De la circuncisión al bautismo I

Por: diácono Orlando Fernández Guerra

Bautismo

En la antigüedad la circuncisión fue practicada con significados étnicos y culturales por los egipcios, los semitas y muchos otros pueblos. La primera mención que aparece en la Biblia de esta práctica se refiere al pacto de amistad que Dios realizó con Abraham basado en la promesa de una tierra y una descendencia numerosa (Gen 17.10-14). Entonces no tenía el profundo significado religioso que más tarde se le daría. Así, cuando Josué circuncida a todos los nacidos durante la trashumancia por el desierto, esto solamente significaba que se era parte de esa comunidad humana (Jos 5.2-9). Estar circuncidado era sinónimo de ser verdaderamente un hombre (1 Sa 17.26,36; Jue 14.3). Pero poco a poco la circuncisión comienza a teologizarse hasta convertirse en el signo de pertenencia al Israel, que librado de la esclavitud, hace una nueva Alianza en el Sinaí (Ex 4. 20-26). Sin estar circuncidado no se podía comer el cordero pascual (Ex 12.48). Por eso, el libro del Levítico estableció que a todos los varones desde los ocho días de nacido habría que extirparle el prepucio (Lev 12.3).
Con los profetas se espiritualiza el signo hablándose ya de “circuncisión del corazón” (Jer 4.4; Ez 44.7), pues Israel había caído en la tentación de creer que bastaba el signo físico para disfrutar de las promesas del Señor. La literatura sacerdotal invita a una constante conversión del corazón que se traduce por un amor exclusivo a Yahvé y a la práctica de la caridad fraterna (Lev 26.41; Dt 10.12-22; 30.6). Para el siglo i, cerca del Templo de Jerusalén, había un patio dedicado a los gentiles incircuncisos que subían a la ciudad a adorar al Dios de Israel; siempre que respetasen –bajo pena de muerte– la prohibición de sobrepasar los límites de esa área.
Por otra parte, las abluciones con agua son un rito utilizado por diversos pueblos y con muchos significados. Los judíos también las practicaban y aparecen repetidamente en el Antiguo Testamento entre las leyes mosaicas de purificación (Ex 29.4,17; 30.17-21; 40.12,30; Lev 1.9,13; 6.27; 9.14; 11.25; 14.8-9,47; 15.5-27; Núm 8.7; 19.7-21; 31.23-24; Dt 21.6; 23.11). Es muy conocida la historia de Naamán el Sirio que demuestra cuán importante eran estos baños rituales en Israel y el río Jordán como escenario de muchos de ellos (2 Re 5.14). Incluso la Biblia de los LXX –de los Setenta, también conocida como la Septuaginta–, que usaban los judíos de la diáspora en lengua griega, se refiere a estas purificaciones en dos ocasiones con el término “bautismo” (2 Re 5.14; Is 21.4). Las purificaciones con agua, la circuncisión y los sacrificios de animales completaban el proceso de inserción en el judaísmo de los nuevos prosélitos venidos de distintos pueblos, haciéndoles miembros del mismo pacto (Ez 36.25; Jer 4.14; Zac 13.1; Sal 51.9). Los esenios que vivían en Qumrán usaban también esta práctica en su vida religiosa como atestiguan tanto los rollos del Mar Muerto como los distintos estanques descubiertos en las excavaciones arqueológicas practicadas en las ruinas de su comunidad en el desierto.
El bautismo de Juan el Bautista en la orilla del Jordán, aun poseyendo algunas semejanzas con las abluciones legales de los judíos y con los ritos de iniciación de los prosélitos, se distinguía de estos porque exigía un nuevo comportamiento moral. Era una expresión penitencial en orden a la conversión del corazón y la remisión de los pecados (Mc 1.4; Lc 3-4; Mt 3.11). Y como preparación a un nuevo bautismo que vendría más adelante practicado por el Mesías: “Yo les bautizo con agua, pero Él les bautizará con Espíritu Santo y fuego” (Mc 1.8). El judaísmo conocía la idea de una inmersión en agua que daba vida a través del Espíritu (Is 44.3; Ez 47.7). Por eso, lo que le cuestionan a Juan el Bautista las autoridades religiosas no es la validez de su gesto, sino la autoridad con que lo realiza: “¿Por qué, pues, bautizas, si no eres tú el Cristo ni Elías ni el profeta?” (Jn 1.19-27).
Por los evangelios sabemos que Jesús fue circuncidado a los ocho días de nacido (Lc 2.21). Así como suponemos que los apóstoles y los primeros cristianos al ser todos judíos estarían circuncidados desde chicos. Igualmente lo estarían los cristianos de la primera generación de creyentes que procederían de Judea o Galilea. El problema comienza cuando los gentiles aceptan en Jesús al Salvador como resultado de la obra misionera cristiana. La expansión del cristianismo en las distintas regiones del Imperio había sido muy rápida obedeciendo el mandato misionero del Señor (Mc 16.15; Mt 28. 19-20; Lc 24.47). Entre los primeros conversos estaban los judíos helenistas. Luego, los “temerosos de Dios” y más tarde los paganos de las clases más pobres del Imperio romano. Todos eran agregados a la comunidad al recibir el Espíritu Santo y ser bautizados (Hch 10.47-48). Ω

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