XVII Domingo del Tiempo Ordinario

Por: padre José Miguel González Martín

Palabra de Hoy
Palabra de Hoy

Solemnidad de Santiago Apóstol

 

25 de julio de 2021

Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres.

 Llevamos este tesoro en vasijas de barro.

El Hijo del hombre no ha venido a ser servido

sino a servir y a dar su vida.

 

Lecturas

 

Primera Lectura

Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles 4, 33; 5, 12. 27-33; 12,2

En aquellos días, los apóstoles daban testimonio de la resurrección del Señor Jesús con mucho valor. Y se los miraba a todos con mucho agrado.

Por mano de los apóstoles se realizaban muchos signos y prodigios en medio del pueblo.

Todos se reunían con un mismo espíritu en el pórtico de Salomón.

Les hicieron comparecer ante el sanedrín y el sumo sacerdote los interrogó, diciendo:
“¿No les habíamos ordenado formalmente no enseñar en ese Nombre? En cambio, ustedes han llenado Jerusalén con su enseñanza y quieren hacernos responsables de la sangre de ese hombre”.

Pedro y los apóstoles replicaron:
“Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres. El Dios de nuestros padres resucitó a Jesús, a quien ustedes mataron, colgándolo de un madero. Dios lo ha exaltado con su diestra, haciéndolo jefe y salvador, para otorgar a Israel la conversión y el perdón de los pecados. Testigos de esto somos nosotros y el Espíritu Santo, que Dios da a los que le obedecen”.

Ellos, al oír esto, se consumían de rabia y trataban de matarlos.

El rey Herodes hizo pasar a cuchillo a Santiago, hermano de Juan.

 

Salmo

Sal 66, 2-3. 5. 7-8

  1. Oh Dios, que te alaben los pueblos, que todos los pueblos te alaben.

Que Dios tenga piedad y nos bendiga, ilumine su rostro sobre nosotros;
conozca la tierra tus caminos, todos los pueblos tu salvación. R.

Que canten de alegría las naciones, porque riges el mundo con justicia,
y gobiernas las naciones de la tierra. R.

La tierra ha dado su fruto, nos bendice el Señor, nuestro Dios.
Que Dios nos bendiga; que le teman hasta los confines de la tierra. R.

 

Segunda Lectura

Lectura de la segunda carta del apóstol san Pablo a los Corintios 4,7-15

Hermanos:
Llevamos este tesoro en vasijas de barro, para que se vea que una fuerza tan extraordinaria es de Dios y no proviene de nosotros.

Atribulados en todo, más no aplastados; apurados, más no desesperados; perseguidos, pero no abandonados; derribados, mas no aniquilados, llevando siempre y en todas partes en el cuerpo la muerte de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo.

Pues, mientras vivimos, continuamente nos están entregando a la muerte por causa de Jesús; para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestra carne mortal. De este modo, la muerte actúa en nosotros, y la vida en ustedes.

Pero teniendo el mismo espíritu de fe, según lo que está escrito: “Creí, por eso hablé”, también nosotros creemos y por eso hablamos; sabiendo que quien resucitó al Señor Jesús también nos resucitará a nosotros con Jesús y nos presentará con ustedes ante él.

Pues todo esto es para bien de ustedes, a fin de que cuantos más reciban la gracia, mayor sea el agradecimiento, para gloria de Dios.

 

Evangelio

Lectura del santo evangelio según san Mateo 20, 20-28

En aquel tiempo, se acercó a Jesús la madre de los hijos de Zebedeo con sus hijos y se postró para hacerle una petición.

Él le preguntó: “¿Qué deseas?”.

Ella contestó: “Ordena que estos dos hijos míos se sienten en tu reino, uno a tu derecha y el otro a tu izquierda”.

Pero Jesús replicó: “No saben lo que piden. ¿Pueden beber el cáliz que yo he de beber?”.

Contestaron: “Podemos”.

Él les dijo: “Mi cáliz lo beberán; pero sentarse a mi derecha o a mi izquierda no me toca a mí concederlo, es para aquellos para quienes lo tiene reservado mi Padre”.

Los otros diez, al oír aquello, se indignaron contra los dos hermanos. Y llamándolos, Jesús les dijo: “Saben que los jefes de los pueblos los tiranizan y que los grandes los oprimen. No será así entre ustedes: el que quiera ser grande entre ustedes, que sea su servidor, y el que quiera ser primero entre ustedes, que sea su esclavo.

Igual que el Hijo del hombre no ha venido a ser servido sino a servir y a dar su vida en rescate por muchos”.

 

Comentario

 

Hoy, solemnidad de Santiago Apóstol, hemos tomado las lecturas de la liturgia propia en lugar de tomar las del domingo XVII del tiempo ordinario. Quizás no en todos los sitios se celebre tal solemnidad, pero la figura de Santiago, el hermano de Juan, hijo del Zebedeo, pariente del Señor, como primer apóstol mártir, ilumina grandemente el momento presente.

La Palabra de Dios de hoy está impregnada de principios básicos de la vida cristiana, que se entienden aún mejor vistos y encarnados en la persona y figura de Santiago Apóstol: llamada y seguimiento de Jesús, conversión personal, cambio de mentalidad, humildad y sobrecogimiento ante el misterio, fortaleza de espíritu, testimonio vivo y entrega martirial de la propia vida. Este es el proceso que cualquier discípulo de Jesús, esto es, cada cristiano, ha de vivir, incluso sufrir, cuando llegue el momento para ello.

Después de haber sido llamado por Jesús y sacado de entre las barcas y las redes de su padre, Santiago, en el evangelio de hoy se nos presenta como aquel que todavía no ha entendido a Jesús ni la novedad de su estilo de vida. Piensa en glorias mundanas y se las pide al Maestro por medio de su madre. ¿Quién se atrevería a negarle algo a la madre de un amigo que lo ha dejado todo por ti? Jesús se lo niega aparentemente; en realidad le ofrece algo mejor… beber el cáliz que Él mismo ha de beber, el martirio, como la mayor gloria del discípulo, porque es lo que le asemejará totalmente al Maestro. Y aprovecha el momento para enseñar a todos sus discípulos un principio fundamental en la vida del cristiano: “el que quiera ser grande entre ustedes, que sea su servidor, y el que quiera ser primero entre ustedes, que sea su esclavo”. Y se propone como modelo: “Igual que el Hijo del hombre no ha venido a ser servido sino a servir y a dar su vida en rescate por muchos”.

Recuerdo todavía, como si fuera ahora mismo, el momento y las palabras del Papa Francisco en la misa de La Habana, en su viaje a Cuba en el año 2015. Concluyó su homilía con esa frase que algunos atribuyen a Madre Teresa de Calcuta: “Quien no vive para servir, no sirve para vivir”. Pocos días después, la oí repetir en la calle, como semilla que germina, como agua que refresca, en boca de un muchacho que no era cristiano pero que había escuchado al Papa por radio o televisión. Ciertamente “vivir para servir” es un principio universal, humano y cristiano al mismo tiempo, fuente de paz y felicidad para todo hombre o mujer de buena voluntad.

Pero, qué entendemos por servir… el servir del que habla Jesús no es ayudar un poquito hasta que me canse, no es hacer un favor y ya, no es dar de lo que me sobra, no es ofrecer algo a cambio de ayuda recíproca. El servir de Jesús significa dar la vida, totalmente, poco a poco, sin exigir nada a cambio, como lo hizo Él mismo. Y eso cuesta aprenderlo y vivirlo.

Santiago, junto con el resto de los Apóstoles, lo aprendió y lo vivió. Y estaba en el grupo de Pedro cuando respondieron al sumo sacerdote ante el Sanedrín, que “hay que obedecer a Dios antes que a los hombres”. ¡Qué principio de vida! Es máxima para hombres y mujeres libres, de gran talla humana y cristiana, que se sienten a la vez débiles y humildes, dispuestos a darlo todo, hasta las últimas consecuencias, como el Maestro. Desde la experiencia de ver a Cristo entregando su vida en la cruz, Santiago se sintió transformado y convencido de que valía la pena dar la vida por Él. La fuerza de la resurrección del Señor le hizo perder el miedo a quienes le exigían la vida. No dudó en enfrentar al mal encarnado en personas envidiosas, exclusivistas y malignas como los miembros del Sanedrín y el mismo Herodes que mandó ejecutarlo. No sabemos nada de sus últimas palabras o sus últimos momentos. Nos basta saber que dio su vida por Cristo.

San Pablo, en la segunda lectura, describe al discípulo y apóstol como vasija de barro que porta un tesoro inmenso, cuya fuerza está en Dios y no en el propio discípulo. El tesoro es el mismo Cristo, con el cual nos identificamos y por el cual sufrimos cuando de verdad queremos ser sus discípulos. Lo que hicieron con Jesús lo harán con nosotros; correremos su misma suerte. Su muerte será nuestra muerte, para que la vida verdadera que Él vino a darnos se extienda a todos los que nos rodean. Dice el apóstol de los gentiles: “Mientras vivimos, continuamente nos están entregando a la muerte por causa de Jesús; para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestra carne mortal”.

El testimonio de vida auténtico brota de la fe en aquel que nos ha amado primero; y la fe verdadera en Cristo nos impulsa, nos urge, nos apremia a dar testimonio de Cristo allá donde estemos, sin medir las consecuencias ni reservarnos nada. Dice San Pablo: “Creí, por eso hablé”. Los cristianos creemos en Cristo y por eso hablamos, somos testigos suyos para que todos tengan vida en su nombre, aunque en ello nos juguemos la fama, el prestigio, el futuro o incluso nuestra propia vida. Confiamos en Cristo que venció a la muerte y nos mostró que la muerte no es el final del camino. Cristo es el Señor de la vida, vida auténtica y verdadera, libre y hermosa, divina y eterna.

Es Cristo mismo quien nos llama a seguirle; nos hemos dejado impactar por su humanidad, hemos sentido la seducción de su mirada, hemos experimentado su amor incondicional y por eso queremos ser cristianos hasta las últimas consecuencias. La Iglesia de los primeros siglos floreció grandemente a partir del testimonio y la vitalidad de los primeros cristianos, algunos de los cuales entregaron su vida derramando su sangre como Cristo. La Iglesia de nuestro tiempo y lugar será fecunda si cada uno de nosotros nos proponemos ser cristianos y testigos de Cristo hasta las últimas consecuencias, como lo fue Santiago, como lo fueron tantos apóstoles y mártires a lo largo de la historia. Dar la vida, para que otros tengan vida… tremendo desafío que, con Cristo a nuestro lado, nos resulta atractivo y alcanzable.

 

Oración

 

Oh Cristo, para poder servirte mejor, dame un noble corazón.

Un corazón fuerte para aspirar por los altos ideales y no por opciones mediocres.

Un corazón generoso en el trabajo, viendo en él no una imposición sino una misión que me confías.

Un corazón grande en el sufrimiento, siendo valiente soldado ante mi propia cruz y sensible cireneo para la cruz de los demás.

Un corazón grande para con el mundo, siendo comprensivo con sus fragilidades, pero inmune a sus máximas y seducciones.

Un corazón grande con todas las personas, leal y atento para con todos, pero especialmente servicial y delicado a los pequeños y humildes.

Un corazón nunca centrado sobre mí, siempre apoyado en ti, feliz de servirte y servir a mis hermanos, ¡oh mi Señor! todos los días de mi vida. Amén

 

(P. Ignacio Larrañaga, Encuentro 59)

 

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