Hoy y mañana de una pandemia (3)

Por: José Antonio Michelena

El 2020, año bisiesto que comenzó un miércoles, estará marcado a fuego en la historia de la humanidad por la transmisión incontenible, hacia los cinco continentes, del virus SARS-CoV-2, causante de la Covid-19, propagación iniciada en China durante 2019.

La Covid-19 ha cobrado muchísimas vidas y puesto a prueba, en el manejo de la crisis, a gobiernos y estados de sociedades muy diversas: desde las más democráticas y abiertas, hasta las más autoritarias y cerradas.

Pero también nos ha puesto a prueba a nosotros, que estamos viviendo una experiencia inédita, inimaginada, y no sabemos con exactitud cuándo y cómo va a terminar esta pesadilla. Tampoco qué vendrá después que concluya.

Mucho se ha especulado al respecto, al punto de llegar a la (casi) saturación del tema, pero no por mirar hacia otro lado la pandemia dejará de estar ahí, como el dinosaurio de Monterroso. Cada día nos levantamos y acostamos junto a su sombra.

Como han hecho otras publicaciones, hemos querido consultar el parecer de un grupo de intelectuales para inquirir sobre sus experiencias particulares durante todo este tiempo, saber cómo lo han empleado, cómo han transcurrido sus días, qué piensan sobre este presente, y qué esperan del futuro, cómo lo imaginan.

 

El profesor Roberto Méndez Martínez
El profesor Roberto Méndez Martínez

LA ABUNDANCIA DEL EGOÍSMO Y LA AVARICIA FUE CONTRAPESADA POR LA PRESENCIA DE LOS JUSTOS QUE ACTUARON COMO ÁNGELES CUSTODIOS

Por Roberto Méndez Martínez

Roberto, ¿cómo has vivido estos meses de encierro? ¿Te han sido útiles de alguna manera? ¿Le has sacado provecho?

Para un escritor que necesariamente debe trabajar en soledad, disponer de unos meses en los que dedicar unas horas a concluir de impartir sus cursos a través del correo electrónico y disponer de una enorme cantidad de tiempo para escribir, leer, escuchar música y otros menesteres intelectuales, es como haber recibido una beca excelente —salvando la espinosa cuestión de la economía y los abastecimientos.

Como en etapas así es común abandonarse al ocio, me impuse horarios matutinos para escribir, y de hecho, pude revisar y dejar lista una extensa novela cuyo primer borrador tenía en espera desde hacía unos meses; pude corregir sin demasiada prisa las pruebas finales de dos novelas que la editorial Mc Pherson en Panamá ha dado ya a la luz; dejé listo un breve libro de poesía para otra editorial extranjera; además cumplí con la redacción de algunos artículos encargados e hice crecer la carpeta donde guardo nuevos poemas. En las tardes y noches he leído muchísimo y a todas horas me ha acompañado la música en el sentido más amplio: conciertos de Bach y Corelli, sinfonías de Mozart, arias de ópera interpretadas por María Callas, pero también danzones y hasta la canción “Aquellas pequeñas cosas” de Serrat. Mi propósito fue lograr algo semejante a lo que san Juan de la Cruz llamaba “la soledad sonora” y creo que lo conseguí.

¿Hay alguna conclusión que hayas hecho, en términos existenciales, religiosos, espirituales, que quieras compartir?

La principal es el redescubrimiento de la importancia espiritual de la familia. Este tiempo de encierro me ha permitido tener mucho más tiempo junto a mi esposa, sin que se hayan producido esas batallas campales y amenazas de divorcio que pronosticaron tanto pseudopsicólogos. Con mi hijo he tenido largas conversaciones en nuestra terraza, de temas que van desde la historia del arte hasta las experiencias con la imprevisible conducta humana. Y hemos tenido todo este tiempo con nosotros a mi suegra, sin que se hayan producido por ello sacrificios humanos como los de los aztecas…

Eso ha reafirmado mi noción de que la forma más natural de vivir un individuo es en el seno de una familia armónica, dialogante, donde cada miembro respeta los derechos y la opinión del otro.

Respecto a la religión, a principios del aislamiento me pareció catastrófico eso de vivir una Semana Santa y un tiempo de Pascua con los templos cerrados, era como estar sin combustible espiritual. Orábamos, pidiendo sobre todo que acabara la epidemia en el mundo, pero lo hacíamos con angustia, con inseguridad. Al pasar los días fue llegando la paz. La misa trasmitida cada domingo desde El Cobre resultó parca pero alentadora. Vine a fijarme por primera vez en la Comunión Espiritual, que es un ejercicio interior de las virtudes teologales y nos hace comprender mejor a tantos presos, enfermos, marginados, alejados de la mesa comunitaria y nos prepara más adecuadamente para la otra comunión, bajo las sagradas especies, que tantas veces recibimos como una rutina. La oración interior, el vivir en la conformidad de lo que Dios quiera reservarnos y prestar algún pequeño servicio al prójimo, han sido los modos más alentadores de vivir la catolicidad en familia.

¿Qué enseñanzas pudiera dejarnos, como seres sociales, este tiempo enclaustrados?

Hay varias, pero me limitaré a dos de las más importantes. La primera es el valor de la solidaridad. Mientras tantos jefes de estado se comportaban como auténticos necios y los sistemas de salud mostraban sus fisuras y manquedades en todas partes, hubo un número apreciable de personas que se aplicó a servir a los otros; siempre se piensa en médicos y enfermeras, pero hay gente no titulada que se preocupó por mitigar la carencia de algún vecino, otros que ofrecieron su compañía a los solitarios, o hicieron más leve el encierro con sus llamadas telefónicas y mensajes. La abundancia del egoísmo y la avaricia en el mundo fue contrapesada por la presencia de los justos que actuaron como ángeles custodios.

La segunda tiene que ver con nuestra relación con la naturaleza. Desde la primera enseñanza me dijeron que en la actualidad el hombre la dominaba, que así como era posible viajar al cosmos, represar ríos, irrigar desiertos, sacar petróleo de las entrañas de la tierra, era posible hacer crecer la esperanza de vida de las personas hasta grandes extremos, que con antibióticos, calmantes y vacunas, nunca volverían las epidemias como la Peste Negra de la Europa medioeval… y ya ven… gracias a la globalización hemos vivido una pandemia más mundial que las guerras mundiales. Es preciso cambiar nuestra relación con la naturaleza, preservar un orden en ella que es sagrado. No estaría de más que aún los agnósticos repasaran las páginas de Laudato si del papa Francisco.

¿Cómo avizoras el futuro post pandemia?

Estoy convencido de que la anunciada crisis económica es cierta, así lo demuestran los gráficos descendentes de sectores como la hotelería, las aerolíneas y seguirán en otros campos, desde la producción de bienes hasta las inversiones inmobiliarias. De lo que no estoy seguro es que vaya a producirse un nuevo orden económico internacional, sencillamente los ricos serán un poco menos ricos —por un tiempo— y los pobres mucho más pobres —por muchísimo más tiempo.

A partir de ahora son todavía menos creíbles conceptos como la absoluta autonomía de los mercados y la teoría de los estados necesariamente débiles. Espero que al menos se reflexione en todas partes sobre la necesidad de fortalecer los sistemas de salud y que en los países donde haya economías sólidas se procure la cobertura universal de esta. Hay que dejar de mirar la medicina como negocio porque en ello va la supervivencia de los seres humanos.

 

Roberto Méndez Martínez

Poeta, narrador, ensayista, crítico de arte, investigador, profesor universitario. Doctor en Ciencias sobre Arte. Miembro de la Academia Cubana de la Lengua.

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