Una pandemia transita el orbe (4)

Por: José Antonio Michelena

Coronavirus
Coronavirus

La pandemia desatada por la Covid-19 ha conmocionado el mundo y dejado claro que a pesar de todo el avance tecnológico al que hemos llegado, la naturaleza puede cobrarnos caro nuestros errores, y que la globalización es excelente para expandir los virus.

Como cada nación ha trazado sus estrategias, su propia gestión de la crisis, hemos convocado a un grupo de intelectuales de países diversos, para poner en contexto, desde sus respectivas naciones, este flagelo actual, globalizado, de la humanidad.

Son científicos, profesores, escritores, periodistas, comunicadores, que dejarán aquí sus voces para transmitirnos sus experiencias, informaciones, opiniones. Al compartirlas, propician que sintamos ese amparo que brindan el conocimiento y las ideas, algo que necesitamos mucho en esta hora.

Antonio Álvarez Gil, escritor cubano residente es España
Antonio Álvarez Gil, escritor cubano residente es España

ALGUNAS REFLEXIONES SOBRE EL CORONAVIRUS EN ESPAÑA

Por Antonio Álvarez Gil*

Cuando a finales del año pasado comenzaron a llegar noticias sobre un nuevo virus aparecido en un mercado de China, casi nadie en esta parte del mundo le prestó demasiada atención. Total, otro más de los virus que suelen surgir en aquel extenso y poblado país. Terminará como empezó, pensaba la gente por aquí, se llevará algunos cientos de los muchos millones de chinos y las informaciones desaparecerán de las páginas de los diarios.

Muy pronto, sin embargo, la percepción de las cosas que ocurrían en el gigante asiático comenzó a cambiar. Las imágenes en las pantallas de los televisores eran impresionantes. La virulencia de la epidemia, la rapidez de su expansión y la letalidad con la que daba cuenta de decenas y centenares de vidas en aquel punto del planeta hicieron que la prensa en Europa le dedicara amplios espacios en sus emisiones diarias.

Así, con el paso de las semanas y los días, supimos cada vez más sobre el coronavirus. Todavía no tenía que ver con nosotros, pero ya éramos conscientes de su poder destructivo y su enorme capacidad de trasmisión. Sin embargo, aún seguíamos viendo las imágenes en las pantallas de nuestros receptores, sentados cómodamente en el sofá y expresábamos, según cada cual, los más variados comentarios sobre la desgracia que se había abatido sobre “los pobres chinos”.

Hoy está aquí, entre nosotros, y es el enemigo oculto que acecha y ataca donde menos se le espera. Puede saltar desde un recodo del camino y terminar con la vida de cualquier ser humano. Ha hecho y sigue haciendo estragos en todas las capas de la población en los países más ricos del mundo, no digamos ya en los pobres, donde golpea sin misericordia a miles de personas. No respeta sexo, edades, ni clases sociales, aunque hay que reconocer que los más pobres son los más expuestos.

Por causas que no me atrevo a decir, en Europa no todos los países lo han sufrido o sufren de igual modo. He notado que la mitad oriental del continente lo sobrelleva mejor. La otra mitad apenas escapa de su azote. La estrategia para combatirlo tampoco ha sido del todo la misma en un sitio que otro. La primera en diagnosticar un caso fue Alemania; pero la primera en padecer la epidemia como tal fue Italia, en particular el norte del país. Allí el virus llegó de China, concretamente de la región de Wuhan, que había sido el foco primero y principal de la enfermedad. Entonces, con una celeridad nunca antes vista, el virus se extendió, abarcando muy pronto grandes zonas de la nación transalpina. De allí pasó a España, país en el que vivo desde hace algunos años.

Y es de España, precisamente, de quien quiero hablar. En mi opinión, las autoridades de este país fueron lentas en tomar las medidas necesarias para minimizar los daños. Y esto, a mi modo de ver las cosas, ha repercutido en el número de contagios y de vidas perdidas. No voy a hablar de cifras ni de fechas. Baste decir que después de ser ya una desgracia nacional en Italia, los españoles seguían viajando al país vecino. Sirvan de ejemplo los seguidores del Valencia Club de Fútbol, que acompañaron a su equipo para apoyarlo en un partido con el Atalanta de Bérgamo, una de las localidades italianas más castigadas por la epidemia.

Pero también llegaban a los aeropuertos españoles los turistas o estudiantes que procedían de Milán y otras ciudades donde el virus campeaba ya a sus anchas. Llegaban, tomaban un taxi y se iban a su casa a hacer vida normal. Algún día se sabrá la cifra exacta de personas infectadas que siguieron moviéndose durante días entre ambos países.

La primera semana de marzo la epidemia ya era una realidad en España. Aun así, el gobierno permitió la celebración de actividades masivas que congregaron a cientos de miles de españoles a lo largo y ancho del país. Pero lo peor fue que, durante aquel período de gracia, las autoridades repetían una y otra vez que el pueblo español podía estar tranquilo, que el país tenía todo lo necesario para hacerle frente y vencer a la epidemia sin mayores dificultades. Falso. Uno de los grandes problemas en España ha sido la falta de medios de detección y protección contra el virus, de muchos recursos necesarios de lucha contra la enfermedad.

Dicho esto, no puedo dejar de hablar de los muchos aspectos positivos de la campaña. Una vez que el gobierno español tomó conciencia de la magnitud del problema, comenzó a actuar de manera seria, organizada y, sobre todo, profundamente humana en la lucha contra el virus. Declaró el cierre de las ciudades, de los lugares donde suele reunirse la gente; cerró colegios, cines, teatros, cafeterías y restaurantes. Finalmente, confinó a las familias en sus casas, lo cual cortó de manera drástica la diseminación del virus.

Pero ya este se había difundido por numerosas regiones del país. Cuando los enfermos comenzaron a llenar los hospitales, las autoridades comprendieron que no tenían suficientes medios de protección para los médicos, enfermeras, empleados de limpieza y demás integrantes de los equipos sanitarios. Entonces corrieron a buscarlos allí donde los hubiera. Desgraciadamente, la falta de medios de protección individual provocó, sobre todo en los inicios de la pandemia, numerosos contagios entre el personal médico.

Como suele ocurrir siempre que funciona la ley de la oferta y la demanda, esta situación le ha ocasionado al país dispendios económicos extras, cuya magnitud es difícil de precisar. De haber llegado antes a los sitios donde se venden estos medios, se habría podido ahorrar mucho dinero público. Otro foco de contagio y muerte, dolorosamente digno de reseñar, han sido las residencias de ancianos. Demasiados muertos entre las personas que debían ser cuidadas allí.

Ahora quiero referirme al lado positivo del problema. Si bien es cierto que al principio se fue lento, cuando el gobierno “se arremangó” y empezó a luchar denodadamente contra el coronavirus, en este país renació la unidad en el pueblo, la fe en que la enfermedad sería vencida y el optimismo en el día de mañana. ¿Por qué ha ocurrido esto? Por varios motivos que trataré de resumir a grandes rasgos.

En primera, porque el español de a pie, ese que fue confinado en su casa, se ha tomado en serio el peligro y cumple las normas del confinamiento. En segunda, porque el gobierno ha desempeñado de manera centralizada su función de gobierno y, pese a las equivocaciones y errores cometidos en el camino, nunca le ha perdido la cara a la enfermedad. Y finalmente, por la actitud del personal sanitario.

Si la he dejado para último, es porque su actuación me parece el hecho más encomiable que ha ocurrido en el país durante la crisis, el lado más brillante y glorioso en esta guerra que libra el pueblo español contra la Covid-19. Hablo, como no podía ser de otro modo, de la labor de los médicos, del personal de enfermería y de los empleados en general del sistema de Salud Pública del estado.

Es verdaderamente ejemplar la valentía y dedicación con las que estos hombres y mujeres han enfrentado al mal. Sufriendo a veces la carencia de medios de protección personal, han trabajado con abnegación durante horas, días, semanas y meses, sin apenas descanso. Han entregado su salud, y muchas veces sus vidas, para curar a sus compatriotas enfermos.

La cantidad de sanitarios contagiados sobrepasa a día de hoy las 35 000 personas. De ellas han fallecido casi una treintena. La lista de enfermos y muertos comprende todos los rangos y empleos dentro de la profesión. También han enfermado y muerto representantes de los cuerpos de orden público, cuyo trabajo ha sido fundamental para hacer cumplir las normas del confinamiento y frenar el desplazamiento de la población.

Finalmente, algo que no puedo dejar de mencionar aquí es el cariño, el trato profundamente humano de que son objeto los enfermos ingresados en los hospitales. A diferencia de otros países europeos, de latitudes y carácter más frío y racional, en España se la luchado por la vida de todos los enfermos, sin importar su edad o condición física.

Enternece ver cómo salen curados de los hospitales ancianas y ancianos que rondan los cien años de edad, cómo todos los que han vencido la enfermedad se expresan sobre esos hombres y mujeres que han estado con ellos en todo momento, ayudándolos y hasta mimándolos en los minutos que podían ser los últimos de sus vidas.

En estos días de coronavirus en la tierra de mis ancestros, no puedo dejar de recordar las palabras que en su momento escribió José Martí, hijo de españoles y héroe nacional de Cuba: Honor a quien honor merece. Llegue hasta ellos mi reconocimiento.

No podría terminar esta crónica sin dedicar unas palabras a mi pueblo. Soy cubano, un cubano de Melena del Sur que no olvida su tierra. Pese al tiempo y la distancia que me separa de mi patria, recuerdo siempre que allí, sumidos en un mar de privaciones, viven mi gente, mis familiares y mis amigos de toda la vida.

Lejos de sus playas, hay muchos hijos de Cuba que la siguen amando y sufriendo por ella. En este duro período de su existencia, quisiera hacerle llegar al pueblo de la Isla todo mi apoyo y mi solidaridad, decirle que comparto sus pocas alegrías y sus numerosos motivos de tristeza. Sé que, tarde o temprano, nuestro pueblo se repondrá de los malos momentos que atraviesa. Mientras tanto, les deseo suerte a todos para sobrepasar la enfermedad, y fuerza para volver a levantarse tras ella.

Alicante, 25 de abril de 2020

*ANTONIO ÁLVAREZ GIL (Melena del sur, 1947) tiene una extensa obra narrativa que comenzó en Cuba y continuó desarrollando en Rusia, Suecia, y España, donde vive actualmente. Es autor de una decena de novelas, la última de las cuales, A las puertas de Europa (Ediciones Huso, Madrid, 2018), fue finalista del Premio Nadal 2017. Ha obtenido los Premios de Novela Vargas Llosa 2009, Ateneo Ciudad de Valladolid 2004, y Ciudad de Badajoz 2001.

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