Hace unos días me enfrenté por primera vez a uno de los aprietos en que se puede encontrar cualquier abuelo cubano de hoy, buscar un juguete para una nieta que vive lejos, en un país del llamado “primer mundo”. He quedado convencido de que también hallar alguno para el que esté a nuestro lado es una tarea titánica, unas veces por la no existencia y otras por los precios. Caperucita y Pinocho pueden llegar a costar “parecido” al Peugeot que envejece en Galerías Paseo. La división de la familia por más de una razón, ha provocado cuestiones difíciles de digerir desde la perspectiva de nuestras tradiciones, la más espinosa de todas, sin dudas, suele ser la barrera del idioma. A cualquier abuelo le puede resultar desgarrador no poder comunicarse, ni interactuar debidamente con la continuidad de su familia. Después que se es padre, se sueña con ser abuelo y entregar ternura a la descendencia. El acto de querer regalarles un juguete es algo normal, incluso, hasta vital.
Luego de una incansable búsqueda, sin resultado y casi a punto de rendirme, tomé la determinación de darle un vuelco a mi empeño, no busqué más en tienda alguna. Acudí a unos amigos, profesionales en el mundo de los atrezos, maestros en la utilería para la televisión, el teatro y el cine. Les conté mi situación y les pedí que me ayudaran. En ese momento la carga de trabajo que tenían era muy grande, pero de alguna forma los comprometí, por lo menos obtuve como respuesta a mi petición un: “ya veremos qué se inventa”. Confieso que salí de allí pensando que partiría al encuentro con los míos, distantes, llevando las manos vacías, pero la confianza en los amigos me dio tranquilidad.
Pasaron los días y no tenía noticias, tampoco quería molestar, la televisión es muy dinámica y los había visto trabajando en un proyecto complejo, precisamente para niños. Dos días antes de mi partida sonó el teléfono y una voz conocida me dijo del otro lado: “¿usted no piensa venir a recoger el regalo de su nieta?”. La alegría me embargó doblemente, por el regalo y por confirmar que los buenos amigos jamás fallan. Quedamos en que pasaría a recogerlo al otro día. Luego de terminada la conversación me percaté que no pregunté sobre lo que habían confeccionado, así que para mí también sería una sorpresa.
Fui en busca del presente según lo acordado. En poco tiempo me vi frente a María Fernanda –o simplemente Fernanda–, simpática creación animada de Mario Rivas que desde el año 2013 deleita a niños y adultos en nuestro país.
No se trataba de un regalo de alta juguetería, pero me sentía satisfecho. Llevaba algo diferente y muy cubano a la que suponía una ciber-niña que vive en otra realidad, rodeada de cuanto juguete novedoso pueda existir. No la veía en persona hacía algo más de un año y en aquel momento era muy pequeña todavía.
Confieso que no me preocupé mucho en pensar si le iba a gustar o no mi presente, pero sí tenía curiosidad en ver su reacción. Preparé con mis manos el embalaje para que soportara veintitrés horas de viaje y el tránsito por diferentes aeropuertos. La singular muñeca hizo la travesía junto a mis pies, no hubo problema alguno con ella. Viajó hasta el otro lado del mundo sin necesidad de visa ni pasaporte, no pasó controles especiales, ni la miraron con cara rara en ningún punto migratorio, nadie intentó sacar partido favorable suponiendo los deseos de un abuelo de llegar con la novedad ante su nieta. Fernanda debe tener algo especial para haber pasado invicta por retos tan complejos para un cubano de hoy.
Luego de la llegada a mi destino, ya acomodado, le entregué el regalo. Estaban presentes varios miembros de la familia. Todos, para motivar a la niña, exclamaron: ¡Wow! La recibió con la alegría que un muchacho siempre muestra ante un juguete nuevo. Yo me mantuve expectante, quizás más que ella cuando estaba a la espera del obsequio. Fue en ese preciso momento que quedé impactado, jamás olvidaré el “¡Fernanda!” que salió de sus labios. No entendí nada, ¿cómo podía ser que supiera el nombre del personaje? Bastó un poco de roce con ella para ir comprendiendo la causa por la que la niña conocía a la detective de los animados cubanos, cantaba en un español rudimentario, pero comprensible, canciones infantiles cubanas y conocía perfectamente a sus abuelos paternos.
La razón radicaba en la preservación de los factores humanos de la cubanidad en el padre, que poco a poco se han ido transfiriendo a la hija de manera natural, sin intentar suplantar su propia identidad. Otra cuestión importante es la adecuada utilización de las Redes Sociales. En YouTube se pueden encontrar la mayoría de los animados y canciones infantiles cubanos, desde el antiguo Gatico Vinagrito de la inolvidable maestra Teresita Fernández, canción de mis tiempos infantiles, hasta las actuales historias de Fernanda. Esto viene a reafirmar la teoría sociológica de que las Redes Sociales valen, lo que vale el individuo que está detrás de ellas.
Nadie, por estar lejos de su país natal, pierde la identidad. Esta solo la esconde el que quiere hacerlo, muchas veces por cuestiones convenientes, desgarros, rencores o desinterés. Tampoco se precisa llevar tatuada en la frente la estrella solitaria para demostrar que no se ha dejado de ser cubano. Esa es una condición que se asume o no, cada persona es libre de hacerlo a su voluntad y eso hay que aprender a respetarlo. Como decía mi centenaria abuela: “cada uno debe saber llevar a cuestas su jolongo”.
Lo lastimoso de todo es que en Cuba no se encuentran ninguno de esos materiales en las tiendas ni librerías, pero es fácil adquirir con cualquier vendedor de discos por cuenta propia el animado foráneo que se desee. Tampoco existe una producción de juguetes que reproduzca a nuestros personajes infantiles. ¿Se trata de un problema económico, de creatividad o de voluntad? Alguien debe tener la respuesta concreta a estas interrogantes, aunque todo conduce a pensar que la causa es multifactorial y puede llegar a ser hasta de conveniencia. La formación de un individuo comienza desde la cuna y si desde ese momento se le presenta al Pato Donald, difícilmente se logre que un día cante Pitusa y Eusebio.
El encuentro con los seres queridos que se hallan lejos siempre es motivo de satisfacción. Poder ver a la muñeca Fernanda incorporada a los juegos cotidianos de mi nieta me llena de regocijo. Vivir esta experiencia también me ha resultado de incalculable valor desde el punto de vista profesional. Para cualquier sociólogo el encuentro con sectores de la emigración, en el propio entorno en el que radican, es algo enigmático e importante. La que he tenido la oportunidad de ver en Australia –y no solo en el marco familiar– es muy peculiar, está estrechamente vinculada a los asuntos culturales y es algo apática a las cuestiones políticas, pero ese es material para otro trabajo. Ahora, con el permiso de los lectores, voy a apartarme de todos estos asuntos para dedicarme a disfrutar el momento familiar que se me ha propiciado, espero que me comprendan, pero antes voy a confiarles –por fin– el gran dilema que atormenta a este abuelo, ¿la próxima vez que venga, cómo voy a poder conseguir dos regalos? Ω
Se el primero en comentar