V Domingo de Cuaresma

Por: padre José Miguel González Martín

Palabra de Hoy
Palabra de Hoy

3 de abril de 2022

Isaías 43,16–21
Miren que realizo algo nuevo; ya está brotando, ¿no lo notan?
Filipenses 3, 8-14
Todo lo considero pérdida comparado con la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor.
San Juan 8, 1-11
Se incorporó y les dijo: “El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra”.

La escena del evangelio de hoy es impresionante. Los escribas y fariseos le presentan a Jesús una mujer sorprendida en adulterio, una pecadora pública, para que la condene según la ley de Moisés a morir apedreada; en realidad a quien quieren condenar y quitar del medio es al mismo Jesús. El denso momento rezuma violencia y sangre. La tensión es máxima. Y se produce un gran “choque de trenes”, de mentalidades, de diversa manera de entender a Dios y lo que Él desea de nosotros.

Jesús no condena a la mujer. Al final simplemente le dice: “Mujer, ¿dónde están tus acusadores?; ¿ninguno te ha condenado?”. Ella contestó: “Ninguno, Señor”. Jesús dijo: “Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más”. Jesús tampoco condena ni recrimina a quienes habían pecado con aquella mujer, probablemente varones allí presentes; ni a todos aquellos que querían apedrearla. Simplemente desarmó la contienda con esa frase que debiéramos decirnos todos cuando juzgamos y condenamos a otros: “El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra”.

La imagen de Jesús escribiendo en el suelo dice mucho. Se puso a la altura de aquella mujer pecadora que probablemente habría sido golpeada y arrastrada y se encontraría tendida, herida y ensangrentada. Se abajó hasta donde estaba ella. Para hablar con los acusadores se incorporaba; para hablar con ella se inclinaba de nuevo.

Pero, ¿qué escribía Jesús con el dedo en el suelo? Lo podemos imaginar. Quizás nombres, lugares, o signos para hacerles saber a los acusadores que sabía todo de todos. Quizás textos de la ley de Moisés, citas del Antiguo Testamento, para poner en evidencia la sesgada interpretación que hacían de la Ley de Dios, la manipulación de su Palabra, con la que sometían a la gente humilde y sencilla. El caso es que, después de un rato de silencio, rebajada la tensión, el evangelio nos cuenta que todos se fueron escabullendo, sin rechistar, sin protestar, sin acusar, empezando por los más viejos. Quizás por eso de que los más viejos somos siempre los que más tiempo hemos tenido para pecar y, por tanto, los que más tenemos que agradecer a Dios por su paciencia, su misericordia y su compasión.

No es correcto interpretar la actitud de Jesús desde el buenismo y el relativismo; Jesús no devalúa el pecado, no resta importancia a nuestras miserias, desobediencias, injusticias, crímenes o delitos tipificados o no. Nuestros pecados personales o sociales, privados o públicos nos laceran, nos destruyen, emborronan la imagen de Dios en cada uno de nosotros. Jesús no viene a decirnos que todo vale, que no importa lo que hagamos, sino a curar y sanar las heridas provocadas por el pecado. Viene a reconstruirnos, a liberarnos, a salvarnos. Curó las heridas del alma de aquella pobre mujer pecadora y probablemente también las de todos sus acusadores, incluidos sus discípulos y la gente allí presente ajenos a la contienda. Quiere curar nuestras heridas y también a nosotros nos dice: “Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más”.

Jesús rompe así con la postura judiciaria y condenatoria que tantas veces nosotros usamos, incluso en nombre de Dios, para quitar de en medio a quienes nos estorban, no piensan como nosotros, tienen otros planteamientos de la vida. Jesús apela a la conciencia de cada uno; antes de condenar, mírate a ti mismo, reflexiona, corrígete, comprende al otro en su situación y ponte en su lugar.
Por eso, en palabras del profeta Isaías, ha venido a hacer nuevas todas las cosas, a cambiar nuestra mentalidad, a reconstruir nuestras vidas y nuestra sociedad, a restaurar nuestras relaciones. Quizás en estos días próximos a la Semana Santa muchos volvamos a ver la impactante e hiperrealista película de Mel Gibson titulada “La Pasión de Cristo”. Siempre me ha impresionado mucho la escena en la que se encuentra, cara a cara, con su madre María, camino del Calvario, y le dice: “¿Ves, Madre, cómo hago nuevas todas las cosas?” Lo hizo y lo hace entregando la vida, desangrándose por nosotros.

Cuando Pablo de Tarso pasa de perseguidor de cristianos a seguidor de Cristo, y cae en la cuenta de todo ello, afirma lleno de pasión: “Todo lo considero pérdida comparado con la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor. Por él lo perdí todo, y todo lo considero basura con tal de ganar a Cristo y ser hallado en Él”.
Perder la vida por Cristo para ganarla: un desafío, una pauta de comportamiento, una misión siempre abierta.

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