O conozco una sola familia que al despedir el año que se va y brindar, con lo que pueda, para recibir al nuevo tiempo que llega, no sienta dentro de sí, como entibiándole el alma, la esperanza del mejoramiento humano que se manifieste en una paz sin odio ni rencores: paz permanente, paz de verdad.
En casa lo hacemos el día 24 al regresar de la Misa del Gallo: es momento de emoción familiar, de evocación callada de los que se fueron, de nostalgia en la permanente espera por la realización de anhelos personales y colectivos. Noche de sueños y esperanzas es, a mi juicio, la del 31 de diciembre de cada año.
I
La memoria que honra me traslada a enero de 1869.
Las calles de mi ciudad –la misma de tantos cubanos ilustres que han desfilado por esta galería– se convertía, ante la mirada atónita de los vecinos, en un verdadero campo de batalla en que los contendientes eran laborantes criollos y voluntarios españoles.
Puede aceptarse que el germen que desató esta violencia se halla en la reorganización del “cuerpo de voluntarios”, creado a mediados del siglo xix como reacción gubernamental contra el proyecto de Narciso López para invadir a Cuba; al estallar la guerra de los Diez Años, el capitán general Francisco Lersundi decidió reactivarlo por razones obvias.
Se asevera que había en la Isla por entonces más de 100 mil peninsulares, en su mayoría jóvenes solteros. Eran, por lo general, buscadores de fortuna –casi siempre de origen campesino–, cuyo objetivo al cruzar el océano estaba claro: regresar más adelante al hogar, con los bolsillos llenos de monedas. Constituían, de hecho, un terreno fértil para sembrar la semilla de la intolerancia: las cosas, les decían, debían seguir en la colonia como estaban, es decir, como convenía a España. No quiero creer, puesto que eran jóvenes, que todos fuesen ambiciosos y ladinos como para atropellar y llegar al crimen con tal de lograr sus propósitos; pienso, más bien, que al menos parte de ellos fueron “manipulados” por la autoridad despótica del máximo dirigente español en Cuba y por las circunstancias históricas.
Como era en La Habana –centro de las actividades mercantiles de la Isla– donde se instalaban de preferencia los españoles, el cuerpo de voluntarios llegó a tener en la capital treinta mil hombres aproximadamente. Estaban distribuidos en compañías bajo el mando de peninsulares ricos; éstos, a su vez, eran miembros del Casino Español, sociedad fundada en 1868 para reunir a quienes tenían mucho que perder si triunfaba la revolución de Yara. El Casino era, por tanto, no un mero centro de reunión y recreo, sino un club político.
El gobierno armaba a los voluntarios y les servían de cuarteles diversos establecimientos comerciales, de manera que era frecuente ver a cualquier hora, a grupos de ellos haciendo ejercicios y simulando maniobras. Demostración de fuerza como medio de amedrentar al pueblo, diría yo.
II
No es ocioso recordar que el capitán general Domingo Dulce (que gobernó a Cuba durante la primera mitad del año 1869) puso en práctica a su llegada una política conciliadora para tratar de atraer a los insurrectos a la paz: ofreció amnistía a los alzados que depusiesen las armas, autorizó una amplia libertad de imprenta y envió emisarios a negociar el cese de las hostilidades con los caudillos mambises de Oriente y Camagüey. Estas “facilidades” fueron aprovechadas por los laborantes criollos para realizar, públicamente, propaganda revolucionaria.
Así las cosas, los tristemente célebres voluntarios, excitados por la prensa integrista, decidieron por su propia cuenta dar un fuerte escarmiento a los independentistas y, de ser posible, acabar con ellos: realizan registros de casas donde suponían había depósitos de armas, producen riñas callejeras y varios escandalosos atropellos, de los cuales los más sonados tuvieron como escenarios el Teatro de Villanueva, el café El Louvre y el Palacio de Aldama.
Una noche dramática se produce el brutal ataque a tiros al Teatro de Villanueva.
Actuaban allí por aquellos días unos cómicos del patio en cuyos programas figuraban obras con sugestivos títulos: Los liberales, Se armó la gorda y Lo que va de ayer a hoy (¡!). Como se trataba de piezas de sabor criollo, eran las familias cubanas, por lo general, las asistentes a aquellas funciones. Las escenas que, por casualidad o intencionalmente, aludían a la situación del país en aquel momento, eran vivamente aplaudidas, lo cual irritaba de mala manera a los detractores de la lucha independentista.
Cuentan que en la concurrencia había no pocas mujeres vestidas de azul y blanco, con estrellas plateadas adornando los cabellos… El terror no demoró en hacerse presente aquella noche del 22 de enero: entre los voluntarios, que interrumpieron por la fuerza la función, y los cubanos armados que había en el teatro se libró un fuerte combate que tuvo por escenario el exterior del edificio, el cual terminó cuando a los defensores de las ideas independentistas se les terminaron las cargas de sus revólveres.
Vencedores los voluntarios, pretendieron quemar el teatro con todo el público que se mantenía en su interior, pero parece que alguien o algo los hizo reaccionar porque se limitaron a registrar a cada persona que salía y a arrancar a las mujeres los adornos que evocaban la combinación de colores de la bandera de Narciso López y de Carlos Manuel de Céspedes. El saldo fue duro para la patria: muertos, heridos, y después detenciones, condenas a muerte y deportaciones.
Dos noches después, pasaba una compañía de voluntarios por el café El Louvre (lugar donde solían reunirse muchos jóvenes elegantes capitalinos para hablar de los temas que suelen estar presentes en las tertulias masculinas), cuando se le ocurrió decir a uno de ellos que había oído un tiro: no fue necesario nada más para hacer una descarga cerrada contra el salón, lo cual provocó heridas a varios de los concurrentes al lugar –y hasta a algunos transeúntes–, además de las consabidas detenciones.
Después de esta tropelía, ocurrió el asalto al palacio de Miguel Aldama cubano muy odiado por los españoles por haber participado en el movimiento anexionista. Con el pretexto de que en la hermosa residencia –sede hoy del Instituto de Historia– se ocultaban revolucionarios, los voluntarios la allanaron y ocasionaron intencionalmente serios destrozos en el mobiliario y las obras de arte queencontraron a su paso por los salones, llevándose, además, muchos objetos de valor. El dueño de la casa se encontraba con su familia en uno de los ingenios que poseía cuando se consumó el atropello en cuestión. Poco después, Aldama se trasladó a los Estados Unidos donde se hizo cargo de preparar expediciones hacia Cuba.
Durante todo el mes, puede decirse que los voluntarios fueron la única autoridad en La Habana. He leído que andaban a su antojo por las calles, sable en mano, y que obligaban a gritar a los que pasaban “¡viva España!”; muchos se embriagaban en las tabernas sin pagar lo que debían, de donde salían para detener los coches de las damas que transitaban por aquellas calles, ofendiéndolas de manera soez.
La represión no sólo halló espacio en la capital de Cuba, por ejemplo; en Camagüey fue asesinado el ex jefe de las fuerzas revolucionarias de la zona, Augusto Arango, en los momentos en que se acogió a la amnistía ofrecida. Este hecho sirvió de acicate para continuar la lucha porque se hizo palpable que era imposible confiar en las “garantías” ofrecidas por el gobierno español a los insurrectos.
III
El día 28 de aquel enero aciago cumpliría 16 años un adolescente que había nacido con una estrella en la frente.
Los acontecimientos que he relatado estremecen de temor a sus padres, Mariano y Leonor, por la suerte del hijo tan amado como incomprendido. Viven sobresaltados –sobre todo el padre– por saberlo mezclado con criollos desafectos de la Madre Patria, y por la influencia –nefasta, según pensaban– que ejerce sobre él Mendive, el maestro que había logrado convencerlo que le permitiera costear los estudios de Pepe hasta el grado de bachiller.
A Don Mariano le parece que el hijo avanza hacia un abismo; ya no se conforma con admirar a Don Rafael, entra en acción; escribe notas de burla y censura hacia las autoridades en El Diablo Cojuelo, la hoja impresa que preparó con su amigo Fermín Valdés Domínguez y que ve la luz el día 10 del propio mes de su aniversario. El padre lo recrimina fuerte pero él no se detiene. Nunca se detuvo. Prepara un semanario que declara democrático-cosmopolita (del que no saldrá más que un número, el del día 23), con trabajos de Mendive y otros cubanos; e inserta en la página 7 su poema dramático Abdala, cuyo héroe lucha por la libertad de la patria y por ella muere. Versos aquellos de rebeldía manifiesta que incluyen en su presentación una confesión: escritos expresamente para la patria.
Los sucesos del teatro Villanueva mordieron el ánimo del joven que sólo temía a la indignidad, pero sucederán otros hechos que le harán crecer al herirlo más hondo: Rafael María de Mendive es detenido y trasladado a la cárcel.
El colegio –escuela y hogar de cariño para él– tiene que cerrar sus puertas. Y Martí se siente como desamparado: en su casa sólo se respira enfado y censura fuerte. El hijo no desiste del camino por el que ya avanza, pero el padre tampoco: lo insta a que trabaje para que contribuya a la economía familiar y Pepe, respetuoso, acepta… Pero ni un solo día deja de visitar a su maestro en la prisión porque sabe que su presencia le daba ánimo.
Un fuerte compromiso de agradecimiento y amor lo unían a Don Rafael y a su familia: él era uno más en aquella casa, se sentaba a la mesa, reía con las hijas del matrimonio, leía buenos libros en la biblioteca, escribía y, a ratos, intentaba traducir del inglés poemas de escritores famosos. Hallaba en aquel hogar el gozo espiritual que no sentía en el suyo. Sí, realmente Mendive era un maestro admirable, por eso siempre lo recordaría como un hombre maravilloso.
En la gran sala de la casa del Maestro o bajo los árboles del acogedor patio, Pepe había oído las protestas indignadas de Mendive –¡si hasta le temblaba la barba!– y sus amigos por la crítica situación de la Isla, sujeta con fuerza a una Metrópoli decadente y egoísta. A su vera fueron cuajando la sed de justicia y el ardiente patriotismo en el corazón de quien llegaría a ser el Apóstol de Cuba, el hombre de la rosa blanca.
Por todo lo ya dicho, cuando unos meses después Mendive es deportado a España, Martí se sentirá muy solo; lo golpeará con más fuerza la incomprensión de sus progenitores: él los sabía buenos y abnegados pero incapaces de leer en su alma. A partir de ese momento, su único consuelo será la amistad fraternal de Fermín Valdés Domínguez.
Tal vez pensaba en él cuando, años más tarde, inmortalizaba su concepto de la amistad en Versos Sencillos: Tiene el leopardo su abrigo / en el monte seco y pardo; / yo tengo más que el leopardo / porque tengo un buen amigo.
Epílogo
Enero, para mí, es el mes de Martí. Así lo siento desde la lejana infancia, cuando los niños sin distinción de raza o clase social, desfilábamos ante su estatua en el Parque Central para ofrendarle rosas blancas o sencillas flores de cualquier color. Se ha dicho con razón que había diferencias ostensibles entre los uniformes y bandas escolares según la “categoría” de la escuela, pero había cosas que nos igualaba a todos: la pulcritud de la presencia y la respetuosa alegría que animaba nuestra marcha porque nos inculcaron en las aulas a amar al Apóstol.
Al Maestro lo recuerdo siempre, pero confieso que durante este mes disfruto más el andar por las calles que conocieron su presencia, visitar la casita de la calle Paula y releer sus versos en los que siempre encuentro algo que me parece nuevo. Cosas del sentimiento.
Cuando usted, amigo lector, lea estas páginas ya habrá empezado el año 2005. Créame: lo habré recibido con una sonrisa llena de esperanza, confiada en que el Señor Jesús y nuestra Madre, María de la Caridad, guiarán al pueblo al cual pertenecemos por el camino de la reconciliación y el amor, tan necesarios en estos días en que la agresividad en sus diversas formas parece que pretende apropiarse de nuestros barrios.
Ojalá que el mismo sentimiento anide en usted y en los suyos. ¡Feliz Año!
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