A este pueblo quise servir

Por: José Manuel González-Rubines

Cardenal Jaime Ortega
Cardenal Jaime Ortega

Sobre el llamado de Dios, la vocación religiosa y su ministerio como arzobispo de La Habana, entre otros temas, habla el cardenal Jaime Ortega en esta entrevista, la última que le fuera realizada.

“El obispo es un sacerdote en plenitud y sirve hasta la muerte. Seguiré bautizando, confesando, confirmando, asistiendo a los enfermos, y celebraré diariamente la Santa Misa. El obispo, como sacerdote, no se retira nunca, deja un cargo de dirección”. Así se despedía aquella cálida mañana del domingo 8 de mayo de 2016, el cardenal Jaime Lucas Ortega y Alamino ante la considerable multitud que colmó la cátedra por él gobernada durante treinta y cinco años. Habían venido, conocidos y anónimos, cubanos y extranjeros, para participar de la última misa que como arzobispo de San Cristóbal de La Habana oficiaría el casi octogenario, pero vital y elegante cardenal, quien por su labor diplomática y mediadora ocupaba un lugar sin dudas prominente en el estrellato político insular.

La entrevista contenida en estas páginas había comenzado su historia unos meses antes, cuando a las 10 y 45 del 1ero. de diciembre de 2015, mojado por la llovizna de un lunes invernal, atravesé el zaguán de la sede arzobispal en la antigua casona de la esquina de Habana y Chacón. En una amplia estancia del segundo piso con olor a madera y a siglos pasados, me recibió el entonces arzobispo y conversamos sobre historia de Cuba, política, marxismo, cultura y, por supuesto, religión. Pero de esas tres horas y media nada puedo decir, porque fue el encuentro previo para una entrevista, “hecha por un joven cubano para los jóvenes cubanos” –según sus propias palabras– que por cuestiones diversas no se materializaría hasta hace muy poco y la cual, condenada como parece haber nacido, quedará irremediable y tristemente inconclusa.

Tras más de cuatro años de vaivenes, por fin la cita se concretó en uno de los pasillos del Palacio de Convenciones, después de escuchar al presidente de la Academia Pontificia para la Vida, monseñor Vicenzo Paglia. El encuentro casual con el ya enfermo cardenal Ortega dio como resultado esta entrevista.

Los sacerdotes hablan siempre de un llamado, el despertar de una vocación. ¿Cómo fue el suyo?

“No se da la vocación al sacerdocio, ni cualquier otra vocación laical o de consagración a la Iglesia sin que se produzca, ante todo, un encuentro personal con Cristo. Esto significa conocer a Jesús, entablar una relación con él, descubrir su realidad de hombre-Dios enviado por el Padre para nuestra salvación. Muchos cristianos que van a la Iglesia con frecuencia, que rezan sus oraciones diarias, nunca han tenido este encuentro personal con Cristo, sin el cual incluso algunos podrían creer que tienen vocación sacerdotal o religiosa, quizás porque les gusta el culto, la liturgia de la Iglesia, el uso de un hábito eclesiástico, o cualquier otro elemento. Pero descubrirán tarde o temprano que nada de eso constituye el llamado de Dios.

”Como muchos, fui bautizado de niño, a los cinco años en la Catedral de Matanzas. En mi familia había la fe tradicional católica, pero frecuentaban la Iglesia solo algunas veces en el año. Aprendí de memoria en mi casa un catecismo de preguntas y respuestas que fue muy popular, de san Pío X. Conocía quién era Jesucristo, pero lo sabía de la misma forma que sabía que la Luna giraba alrededor de la Tierra y la Tierra alrededor del Sol. Es decir, era solo conocimiento, pero no tenía que ver conmigo. A los catorce años me acerqué a la Juventud de Acción Católica, hice mi Primera Comunión y paso a paso fui haciendo mi encuentro personal con Cristo. Y, como te decía, sin este encuentro no se puede dar el llamamiento.

”Juan y Pedro se habían encontrado con Cristo, y otros discípulos también. Cuando Jesús pasó por la orilla del lago y los vio trajinando con las redes después de la pesca, dijo a Pedro: ‘Ven, serás pescador de hombres’, y a Santiago y Juan: ‘Síganme’, y ellos dejaron todo y se fueron con él, ya Jesús los conocía y sabía que servían para la misión, y ellos conocían a Jesús y sabían que su llamada venía de lo alto.

”Así es siempre la verdadera vocación, por eso somos capaces de dejar las barcas, las redes, la familia, las aspiraciones de éxito o de riqueza, y seguir personalmente al Maestro y Señor. En el conocimiento de Jesús entra el amor a él, nuestra confianza en él”.

¿Dónde fueron sus estudios antes de ser ordenado sacerdote?

“Estuve cuatro años en el Seminario San Alberto Magno, de Colón, en la provincia de Matanzas. Estudié latín, griego y filosofía, también hice el quinto año de Bachillerato en Letras, pues era bachiller en Ciencias. Después estudié cuatro años de Teología en el Seminario de Misiones Extranjeras, en Canadá, en la ciudad de Montreal. Era un excelente lugar, éramos unos ochenta seminaristas que estudiábamos Teología, con un gran acento en las Sagradas Escrituras y una vida de oración y de fraternidad inolvidables. De 1960 a 1964 viví aquella experiencia maravillosa, en tiempos difíciles, pues en la década del sesenta empezaron los grandes cambios del mundo que afectaban lógicamente a la Iglesia”.

Fueron tiempos muy complejos para la Iglesia cubana.

“Exacto. Con el drástico cambio revolucionario, la Iglesia se enfrentaba a situaciones nuevas y desafiantes: las escuelas católicas, que educaban a más de cien mil alumnos, fueron nacionalizadas y perdimos el acceso a ellas. Más de cien sacerdotes fueron enviados fuera de Cuba y otros muchos sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos comprometidos con la Iglesia abandonaron el país.

”En el año 1964 regresé. Los Padres de las Misiones Extranjeras me ofrecían ir como sacerdote a Roma a hacer un doctorado y después enviarme a Filipinas o a algún seminario de América del Sur como profesor, pero yo quería volver a mi país”.

Son los años de las UMAP. Sé que no le gusta hablar mucho de eso.

“Realmente, no. En medio de las tensiones entre un sistema de tipo materialista y aquellos que en su vida tenían una fe religiosa, esto último fue considerado por algunos en la nueva sociedad como un lastre, algo del pasado que había que superar. Para esta ‘superación’ se crearon las Unidades Militares de Ayuda a la Producción (UMAP). En el caso de los creyentes, su intención era superar las ‘deficiencias de la fe’ por medio del trabajo manual agrícola y la disciplina militar. Surgieron campos de trabajo en las llanuras de lo que son hoy las provincias de Ciego de Ávila y Camagüey. Allí fuimos enviados sacerdotes, pastores evangélicos de distintas congregaciones, seminaristas y laicos católicos y protestantes de toda Cuba, junto con lo que se dio en llamar en aquella época ‘lacras sociales’: expresidiarios, drogadictos, santeros, homosexuales, etcétera. A todos, los intentaban ‘reeducar’ por medio del trabajo en el campo.

”Ciertamente, fue una experiencia que ratificó la fe de la mayoría de los que la vivieron. Para mí, específicamente, me ayudó a un conocimiento profundo del ser humano en sus grandezas y en sus miserias, para ver cuánto había que hacer por nuestros hermanos cubanos, no a través de aquellos métodos, sino de la formación humana integral.

”Después de las UMAP, fui párroco de distintas parroquias de la provincia de Matanzas y en la ciudad, en las iglesias de Pueblo Nuevo y la Catedral. Allí me sorprendió el nombramiento para el obispado de Pinar del Río, diócesis que consideré, durante los tres años en los cuales fui su obispo, como una reserva moral de Cuba”.

De Pinar del Río pasó al arzobispado habanero.

“Por enfermedad del arzobispo de La Habana, solo a los tres años de ser obispo de Pinar del Rio, fui nombrado en 1981 como arzobispo de la capital, donde permanecí hasta la aceptación de mi retiro por el Santo Padre Francisco, en mayo de 2016. Es decir, durante treinta y cinco años me desempeñé como arzobispo de La Habana”.

Cardenal Jaime Ortega
Cardenal Jaime Ortega

Muchos identifican su episcopado como un período de acercamiento entre la Iglesia y el Estado cubano.

“Es cierto, pero las relaciones Iglesia-Estado deben ser planteadas a un nivel más amplio que el tiempo de mi episcopado. Pasados los años sesenta, y muy lentamente, se produjeron algunas mejorías en la relación, pero realmente después de las primeras visitas familiares de cubanos residentes en el exterior, a finales de la década del setenta y los acontecimientos del Mariel, la Conferencia de Obispos Católicos de Cuba convocó a una reflexión que abarcó toda la Isla, desde las iglesias más grandes de las ciudades hasta las más pequeñas capillas del campo. Duró casi cinco años este fructífero proyecto que se llamó Reflexión Eclesial Cubana (REC) y preparó y organizó el ENEC (Encuentro Nacional Eclesial Cubano), que se celebró en el año 1986 con un enviado de la Santa Sede, el cardenal Eduardo Pironio, quien propuso cómo debía presentarse la Iglesia católica en el futuro de Cuba. Debía ser una Iglesia orante, encarnada y misionera”.

¿Cómo se explica eso?

“La Iglesia aceptaba la realidad de estar aquí –encarnada-, con su papel tradicional de rendir culto a Dios de modo abierto y público –que reza, orante– y, aunque su tarea propia es evangelizar, se había mantenido replegada, limitada al culto dentro de los templos, y ahora anunciaba que era una Iglesia misionera, que dejaba a un lado sus temores y repliegues, para abrirse al medio social. Por este punto, que parecía ser algo que alcanzar en tercer término, comenzó enseguida la Iglesia: a salir del templo, a vivir su misión y esto cambió la percepción que de ella tenía el pueblo y el Estado. Había muchas cosas que debían ser comprendidas por el Estado socialista y así, justamente por esto, se creó un diálogo que se amplió progresivamente.

”De tal modo que en la historia de la Iglesia en Cuba, el ENEC tuvo más impacto y resonancia que las visitas de los Papas, pues la visita del Papa san Juan Pablo II se produjo gracias a la apertura y al diálogo que se crearon a partir del ENEC. Estos acontecimientos coincidieron con el tiempo de mi episcopado en La Habana y facilitaron las relaciones Iglesia-Estado en la arquidiócesis, pero el diálogo se hizo cada vez más amplio y múltiple y se pudieron superar no pocos conflictos en el país”.

La mediación para la liberación de los presos políticos fue uno de esos conflictos, quizás de los más sonoros.

“Respecto a eso también puede decirse lo mismo acerca que de mi gestión episcopal, pues la Iglesia en Cuba, desde los tiempos posteriores al ENEC, se ha preocupado por los presos de todo tipo. Uno de los logros del ENEC ha sido precisamente las visitas a las cárceles, donde existe catequesis para los reclusos y celebración periódica de la eucaristía.

”La función mediadora de la Iglesia le viene dada por su misión de crear puentes, de reconciliar; tiene, dada por su Maestro y Señor, la misión de acercar y reconciliar, favorecer misericordiosamente al que sufre. Esta misión, que efectivamente pudiéramos llamar ‘mediadora’, la realiza la Iglesia siempre y cuando sea llamada a ella de manera especial y su respuesta se hace con disponibilidad y servicio.

”Así, ya en los años ochenta, durante el gobierno de George Bush (padre), una delegación de la Conferencia de Obispos Católicos de Cuba visitó el Departamento de Estado norteamericano y la Casa Blanca, pues el gobierno cubano pondría en libertad a un buen grupo de presos políticos si los Estados Unidos aceptaban recibirlos allí. La Iglesia católica norteamericana colaboró ampliamente y se obtuvo que más de 1 200 presos políticos y sus familiares fueran admitidos en Estados Unidos. El cardenal John O’Connor pagó y envió los vuelos que condujeron a este gran número de personas de La Habana a New York.

”Años más tarde, a partir de las reclamaciones de las esposas y madres de los prisioneros políticos del año 2003 –las llamadas Damas de Blanco–, el general Raúl Castro me convocó el 19 de mayo de 2010 para buscar el modo de poner en libertad a los cincuenta y tres que quedaban del grupo de setenta y cinco. También se incluyó a todo el grupo de prisioneros considerados políticos, algunos con altas condenas, para que, aquellos que así lo desearan, pudieran salir de Cuba con sus familiares a Estados Unidos.

”Esa vez los norteamericanos no aceptaron y el ministro de Exteriores de España, Miguel Ángel Moratinos, brindó la posibilidad para que pudieran ir a ese país y se produjo el acuerdo. El presidente Raúl Castro me pidió que llamara personalmente a la cárcel a los presos y les preguntara si querían salir de Cuba para España con sus familiares más cercanos o preferían permanecer aquí. Fue un proceso de más de dos meses, pero al fin salieron progresivamente unos 135 presos que fueron a España con sus familiares, lo que sumó un total de más de mil personas. Un pequeño número de prisioneros decidió permanecer en Cuba”.

Ese fue un proceso muy seguido por el pueblo cubano, pero el más conocido y que pasará a la historia es, sin duda alguna, la mediación en el deshielo entre Estados Unidos y Cuba.

“Un proceso tiene relación con el otro. Esta última liberación de presos tuvo buena resonancia en los Estados Unidos, específicamente en el gobierno de Barack Obama, y constituyó el primer paso para el deshielo de las relaciones entre los dos países. En el año 2011 fui a la Casa Blanca, después de entrevistarme con el subsecretario de Estado para Asuntos del Hemisferio Occidental, Arturo Valenzuela, quien me expresó la buena acogida que tenía por parte del presidente Obama esas liberaciones. Lo mismo me repitió al día siguiente, en la Casa Blanca, el asesor de Seguridad Nacional, general James Jones, cuando lo visité para pedirle que fueran admitidos los presos que estaban en España y que deseaban viajar a los Estados Unidos. En ese caso, accedió a que fueran solo veinte familias.

”A petición del Santo Padre, intervine en la mediación para mejorar las relaciones entre Cuba y los Estados Unidos. Eso me hizo visitar personalmente al presidente Raúl Castro en La Habana y al presidente Barack Obama en la Casa Blanca. Este, al saludarme, lo primero que hizo fue felicitarme por mi intervención en la liberación de los presos políticos en el año 2010. Por esto afirmo que aquel había sido un paso muy importante en el mejoramiento de las relaciones entre Cuba y los Estados Unidos.

”En aquellas visitas, yo era portador de una carta personal del Papa para cada uno de los presidentes. Ya había entregado la del presidente Raúl Castro y entregué al presidente Barack Obama su carta, que él agradeció muchísimo diciendo que la intervención del Papa sería de gran ayuda para mejorar las relaciones. También fui portador de un mensaje personal de Raúl Castro para el presidente Barack Obama y este a su vez, envió a Raúl Castro, a través de mí, un mensaje también personal y esperanzador sobre el mejoramiento de relaciones.

”Todo lo demás pertenece al ámbito de la discreción y el secreto que hicieron posible que el Papa, verdadero mediador en este conflicto, lograra alcanzar el éxito de la negociación. En el libro que he escrito sobre este hecho tan importante (Encuentro, diálogo y acuerdo. El Papa Francisco, Cuba y Estados Unidos), doy al Papa el homenaje merecido por su mediación”.

Después de un episcopado tan lleno de hechos trascendentales, ¿qué balance haría?

“No me corresponde a mí hacer el balance de mi episcopado. Solo puedo decir que me sentí feliz de ser, primero, obispo de Pinar del Río, aunque por poco tiempo, y después arzobispo de La Habana durante tantos años, en los que viví una época difícil, pero interesante, y experimenté el afecto y el cariño de los habaneros. La ciudad de La Habana es para mí, lo mismo que la de Matanzas, mi lugar de referencia cordial. Mis treinta y cinco años en La Habana me identifican de modo especial con quienes declararon que esta es una Ciudad Maravilla”.

¿Nunca pensó irse de Cuba? ¿Ejercer su ministerio en otro lugar?

“Como sacerdote diocesano, fui ordenado para una diócesis de Cuba. La vocación sacerdotal para el clero diocesano se piensa siempre en relación con el pueblo del cual venimos y para el cual debemos trabajar. Yo no podía pensar mi vocación sino de ese modo, no tenía una vocación para ser sacerdote de la Iglesia en cualquier parte del mundo. El sacerdote diocesano no solamente sirve a su país, sino a esa porción de su pueblo que pertenece a una diócesis determinada.

”Cuando estudiaba en el extranjero, no podía dejar de pensar en el futuro apostolado en mi país, con mi pueblo, con sus virtudes y defectos. No concebía el desarrollo de mi ministerio en ningún otro lugar, sino aquí, como parte de esta Iglesia cubana, limitada y pequeña, pero llena de vitalidad espiritual y esperanza. Así pues, con bonanza o dificultad, a este pueblo quise servir”. Ω

5 Comments

  1. Siempre muy sencillo querido padre Jaime, serás recordado por todos los cubanos católicos y no católicos,caracterizado por ayudar y sonreír,Dios a su lado ya.Bella entrevista y esperada..Gracias Palabra Nueva. Bendiciones miles a todos.

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