Carlos Acosta: el triunfo de un bailarín

Por Reny Martínez

Carlos Acosta, bailarín cubano
Carlos Acosta, bailarín cubano

“El arte es el modo más corto
para llegar al triunfo de la verdad”.
José Martí

En el filme Yuli, dirigido por la española Icíar Bollaín, se hace realidad el anhelado proyecto impulsado por el estelar bailarín cubano Carlos Acosta; el de contar su historia, para que sirva de inspiración a los jóvenes que buscan cómo encontrar su camino en la vida.
La película fue exhibida en cuatro ocasiones durante la cuadragésima edición del Festival de Cine de La Habana, con una multitudinaria acogida. Sin embargo, incluida en la categoría de Galas Especiales, estaba considerada fuera de concurso. Su protagonista logra mostrar que –con talento y voluntad– pudo llegar a ser el primer bailarín negro en el Royal Ballet de Londres (donde permaneció dieciséis años), y alcanzar el máximo rango del elenco de una de las más grandes compañías de danza del orbe.
Acosta, a los cuarenta y cuatro años, aunque con una envidiable vitalidad y técnica impecable, decidió iniciar paulatinamente su retiro de los escenarios, y ha enfocado sus energías en la fundación de su propia compañía, Acosta Danza, en la isla caribeña que lo vio nacer. Su dedicación al ballet, el alejamiento de su familia y los avatares propios del oficio –además de la pena por la enfermedad incurable de una joven hermana–, lo sumieron en una larga soledad que lo llevaría a escribir (con la ayuda de un amigo) un libro sobre su vida, No mirar atrás (del original en inglés, No Way Home, 2007), que ha sido traducido al español por una editorial cubana, empero nunca ha podido estar al alcance del público lector de la Mayor de las Antillas.
Ese texto sirvió de base para la película cuando llegó a manos del reconocido guionista inglés Paul Laverty (colaborador habitual de Ken Loach y pareja sentimental de Bollaín). Pero tardó otros diez años en concretarse como filme, hasta que lo acogió definitivamente la productora Andrea Calderwood.
La evidente calidad del producto audiovisual terminado se debe, en gran medida, a la inteligente selección del reparto y del equipo de colaboradores, tales como la coreógrafa María Rovira, autora de los breves pero excelentes momentos secuenciales donde apreciamos el rotundo virtuosismo comunicativo del juvenil elenco de Acosta Danza; la deslumbrante fotografía fue lograda por Alex Catalán (con su lente apresó con crudeza cada detalle significativo revelador de una Habana secreta); o la participación imprescindible de un compositor como Alberto Iglesias, autor de la música necesaria para apoyar los fotogramas fundamentales.
Con treinta años de una brillante carrera y de una juventud dedicada, el Yuli de la cinta se empeña en ver superada su asignatura pendiente: salvar el edificio abandonado de la Escuela de Ballet concebido por el notable arquitecto italiano Vittorio Garatti –uno de los que conforman el maravilloso complejo de arquitectura orgánica de la Escuela Nacional de Arte, hoy Instituto Superior de Arte (ISA)–, donde se desarrollan algunas secuencias de la película, y que Acosta pretende convertir en “su escuela soñada antes de morir”. El bailarín ha explicado en entrevistas recientes que este acto sería “una forma de devolver a mi país parte de lo que he recibido”. Ha creado, además, la Fundación Internacional de Ballet Carlos Acosta, mediante la cual otorga becas a alumnos de bajos recursos, tanto cubanos como extranjeros. Actualmente cursan dos españolas, tres colombianos y un dominicano, que en diciembre debutaron públicamente con una función única en el habanero Teatro Mella.
En general, el desempeño actoral puede calificarse con notas altas, aunque para este cronista son dos las zmás destacadas, por su naturalidad, convicción y carisma en la transmisión de los matices, sin exceso de histrionismo: la del bailarín y coreógrafo Santiago Alfonso, devenido Pedro Acosta (rudo y reflexivo padre de Yuli) y la del niño-bailarín Edilson Manuel Olvera (como Acosta niño), lograda gracias al trabajo de dirección de Bollaín, con gran experiencia en producciones infantiles.
Igualmente nos sorprendió la elocuente inter-pretación del propio Acosta, quien enfrenta con éxito un nuevo medio, las cámaras de cine. Prueba de ello ha sido el reconocimiento por la Academia Española de Cine, al nominarlo para el Goya de 2019 en el apartado actor/revelación. Tampoco desdeñamos la entrega valiosa de un Acosta más adulto, en la piel del bailarín Keyvin Martínez.
Debemos tener en cuenta lo ambicioso de este proyecto, tanto para llevarlo a cabo en Cuba como en España. La productora Claudia Calviño fue, con su capacidad, esencial en la solución de la mayoría de los problemas que surgieron en este rodaje de dos años y medio, con la contribución de entidades cubanas y españolas, como coproductoras, y la participación de otras europeas.
Conocemos, por confesiones precedentes de la propia realizadora, que “no quiso hacer un biopic”. Y si bien se inspiró en la vida y carrera de Acosta, según los textos mencionados de No Way Home, partió de la premisa de que “cine es libertad” para permitirse –junto con Laverty– “ficcionalizarlo” e introducir secuencias con personajes que contribuyan “al juego de llevar historias al cine”.
Encumbrado por un importante reconocimiento en el último Festival de Cine de San Sebastián, Laverty, en su intento de entregarnos el recorrido del protagonista, desde su infancia en un barrio marginal de la capital cubana (Los Pinos) hasta su fama al bailar en Giselle del londinense Royal Ballet, se enfrenta con tópicos colindantes con el melodrama familiar, así como con los antropológicos, al justificar el título del filme, Yuli, como apodo afectivo del padre –camionero nieto de esclavo africano y practicante de la religiosidad popular yoruba–, cuando elige el nombre del hijo de Oggún, deidad guerrera tradicional de esta comunidad. Aquí revela puntos débiles en la dramaturgia, pues no evita los excesos y cae en las reiteraciones. Sin embargo, en toda la trama, no se menciona el nombre del icono del ballet cubano, Alicia Alonso, pero sus razones tendrá…
Sin duda, la carga emotiva que distingue a la obra fílmica de esta talentosa realizadora ibérica, permitió sensibilizar –a veces en demasía– a los miles de espectadores con este proyecto, donde se imbrica una historia personal con la danza para convertirla en un relato universal. La superación del artista, la relación padre-hijo, el sacrificio y la constancia emergen junto al ballet con la inclusión de la gran maestra Ramona de Sáa (Chéry) –interpretada con tino por la orgánica actriz Laura de la Uz–, fiel a la enseñanza de la escuela cubana de ballet y formadora del talento y la personalidad de Yuli.
Chéry, con su experiencia y pertinencia, decidió enviar a Carlos Acosta al famoso certamen suizo Prix de Lausanne. Allí su discípulo aventajado alcanzó la codiciada presea dorada, revelándose al mundo, en consecuencia, como “el mulato de oro del ballet cubano”.
El lezamiano “azar concurrente” se ha puesto de ma-nifiesto en Carlos Acosta, al ser nombrado presidente del jurado (acompañado por otras prestigiosas perso-nalidades del mundo de la danza), del Prix de Lausanne en su edición de febrero de 2019.
Por su parte, la cinta ha seguido su andadura por varios festivales cinematográficos en Europa. Previo a su estreno comercial en la Península Ibérica, se alzó con el prestigioso Goya en la categoría de mejor guion (para Laverty), y en el mes de abril se confrontó con el público y la crítica estadounidense, cuando fue exhibido en el Havana Film Festival, edición 2019, que anualmente tiene lugar en la ciudad de Nueva York, con la presencia del propio Acosta.
Según fuentes autorizadas del Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC), la muy anhelada distribución comercial de Yuli en la Mayor de las Antillas está prevista para la programación especial de Verano del año en curso. Ω

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