Si algo hay que enfatizar en un comentario sobre De amores y esperanzas, es lo oportuna que resultó, al llegar a las pantallas de Cubavisión en un momento poco feliz para las entregas dramatizadas de entre-semana.
En la esquina cubana, En fin, el mar, agonizante cuando apareció la nueva oferta de los sábados, decepcionaba a quienes disfrutan y se preocupan por el buen desempeño de las telenovelas. Y en la esquina brasileña Fina estampa todavía le ponía los pelos –y la lengua– de punta a quienes, sin pedir peras al olmo, exigen un mínimo de decoro y respeto (estético, ético, social) a un producto audiovisual tan importante. Bien dichas ya en nuestros medios por personas calificadas las mil razones que invalidan la entrega de Rede Globo, solo queda en ese sentido adscribirse a las ideas más ácidas escritas sobre el susodicho bodrio.
La serie que acaba de pasar los sábados por Cubavisión aborda la mayoría de los problemas identificados y en buena medida generalizados en el audiovisual a nivel mundial (violencia familiar y de género, reivindicación de otredades, conflictos generacionales, emigración, prostitución, reinserción de convictos en la sociedad, alcoholismo…), que conviven con problemas específicos de la sociedad cubana.
Es precisamente esa coherencia entre universalidad y “localidad” otro de los mayores logros en De amores…, al desplegar conflictos y temas en el contexto y desde la lógica de un grupo de abogados que deben enfrentarlos según las particularidades de su profesión, y además lidian con sus propios problemas personales.
Hay que coincidir en que la dramaturgia funcionó, y el interés fluyó casi siempre hasta llegar al desenlace de cada capítulo; pero pudieron aprovecharse mucho mejor las singularidades de la naturaleza humana, y matizar más a los personajes en conflicto.
Por lo general, vimos malos “sin perdón” e inocentes casi perfectos. Sin embargo, muchas veces lo que torna interesante las desavenencias desde el punto de vista legal es que, aun sin percatarse, no siempre las buenas personas proceden todo lo bien que desearían. Hay pasiones, errores, desconocimiento, ceguera emo-cional…, y un buen abogado puede convencer de que, aun con las mejores intenciones del mundo, a veces la víctima de alguna manera ha propiciado los malos manejos de su antagonista.
Este redactor no es profesional de las leyes, y sabe muy bien que está arriesgando una opinión, pero por ahí debe andar algo parecido a eso que llaman atenuantes. Lo cierto es que, séanlo o no, probablemente las tramas ganarían en interés, y en complejidad los casos, si los abogados de la defensa tuvieran más protagonismo, o al menos asumieran su trabajo con más garra. Nada nuevo bajo el sol, por cierto: es recurso eficaz en los mejores audiovisuales judiciales.
Uno de los capítulos que mostró ciertos matices fue el primero: la joven Nancy es sometida a un proceso para ser privada de la patria potestad. El guion le dejó algún respiro (unas pocas expresiones de duda y cargos de conciencia) al personaje, y la actriz Susana Ruiz aprovechó cada segundo que tuvo para “defender” –en todos los sentidos– a la madre interpretada. Bien por ella, que se las arregló, además, para distanciarse de la muy parecida muchacha conflictiva que acababa de asumir en En fin, el mar.
En general, las actuaciones mostraron oficio y equilibrio. Lástima que Elsa, en su rol de líder del bufete, haya tenido tantos parlamentos sentenciosos, algo que Edith Massola incorporó además con un tono muy severo al diseñar su personaje; un poco de flexibilidad hubiera redondeado más su caracterización.
Habría que llamar la atención acerca del cuidado que debe tenerse al entregar –y escribir– personajes que con toda intención son portadores de actitudes concebidas para generar rechazo en la teleaudiencia. Así, en la querella motivada por bigamia, Daisy Quintana –de mucha fuerza, como ya sabemos– arrasó, y sus intolerantes ofensas fueron las que con más fuerza resonaron en el capítulo.
De la misma forma, tanto el encono racial representado por Gina Caro, como el similar desprecio que vociferaron todo el tiempo los medios hermanos de Pável, no parecen haber tenido una “contraofensiva” eficaz del lado de las buenas ideas que se quisieron defender. Confiemos en que hayan funcionado como debieron en la teleaudiencia, porque de lo que no hay dudas es de las sanas intenciones de los realizadores.
Es curioso cómo fueron asumidos abiertamente códigos melodramáticos, interpretados sin reparos nada menos que por actores como Aramís Delgado, que no escatimó lágrimas, como tampoco las ahorraron, con mucho decoro, Yailene Sierra y Denys Ramos. El desempeño de este último solo sería objetable porque la edad y el físico no lo acompañaron para asumir un personaje que, por la forma en que fue concebido, debió haber sido entregado a un actor más joven.
Fue como si, desde su serie, la realizadora y guionista Raquel González hubiera querido dialogar sin ambages con la tradición telenovelesca, como también insinúa la presencia de “la voz de la sangre” que une desde el principio a Pável y a Jibarito, y conduce finalmente a la madre hacia el encuentro con su muchacho.
El equipo técnico hizo lo suyo con profesionalidad. Destacó la fotografía (Rafael García Lorenzo), que más allá de subrayar el discurso mostró una coherencia que en definitiva significó voluntad de estilo, insinuada desde el primer plano de la serie y de la presentación. La banda sonora (Alejandro Padrón) estuvo bien, como era de esperarse al incluir la obra de Silvio Rodríguez, pero no siempre funcionó como recurso incidental o de transición (no es música concebida para eso), y además se echaron de menos versiones del autor con sonoridades más actuales.
Pero hay una realidad demasiado significativa para ser obviada en un comentario sobre el tema, aun cuando estas líneas deban volver sobre las últimas andanzas de TV Globo entre nosotros, porque es alentador que mientras las astracanadas excluyentes y francamente groseras de Fina estampa campeaban por su irrespeto, haya sido el audiovisual cubano el que puso la nota de mesura y comprensión, de amores y esperanzas: pocas veces mejor puesto un título, y en tan buen momento. Ω
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