V Domingo del Tiempo Ordinario

Por: p. José Miguel González

Palabra de Hoy
Palabra de Hoy

7 de febrero de 2021

Alaben al Señor, que sana los corazones destrozados.

Dice san Pablo a los Corintios: “¡Ay de mí si no anuncio el Evangelio!”.

Los discípulos le dijeron a Jesús: “Todo el mundo te busca”.

 

Lecturas

 

Primera Lectura

Lectura del libro de Job 7, 1-4. 6-7

Job habló diciendo:
“¿No es acaso milicia la vida del hombre sobre la tierra, y sus días como los de un jornalero?; como el esclavo, suspira por la sombra; como el jornalero, aguarda su salario.
Mi herencia han sido meses baldíos, me han asignado noches de fatiga.
Al acostarme pienso: ‘¿Cuándo me levantaré?’
Se me hace eterna la noche y me harto de dar vueltas hasta el alba.
Corren mis días más que la lanzadera, se van consumiendo faltos de esperanza.
Recuerda que mi vida es un soplo, que mis ojos no verán más la dicha”.

 

Salmo

Sal 146, 1-2. 3-4. 5-6

  1. Alaben al Señor, que sana los corazones destrozados.

Alaben al Señor, que la música es buena; nuestro Dios merece una alabanza armoniosa.
El Señor reconstruye Jerusalén, reúne a los deportados de Israel. R/.

Él sana los corazones destrozados, venda sus heridas.
Cuenta el número de las estrellas, a cada una la llama por su nombre. R/.

Nuestro Señor es grande y poderoso, su sabiduría no tiene medida.
El Señor sostiene a los humildes, humilla hasta el polvo a los malvados. R/

 

Segunda Lectura

Lectura de la primera carta de san Pablo a los Corintios 9, 16-19. 22-23

Hermanos:
El hecho de predicar no es para mí motivo de orgullo.
No tengo más remedio y, ¡ay de mí si no anuncio el Evangelio!
Si yo lo hiciera por mi propio gusto, eso mismo sería mi paga.
Pero, si lo hago a pesar mío, es que me han encargado este oficio.
Entonces, ¿cuál es la paga? Precisamente dar a conocer el Evangelio, anunciándolo de balde, sin usar el derecho que me da la predicación del Evangelio.
Porque, siendo libre como soy, me he hecho esclavo de todos para ganar a los más posibles. Me he hecho débil con los débiles, para ganar a los débiles; me he hecho todo para todos, para ganar, sea como sea, a algunos.
Y todo lo hago por causa del Evangelio, para participar yo también de sus bienes.

 

Evangelio

Lectura del santo evangelio según san Marcos 1, 29-39

En aquel tiempo, al salir Jesús de la sinagoga, fue con Santiago y Juan a la casa de Simón y Andrés. La suegra de Simón estaba en cama con fiebre, e inmediatamente le hablaron de ella. Él se acercó, la cogió de la mano y la levantó. Se le pasó la fiebre y se puso a servirles.
Al anochecer, cuando se puso el sol, le llevaron todos los enfermos y endemoniados. La población entera se agolpaba a la puerta. Curó a muchos enfermos de diversos males y expulsó muchos demonios; y como los demonios lo conocían, no les permitía hablar.
Se levantó de madrugada, cuando todavía estaba muy oscuro, se marchó a un lugar solitario y allí se puso a orar. Simón y sus compañeros fueron en su busca y, al encontrarlo, le dijeron:
“Todo el mundo te busca”.
Él les responde:
“Vámonos a otra parte, a las aldeas cercanas, para predicar también allí; que para eso he salido”.
Así recorrió toda Galilea, predicando en sus sinagogas y expulsando los demonios.

 

Comentario

 

La Palabra de Dios de hoy comienza hablándonos de Job. El corazón de Job era un corazón destrozado. Su historia nos revela que era un hombre bueno y piadoso, cumplidor de los mandatos de Dios y bendecido por Él con la abundancia. Su vida era feliz y tranquila, como la de alguien satisfecho consigo mismo, con sus logros y proyectos, hasta que le llegó la hora de la prueba, y consigo la desolación, el descarrilamiento de sus planes, el fracaso de sus proyectos. Todo se derrumbó y se destrozó, también su pobre y humilde corazón. Y Job parece perder el sentido de la vida porque no sabe qué rumbo ha de tomar su existencia. Siente que sus días pasan como un soplo sin esperanza ninguna de volver a ser feliz.

Realmente vale la pena leer y meditar todo el libro de Job, un libro del Antiguo Testamento que pertenece a los llamados Sapienciales, y que refleja en clave existencial la vivencia de la fe en Dios de alguien que sufre, que no entiende y que no ve compensada su entrega a Dios en esta vida con paz y felicidad. Todos recordamos esa frase típica de Job – el Señor me lo dio, el Señor me lo quitó, bendito sea el Señor– como síntesis de su vida. Pero la aceptación de la privación, del sufrimiento y del dolor no fue nada fácil para él. La dureza de la vida le obligó a replantearse su imagen de Dios y su relación con Él.

Ciertamente la figura de Job y su experiencia vital nos plantea el cuestionamiento ante Dios del sufrimiento, del dolor, de todo aquello que consideramos malo en el mundo. La pregunta sobre “el por qué” se extiende a tantas experiencias y vivencias negativas propias o ajenas… Si Dios es bueno, por qué sucede esto o aquello, por qué tengo que pasar por este trance, por qué he de sufrir esta enfermedad, por qué me mintieron o traicionaron, por qué… para qué… hasta cuándo… Preguntas todas sin respuesta que nos atormentan, incluso pueden llevarnos a la duda y a la pérdida de la fe, si no en Dios, quizás sí en la Iglesia, o al menos en instituciones o personas de quien en principio no dudábamos y esperábamos solidez y fiabilidad.

Job somos cada uno de nosotros cuando no acertamos a ver el sentido de lo que nos rodea, cuando parece que Dios ha desaparecido, cuando la vida se hace noche oscura, cuando caminamos sin ver el final del túnel. Queremos y no podemos, buscamos y no encontramos, oramos y no hallamos respuesta.

Sin embargo, el Job que hay en cada uno de nosotros se ha de encontrar, más pronto o más tarde, con Cristo. El evangelio de hoy nos presenta a Jesús en Cafarnaúm, saliendo de la sinagoga, como alguien cercano que comparte la vida cotidiana de sus discípulos, alguien con poder sobre el mal, sobre la enfermedad y el dolor, que ha venido a sanar los corazones destrozados y a curar cualquier tipo de enfermedad y dolencia. Va a casa de Pedro y cura a su suegra. Al atardecer se agolpan los enfermos y endemoniados y Él les cura y les libera de sus males. Todos le buscan porque han encontrado en Él a alguien que les ayuda a recuperar el sentido y el rumbo en sus vidas.

Verdaderamente Jesús aparece como el taumaturgo, el médico que sana por dentro y por fuera, sin pedir nada a cambio. Sorprende a sus discípulos levantándose temprano para orar porque, para ejercer su misión, necesita la fuerza del Espíritu que viene del Padre. Y es el mismo Espíritu quien le impulsa a no dejarse atrapar por unos pocos, a recorrer toda Galilea curando y expulsando demonios porque para eso ha salido del Padre, ha entrado en la historia de la humanidad, para hacer llegar a todos la Buena Noticia: que Dios nos ama y nos perdona siempre. Le buscaban, le buscamos, consciente o inconscientemente, pero Él también nos busca, sale a nuestro encuentro.

Ciertamente el Job que habita en cada uno de nosotros necesita dejarse iluminar y curar por Cristo en todos los cuestionamientos, sufrimientos, dolores y males. El resultado de este encuentro es que el Job paciente y sufriente se convierte en el Pablo vibrante y lleno de luz, que grita: “Ay de mí si no anuncio el Evangelio”. Cristo puede cambiar nuestro corazón destrozado en un corazón nuevo y esperanzado. ¿De qué evangelio hablaba Pablo? De la Buena Noticia que él mismo había experimentado en su propia vida al encontrarse con Cristo. Su misión será, a partir de ese momento, anunciar a Cristo y lo que Cristo ha obrado en él. El evangelizado se convierte en evangelizador, el curado y sanado por Cristo comienza su misión como testigo de la salvación que Cristo ha traído para todos. De manera que Pablo llegará a decir: “Ya no soy yo, es Cristo el que vive en mí”. Por eso es capaz de hacerse esclavo con los esclavos y débil con los débiles, todo para todos, para ganar, sea como sea, a algunos para Cristo.

En el mundo de hoy, en nuestras sociedades, hay muchos Job que necesitan encontrarse con Cristo; la pandemia que estamos sufriendo, las desigualdades sociales, las guerras olvidadas, las violencias escondidas, los sistemas opresores que suprimen la libertad siguen engendrando muchos Job que siguen gritando: ¡por qué, Señor! ¡Hasta cuándo, Señor! Es la Iglesia, como imagen y presencia de Cristo vivo, la que tiene que salir en su busca para poner luz en sus oscuridades, curar sus enfermedades, atender sus necesidades; somos nosotros, cada uno de los cristianos bautizados, los que, como Pablo, tenemos la misión difícil pero inexcusable de evangelizar, esto es, de ser testigos y presencia viva de Cristo sufriente y paciente que quiere seguir compartiendo el sufrimiento y el dolor de toda la humanidad, iluminándolo desde la esperanza cristiana y transformándolo en vida nueva, esto es, haciendo visible y tangible su Evangelio.

Tantas veces, sin dejar de sentir la angustia y el dolor como Job, tendremos que anunciar el amor y la misericordia de Dios como Pablo. ¡Ay de nosotros si no evangelizamos!

 

Oración

 

Hijo, si emprendes en serio el camino de Dios, prepara tu alma para las pruebas que vendrán; siéntate pacientemente ante el umbral de su puerta, aceptando con paz los silencios, ausencias y tardanzas, a las que Él quiera someterte, porque es en el crisol del fuego donde se purifica el oro.

Señor Jesús, desde que pasaste por este mundo, teniendo la paciencia como vestidura y distintivo, es ella la reina de las virtudes y la perla más preciosa de tu corona.

Dame la gracia de aceptar con paz la esencial gratuidad de Dios, el camino desconcertante de la Gracia y las emergencias imprevisibles de la naturaleza.

Acepto con paz la marcha lenta y zigzagueante de la oración y el hecho de que el camino para la santidad sea tan largo y difícil.

Acepto con paz las contrariedades de la vida y las incomprensiones de mis hermanos, las enfermedades y la misma muerte, y la ley de la insignificancia humana, es decir: que, después de mi muerte, todo seguirá igual como si nada hubiese sucedido.

Acepto con paz el hecho de querer tanto y poder tan poco, y que, con grandes esfuerzos, he de conseguir pequeños resultados.

Acepto con paz la ley del pecado, esto es: hago lo que no quiero y dejo de hacer aquello que me gustaría hacer. Dejo con paz en tus manos lo que debiera haber sido y no fui, lo que debiera haber hecho y no lo hice.

Acepto con paz toda impotencia humana que me circunda y me limita. Acepto con paz las leyes de la precariedad y de la transitoriedad, la ley de la mediocridad y del fracaso, la ley de la soledad y de la muerte.

A cambio de toda esta entrega, dame la Paz, Señor. Amén

(P. Ignacio Larrañaga)

Se el primero en comentar

Deje un comentario

Tu dirección de correo no será publicada.


*