XVIII Domingo del Tiempo Ordinario

Por: padre José Miguel González Martín

Palabra de Hoy
Palabra de Hoy

1 de agosto de 2021

Moisés les dijo: “Es el pan que el Señor les da de comer”.

No anden ya, como es el caso de los gentiles, en la vaciedad de sus ideas.

“Yo soy el pan de vida.

El que viene a mí no tendrá hambre, y el que cree en mí no tendrá sed jamás”.

Lecturas

Primera Lectura

Lectura del Libro del Éxodo 16, 2-4. 12-15.

En aquellos días, la comunidad de los hijos de Israel murmuró contra Moisés y Aarón en el desierto, diciendo:
“¡Ojalá hubiéramos muerto a manos del Señor en la tierra de Egipto, cuando nos sentábamos alrededor de la olla de carne y comíamos pan hasta hartarnos! Nos han sacado a este desierto para matar de hambre a toda esta comunidad”.

El Señor dijo a Moisés:
“Mira, haré llover pan del cielo para ustedes: que el pueblo salga a recoger la ración de cada día; lo pondré a prueba a ver si guarda mi instrucción o no.

He oído las murmuraciones de los hijos de Israel. Diles: ‘Al atardecer comerán carne, por la mañana se hartarán de pan; para que sepan que yo soy el Señor Dios vuestro’”.

Por la tarde, una bandada de codornices cubrió todo el campamento; y por la mañana había una capa de rocío alrededor del campamento. Cuando se evaporó la capa de rocío, apareció en la superficie del desierto un polvo fino, como escamas, parecido a la escarcha sobre la tierra. Al verlo, los hijos de Israel se dijeron:
“¿Qué es esto?”.

Pues no sabían lo que era. Moisés les dijo:
“Es el pan que el Señor les da de comer”.

Salmo

Sal 77, 3 y 4bc. 23-24. 25 y 54

R/. El Señor les dio pan del cielo.

Lo que oímos y aprendimos, lo que nuestros padres nos contaron,
lo contaremos a la futura generación: las alabanzas del Señor, su poder. R.

Pero dio orden a las altas nubes, abrió las compuertas del cielo:
hizo llover sobre ellos maná, les dio pan del cielo. R.

El hombre comió pan de ángeles, les mandó provisiones hasta la hartura.
Los hizo entrar por las santas fronteras hasta el monte que su diestra había adquirido. R.

Segunda Lectura

Lectura de la carta de San Pablo a los Efesios 4, 17. 20-24

Hermanos:
Esto es lo que digo y aseguro en el Señor: que no anden ya, como es el caso de los gentiles, en la vaciedad de sus ideas.

Ustedes, en cambio, no es así como han aprendido a Cristo, si es que lo han oído a él y han sido adoctrinados en él, conforme a la verdad que hay en Jesús. Despojados del hombre viejo y de su anterior modo de vida, corrompido por sus apetencias seductoras; renuévense en la mente y en el espíritu y revístanse de la nueva condición humana creada a imagen de Dios: justicia y santidad verdaderas.

Evangelio

Lectura del santo Evangelio según San Juan 6, 24-35

En aquel tiempo, cuando la gente vio que ni Jesús ni sus discípulos estaban allí, se embarcaron y fueron a Cafarnaúm en busca de Jesús.

Al encontrarlo en la otra orilla del lago, le preguntaron:
“Maestro, ¿cuándo has venido aquí?”.

Jesús les contestó:
“En verdad, en verdad les digo: me buscan no porque han visto signos, sino porque comieron pan hasta saciarse. Trabajen, no por el alimento que perece, sino por el alimento que perdura para la vida eterna, el que les dará el Hijo del hombre; pues a este lo ha sellado el Padre, Dios”.

Ellos le preguntaron:
“Y, ¿qué tenemos que hacer para realizar las obras de Dios?”.

Respondió Jesús:
«La obra que Dios es esta: que crean en el que él ha enviado».

Le replicaron:
“¿Y qué signo haces tú, para que veamos y creamos en ti? ¿Cuál es tu obra? Nuestros padres comieron el maná en el desierto, como está escrito: ‘Pan del cielo les dio a comer’”.

Jesús les replicó:
“En verdad, en verdad les digo: no fue Moisés quien les dio pan del cielo, sino que es mi Padre el que les da el verdadero pan del cielo. Porque el pan de Dios es el que baja del cielo y da vida al mundo”.

Entonces le dijeron:
“Señor, danos siempre de este pan”.

Jesús les contestó:
“Yo soy el pan de vida. El que viene a mí no tendrá hambre, y el que cree en mí no tendrá sed jamás”.

Comentario

La Palabra de Dios de hoy nos adentra en uno de los misterios más importantes de nuestra fe cristiana: la presencia sacramental de Cristo vivo en la Eucaristía que se nos ofrece como el pan de vida, para saciar nuestra hambre, para calmar nuestra sed. El domingo pasado la liturgia nos presentaba el pasaje del evangelio, inmediatamente anterior a este de hoy, en el que se nos narraba el milagro de la multiplicación de los panes y de los peces. Era el inicio del capítulo 6 del evangelio de San Juan, preámbulo de lo que hoy hemos escuchado.

Intencionadamente San Juan evangelista, el discípulo amado de Jesús, coloca el discurso sobre la Eucaristía a continuación de la multiplicación de los panes y los peces. El paralelismo entre ambos textos y la mutua implicación explicativa es innegable.

Sin duda, estos textos nos obligan a hacernos una pregunta inexcusable: ¿de qué tengo yo hambre?, ¿cuál es mi sed? Incluso puedo extender la cuestión a la sociedad en la que vivo. Ciertamente hemos de reconocer con vergüenza y sonrojo que en el mundo en el que vivimos todavía hay mucha gente que pasa hambre de verdad, que no tiene lo necesario para vivir; también hay muchos hombres y mujeres que tienen hambre y sed de justicia y de libertad. Pero el hambre y la sed de la que hoy se nos habla es más severa y profunda; va más allá de lo visible y tangible, y muchos ni siquiera la perciben. Es el hambre y la sed de Dios. Nuestro mundo necesita a Dios para que nuestros corazones se transformen; necesita a Cristo para que cualquier otro tipo de hambre y sed desaparezca y quede saciada y calmada. Porque del encuentro con Dios en Cristo brotan los corazones nuevos capaces de recrear el mundo en la justicia y libertad verdaderas, que vencen las diferencias, que ponen a los pobres y necesitados en la prioridad de sus trabajos y desvelos.

Quizás, como nos dice San Pablo en la segunda lectura, todavía estemos en la vaciedad de las ideas de este mundo y hagamos consistir nuestras necesidades primarias en cosas pasajeras o incluso superfluas. Quizás todavía no nos hemos dejado transformar por Cristo en nuestra mente y en nuestro espíritu para darnos cuenta de lo que verdaderamente sacia nuestras ansias más profundas, nuestros deseos de felicidad; quizás todavía no hemos encontrado la roca sobre la que construir nuestra vida; quizás todavía no nos hemos despojado del hombre viejo, anclado a rémoras del pasado, corrompido por las seducciones de este mundo. Buscar la justicia y la santidad verdaderas es el desafío que nos aguarda cada día para reflejar con nuestras vidas la imagen de Dios en la que hemos sido creados.

El Papa Francisco reflexionaba así sobre el evangelio de hoy: “Jesús ha venido a abrir nuestra existencia a un horizonte más amplio respecto a las preocupaciones cotidianas del nutrirse, del vestirse, de la carrera, etc. Por eso, exclama: ‘Ustedes me buscan no porque han visto señales, sino porque comieron pan hasta saciarse’. La multiplicación de los panes y de los peces es un signo del gran don que el Padre ha hecho a la humanidad: es Jesús mismo. Él, verdadero pan de vida, quiere saciar no solamente los cuerpos sino también las almas. Por esto invita a la multitud a procurarse la comida que permanece para la vida eterna: un alimento que Jesús nos da cada día: su Palabra, su Cuerpo, su Sangre… El Señor nos invita a no olvidar que, si es necesario preocuparse por el pan, todavía más importante es cultivar la relación con él, reforzar nuestra fe en él, que es el ‘pan de la vida’, venido para saciar nuestra hambre de verdad, nuestra hambre de justicia, nuestra hambre de amor”.

Cada domingo se nos ofrece en la celebración de la Eucaristía, gratuita y amorosamente, la Palabra junto con el Cuerpo y la Sangre de Cristo, pan de vida y bebida de salvación. Que nada ni nadie nos impida participar en tan hermoso banquete, gozar de tan maravillosa presencia, disfrutar de tan enorme regalo.

Oración

No estás. No se ve tu Rostro. Pero estás.

Tus rayos se disparan en mil direcciones. Eres la Presencia Escondida.

Oh Presencia siempre oculta y siempre clara,

oh Misterio Fascinante al cual convergen todas las aspiraciones.

Oh Vino Embriagador que satisfaces todos los deseos.

Oh Infinito Insondable que aquietas todas las quimeras.

Eres el Más Allá y el Más Acá de todo.

Estás sustancialmente presente en mi ser entero.

Tú me comunicas la existencia y la consistencia.

Me penetras, me envuelves, me amas.

Estás en torno a mí y dentro de mí.

Con tu Presencia activa alcanzas hasta las más remotas y profundas

zonas de mi intimidad.

Eres el alma de mi alma, la vida de mi vida,

más yo que yo mismo, la realidad total y totalizante,

dentro de la cual estoy sumergido.

Con tu fuerza vivificante penetras todo cuanto soy y tengo.

Tómame todo entero, oh Todo de mi todo,

y haz de mí una viva transparencia de tu Ser y de tu Amor. Amén.

(P. Ignacio Larrañaga, Encuentro 13)

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