresaron a esa comepetencia. Para que no quedaran dudas, para acentuar la frustración del televidente.

Los censores del tercer salto de Pichardo nos recordaron cómo, cuando transmitían los partidos de la MLB por Tele Rebelde, se esforzaban por no televisar los juegos donde intervenían peloteros cubanos, y en los resúmenes de las mejores jugadas, eliminaban las que hacían nuestros compatriotas.

Al concluir la espectacular ceremonia de los Juegos Olímpicos de Tokio 2020, luego de esa cadena de imágenes que transmiten paz, sosiego, hermandad, la televisión cubana consideró necesario repetir esa consigna de otra época que ahora traza una franja divisoria entre los cubanos. Querían que el último mensaje que recibiéramos fuera ese.

Veremos qué pasará en París dentro de tres años.

París 2024 marca la próxima cita olímpica.
París 2024 marca la próxima cita olímpica.

 

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