Un pensar que barra la casa o la filosofía de La Habana

por Teresa Díaz Canals

La habana
La habana

A Tony, que también espera…

“No se pueden hacer monumentos
más que en un mundo de jardineros…
Hoy la conmemoración es desigual
y vacía. Pero, ¡por la Madre de Dios!,
quién ha visto conmemorar o recordar,
vaciando su revólver”.
José Lezama Lima
Sucesiva o las coordenadas habaneras

Una vez le preguntaron a José Lezama Lima –el poeta que amó su ciudad de manera muy intensa– qué tiempo había necesitado para escribir su último libro. El autor de Paradiso respondió: “la edad que tengo”. Ojalá la celebración de este próximo aniversario de la fundación de la capital cubana hubiera contado, no con la preparación de un año o un poco más, sino con más de sesenta. Con certeza pienso, que esta sabia gestación y un plan eficaz de mantenimiento, hubieran evitado el derrumbe de muchos edificios y casas que hoy no son más que ruinas, ellas hablan de la muerte de parte de nuestra urbe, que no solo está representada por lo que se ve por aquellos que la visitan, es decir, por los turistas asombrados, quienes se rinden ante la belleza de lo recuperado. Esto, lógicamente, es digno de elogio, pero La Habana no es solo el casco histórico; ella es también este espacio que nos hace padecer; es la basura amontonada en sus esquinas, el alcantarillado tupido, las paredes despintadas, los cabos de cigarros tirados dondequiera con mucha naturalidad, porque no existe un mecanismo de educación, de orden, de limpieza adecuada; es la muerte representada en túneles; es la violencia desbordada en música estridente, en charanga bullanguera; es el pregonero que ya no vende el durofrío de la infancia, sino aguacates caros e inyectados de químicos; es la nostalgia de la frase: hoy tengo deseos de hacer una natilla.
Este incansable juego de dar razones de los hechos, de “criticar” lo que otros optimistas nombran “maravilla”, es precisamente porque estos episodios de lamento, llevan encajados dentro de sí los hechos del amor, de un amor del espacio en que naciste sometido a juicio y a explicación, porque este lugar semejante a una ciudad recién salida de la guerra, merece justicia verdadera, exige cuidado, delicadeza, limpieza.
En los aterradores años noventa del pasado siglo, que hoy amenazan por reeditarse en toda su crudeza, en una guagua, ante un comentario mío que consideré de claridad, alguien me gritó: “¡si no le gusta, lárguese del país!”. “¿Y por qué me tengo que ir? –le contesté– yo nací en esta ciudad, los que se tienen que ir son los que han hundido al país, los que cada día hacen de él un lugar imposible. Me da la gana de hablar”. Esa repulsa y condena de un desconocido me hizo aludir a esa profunda frase de Juan Clemente Zenea en sus versos: “Porque quise / porque quiero. / Porque me ha dado la gana”. Poeta juzgado por dos bandos contrarios, después tuve el honor por unos instantes de tocar sus espejuelos, esos que cayeron con sangre en el suelo cuando lo fusilaron, en ese momento pensé en las palabras de san Pablo: “cuando me siento más débil, es que soy fuerte”.
Hoy ya no replico pública y directamente, cuando escucho a los que inventan otra realidad extraída de la ventaja de sus cargos y jerarquías, de esos que pronuncian arengas vanas con tal de aprovechar las ventajas que proporcionan sus mentiras, solo sonrío. Evoco esa vida que apareció posible algún día y real por un momento y que se transformó en larva, porque esos proyectos de prosperidad fracasaron al no otorgarle a la ciudad la importancia que tiene, porque no observo horizontes en los futuros propósitos, aunque no perderé, hasta el último momento, la esperanza del renacimiento, de la renovación urbana y moral verdadera. En definitiva, esta es la filosofía de La Habana, la de la espera, somos suelo y escenario, sus fidelidades están todavía en pie. Hemos aprendido que también en las ruinas, la actualidad se agita. “La sonrisa es lo más delicado de la expresión humana”,1 por ello prefiero ahora sonreír que discutir, tal como Cristo cuando fue interrogado por Pilatos: “¿qué es la verdad?”; y calló y… sonrió.
Disfrutemos ese amanecer habanero, esa luz matinal y la de sus crepúsculos que constituyen su juego de luces, sería la respuesta a los cariños de la mano que todavía alcanza nuestra ciudad.

Nota
1 María Zambrano: “El payaso y la filosofía”, en Islas, Madrid, Editorial Verbum S.L., 2007, p. 170.

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