Cuando el corazón se da

Por: Yarelis Rico Hernández

Ayuda enviada a Matanzas
Ayuda enviada a Matanzas

Tengo gente querida en Matanzas, carne de mi carne. Hablamos varias veces al día y me cuentan sobre la situación, lo que saben por las redes sociales y las llamadas de algunas amistades. Al inicio del rebrote actual en esa provincia me contaban que allá escaseaban los medicamentos y me decían que por una duralgina para bajar la fiebre, había personas que pedían una barbaridad de dinero.

Tampoco hay medicamentos en La Habana. Tengo amigos que han empezado el tratamiento con antibiótico sin la cantidad necesaria para terminar el ciclo. La verdadera ayuda solidaria, esa de mano en mano, les ha permitido comenzarlo con “tres que me dio fulanita”, “cuatro que me regaló Esperancita…”, “y estas que un alma caritativa me donó por whatsap”, y así esperan continuar hasta llegar a la mayor cantidad de días posibles.

Pero vuelvo a Matanzas, a esa ciudad y a esa familia que me hacen sentir como en casa. Hoy viven con miedo, con un miedo alarmante que los paraliza, un miedo mayor al que ya los cubanos estamos acostumbrados, y que es visceral, parte entrañable y odiada de nosotros mismos. Ya se vacunaron con las tres dosis de Abdala, pero les asusta salir a la calle. Temen al virus, también a la irresponsabilidad de algunas personas que, tan cerca del peligro, andan en la calle con la mascarilla de collar; pero temen, sobre todo, a la situación de escasez de medicamentos en los propios hospitales, a las malas condiciones de higiene en los lugares de aislamiento. En fin, los temores y miedos que a todos nos acompañan.

Quizás por estas y otras razones contadas de primera mano, los gestos solidarios que muchas personas han expresado hacia los matanceros me conmuevan hasta sacarme las lágrimas. Hace poco envié a mi familia algo de los poquitísimos medicamentos que tengo en casa, algunos vencidos. Por las redes sociales contacté con un grupo de jóvenes que desde una casa en el Vedado, se encarga de recopilar ayuda para enviar a Matanzas. Tarde en la noche, un muchacho (casi un niño), fue en bicicleta hasta mi vivienda para que los medicamentos pudieran ser incluidos en un viaje programado para el día siguiente. Cuando ya las medicinas llegaron a su destino, aún sigo sin conocer el rostro ni el nombre de esos jóvenes. Pero he sabido que estas acciones se multiplican. Es esa solidaridad genética que nos acompaña y que no necesita de consignas ni ideologías para hacerse presente cuando más falta hace.

Para hablar de iniciativas de este tipo, el ejemplo de la estimulada por la Hijas de la Caridad puede ilustrar la respuesta de los tantos habaneros que han sabido compartir lo poco que tienen. Muchos, incluso, han decidido quedarse con poco o nada por dar más, por compartir y ayudar.

Sor Nadieska Almeida es una de las hermanas que, junto a laicos, religiosos, religiosas y sacerdotes de la arquidiócesis, comenzaron a recaudar ayuda por medio de las redes sociales. Después de efectuada la primera entrega en Matanzas, Palabra Nueva conversó con ella.

¿Cuándo comenzaron a recaudar la ayuda y cómo fue acogida esta petición?

“Comenzó a gestarse en el corazón cuando muchos empezaron a decir: ‘Necesitamos ayuda… #SOSMatanzas’. El sábado 10 de julio estaba rezando y me sentía muy inquieta, venía a mi mente la situación de Matanzas… Una laica que nos quiere mucho me escribió y me preguntó: ‘¿Qué vamos a hacer?’. Ahí sentí claramente que la respuesta ya la tenía. Le dije: ‘Algo haremos’. Y así surgió esta humilde iniciativa que ha desatado una manifestación hermosa de los valores que conservamos y de los que disfruto cada día al recibir a las personas que van acercándose a entregar algo”.

Muchos la identifican como una iniciativa de la Hijas de la Caridad y no de la Iglesia. ¿Qué decirles a esas personas?

“Creo que no puedo desligar mi ser de Hija de la Caridad sin sentirme hija de la Iglesia. La iniciativa nació desde la Iglesia porque eso es lo que somos, y cada bautizado, allí donde esté, es la Iglesia la que lleva en su persona. Decía al inicio que el empujón que necesitaba me lo dio una laica, hija de la Iglesia, y a esto se han sumado obispos, religiosos, miembros de Cáritas Habana y Cuba, sacerdotes, laicos… Yo solo puedo decir cómo me enseñó mi fundadora Santa Luisa de Marillac: ‘Tenemos doblemente la dicha de ser hijas de la Iglesia, por el bautismo y por la consagración…’”.

Los cubanos no tenemos mucho para dar hoy. Todos sufrimos carencias materiales importantes. En este sentido, ¿cuál ha sido la respuesta del pueblo, de la gente sencilla?

“La respuesta ha sido generosa. He llorado al ver personas traer una libra de chícharos, veinte pesos cubanos, un jaboncito, un blíster de medicamentos empezado… He visto corazones dándose; he sido testigo de gente muy noble, de personas no creyentes diciendo: ‘yo también quiero dar algo… ¿ustedes lo recibirían?’. Y esto ha permitido un diálogo real, un compartir miradas diferentes. Creo que la sensibilidad de nuestra gente sigue siendo algo que no podemos perder. He recibido tantas muestras de fraternidad, de generosidad, cuando la gente sabe que hay alguien sufriendo y que lo que ellos entregan confiados va a llegar a su destino, entonces los corazones se desnudan, las palabras sobran, el corazón comprende… Y lo más insignificante aquí pasa a ser esencial”.

¿Cuál ha sido la estrategia seguida para que la ayuda llegue a los necesitados?

“Vivimos tiempos en que todos somos necesitados, unos más, otros menos, por supuesto. La estrategia ha sido una red de personas de la misma provincia de Matanzas, a través de mis hermanas, con conocimiento y apoyo total del obispo y de laicos y sacerdotes comprometidos. Hay médicos que conocen bien los centros de aislamiento y nos han orientado, y también se han hecho responsables de que llegue lo necesario a hospitales o familiares de pacientes”.

Llegada del primer envío de ayuda a Matanzas.
Llegada del primer envío de ayuda a Matanzas.

¿Qué deja este gesto como enseñanza en medio de la difícil realidad de Cuba?

“La primera enseñanza, para mí, es que el amor sigue siendo creativo (san Vicente); que no nos podemos quedar con los brazos cruzados, que no podemos quizás ofrecer mucho, pues no tenemos, es una verdad. Pero sí que lo poquito, al compartirse, se multiplica. Ese es el milagro: cada uno aportando algo… entre todos aportamos bastante.

”La segunda, que este pueblo es generoso, que lo tenemos por naturaleza, por bendición y que no podemos renunciar a algo que nos identifica.

”Tercera, que juntos es más fácil hacer. No se trata de quién llegue primero, sino de cómo podemos lograr más entre todos, acogiéndonos, impulsándonos… Quiero terminar agradeciendo a todos los que siguen apostando por el bien, a los que van a buscar las cosas porque quienes las ofrecen son ancianos y no pueden salir de sus casas. No me cansaré de AGRADECER lo que aprendo cada día de tanta gente buena, gracias y que Dios los bendiga a todos”.

Vuelvo al principio. Tengo seres queridos, muy queridos, en Matanzas; carne de mi carne; personas con patologías alarmantes, seres cuidadosos, disciplinados, gente humana hasta el tuétano. Pero tienen miedo. ¿Y acaso hay alguien que no tema hoy en Cuba? Los días más recientes de nuestra historia se empeñan en mostrarnos, a son de contagios, desapariciones, colas… qué es lo que verdaderamente necesitamos para crecer como país: más humanismo, más libertad, más respeto y más amor… Solo así, y sin pandemia y sin miedos, amanecerá un nuevo día para cada uno de nosotros. Ω

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