Tercer Domingo de Pascua

Por: padre José Miguel González Martín

Palabra de Hoy
Palabra de Hoy

1 de mayo de 2022

Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres.

“Digno es el Cordero degollado de recibir el poder,
la riqueza, la sabiduría, la fuerza, el honor, la gloria y la alabanza”.

“Señor, tú conoces todo, tú sabes que te quiero”.

Lecturas

Primera Lectura

Lectura de los Hechos de los Apóstoles 5, 27b-32. 40b-41

En aquellos días, el sumo sacerdote interrogó a los apóstoles, diciendo:
“¿No les habíamos ordenado formalmente no enseñar en ese Nombre? En cambio, han llenado Jerusalén con su enseñanza y quieren hacernos responsables de la sangre de ese hombre».
Pedro y los apóstoles replicaron:

«Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres. El Dios de nuestros padres resucitó a Jesús, a quien ustedes mataron, colgándolo de un madero. Dios lo ha exaltado con su diestra, haciéndolo jefe y salvador, para otorgar a Israel la conversión y el perdón de los pecados. Testigos de esto somos nosotros y el Espíritu Santo, que Dios da a los que lo obedecen”.
Prohibieron a los apóstoles hablar en nombre de Jesús, y los soltaron. Ellos, pues, salieron del Sanedrín contentos de haber merecido aquel ultraje por el Nombre.

Salmo

Sal 29, 2 y 4. 5 y 6. 11 y 12a y 13b

R./ Te ensalzaré, Señor, porque me has librado.
Te ensalzaré, Señor, porque me has librado
y no has dejado que mis enemigos se rían de mí.
Señor, sacaste mi vida del abismo, me hiciste revivir cuando bajaba a la fosa. R/.
Toquen para el Señor, fieles suyos, celebren el recuerdo de su nombre santo;
su cólera dura un instante; su bondad, de por vida;
al atardecer nos visita el llanto; por la mañana, el júbilo. R/.
Escucha, Señor, y ten piedad de mí; Señor, socórreme.
Cambiaste mi luto en danzas. Señor, Dios mío, te daré gracias por siempre. R/.

Segunda Lectura

Lectura del libro del Apocalipsis 5, 11-14

Yo, Juan, miré, y escuché la voz de muchos ángeles alrededor del trono, de los vivientes y de los ancianos, y eran miles de miles, miríadas de miríadas, y decían con voz potente:
“Digno es el Cordero degollado de recibir el poder, la riqueza, la sabiduría, la fuerza, el honor, la gloria y la alabanza”.
Y escuché a todas las criaturas que hay en el cielo, en la tierra, bajo la tierra, en el mar —todo cuanto hay en ellos—, que decían:
“Al que está sentado en el trono y al Cordero la alabanza, el honor, la gloria y el poder por los siglos de los siglos”.
Y los cuatro vivientes respondían: “Amén”.
Y los ancianos se postraron y adoraron.

Evangelio

Lectura del santo Evangelio según San Juan 21, 1-19

En aquel tiempo, Jesús se apareció otra vez a los discípulos junto al lago de Tiberíades. Y se apareció de esta manera:
Estaban juntos Simón Pedro, Tomás, apodado el Mellizo; Natanael, el de Caná de Galilea; los Zebedeos y otros dos discípulos suyos.
Simón Pedro les dice: “Me voy a pescar”.
Ellos contestan: “Vamos también nosotros contigo”.
Salieron y se embarcaron; y aquella noche no cogieron nada. Estaba ya amaneciendo, cuando Jesús se presentó en la orilla; pero los discípulos no sabían que era Jesús.
Jesús les dice: “Muchachos, ¿tenéis pescado?”.
Ellos contestaron: “No”.
Él les dice: “Echen la red a la derecha de la barca y encontrarán».
La echaron, y no podían sacarla, por la multitud de peces. y aquel discípulo a quien Jesús amaba le dice a Pedro: ‘Es el Señor’.
Al oír que era el Señor, Simón Pedro, que estaba desnudo, se ató la túnica y se echó al agua. Los demás discípulos se acercaron en la barca, porque no distaban de tierra más que unos doscientos codos, remolcando la red con los peces.
Al saltar a tierra, ven unas brasas con un pescado puesto encima y pan.
Jesús les dice: “Traigan de los peces que acaban de coger”.
Simón Pedro subió a la barca y arrastró hasta la orilla la red repleta de peces grandes: ciento cincuenta y tres. Y aunque eran tantos, no se rompió la red.
Jesús les dice: “Vamos, almuercen”.
Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle quién era, porque sabían bien que era el Señor. Jesús se acerca, toma el pan y se lo da, y lo mismo el pescado.
Esta fue la tercera vez que Jesús se apareció a los discípulos después de resucitar de entre los muertos.
Después de comer, dice Jesús a Simón Pedro:
“Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que estos?”.
Él le contestó: “Sí, Señor, tú sabes que te quiero”.
Jesús le dice: “Apacienta mis corderos·.
Por segunda vez le pregunta: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas?».
Él le contesta: “Sí, Señor, tú sabes que te quiero”.
Él le dice: “Pastorea mis ovejas”.
Por tercera vez le pregunta: “Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?”.
Se entristeció Pedro de que le preguntara por tercera vez: “Me quieres?”
Y le contestó:
“Señor, tú conoces todo, tú sabes que te quiero”.
Jesús le dice: «Apacienta mis ovejas. En verdad, en verdad te digo: cuando eras joven, tú mismo te ceñías e ibas adonde querías; pero, cuando seas viejo, extenderás las manos, otro te ceñirá y te llevará adonde no quieras».
Esto dijo aludiendo a la muerte con que iba a dar gloria a Dios. Dicho esto, añadió: “Sígueme”.

Comentario

Aleluya ¡El Señor ha resucitado!
Estamos ya en el tercer domingo de Pascua y la Iglesia entera sigue celebrando con alegría la resurrección del Señor, su victoria sobre el pecado y la muerte. La resurrección de Jesucristo, manifestada en sus apariciones a los discípulos, cambió la vida de estos, pasando de ser miedosos seguidores escondidos a testigos vivos del Señor y comunicadores alegres y decididos de su Buena Noticia.

Este proceso de reconversión que los primeros discípulos de Jesús vivieron, y no siempre de manera plácida y automática, también hemos de vivirlo nosotros. Por eso no nos hemos de cansar, durante el tiempo de Pascua, de pedirle al Señor la gracia y el regalo de sentirlo vivo, con corazón palpitante, a nuestro lado, en nuestros quehaceres y luchas, y no solo cuando rezamos o vamos a la iglesia.

Desde la Palabra de Dios de hoy podemos comprender las consecuencias que tienen para la vida del cristiano la experiencia de Cristo resucitado y su vivencia profunda.
La primera de ellas es la valentía, la pérdida del miedo y de los respetos humanos, para ser testigos de Cristo obedeciendo a Dios, que nos da su Espíritu, antes que los dictámenes de este mundo, que nos esclavizan y degradan. Los apóstoles, con Pedro a la cabeza, eran hombres libres que hablaban de Cristo con libertad. Llevaban a Cristo dentro. No podían negar la evidencia. No podían resistir el impulso de su Espíritu. Y por eso sufrieron y aceptaron con naturalidad y alegría las vejaciones a las que fueron sometidos.

Para ser libres nos ha creado Dios. Y la verdadera libertad solo se conquista entregando el corazón a Cristo resucitado y dejando que Él guíe nuestros pasos. Paradójicamente, entregándole nuestras vidas, somos los hombres y mujeres más libres del mundo para pensar, hablar y actuar como corresponde, con verdad y justicia.

La segunda de ellas es la contemplación de su presencia viva en la vida de cada día, en la creación, en las personas que nos rodean, en los acontecimientos que suceden. El apóstol Juan nos invita a ello. Todo nos habla de Dios, de la victoria de Cristo sobre el pecado y la muerte. Incluso en las situaciones más perversas y deshumanizadoras está Cristo resucitado alentando la valentía y el coraje de sus discípulos para vencer el mal con la fuerza del bien.

La tercera es la sanación interior y el cambio de mentalidad que Cristo vivo, paso a paso y poco a poco, produce en quienes le seguimos esperando y confiando en Él. Igual que a los discípulos de la primera hora, tal como nos narra el evangelio de hoy, también a nosotros quiere el Señor ayudarnos a descubrirle cercano en nuestra vida cotidiana, sanando nuestras traiciones, silencios y deserciones. De la misma manera nos sorprende haciendo posible lo que nos parece imposible. También a nosotros, como a Pedro, nos pregunta si le queremos. También nosotros, como Pedro, hemos de decirle, tantas veces como haga falta: «Señor, tú conoces todo, tú sabes que te quiero».

Ciertamente en un mundo y momento tan convulso como el que vivimos, en sociedades visiblemente contradictorias, hemos de pedirle mucho al Señor que nos abra los ojos del corazón. Que la fuerza de su Espíritu y la luz de su presencia amorosa, que llena nuestros corazones de paz y alegría, sigan siendo siempre las coordenadas en las que sostengamos nuestro cotidiano caminar.

Oración

Quédate con nosotros, la tarde está cayendo.

¿Cómo te encontraremos al declinar el día,
si tu camino no es nuestro camino?
Detente con nosotros; la mesa está servida,
caliente el pan y envejecido el vino.

¿Cómo sabremos que eres un hombre entre los hombres,
si no compartes nuestra mesa humilde?
Repártenos tu cuerpo, y el gozo irá alejando
la oscuridad que pesa sobre el hombre.

Vimos romper el día sobre tu hermoso rostro,
y al sol abrirse paso por tu frente.
Que el viento de la noche no apague el fuego vivo
que nos dejó tu paso en la mañana.

Arroja en nuestras manos, tendidas en tu busca,
las ascuas encendidas del Espíritu;
y limpia, en lo más hondo del corazón del hombre,
tu imagen empañada por la culpa.

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