El escritor español Eduardo Mendoza declaró: “Si tuviera que llevarme un solo libro a una isla desierta, preferiría ahogarme en el naufragio”.
Alguien dijo que, ante tan catastrófica tribulación, le interesaría contar con “agua dulce y un libro titulado Cómo escapar de una isla desierta”.
Y al humildísimo emborrona cuartillas que estas líneas redacta no le duelen prendas a la hora de admitir que sí ha hecho una elección para su estancia en la isla desolada.
El seleccionado es un texto venerable, nacido en el fondo del Mediterráneo, entre las doce tribus de un pueblo entonces insignificante, y en cuya plasmación invirtieron algo más de un milenio las manos de veintenas de autores que, según los creyentes, escribieron inspirados por el Espíritu Santo, como instrumento de revelación.
Y en las páginas de ese, el libro por excelencia, está sencillamente… ¡todo!
A continuación, algunos ejemplos que apuntalan el anterior aserto.
Aunque se halle en una isla desierta, ¿le interesa a usted conocer cómo se pone en marcha un servicio de inteligencia? Pues siga los pasos a Josué, a sus espías y a la ramera Rahab, cuando preparan la toma de la amurallada Jericó.
¿Qué criterios tener en cuenta para llevar una vida higiénica? A lo largo del texto se nos instruye para conservarnos con salud. Desde consejos en cuanto a alimentarnos con verduras hasta información sobre la relevancia de lo psicosomático.
¿Pretende usted enseñorearse de la oratoria, para el día en que finalmente lo rescaten y tenga público oyente? Diríjase a los Evangelios —etimológicamente “las buenas nuevas”— para aprender de Jesús altos vuelos del lenguaje oral, tal y como Él lo hace en el Sermón del Monte.
¿Pedía usted normas que seguir, direcciones que enrumbar para no moverse desnortado en este tránsito por la aperreada vida? Pues ahí está el rey-sabio, con sus sensatos proverbios. Él nos pone en guardia contra la mujer peleona, pues resulta mejor vivir en el desierto que en lujosa mansión junto a tan ingrata compañía. Nos advierte que la envidia es carcoma de los huesos. Observa que el hombre cuerdo encubre su saber, mas el necio publica su tontería. Profetiza que caerá el pueblo donde no se disfrute de una dirección sabia. Anota que el indolente ni siquiera asará lo que ha cazado, y que la diligencia es haber precioso en el hombre. Maldice al que se alegra de la calamidad ajena, quien no quedará sin castigo. Proclama que el hombre que tiene amigos ha de ser amigo, pues amigo hay más unido que un hermano. Expresa que comer mucha miel no es bueno, ni el buscar la propia gloria es gloria. Denuncia a los que no duermen si no han hecho el mal, esos que comen pan de maldad y beben vino de rapiña. Y, por último, Salomón nos recuerda que el sabio descansa confiado, como un león.
Mientras se espera la aparición de la nave que haga posible el rescate, ¿no sería provechoso invertir las horas muertas en la búsqueda de un paradigma que seguir, un arquetipo digno de ser imitado, el modelo ideal que inspire acciones elevadas? Pues ahí tenemos al pastorcillo —tremenda lección de democracia— que se convierte en rey. Sí, David: guerrero, poeta, músico, bailarín, actor. El personaje por cuyo atractivo a Michelangelo Buonarroti no le quedó más remedio que sacar un portento de un tosco bloque de mármol.
Pero, ¿acaso en los días de aislamiento isleño suspira uno por la lectura de buena poesía amatoria? Pues al alcance de la mano la tenemos: el mismísimo rey-autor que citábamos tiene allí el poema insuperado en el género, el cantar entre todos los cantares: “Cuán hermosos son tus pies en las sandalias, oh, hija de príncipe…”. Sí, la esposa que tiene leche y miel debajo de su lengua, esa amada para la cual él es un manojito de mirra que reposa entre sus pechos, su compañía en un lecho de flores, la hembra colosal que le parece imponente como ejércitos en orden.
Por todo esto —y por otras razones que me callo— yo, hombre sin religión, tras el naufragio, a la arrinconada ínsula quiero llevarme La Biblia, el libro que marcó mi vida.
Textos bíblicos más consultados: Proverbios; Cantar de los cantares; Mateo 5; Josué 2,23; 6,25; Hebreos 11.21; Daniel 1,8; Eclesiastés 11,10. Sobre el rey David: 1 y 2 de Samuel, 1 de Reyes y 1 de Crónicas.
Se el primero en comentar