Alocución Jueves Santo

Por: S.E.R. cardenal Juan de la Caridad García

Damos gracias a todos por los que hacen posible esta emisión, hoy jueves 1ro. de abril, día en que la Iglesia celebra la institución de la Eucaristía.

San Pablo, en la primera carta a los corintios, capítulos 11 versículos 23 al 26, nos narra lo sucedido:

(EVANGELIO)

(CANTO)

Porque Jesús está en el Sagrario presente en la especie de pan, nosotros podemos hablarle como le hablaban las gentes de su tiempo en Palestina, y lo vamos a hacer con las mismas palabras que sus oídos de carne escucharon entonces. Avivemos nuestra fe en la presencia de Jesús sacramentado y repitamos las palabras del apóstol santo Tomás:

VOZ: “Señor Dios mío y Dios mío”.

Confesemos la divinidad de Jesucristo con las palabras de san Pedro en Cesarea de Filipo:

VOZ: “Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios vivo”.

Digámosle con Natanael:

VOZ: “Tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel”.

Respondamos como Marta la hermana de Lázaro cuando Jesús le dijo: “Yo soy la resurrección y la vida, el que cree en mí aunque hubiera muerto, vivirá, y todo el que vive y cree en mí no morirá eternamente. ¿Crees esto?

VOZ: “Sí, Señor. Yo creo que tú eres el Cristo. El Hijo del Dios vivo que ha venido a este mundo”.

Pero digamos también humildemente con los apóstoles:

VOZ: “Señor, aumenta nuestra fe”

O con el padre del lunático.

VOZ: “CREO Señor, pero ayuda tú mi incredulidad”.

Aclamemos a Jesús sacramentado como los ángeles a Dios hecho Hombre en la noche de Navidad.

VOZ: “Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres que ama el Señor”.

Como la buena mujer de la multitud:

VOZ: “Dichoso el vientre que te llevó y los pechos que te alimentaron”.

O como las gentes sencillas por las calles de Jerusalén el Domingo de Ramos:

VOZ: “Hosanna al Hijo de David. Bendito el que viene en nombre del Señor. Hosanna en las alturas”.

Proclamemos nuestra dicha al saber que lo tenemos con nosotros:

VOZ: “Dichosos los ojos que ven lo que notros vemos, y los oídos que oyen lo que nosotros oímos, porque muchos patriarcas y profetas quisieron verlo y no lo vieron, quisieron oírlo y no lo oyeron”.

Reconozcamos que no lo merecemos diciéndole humildemente con el centurión:

VOZ: “Señor, no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme”.

Y al sentirnos privilegiados con la fe y la participación de la Eucaristía, digámosle con san Pedro en el Monte Tabor:

VOZ: “Señor, qué bien estamos aquí”.

Y forcémosle a que no se vaya rogándole con los discípulos de Emaús:

VOZ: “Quédate con nosotros, Señor, que anochece”.

Acuérdate Señor que nos dijiste: “pidan y recibirán, busquen y encontrarán, llamen y se les abrirá”. Hoy te pedimos Señor, con la fe y las palabras de todos los necesitados del Evangelio, por todas nuestras necesidades espirituales y materiales.

VOZ: “Jesús, Hijo de David, ten compasión de nosotros”.

Todos estamos manchados, por eso te pedimos con el leproso:

VOZ: “Señor, si tú quieres puedes limpiarme”.

Todos andamos a tientas para ver tu verdad. Por ello, como los ciegos del Evangelio, te rogamos:

VOZ: “Señor, que se abran nuestros ojos y veamos”.

A menudo nos cuesta trabajo entender tu enseñanza de renuncia y sacrificio. Te pedimos entonces con los Apóstoles:

VOZ: “Explícanos, Señor, esta parábola”.

Conocemos a muchos enfermos de cuerpo y alma, y pensando en ellos, como Marta y María, refiriéndonos a Lázaro te recordamos:

VOZ: “Señor, el que te ama está enfermo”.

Necesitamos  el alimento espiritual que eres tú mismo. Instruidos por tu palabra, te pedimos como las multitudes de Cafarnaúm, pero con mayor conocimiento de causa:

VOZ: “Señor, danos siempre ese pan”.

O como la samaritana junto al pozo de Jacob:

VOZ: “Señor, danos siempre de esa agua para que no volvamos a tener sed”.

Y porque no sabemos lo demás que deberíamos pedir, te decimos:

VOZ: “Enséñanos a orar”.

(ORACIÓN DEL PADRENUESTRO)

(CANTO)

El apóstol San Juan en  su evangelio capítulo 13 versículos 1 al 15 nos narra lo que sucedió y que los apóstoles no esperaban.

(EVANGELIO)

Dos hermanos vivieron plenamente lo que Jesús mandó a hacer.

Hace mucho tiempo había un anciano que tenía dos hijos y le llegó el tiempo de morir. Llamó a sus dos hijos y les dijo que les iba a repartir el campo. Al hijo mayor, que había estado con él más tiempo y que le conocía mejor, le dio la parte del campo más difícil, porque estaba seguro de que sabría cómo cultivarla. Al más joven le dio la parte más baja del campo, la mejor, porque no había estado con el padre tanto tiempo como el otro y no sabía tan bien como él de qué modo cultivar la tierra. Y les dijo que recordaran siempre que eran sus hijos y ellos siempre hermanos. Poco después el anciano murió y los dos hijos se hicieron cargo de su parte de tierra y empezaron sus trabajos. Pasó el tiempo y los hermanos no se veían apenas, tan entregados estaban los dos a sus ocupaciones. Un día el hermano mayor estaba contando las gavillas de trigo en su granero y se preguntaba cómo le iría a su hermano menor. Pensó, he tenido una buena cosecha, voy a llevarle algunos haces de espiga  esta noche, se los dejaré en su granero sin que se entere. Contó doce gavillas de trigo, salió a la oscuridad de la noche y se las dejó en secreto a su hermano. Mientras tanto el hermano menor estaba pensando también acerca de su hermano mayor. Heredó la tierra más pobre, mi cosecha ha sido especialmente buena este año. Creo que voy a recoger unas gavillas para él y se las voy a dejar en su granero. Contó doce gavillas, salió a la oscuridad de la noche y se las dejó en el granero. Los dos hermanos se fueron a la cama sintiéndose muy felices. A la mañana siguiente los dos estaban en sus graneros, y contando las gavillas se preguntaron cómo habiendo dado doce gavillas al otro hermano parecía que seguían teniéndolas. Los dos decidieron repetir la operación, y así aquella noche contaron otras doce gavillas y a ese regalo añadieron los dos una jarra llena de aceitunas. Se cruzaron en la oscuridad sin verse y lo dejaron todo en el granero del otro. De nuevo, la tercera mañana contaron las gavillas y vieron que seguían teniendo el mismo número, así como también la misma jarra con aceitunas. Aquella noche cada uno cogió su burro, puso encima un odre de vino y salió camino del granero del otro. Pero en el cielo brillaba ese día una espléndida luna llena como la de hoy. Se encontraron en medio del camino, en el límite de sus tierras. Cuando se dieron cuenta de lo que estaban haciendo el uno por el otro se abrazaron y lloraron de emoción, recordando a su papá y alabando a Dios.

Es una vieja historia, pero la podemos hacer presente hoy en nuestra casa, en nuestra familia, en nuestro barrio, en nuestro trabajo. Qué felicidad multiplicada en el cielo para nuestros padres difuntos quienes enseñaron a tratarnos como hermanos. Qué gozo el de Jesucristo al ver que estos dos hermanos se han lavado los pies. Qué gozo y felicidad para la Virgen María saber que hay hijos suyos que se aman con un amor extraordinario.

Esta noche, esta Semana Santa, comparte con tus hermanos, ayuda a tus hermanos y sentirá una gran felicidad que verás después multiplicada en el cielo.

(CANTO)

Como hacemos en la exposición eucarística alabamos a Jesucristo. Bendito sea Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre. Recemos todos:

VOZ: “Bendito sea Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre”.

Bendita sea su preciosísima sangre.

VOZ: “Bendita sea su preciosísima sangre”.

Bendito sea Jesús en el santísimo sacramento del altar.

VOZ: “Bendito sea Jesús en el santísimo sacramento del altar”.

Bendito sea Jesús, alimento espiritual de nuestras almas.

VOZ: “Bendito sea Jesús, alimento espiritual de nuestras almas”.

Bendito sea Jesús medicina contra el pecado y el mal.

VOZ: “Bendito sea Jesús, medicina contra el pecado y el mal”.

Bendito sea Jesús, fortaleza para nuestra misión de amar.

VOZ: “Bendito sea Jesús, fortaleza para nuestra misión de amar”.

Bendito sea Jesús, paz en el sufrimiento.

VOZ: “Bendito sea Jesús, paz en el sufrimiento”.

Bendito sea Jesús con común-unión con Dios Padre.

(VOZ): “Bendito sea Jesús con común-unión con Dios Padre”.

Bendito sea Jesús con común-unión con los familiares y amigos.

(VOZ): “Bendito sea Jesús con común-unión con los familiares y amigos”.

Bendito sea Jesús, fuente de común-unión con los enemigos.

(VOZ): “Bendito sea Jesús, fuente de común-unión con los enemigos”.

Bendito sea Jesús, verdad de Dios, de la iglesia y de la dignidad humana.

(VOZ): “Bendito sea Jesús, Verdad de Dios, de la iglesia y de la dignidad humana”.

Bendito sea Jesús, camino hacia la casa del cielo.

(VOZ): “Bendito sea Jesús, camino hacia la casa del cielo”.

En este momento nos preparamos para hacer la comunión espiritual.

(CANTO)

Y la bendición de Dios todopoderoso Padre, Hijo y Espíritu Santo, descienda sobre todos los hermanos y permanezca para siempre. Amén.

(CANTO)

A continuación ofrecemos íntegramente la alocución del Arzobispo de La Habana, cardenal Juan de la Caridad García

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