La Habana es un cementerio de cines

Al poeta y amigo Juan Carlos Flores, quien me sugirió el tema.

En 1959 se crea el ICAIC y el cine, por primera vez, comenzó a llegar a sitios nunca antes sospechados. Las imagen de fondo muestra el edificio donde se encuentran el Cine de Arte Chaplín y la sede del ICAIC. En primer plano: un fotograma del antológico documental Por primera vez, de Octavio Cortázar.

Regla, la medida de muchas cosas

Todo cambia. Nosotros, los de antes, ya no somos los mismos. Esta dinámica de la naturaleza que provoca transformaciones en los seres existentes en el tiempo es un hecho razonable; pero que le cambien voluntariamente la faz a un pueblo es un puñetazo al corazón de su gente.
Hace algunos días anduve por Regla, donde ya casi nada se parece a los tiempos en que estudié en una de sus secundarias. Al parque de la calle Martí le llevaron sus laureles y le quitaron la estructura que lo hacía más agradable y singular. Perdió su encanto. Hoy es uno de los parques más espantosos que he visto, y tan raro a mi experiencia que, a pesar de yo permanecer sentado en uno de sus bancos, no pude evocar en él aquellos días juveniles que veinte años atrás cualquier rincón de Regla todavía era capaz de hacerme rememorar.
Destruir un parque para hacer otro peor, talar injustificadamente los árboles que siempre acompañaron a una avenida, modificar edificios o pulverizarlos en virtud de sinrazones que obedecen a tozudas voluntades y burdas sensibilidades… es como desmembrar un cuerpo, extirpar un pedazo de identidad.
Es penoso que estas cosas sucedan sin que nadie pueda evitarlas; y así agonizan el Teatro Musical y el Martí, el Conny Island, y tantos sitios que permanecen en estado de abandono o ya no son. La voluntad de conservar y de restituir históricamente casi sólo está allí donde pasa el bolsillo del turista.

Pero esto pudiera ser otra historia

Al pasar por la esquina de las calles Martí y Agramonte, en mis andanzas por Regla, tuve la impresión de que hubiera caído una bomba: al cine Céspedes ya no le quedan techo ni paredes… Está totalmente destruido. Y este no es el único caso. La Habana, hoy, es un cementerio de cines.

La revolución del cine en la Revolución

En 1959 por Ley No. 169 se creó el Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC) cuyo presidente fue Alfredo Guevara. Guevara había estudiado Filosofía y Letras y hecho estudios de apreciación cinematográfica en la Universidad de La Habana. Como presidente del ICAIC elaboró el diseño cultural, organizativo y técnico para el desarrollo de la nueva cinematografía cubana. Ha sido, desde entonces hasta nuestros días, una persona indispensable en la historia del cine cubano y del nuevo cine latinoamericano y caribeño.
El cine cubano que encontró la Revolución era una imitación no precisamente de lo mejor del cine internacional. El ICAIC estableció nuevas perspectivas estéticas, conceptuales, estructurales y económicas para fomentar el nuevo cine, con lo cual se formarían muchos realizadores y técnicos en la práctica.
Al principio la cinematografía se sirvió de las corrientes del momento, como el neorrealismo. Finalmente se impuso la búsqueda de una identidad propia que se logró con los filmes La muerte de un burócrata (1966) y Memorias del subdesarrollo (1968) de Tomás Gutiérrez Alea, y Lucía (1968) de Humberto Solás.
Durante los diez primeros años de su creación el ICAIC promovió coproducciones con países de Europa occidental como Francia y España dirigidas por realizadores cubanos o extranjeros. Se elevó el número de espectadores y multiplicaron los medios de difusión para el conocimiento popular del cine. Surgieron proyectos de cine-debates, cursillos, programas de televisión y de radio, más la importante labor desempeñada por la Cinemateca de Cuba.
El cine llegó a sitios nunca antes sospechados mediante los cine-móviles, y, como resultado de todo este esfuerzo, se creó no sólo un gusto ampliamente popular por el cine sino también un espectador más analítico, conocedor y exigente de las complejidades del séptimo arte.
En esa misma década fueron presentadas producciones de 15 países, de los que figuraron con más estrenos Estados Unidos con 210 filmes, México con 53 y Francia con 30. En 1970 los estrenos más frecuentes correspondieron a la cinematografía de los países del campo socialista (URSS, Hungría, Polonia con 53), seguidos por Japón con 23, Francia con 14 y España con 10. En 1980 las estadísticas reflejan esta situación más diversa, pues se incrementa la participación de películas de Inglaterra, Italia, Francia y Estados Unidos para un total de 46, superadas, naturalmente, por un gran número de filmes del campo socialista con 61. En el año 90 la mayor parte de los estrenos (que ya no eran tantos como en años anteriores y serán cada vez menos hasta nuestros días) corresponden a películas estadounidenses que llegan a 21, más 19 del campo socialista y 6 de Cuba.
La asistencia del público a las salas registró su más alto índice en la década de los 70, en cuyo primer año ascendió a 107, 5 millones de espectadores con una frecuencia de 12, 5. Esta cifra empezaría a reducirse hasta el punto de que en 1990 los espectadores descendieron a 46, 9 millones con una frecuencia de 1, 8. Se considera que este comportamiento fue similar al resto del mundo, sobre todo a causa del vídeo.
En Cuba, las Empresas Provinciales de Exhibición, a través de sus Direcciones Provinciales de Cine, decidieron entonces aplicar una serie de medidas para estimular la asistencia de espectadores a las salas. Algunas de ellas fueron entradas gratuitas para niños que fueran acompañados por adultos, a damas acompañadas por caballeros, y un 50 por ciento de rebaja de la entrada a los mayores de 60 años. Sin embargo nada de ello pudo elevar el número de espectadores como en otros años.
Es un hecho incuestionable que la cinematografía cubana de la Revolución se enalteció como nunca antes fue posible, creando –al mismo paso de su evolución– una cultura del cine en la población. Esta voluntad llegó a establecer importantes instituciones en el país, como la Sección de Cine, Radio y Televisión en la UNEAC en 1977, la Escuela Internacional de Cine y Televisión en San Antonio de los Baños en diciembre de 1987, y la Facultad de Radio, Cine y Televisión del Instituto Superior de Arte en 1989.
En 1979 se realizó en La Habana el primer Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano que, a partir de entonces, todos los años ofrece las posibilidades de conocer la cinematografía de América Latina y el Caribe, y buenas muestras cinematográficas de otras regiones del mundo.
Detrás de este auténtico éxito están la voluntad, la pasión, entereza y osadía de personas dignas de una alta consideración ética y profesional, que han vivido para y por el cine en tiempos favorables o adversos, según hayansoplado los vientos; cuyas personas son tantas que no es posible mencionar en este trabajo por razones de espacio.
Nuestra cinematografía no pudo evitar las inclemencias del período especial, entre cuyas medidas estuvieron el cierre de salas, restricciones del tiempo de las funciones en días y horas, menos estrenos del cine mundial, menos producciones nacionales… Sin embargo, el ICAIC hizo lo imposible para seguir ofreciendo sus ciclos cinematográficos en la Cinemateca, sin dejar de exhibirle a ese público amante del género que la institución había formado. Es un hecho sorprendente el que, en aquellos tiempos en que declinaron tantas cosas, surgiera un filme de tan buena factura como Fresa y Chocolate, cuyo abrazo final de los protagonistas constituye uno de los momentos más humanos y éticamente aleccionadores del cine cubano.
En marzo de 2002 se inauguró el Proyecto 23, una respuesta del ICAIC ante la crisis cinematográfica que afecta al país. El Proyecto, que comprende la difusión de filmes en 35 milímetros, en formato VHS, DVD y DVCAM, ha venido ofreciendo lo mejor de la cinematografía mundial. Este Proyecto, además, mantiene la conservación de los cines que comprende (La Rampa, el Yara, el Riviera, el Chaplin, 23 y 12 y el Centro Cultural del ICAIC); aunque tiene el inconveniente de que solo beneficia a los cines de la calle 23, es un ejemplo de lo que pudiera hacerse con voluntad y pasión, a pesar de los pocos recursos.

Las salas de cine no tuvieron la misma suerte

Pero no todo fue color de rosa. Si bien puede hablarse de una revolución de la cinematografía cubana y de la formación no sólo de un profesional del cine sino también de un espectador capaz de conocer y juzgar lo mejor del género mundialmente, también hay que decir que las salas de cine no corrieron la misma suerte.
La Ley 169 de 1959, que creó al ICAIC es una legislación muy bien concebida, y ha sido aplicada tal como establece su letra y su espíritu. Sin embargo, no hay un solo término en su cuerpo jurídico que aluda a ese aspecto tan importante del cine como es el espacio donde la producción se consuma plenamente: la sala oscura en que se encuentra el destinatario de la obra de arte. Todo cuanto establece se refiere a la industria cinematográfica, la distribución y exhibición de sus producciones, pero no atañe a los cines a pesar de que desde entonces y durante casi diecisiete años ellos pertenecieron a este organismo.

Desde los primeros momentos en que se mostró el cinematógrafo en La Habana, los teatros y algunos locales especialmente habilitados sirvieron para hacer funciones de cine; pero no pasó mucho tiempo sin que aparecieran los primeros. En la primera década de la República ya los había, pues la industria cinematográfica se convertiría en una empresa cada vez más ambiciosa. Las primeras distribuidoras de películas aparecieron en 1905: Chas Prada y Santos y Artigas, y en 1908 ya se contaban siete. En 1910 existían en el país aproximadamente 200 salas de 35 milímetros, con una capacidad de 70 mil asientos más o menos. Diez años después había 350 salas para una capacidad de 135 mil espectadores.
En 1940 las salas habían disminuido de 500 existentes a 373, pero el índice de espectadores aumentó a 214 200. La disminución se debía a que muchos de los cines eran locales ya inapropiados, toda vez que el desarrollo del género, y las exigencias del público, requerían mejores condiciones para disfrutarlo.
Si se observan los valiosos Anuarios de cine cubano puede constatarse una diversidad de propietarios de salas, algunos de ellos muy empeñados en hacerlas prosperar cada vez más. Es comprensible que así fuera, pues el espectador merecía un entorno idóneo. Las salas se diversificaron en categorías de acuerdo con sus dimensiones, su confort, la localidad en que se encontraban y la calidad de sus proyecciones.
En 1945 nuestra capital figuraba entre las primeras de América con más cines. En La Habana había 109, más que Washington (64) y México (97); La Habana sólo era superada por la capital de Argentina (192) y Brasil (124). Por entonces las mayores salas de nuestra ciudad eran Blanquita (6 mil 730 asientos), Radio Cine (2 mil 600) y Astral (2 mil 400).
En la década del 40-50 los empresarios acrecentaron la construcción de cines en toda la Isla, lo que influyó en el aumento de la cifra de espectadores en más de diez millones. Este ascenso de las capacidades incrementó las ganancias para las distribuidoras. Es verdad que las distribuidoras ganaban mucho dinero, pero no es menos cierto que el público podía pagar, pues tenía opciones de cines y precios. De hecho se sabe que el cubano gastaba el 0,7 por ciento del ingreso nacional en el cine.
En 1950 existían 521 cines en el territorio que ofrecían más de 361 mil 900 capacidades. De ellos más de 140 sobrepasaban los mil asientos, y se calcula que el número de espectadores era de 57, 2 millones. La recaudación, la más alta que se registró en la República, se estima que fue de 16 millones 440 mil, superada a partir de todos los años siguientes hasta 1990.
Por esta época numerosos empresarios crearon circuitos con tres o más cines. En 1958 había 30 de ellos que agrupaban 170 salas con una capacidad de 167 mil 81 asientos. El cine se había convertido en una considerable fuente de trabajo con alrededor de 8 mil trabajadores que se desempeñaban en diferentes actividades. En la Capital la cifra sobrepasaba los 3 mil 800 empleados con salarios que oscilaban desde el mínimo de 120 pesos hasta 500. Según fuentes oficiales en el sector cinematográfico se pagaba como salario cerca de 12 millones de pesos al año.
En los años 50, La Habana, como París, también era una fiesta, y al mismo tiempo un infierno. Había descontento con Batista, pero su represión coexistía con un curioso panorama artístico rico y diverso. Los programas de participación en la radio y la televisión, el teatro, el circo, los salones de bailes, los clubes sociales, los múltiples espectáculos musicales a la intemperie y otros sitios de reuniones populares como cafeterías y bares… colmaban de opciones a la población, y convertían la noche en día.
El cine estaba en el más esplendoroso de sus momentos en Cuba. Existía una considerable cantidad de salas de estrenos, equipada con el mayor confort y las mejores tecnologías en las cuales se exhibía lo último de la cinematografía europea, norteamericana y de las dos potencias cinematográficas latinoamericanas de aquellos tiempos: Argentina y México, incluso hasta filmes rusos y del resto de Europa del Este. De dicho boom la Iglesia Católica se benefició, pues a través del Centro Católico de Orientación Cinematográfica alquilaba los cines y ofrecía funciones de cine-debate en salas como El Duplex, 23 y 12, Trianón, La Rampa y El Focsa.
Por esta misma época proliferaban los cines de barrio, que eran modestos pero confortables, como los que hubo en la Avenida de Belascoaín, que eran cinco salas muy visitadas.
En 1958 las salas ofrecían capacidad para 396 mil 100 espectadores en Cuba, cuya cifra nunca antes ni después fue superada.
La Revolución no encontraría una auténtica cinematografía cubana, pero sí muchos y buenos cines. No sé si esta situación influyó para que en la Ley que instituyó el ICAIC no se recogiera nada sobre ellos. Lo que está claro es que todos fueron intervenidos y pasaron al Estado, controlados por el ICAIC hasta 1976 en que empezaron a ser administrados por los órganos del Poder Popular. Desde entonces las Empresas Exhibidoras de Películas de cada provincia se transformaron en Direcciones Provinciales de Cine, entre cuyas funciones figura administrar las salas de cine y video. Tal vez la decisión la alentaban muy buenas pretensiones, pero, de hecho, fue un golpe más adverso para los cines. Las estadísticas lo demuestran. En 1952 ofrecían funciones 131 salas de cine en La Habana. Al triunfar la Revolución casi existían 150. En 1980 disminuyeron 22 para un total de 109. Diez años después disminuyeron 28 salas para un total de 81. Pasados sólo tres años, en 1993, dejaron de funcionar 25 y quedaban 56. Hoy día hay 58 cines funcionando en la Capital, de modo que desde 1980 hasta la fecha han dejado de ofrecer servicios 51 de ellos, es decir casi la mitad.
Esto es un acontecimiento verdaderamente alarmante, sobre todo porque la incesante y al parecer inevitable salida de servicio de los cines viene ocurriendo desde hace muchos años; ni siquiera la detuvo la prosperidad económica que hubo durante la segunda mitad de los años 80. Nada tiene que ver tampoco la disminución de espectadores que empezó a experimentarse en esa década, que es una experiencia mundial. Tampoco fue a consecuencia del llevado y traído Período Especial, al que tanta debacle han achacado; pues si bien es cierto que del 90 al 93 dejaron de funcionar 25 cines, del 80 al 90 lo dejaron de hacer 28, es decir más que durante los años cruentos de nuestra crisis económica.
¿Qué ha sucedido o ya no sucede –vaya usted a saber– para que buena parte de nuestros cines ya no funcionen? ¿Seguirán saliendo otros del servicio? ¿Con cuántos nos quedaremos?
Veamos. En Centro Habana dejaron de ofrecer funciones 18, y en 10 de octubre, de 16 que existían en 1980, sólo quedan 8. En los municipios Arroyo, La Lisa y Habana Vieja salieron del servicio 3 cines; y en el Cerro 4. En Guanabacoa y el Cotorro hay sólo uno.
¿Y qué ha pasado con los cines que salieron del servicio público?
Para citar algunos casos, en los cines Esmeralda, Neptuno y Cuba se practica karate. En el Palace hay una casa de vivienda. El Guisa es una tienda. En el Bayamo a veces se vende comestibles. El Jigüe ofrece conciertos de música. En el Reina se dan clases de danza. El Trianón es sede del grupo de teatro dirigido por Carlos Díaz. El Favorito es la sede del Proyecto de la Compañía de Danza Moderna de Narciso Medina. El cine Astral es la sala oficial de reuniones y eventos de la Unión de Jóvenes Comunistas.
Otras salas permanecen cerradas esperando, como el arpa empolvada del poema de Bécquer, por que alguien un día tañe sus cuerdas y devele su melodía…
Aquellos cines de barrio donde veinte años atrás se ofrecían películas interesantes prácticamente han dejado de existir. Considérese, por ejemplo, que Guanabacoa es uno de los municipios más grandes de la capital con 127 kilómetros cuadrados y, de 3 cines que hubo, sólo queda uno; y en Regla… pues ninguno.
El otro lado del problema consiste en los pocos cines que hoy dan funciones. La mayor parte de ellos tienen el aire acondicionado roto, los baños con problemas y butacas inservibles. Por ejemplo el cine Alameda tiene 1141 butacas de las cuales 84 no se aprovechan; el Acapulco 1047 butacas, 54 de las cuales no se aprovechan; el Actualidades 781 butacas, 63 de ellas no se aprovechan; el Águila de Oro 358 butacas, de ellas 30 no se aprovechan; La Rampa 922 butacas, de ellas 25 no se aprovechan… El Cinecito tiene 6 rotas de un total de 136; El Payret más de 30 y el de Guanabo alrededor de 40 inservibles, y esta cifra va en aumento porque se siguen rompiendo por sus años de uso o las maltratan los usuarios.

Las administraciones de los cines nada pueden hacer ante los problemas materiales que les afectan. Hace falta dinero, y las administraciones no lo tienen; dependen del presupuesto que el Gobierno Provincial le asigne a la Dirección Provincial de Cine y luego de las prioridades que ésta establezca en su planificación para resolver el rascacielos de inconvenientes que existen en las salas de los 15 municipios. Naturalmente el presupuesto que se ofrece para las reparaciones de los cines no es significativo si se considera el inventario de dificultades.
Al conversar con empleados y directivos de algunos cines me pareció claro que todos ellos han hecho lo que pueden para mantener sus salas lo mejor posible; pero, a pesar de sus nobles empeños, hay muchas cosas que se le escapan de las manos, y hasta llegan a perder iniciativas dándoles lo mismo frijoles o garbanzos. No dudo que la Dirección Provincial de Cine también hace esfuerzos para ir resolviendo las acrecentadas dificultades; pero esta institución depende de las decisiones del Gobierno Provincial, que a mala hora les fue dado los cines, pues quisiera lograr entender qué tiene que ver el Poder Popular con un asunto que me parece le incumbe al ICAIC, o, en otro caso, al Ministerio de Cultura.
Otro de los inconvenientes que presentan las salas es la conducta inadecuada de no pocos de los espectadores, cuyas actitudes indecorosas y vulgares dan mucho quehacer a los empleados. Este tipo de espectador ingiere comestibles y bebidas alcohólicas, altera la voz y molesta al resto de los espectadores.
Lo cierto es que después de 1959 pueden contarse con los dedos de una mano los cines construidos, y, como se ha dicho, los existentes no son sometidos a un proceso de conservación. El resultado es que en los últimos 45 años en la Capital han dejado de existir o prestar servicio casi cien cines, y no sabemos los que han dejado de funcionar en el resto del País.

No es coherente que la producción cinematográfica cubana se haya enaltecido y universalizado, que se hayan creado instituciones que forman y difunden profesionales del género incluso para el mundo, y que cada vez haya menos salas en servicio. Parece increíble que en Cuba, donde cada año se celebra un Festival del Nuevo Cine Latinoamericano, precisamente los cines se estén destruyendo.

El organismo mejor provisto de información para aclarar este asunto es la Dirección Provincial de Cine. Está en la calle 4 entre las de 23 y 21. Es una casa de muchos años y mal conservada, que fue adaptada para oficinas. La recepción se encuentra en el portal, donde hay algunas sillas desiguales e incómodas para los visitantes. El interior es poco claro y ventilado. Una peligrosa escalera casi vertical y sin baranda, situada a la derecha de la entrada, permite acceder a la barbacoa. La primera oficina de esta parte alta es un local de unos seis metros cuadrados, casi ocupada totalmente por una mesa redonda o algo así y archivos metálicos. Una puerta de corredera, para entrar por la cual hay que agacharse bastante, permite el paso hacia un pasillo en penumbras donde hay más oficinas.
Es un ámbito sinceramente sin concierto, laberíntico, penumbroso… En una palabra: realmente muy incómodo para trabajar y para ser visitado. Para colmo no tiene biblioteca ni servicio de archivo.
Si esta es la Dirección Provincial de cine –me pregunto mientras espero en el portal a ser atendido– ¿qué puede esperarse de los cines?
Me presento aquí con la pueril esperanza de que me darán datos, porque todavía a mis 44 años sigo tropezando y cayendo por la misma piedra; pero siempre está la esperanza. Me identifico como colaborador de la revista Palabra Nueva, pero el especialista que me atiende no tiene la menor idea de esta revista. Entonces empiezo a explicarle, hasta que logro exponerle que mi proyecto es el de escribir un reportaje sobre el cierre de los cines en La Habana. Lo que me interesa es saber qué hace o proyecta hacer la institución para mejorar el estado de los cines y evitar que se sigan cerrando. Aclaro al especialista que no está bien que uno sólo se refiera al problema sin, al menos, haber intentado saber qué soluciones pudieran existir para erradicarlo. El especialista me muestra una serie de files diciéndome que todo lo que yo necesito saber está allí, dentro de aquellos papeles. Y parece que de pronto se va a realizar una especie de milagro. Pero la explicación que me ofrece es que Palabra Nueva no es un órgano de prensa oficial, que yo puedo manipular la información y eso puede traer confusiones…
Naturalmente este silencio oficial es tan problemático, lamentable y sugerente como la penosa situación de muchos cines

. Negar información para la realización de este trabajo en virtud de que Palabra Nueva no es un órgano de prensa estatal ¿no es también un modo de ser manipulado y de manipular la información? Pero además, ¿manipular qué, cómo…si no hay peor adversario que cuestione este asunto y confunda más a la gente que el evidente abandono en que permanecen los cines?

* Agradezco a todas las personas que contribuyeron para la realización de este trabajo, sobre todo a los empleados de cines con quienes traté sobre el asunto y me ofrecieron sus criterios. También agradezco la decisiva cooperación de Arístides O´Farrill, colaborador de esta revista.