El año 2002 indica el centenario de la República de Cuba. Los ciclos históricos son ocasión propicia para la reflexión. Se cumplen también 50 años de otro acontecimiento social: el golpe de estado del 10 de marzo. El parto de una realidad nueva es siempre doloroso, como es ésta de iniciar la obra grande y casi infinita de levantar una República que comprenda a cada uno de los ciudadanos de un país.
La historia nos habla de muchos años de sacrificios, desvelos y dolores de todo tipo para alcanzar la independencia y crear nuestra República. La misma historia nos dice que nuestra República nació limitada o plattizada; y que los objetivos de la revolución del 95 no se concretaron en una independencia real. Los gobiernos cubanos sucesivos cedieron al peso de las intervenciones directas o indirectas del sector de poder de Estados Unidos, hasta la caída del gobierno de Machado y la derogación de la Enmienda Platt, con lo cual termina también el periodo de los Presidentes cuyos méritos se sustentaban más en sus acciones en la guerra por la independencia que en su pensamiento político.
No es menos cierto que, en los gobiernos posteriores, la corrupción y el robo dañaron en gran medida la moral nacional y que el golpe del 10 de marzo de 1952 acabó de destrozar los sueños de un puñado de ilustres civiles que representaban la dignidad nacional, lo que Manuel Márquez Sterling llamó antes “la virtud doméstica”. Incluso la revolución triunfante en el 59 no ha logrado incluir a todos los cubanos. Pareciera que la obra no ha sido acabada. Ese es nuestro pasado y nuestro presente, esa es nuestra historia, esa es nuestra República. Y aunque política, social y económicamente andamos aún a tientas, esto no debe ser motivo de paralizaciones, de frustraciones y evasiones.
Sería un error pensar que a cada grupo histórico le corresponde acabar la obra de la república, porque no es cosa de una generación, sino de varias. La conciencia de un pueblo no se forja de manera inmediata, sino de generación en generación, cuando las marcas o vivencias de una de ellas ya no son las de sus sucesoras, cuando los intereses inmediatos de un grupo se alcanzan parcialmente y surgen nuevos intereses y nuevos propósitos para el grupo nuevo, descendiente del anterior.
En la Cuba de principios de siglo, después de más de treinta años de guerra, de méritos y glorias ganadas en el campo de batalla, pocos fueron inmunes al virus militarista de la orden y la obediencia inmediata. El caudillismo ha sido para nosotros un virus antiguo, heredado ya desde los Gobernadores españoles, tan habituados a poner las reglas lejos de la Corona.
A José Martí le caracterizó un espíritu altruista como pocos se ven en la historia, se alimentaba de amor al ser humano y esperaba siempre lo mismo de aquellos que se unieran a la causa que él supo conducir. Pero Martí no era ajeno a los riesgos caudillistas, al posible desbordamiento de los líderes guerreros y a la cautivación que podían producir en otros, poniendo en peligro el ideal republicano. Martí no dudó en reprochar a Máximo Gómez, todo un General consagrado y cubierto de méritos, y al propio Antonio Maceo, la concepción que ambos tenían sobre el centralismo del poder en manos de un militar durante y después de la guerra.
El tiempo limaría las diferencias y el mismo Gómez, ya al inicio de la Guerra del 95, no albergaba temores con respecto a la conveniencia de una autoridad militar paralela a una civil. Pero aquella carta dirigida al insigne dominicano, fechada en Nueva York el 20 de octubre de 1884, hubiera podido ser apropiada lectura para otros que después ocuparon puestos de relevancia en la dirección de la República y sigue siendo, aún hoy y hacia el futuro, un llamado para cualquier hombre o mujer con responsabilidades similares: “Un pueblo no se funda, General, como se manda un campamento; y cuando en los trabajos preparativos de una revolución…no se muestra el deseo sincero de conocer y conciliar todas las labores, voluntades y elementos…¿qué garantías puede haber de que las libertades públicas, único objeto digno de lanzar un país a la lucha, sean mejor respetadas mañana? ¿Qué somos, General?, ¿los servidores heroicos y modestos de una idea que nos calienta el corazón, los amigos leales de un pueblo en desventura, o los caudillos valientes y afortunados que con el látigo en la mano y la espuela en el tacón se disponen a llevar la guerra a un pueblo, para enseñorearse después de él?…”
Los partidos políticos antes de 1959 no llegaron a las mayorías, no tenían programas definidos, sólidos y estables. Por esta misma razón, las diferencias entre partido de oposición y partido gobernante no eran significativas. El Partido Revolucionario que fundó Martí para dirigir la guerra de independencia, en varios casos sirvió de estandarte, pero la réplica espiritual de Martí no se logró… Faltó tiempo.
Económicamente sin embargo, dimos saltos importantes para la época. Quienes evocan al pasado con cierta nostalgia y recuerdan los logros económicos significativos para la época, no están totalmente errados. Aunque no alcanzaban a todos por igual, no parece que fuera el aspecto económico motivo de las insatisfacciones constantes, de las continuas revueltas, ni siquiera el factor determinante que condujo y posibilitó el éxito de la Revolución de 1959. Si no faltan en nuestra historia los caudillos, ni los admiradores de sus grandezas, al mismo tiempo nuestro temperamento rebelde se resiste al sometimiento permanente o a la entrega simple de lo que es para cada uno de nosotros el sentimiento de libertad, no siempre maduro o reflexionado, pero sentimiento al fin genuino, aquello que Martí evocaba en su carta al Generalísimo: “las libertades públicas”, tantas veces ignoradas.
Y así tuvimos revolución en 1895, en 1933, en 1959. Una por la independencia, otra por rescatar la república, y la última buscando más hacia la soberanía nacional y la justicia social. Ninguna completa. Todas violentas. Todas con buenos propósitos. Todas vinculadas a la república.
¿Cuál es el lado bueno de las revoluciones? Es una pregunta que me he hecho por haber nacido en un país donde el fenómeno revolución ha estado presente en los últimos dos siglos de historia, especialmente en estos cien años de vida republicana. El Padre Varela quería adelantarla por saber, precisamente, que era un mal social que llegaría de todas formas, y con adelantarla consideraba que podría ser manejable y se evitarían sus excesos. Martí la evocó, con dolor, por considerarla el medio necesario, proponiendo siempre que nadie quedara excluido después de su éxito, ni los mismos españoles. Más hacia acá, un grupo de jóvenes dirigidos por Fidel Castro, vieron en este acto violento la única vía de lograr la redención de los más pobres y controlar la soberanía nacional. Aunque personalmente distingo entre esta última revolución, la otra iniciada por Martí y la primera evocada por el Padre Varela, sí creo que el fenómeno revolución y los revolucionarios han sido parte de nuestra historia, es algo que ha estado siempre con nosotros, aunque no la evoco ni ensalzo como fenómeno social que genera fratricidio y dolor. Otros métodos civiles debieron evitarlas, pero no se concretaron. La única respuesta más razonable que he encontrado a la pregunta anterior la hallé en el libro Anatomía de la revolución, de Crane Brinton: “las revoluciones son, perversamente, un síntoma de fortaleza y de juventud en las sociedades”. Misterios humanos…Ojalá no seamos ya así de jóvenes.
Los logros sociales, culturales o económicos que alcanzamos antes de 1959, eran la prueba de la inteligencia, capacidad ejecutiva y aptitud para la acción de los cubanos. Desde antes de 1959 el capital humano era nuestra principal riqueza. Ese capital humano fue potenciado después de 1959. El nivel de instrucción y la elevación de la calidad de vida -que para muchos disminuye hoy- convierten el capital humano cubano en una cantera importante de posibilidades. Pero aún nos debatimos en la inseguridad, la inestabilidad económica y el deseo de emigrar de muchos. Quizás porque consideramos la obra republicana como la misión de un momento determinado, en la que todo quede hecho definitivamente como la obra de un artista. Pero aún la obra del artista, cuando es interpretada por otros, alcanza unas proporciones que su autor ni siquiera imaginó. ¡Cuánto más la república que es, o debe ser, el gobierno de todos!
Los cristianos cubanos no estamos exentos de pensar y sentir sobre el tema. Personalmente me motiva tanto el amarás a tu prójimo como aquella idea de Martí tan difundida hoy fuera de contexto de que “Patria es humanidad”. Esa idea, aparecida en el periódico Patria en enero de 1895, era aplicable a los nacionales de un país, de cualquier país, porque para Martí cada coterráneo representaba la humanidad y así la patria se hace humanidad y es “aquella porción de la humanidad que vemos más de cerca, y en que nos tocó nacer; -y ni se ha de permitir que con el engaño del santo nombre se defienda a monarquías inútiles, religiones ventrudas o políticas descaradas y hambronas, ni porque a estos pecados se dé a menudo el nombre de patria, ha de negarse el hombre a cumplir su deber de humanidad, en la porción de ella que tiene más cerca…Patria es eso…” Por ello no debo ir tan lejos para acercarme a la humanidad si la tengo tan cerca: es el prójimo.
De manera que aquí estamos, cien años después de haber iniciado un camino empedrado y nada fácil en el que nos pusieron los libertadores de entonces y con los condicionamientos externos que nuestros héroes por la independencia no desearon. Aquí estamos con nuestra República, que no importa tanto si los expertos la llaman tercera porque hubo una primera y una segunda, o si mañana surge una cuarta o una quinta, pues cada número significaría que la obra aún se hace. Nuestra historia republicana no es ni mejor ni peor que otras, es y nada más. Aquí estamos solos con nuestra historia y ante nuestro destino, que no será justo si uno solo de nosotros quedara relegado. Solos con nuestros deseos de vivir y tener lo que nuestras capacidades físicas y mentales pueden crear. Solos con nuestros logros y errores pasados, a las puertas de nuestros logros y errores futuros, pero con la posibilidad inevitable de avanzar juntos, para equivocarnos juntos y cosechar juntos los éxitos. Solos con la independencia nacional y la oportunidad de continuar enderezando nuestra República, no reeditarla ni rehacerla borrando el pasado.
Nuestra República necesita que cada uno ocupe su lugar y haga su deber sin impedimentos, sin evasivas, sin reservas, sin temores, sin ataduras ni barreras de ningún tipo. La República necesita que cada uno de nosotros sea humanidad para el otro, y que nuestra propia humanidad haga la Patria. No creo que sea fácil, pero sí necesario.
Este no es un año especial, es sólo el de nuestro centenario republicano.
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