Sin vino. Sin vacuna. Sin misa

Por: Antonio Miguel Fontela Lamelas

Cola en espera del pollo en la calle Santuario, Regla.
Cola en espera del pollo en la calle Santuario, Regla.

Cuando observo los milímetros de aceite restantes, la extenuación del tubo de crema dental o la transparencia de la laminilla de jabón que aún reposa en el fondo de la jabonera, pienso por fuerza en las Bodas de Caná, porque cada momento tiene sus escaseces; en el de los novios, el vino; en el nuestro, otras, y tanto en el actual como en el pretérito, es conveniente pedir la intercesión de Nuestra Madre Celestial para que su Hijo realice algún milagro que reduzca las carencias.

Atravesábamos una grave crisis por motivos diversos, la cual se ha agudizado en los últimos meses por la llegada del SARS-CoV-2, que ha logrado remachar nuestra cotidianidad haciéndola aún más escabrosa. Actualmente es necesario hacer largas colas con aislamiento cero para adquirir los artículos básicos de higiene y de alimentación.

El papel higiénico, la pasta dental, el jabón, el detergente y el desodorante son los elementos “a luchar” en este período de encierro necesario, los cuales se encuentran tan deficitarios como el aceite, los frijoles y el pollo. Nunca se pueden adquirir de una vez todos los insumos que las personas requieren, para lograrlo deben hacer otras filas en otras tiendas. A veces se ven obligadas a permanecer incluso varios días “marcando” hasta que “entre” el pollo, el cual constituye por antonomasia el vino de nuestra actualidad.

Por suerte, gracias a Dios y al trabajo desplegado por las autoridades sanitarias y civiles, se ha logrado disminuir el número de enfermos por el nuevo coronavirus y el país ha comenzado a abrirse hacia una neonormalidad.

Se han instrumentado una serie de regulaciones que serán aplicadas en el transporte público cuando estén atravesando las provincias por cada una de las tres fases previstas, según se expone a través de todos los medios informativos. Entre las medidas se encuentra la reducción del número de pasajeros en cada ómnibus.1

En ningún caso se ha comentado acerca de la frecuencia de las rutas, es presumible que se mantengan con la misma que tenían antes de la cuarentena por culpa de la escasez de combustible, el déficit de piezas de repuesto y el bloqueo norteamericano. Todo lo cual significa que los viajes serán más lentos.

Lo mismo se aplica al transporte marítimo, tan importante para los reglanos; puede suponerse que su capacidad de transportación también se reducirá en una porción de la que había en tiempos normales, sin alterar su frecuencia de treinta minutos, cuando se encuentren tres lanchas prestando servicios. Esto traerá como consecuencia que atravesar la bahía pudiera demorar una hora y media en la nueva normalidad.

En la capital ya nos encontramos en la fase 1 y se procederá a la reducción de las capacidades máximas en los hoteles, restaurantes y cafeterías, de igual modo en que se ha procedido en las restantes provincias.

Es lógico suponer que lo mismo se aplicará a las ceremonias religiosas. En el caso de los templos católicos, es de esperar una contracción similar a la de los restaurantes y cafeterías. Suponiendo que la reducción de personas a la celebración religiosa sea del 50 %, por ejemplo, esto equivaldría al cierre de la mitad de los templos de la capital, si no se duplicara el número de misas dominicales que se celebraban antes de la pandemia, suposición que se realiza considerando que todos los edificios tengan las mismas capacidades e igual cantidad de asistentes, identidades que no tienen lugar.

Algunos sitios, para evitar la aglomeración debido a la elevada afluencia de creyentes, tendrían que triplicar la cantidad de celebraciones para que todos los feligreses puedan asistir a misa el domingo en el templo de su preferencia. Son los casos2 de las iglesias de San Lázaro, Las Mercedes, La Caridad y La Virgen de Regla.3 Aquí radica la importancia de las misas dominicales televisadas: con ellas se evita la nociva multitud y el desplazamiento de fieles mediante el deficiente transporte público, en un día no laboral.

Además, existe en nuestra patria un problema subyacente desde la década del sesenta del siglo pasado, que coarta la solución de la dificultad arriba planteada: no se dispone de la cantidad suficiente de sacerdotes y muchos de ellos atienden a varias comunidades distantes entre sí.

El gran desafío que presentan los reajustes mencionados estriba en el valor de la frecuencia supletoria del servicio afectado: social, religioso o no; transporte de pasajeros, terrestre o no.

Claro está que la situación anómala descrita va a concluir el día en que se descubra una vacuna eficaz en contra de la COVID-19, pero hoy no se distingue con nitidez la fecha del anhelado suceso. Mientras no llegue ese instante, es aconsejable prepararnos para una apertura dificultosa y lenta. Es de suponer que las autoridades civiles y religiosas hayan tenido en cuenta estos aspectos.

Es indiscutible que, aún sin la vacuna anti-COVID-19, en breve serán levantadas las restricciones en su totalidad, porque ninguna economía es capaz de sostener a todo un país pagando salarios al 60 o al 100 % sin que se trabaje y sin que se deje de desayunar, almorzar y comer diariamente.

También es innegable que los católicos radicados entre Maisí y San Antonio pasamos por una nueva crisis, añadida a las que ya teníamos, porque el pasado domingo 28 de junio se suspendieron definitivamente las misas televisadas. Al decidir la rescisión no se ha tenido en cuenta la necesidad espiritual de la eucaristía que tienen los fieles, especialmente en estos instantes anunciadores de un futuro ensombrecido por una arenisca más tupida que la del Sahara.

Dichas celebraciones –que podían haberse mantenido hasta que se aplicara la vacuna a la población– en nada dañaban a la autoridad central del país ni a la organización ciudadana, y en ellas, el celebrante junto a los fieles, aprovechábamos esa oportunidad irreemplazable –y sin contagio alguno– para suplicarle a la Virgen de la Caridad del Cobre, que nos ayudara a salir de nuestra escasez, como a los novios de la suya en los esponsales de Caná.

Lamentablemente, el único resultado obtenido de la súbita disposición es que ahora los católicos nos encontramos sin vino, sin vacuna y también sin misa.

Que Dios se apiade de nosotros. Ω

Notas

[1] Tabloide: Etapa de recuperación post COVID-19. Medidas a implementar en sus tres fases. Editora Política, La Habana, 17 de junio de 2020.

2 Ibídem. “Generales. Fases 1, 2 y 3”, p. 8.

3 Ibídem. “Sociales. Las instituciones religiosas”, p. 14.

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