El amor maternal y desprendido de María para Cuba

Por: Diac. Maykel Gómez Hernández Sdb

Virgen de la Caridad del Cobre
Virgen de la Caridad del Cobre

Para el pueblo cubano, María de la Caridad es bondad y dulzura. Es, además, entrega y responsabilidad; ejemplo de amor y puente entre Dios y nosotros. Es parte de nuestra esencia. No se puede hablar de Cuba sin mencionar a la Virgen de la Caridad.

Nosotros, los cristianos, hijos de esta tierra, hallamos en la Virgen el reto del “Sí” a Dios, el reto del “hagan lo que Él les diga” de las bodas de Caná, el reto del Magníficat donde mi alma proclama la grandeza del Señor… Y estos retos no admiten vuelta atrás; no admiten justificaciones ni actitudes tibias. Estos retos nacen de nuestra libertad, de nuestra condición de hijos de Dios. Es esa libertad que muchas veces la voluntad humana intenta condicionar, soslayar, pero que como nos es otorgada por Dios, Él la respeta sobremanera. Recordemos aquellas sabias palabras del Papa Benedicto XVI en su visita a Cuba: “Dios respeta tanto la libertad humana que parece que la necesita”. Pues si Dios, siendo Dios, respeta tanto nuestra libertad, ¿quiénes somos nosotros los hombres para negarla o irrespetarla?

A lo largo de toda nuestra existencia la figura de María de la Caridad ha jugado un papel fundamental, incluso en los momentos más tensos, en medio de las más duras pruebas. ¡Cuánta cera se ha derretido delante de su imagen! Si pudiésemos contar nuestras peticiones a María, nuestros clamores a lo largo de estos cuatrocientos nueve años, no nos alcanzaría el tiempo, y ella, la Madre, sigue ahí, escuchando a generaciones y generaciones de sus hijos, atendiendo nuestras súplicas, como Madre solícita en este valle de lágrimas.

María de la Caridad nos sigue ofreciendo a su Hijo, nos sigue recordando que “con Dios todo y sin Dios nada». Ella no es ajena, María nos ve, María nos ama, María sufre con su pueblo, llora con sus hijos, clama por sus muertos y sus familias desgarradas; María sufre el hambre, la impotencia, la escases de medicamentos; María es reprimida en cada hijo reprimido, es silenciada en cada hijo silenciado; María es golpeada en cada hijo que es golpeado, y sigue guardando todo este sufrimiento en su corazón.

Su amor, su bondad, su paciencia, su atención, su esperanza, su presencia, son pilares fundamentales que hemos de imitar para poder llevar dignamente nuestra propia cruz. Aunque en muchas ocasiones el peso del dolor intente doblegarnos, en la entereza y fortaleza de la Madre tendremos siempre nuestro sostén y el motivo que nos anima a continuar, agarrados de sus manos, hacia ese destino. Miramos con ella a su Hijo en cada uno de nuestros hermanos, tratándonos unos a otros como si tratáramos a Dios mismo. 

La cruz de este pueblo es pesada, y el hecho de que se haya pretendido arrancar de su corazón a Dios, la hace doblemente pesada. Pero es hora de darnos cuenta de que, si no ponemos a Dios en el centro del corazón de este pueblo, si no acabamos de doblar sinceramente las rodillas al nombre de Jesús, seguiremos siendo presos del miedo, de la manipulación y de la mentira. El amor de María y la centralidad de Dios en su vida, la hacen vivir libre y la hacen ser su sierva.

María es nuestro consuelo, nuestro camino hacia Jesús. En María se hacen realidad las palabras amor, caridad y perdón. En María tenemos el compromiso de trabajar por la unión de todos los cubanos más allá de egoísmos, odios y rencores. Con ella enarbolamos las banderas del amor y del perdón mutuo. En María hemos de sanar el corazón, pues ser sus hijos implica reconocer el significado de la caridad como reflejo de la misericordia de Dios para todos.

Que María de la Caridad del Cobre, Reina y Patrona de Cuba, viva en el corazón de todos los cubanos, y que sea hoy y siempre signo de unidad y de amor para todos aquellos que aún tenemos el valor de llamarnos cristianos.

¡Y tu nombre será nuestro escudo, nuestro amparo tus gracias serán!

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