Homilía pronunciada por el padre Manuel Uña, de la Orden de Predicadores en la Eucaristía ofrecida por el Dr. Eusebio Leal Spengler

Por: Padre Manuel Uña, de la Orden de Predicadores

Padre Manuel Uña, de la Orden de Predicadores en la Eucaristía ofrecida por el Dr. Eusebio Leal Spengler
Padre Manuel Uña, de la Orden de Predicadores en la Eucaristía ofrecida por el Dr. Eusebio Leal Spengler

La Habana, 5 de agosto de 2020

 

Querido Señor Cardenal, tan humano y tan cercano a su pueblo.

Señor Nuncio, de sus manos el Dr. Leal recibió el título de Dr. Honoris Causa y la toga de la Universidad Lateranense.

Padre Silvano, usted fue quien le administró la Unción de los Enfermos el año pasado. Padre Ariel, el Dr. Leal mucho admiró y apreció el compromiso de su padre como creyente.

Mis queridos hermanos: Padre prior del convento y Padre Lester, director del Centro Fray Bartolomé de las Casas.

Familiares, amigos y hermanos todos: Nos encontramos reunidos para celebrar el sacramento de nuestra fe por el Dr. Eusebio Leal, Historiador de la Ciudad de la Habana, acompañar a su hijo Javier y a sus seres más queridos.

Escucharemos en el prefacio las siguientes palabras: “Aunque la certeza de morir nos entristece, nos consuela la promesa de la futura inmortalidad. Porque la vida de los que en ti creemos, Señor, no termina, se transforma y modifica. Al deshacerse nuestra morada terrenal, adquirimos una mansión eterna en el cielo”. Eusebio, un creyente, ha dado este paso y se encuentra fuera de las riberas del tiempo, en la orilla del más allá.

La Palabra de Dios, proclamada, la hemos interiorizado y me motiva a tener presente las palabras del profeta (Isaías 40:2). A mi pueblo, cuando le hables, háblale al corazón. Es de ahí que con ustedes compartiré tres confesiones de fe:

La primera, la de Marta, en el Evangelio; la segunda, la de Juan, desterrado en la Isla de Patmos, recogida en el libro del Apocalipsis; la tercera, la de nuestro querido Eusebio el día que cumplía setenta y cinco años, unida a la nuestra.

La Primera confesión de fe se nos presenta en un cuadro profundamente humano

Es la escena de un hermano que ha muerto, amigo de Jesús. Cuando Lázaro enfermó, sus hermanas avisan a Jesús que su amigo se había agravado. Jesús demoró dos días en dejar Perea donde se encontraba predicando… Y cuando Marta, su hermana se entera que Jesús estaba llegando, sale a Betania a su encuentro y casi le reprocha que haya demorado dos días en dejar lo que estaba haciendo.

Se desahoga con Jesús y le pregunta: Jesús, ¿por qué has tardado tanto en venir?, ¿por qué no has dejado lo que estabas haciendo?, ¿qué podría ser más importante que la vida de mi hermano?

Y muy humano es el gesto de Jesús permitiendo que Marta hable, se desahogue, escuchándola con calma y serenidad. Pero Marta continúa: También estoy convencida de que todo lo que pidas al Señor, el Señor te lo concederá.

¡Marta, Marta!, le dice Jesús, no me conoces bien: “Yo soy la Resurrección y la Vida. El que cree en mí, aunque haya muerto vivirá, y todo lo el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees esto?, ¿sí o no?

Es una pregunta directa, en primera persona. Así es como nos habla Jesús a cada uno. Y es en primera persona que se responde y se confiesa la fe: “Sí, Señor, yo creo que Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios que tenía que venir al mundo”. No se cree de oídas sino por convicción, y… ¡ojalá!, con un convicción-Convincente. Todo parte del encuentro personal con Jesús, un Jesús que no anda con rodeos e ilumina todo lo humano.

La Segunda confesión es la de un creyente

El Apóstol Juan, que se encuentra en el exilio por haber confesado a Jesús, nos comparte, no sus sufrimientos, sino el gozo y la alegría que le proporciona la visión que ha tenido.

“Yo, Juan, he visto un cielo nuevo y una tierra nueva, y vi también la nueva Jerusalén embellecida. Y oí una voz que me decía: esta es la morada de Dios…, donde no hay llanto, ni muerte, ni dolor, porque el mundo viejo ha pasado…

“Yo todo lo hago nuevo… Yo soy el Alfa y la Omega, el Principio y el Fin. El que tenga sed que venga a mí y beba. Yo seré Dios para él y él será hijo para mí”.

El Dr. Leal vivió con nosotros y como nosotros soñó y trabajó por lograr un mundo más habitable, por ver una Habana renovada, rejuvenecida, bella, y puso su ingenio, su sueño, su tiempo y su talento en vivificarla dándole vida a edificios inservibles, monumentos deteriorados, casas olvidadas. Día a día les fue dando vida y logró que se pudiese constatar lo que alguien afirmó públicamente: Lo más nuevo de La Habana es La Habana vieja.

Confiamos en que Dios Padre misericordioso le haya dicho: “Ven, querido Eusebio, descansa junto a mí, y bien cerca de mi Madre, la Virgen de la Caridad, porque has trabajado, te has gastado y desgastado sirviendo a los más necesitados. Hiciste casa para los sin techo, guardería para los niños, soñaste e hiciste posible que tuvieran una vida más humana. Ven, bendito de mi Padre, porque lo que hiciste con ellos conmigo lo hiciste…”.

La Tercera confesión, la de Eusebio

Cuando cumplió setenta y cinco años alguien le preguntó si alguna vez había pensado en ser sacerdote y su respuesta fue clara:

“Nunca pensé ser sacerdote, pero soy cristiano por convicción y lo que queda de mí –además del sentido de fe- es ese legado cultural, en sentido ético y filosófico que identifico con figuras como el P. Félix Varela y otros sacerdotes que contribuyeron a la formación de nuestra identidad… y rasgos de mi carácter que debo a mi formación religiosa y sobre todo a alguien que fue mi mentor, el jesuita P. Fernándo Azcárate”.

En este sentido y unida a esta tercera confesión les comparto algo personal: llevo en cuba veintisiete años y esta Cuba que me ha acogido y querido, me ha hecho el gran regalo de encontrarme con personas, unas que creen lo mismo que yo y otras con una fe distinta. Creer y confiarse… ¡qué gran regalo para uno!, del que Eusebio no es una excepción.

He podido acompañarlo y estar a su lado, sobre todo en los últimos meses, donde la enfermedad lo ha golpeado y convertido en un varón de dolores.

Imposible olvidar los diálogos sostenidos en varias ocasiones. Grabadas tengo sus palabras cuando el 12 de noviembre de 2019 terminaba yo de regresar de España y me acerqué a verlo, ya había recibido la Unción de los Enfermos, y su primera expresión fue: “Padre Manuel, cómo lo he necesitado”.

También queda en mi memoria el diálogo que tuvimos en el hospital, después del día 16 de noviembre, después de la iluminación del Capitolio… Fue un sueño, un sueño del que no pudo recrearse viéndolo en directo… Un gran regalo haberlo podido escuchar…

Su último mes ha estado marcado por el silencio, como si este fuera el compendio de su vasto hacer. Es cuando las palabras cesan, que comienza a gestarse en el corazón ese otro lenguaje, el que sin duda se hablará en la “tierra nueva” y nos hará entender el alma del Padre… Fue su última gran lección, la misma que recibimos cada vez que vimos transformarse un puñado de piedras ruinosas en la joya arquitectónica de sus inicios.

El Doctor Leal se nos ha ido y ya no volverá a andar por las calles de La Habana, la ciudad “Real y Maravillosa”: La Habana de Eusebio… Sin embargo, sabemos que su espíritu se queda entre nosotros. Ahora, confiamos en la misericordia de Dios que verá la Jerusalén del cielo, como tantas veces soñó ver su Habana, sin llanto, ni dolor, ataviada como una novia que se adorna para su esposo.

A nuestro Dios se volvía esperanzado en su benevolencia… y a Dios nos volvemos confiando lo haya recibido como hijo querido. Esta Eucaristía es para darle gracias a Dios por su vida, pedir por su eterno descanso y también pedir por todos los que formaron parte de su fecunda existencia: por ti Javier y tus hermanos, por las personas que, con cariño y ternura, silenciosamente, han estado a su lado, por el personal médico que lo atendió con tanto esmero, por ti, Luis, su fiel chofer, mis pies y mis manos, durante estos meses, y por todos ustedes. Todos nos volvemos a Dios y le decimos: Padre, dale tu Paz. Descanse en paz nuestro querido Eusebio.

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