Un niño deseado y esperado
A veces ocurre que una pareja en matrimonio no consigue tener hijos y los busca, por diversos medios. Así les ocurrió a los esposos Santiago y Viena, originarios del pequeño pueblo de Paula, en el Reino de Calabria, Italia. Durante quince años habían deseado un bebé sin conseguirlo hasta que, después de rezar a san Francisco de Asís, lo lograron; era el 27 de marzo de 1416, y, obviamente, dieron al niño el nombre de Francisco, el mismo del santo de Asís.
Al mes de nacido se le manifestó un absceso en el ojo izquierdo que le afectaría la córnea y, por tanto, la visión. Los papás, luego de buscar remedios y al ver que los médicos no daban esperanzas, nuevamente acudieron al santo de Asís y vino la cura. La madre, llena de gozo, le prometió al santo tener al niño un año entero en un convento franciscano vistiendo el hábito de la orden; así que a los trece años sus padres llevaron al niño al convento de San Marco Argentano, al norte de Cosenza, Italia.
Un niño o un adolescente no suelen mostrar con facilidad una vida piadosa y de penitencia, por eso los frailes de San Marco quisieron y admiraron mucho al niño de Paula, por sus dones excepcionales y sus duras penitencias, su obediencia y su vida piadosa.
Apegado al evangelio de la pobreza
Se narra que estando en San Marco Argentano, Francisco vio pasar por el camino a un cardenal engalanado con sus ropas de investidura. Se le acercó y le dijo que no estaban bien estos ropajes tan ostentosos para un siervo de Dios. El cardenal le explicó que eran necesarios para preservar el respeto y el prestigio de la Iglesia. El joven se quedó triste por esa respuesta.
Cumplido el año de la promesa, los padres se presentaron al convento franciscano para recoger a su hijo. Pero el jovencito, motivado por su experiencia en el convento, les pidió que lo dejaran vivir en un lugar solitario para hacer su oración. Entonces se instaló en una cueva cercana a Paula, donde vivió inicialmente cinco años en penitencia y contemplación.
Con el paso del tiempo adquirió fama y algunas personas acudían a pedir sus consejos. Dos jóvenes conocidos se le acercaron y le rogaron que los aceptara en su compañía. Así, otros muchachos también llegaron hasta él para unírseles en la meditación, la oración y la soledad. Poco a poco fue constituyéndose el núcleo de una nueva orden, la de los Ermitaños de Paula, que se convertiría más tarde en la Orden de los Mínimos (1493). Si Francisco de Asís había fundado a los Frailes Menores, el de Paula deseaba que fueran “los Mínimos”, eso era lo que deberían de ser entre todas las órdenes de religiosos. Vivían de la limosna que la gente les daba: pan, verduras y algunos peces.
Expansión del movimiento del ermitaño de Paula
Francisco de Paula tenía treinta y seis años cuando comenzó, en 1452, la construcción de una segunda iglesia con un pequeño convento que se conserva hasta el día de hoy. El Papa Sixto IV aprobó la orden con el nombre de Ermitaños de Calabria y nombró a Francisco de Paula como superior general perpetuo mediante un documento firmado el 23 de mayo de 1474.
El espíritu de la orden surgida por inspiración de Francisco de Paula era el mismo que caracterizó siempre a la vida religiosa: preservar el espíritu del evangelio frente a la “mundanización” de la gente y de los pueblos. Como primera premisa contemplaba el apego a los valores del evangelio: la fraternidad, la unidad, la oración, el trabajo, la penitencia por los propios pecados y los de la comunidad, la humildad y la confianza en Dios.
Las sociedades que hoy han recrudecido la mundanización alejándose del evangelio, relativizando los ejemplos de Jesús de Nazaret, desplazando a Dios y por lo tanto tomando por referencia otros “valores” alternos en su convivencia y organización, tienen en san Francisco de Paula un ejemplo que recordar y seguir. No es que las sanas búsquedas del ser humano sean sancionadas en sí mismas, pero es cierto que si el hombre, con su ingenio y trabajo, toma en cuenta a Dios y le da su lugar, tendrá resultados positivos y favorables en todo y para todos.
Un día, mientras Francisco de Paula estaba en oración se le apareció un espíritu celeste, se trataba de un ángel, posiblemente Miguel, quien ostentaba en sus manos una especie de escudo de luz donde se leía la palabra “Cáritas” (caridad) mientras le decía: “Éste será el emblema que tú estás buscando”. En efecto, el hermano fundador lo fijará de este modo: “Gloria a Dios y Caridad para con el prójimo”. Este lema lo tomará al pie de la letra y pedirá a sus hermanos que lo asuman en su totalidad. Como toda organización con sus lemas y programas, la del hermano de Paula aportó a la Iglesia el ejemplo de la caridad con los semejantes procurando en todo la “gloria de Dios”.
El poder de Dios y la humildad de los hermanos
Como su fama seguía en aumento, se vio obligado a salir de Paula para fundar otros conventos en diversos sitios de la Calabria.
Algunas personas de Sicilia le rogaban que fuera a abrir allá una comunidad de hermanos. Para ello debía cruzar el Estrecho de Messina. Dado que ninguno de los hermanos traía con qué pagar la barca hacia el otro lado del Estrecho, Francisco se puso en oración y luego, con fe, extendió su manto sobre las olas y se trepó sobre él junto con los dos hermanos que lo acompañaban. Y como si fuera un velero y ante el asombro de quienes los miraban, comenzaron a moverse para cruzar el Estrecho. Este episodio (fabulado, sin dudas), convirtió desde entonces al ermitaño de Paula en protector de los marineros y pescadores. Pero si algo ilustra el increíble acontecimiento es el papel de la fe y la oración humilde y confiada que alcanza de Dios los favores necesarios, lo que resulta ejemplar para muchos cristianos que, necesitados de ayuda, se acercan a Dios para suplicar sus favores, pero sin la necesaria fe en su poder.
Los enemigos siempre están
Si bien para la mayoría de las personas Francisco de Paula era un santo, para otros era un subversivo y consideraban violentos sus sermones, que no solo hablaban de Dios y del bien, sino que también gritaban contra los poderosos y denunciaban los abusos contra los pobres.
El rey de Nápoles, Fernando I de Aragón, era de los que veían mal los discursos del religioso. A tal punto le molestaban sus prédicas que envió a unos soldados para atraparlo e imponerle silencio. No lograron capturarlo, ni siquiera verlo (dice la gente que se les había vuelto invisible). El rey desistió, dio permiso a Francisco para seguir abriendo conventos y hasta le pidió fundar uno en el mismo Nápoles.
El rey Luis XI, por su parte, también lo detestaba. Sin embargo, Francisco logró que se convirtiera antes de su muerte. Agradecido, le encomendó guiar espiritualmente a su hijo, el futuro rey de Francia, Carlos VIII. Es así como los hombres (y mujeres) devotos con sinceridad a Dios, consiguen doblegar el poderío del hombre soberbio e injusto, como lo proclaman los salmos de la Biblia.
Su último Viernes Santo
A sus noventa y un años cumplidos y signado por el lema de la fraternidad “Gloria a Dios y Caridad con el prójimo”, Francisco de Paula, lleno de virtudes y méritos, llegó al final de su carrera el 2 de abril de 1507 en Plessis-les-Tours, cerca de la ciudad de Tours, Francia. Era el Viernes Santo y pidió que le leyeran la Pasión según san Juan. Cerró sus ojos en meditación y se durmió en el Señor.
Como era de esperarse, mucha gente comenzó a honrarlo en reconocimiento a su vida virtuosa y se obtuvieron diversos favores atribuidos a su intercesión. Doce años después de su muerte fue proclamado santo por el Papa León X en el año de 1519.
Francisco de Paula, una persona piadosa e íntegra desde que era joven, dejó al mundo su testimonio de pertenencia total y dedicación a Dios, así como las huellas del camino que lleva hasta Dios pasando por la fraternidad, la bondad y el servicio entre los seres humanos. Los cristianos como él honran a Dios y enaltecen al ser humano. Ω
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