Hoy y mañana de una pandemia (5)

Por: José Antonio Michelena

El 2020, año bisiesto que comenzó un miércoles, estará marcado a fuego en la historia de la humanidad por la transmisión incontenible, hacia los cinco continentes, del virus SARS-CoV-2, causante de la Covid-19, propagación iniciada en China durante 2019.

La Covid-19 ha cobrado muchísimas vidas y puesto a prueba, en el manejo de la crisis, a gobiernos y estados de sociedades muy diversas: desde las más democráticas y abiertas, hasta las más autoritarias y cerradas.

Pero también nos ha puesto a prueba a nosotros, que estamos viviendo una experiencia inédita, inimaginada, y no sabemos con exactitud cuándo y cómo va a terminar esta pesadilla. Tampoco qué vendrá después que concluya.

Mucho se ha especulado al respecto, al punto de llegar a la (casi) saturación del tema, pero no por mirar hacia otro lado la pandemia dejará de estar ahí, como el dinosaurio de Monterroso. Cada día nos levantamos y acostamos junto a su sombra.

Como han hecho otras publicaciones, hemos querido consultar el parecer de un grupo de intelectuales para inquirir sobre sus experiencias particulares durante todo este tiempo, saber cómo lo han empleado, cómo han transcurrido sus días, qué piensan sobre este presente, y qué esperan del futuro, cómo lo imaginan.

 

CUANDO CREEMOS QUE HUMANAMENTE TODO ESTÁ PERDIDO, LA MANO DE DIOS ESTÁ TENDIDA HASTA NOSOTROS

Ivette Fuentes de la Paz

Ivette, ¿cómo has vivido estos meses de encierro? ¿Le has sacado provecho?

“Pues sí, no hacerlo habría sido desperdiciar un tiempo que de todos modos iba a pasar, lo quisiéramos o no. El tiempo es una inversión, así que debemos vivirlo de la manera más provechosa posible, aunque el contexto en que transcurre no nos guste. Ha sido bien difícil, pues en mi caso vivo sola, así que cada vez que hablan de un confinamiento ‘en familia’, siento la soledad mayor de no tenerla junto a mí. Pero el trabajo y la conciencia de tener una responsabilidad me han ayudado, así que he tratado de adelantar las labores propias de la revista (Vivarium), de intercambiar con los alumnos en esta obligada forma de curso ‘a distancia’, y de adelantar mis propios escritos. Aunque claro, eso de ‘encierro’ no es total, por mucho que en teoría deba ser, pues sobrevivir ‘encerrado’ va más allá de un buen propósito para convertirse en una paradoja, ya que si no salimos fuera de la casa a buscar el sostenimiento alimenticio, cómo sobrevivir a esta situación. Quizás lo peor han sido las contradicciones entre lo que hay que hacer, y lo que ‘hay que hacer’”.

¿Hay alguna conclusión que hayas hecho, en términos existenciales, espirituales, religiosos, que quieras compartir?

“Hay muchas conclusiones a las que se puede llegar, y la primera es ver la fragilidad de las estructuras sociales, estatales, grupales, que fueron ajustando una dependencia excesiva del hombre a ellas, para darnos cuenta que lo que verdaderamente enlaza a la persona con el mundo, es su espíritu, su grandeza como individuo, que en definitiva es el lazo único que lo sostiene en él, a través de su relación única y particular con Dios. De buenas a primeras, sin estar preparados, sin sospecharlo, la naturaleza nos lanza una zancadilla con la que países, sistemas, organizaciones completas, tropiezan, y nos hacen caer y llevarnos a repensarlo todo. Pero lo primero a lo que nos obliga es a olvidarnos de tanta exterioridad para adentrarnos en nosotros mismos, tanto física, biológica, como espiritualmente. La humanidad ha tenido que repensarse, no solo como elemento integrante de este entramado social que ha ideado, con tantísimos equívocos, sino como individuo, para en este confinamiento obligado vernos a nosotros mismos en lo más interior, para saludar las palabras sabias de san Agustin cuando decía que en el interior de sí mismo habita Dios, su recurrido apotegma intimior intimo meo, que nos ayuda a encontrar respuestas a tantas interrogantes que hoy nos pueden agobiar. Y cuando nos volvemos hacia nosotros mismos buscando respuestas, es a Él a quien encontramos para dárnoslas. Esta ha sido la gran lección”.

¿Qué enseñanzas pudiera dejarnos, como seres sociales, este tiempo enclaustrados?

“Pues lo primero es entender que sí, somos seres sociales y necesitamos de los demás para completar roles, misiones, labores, pero debemos aprender también a estar con nosotros mismos, que es lo que casi nunca se sabe hacer al confundir esa intimidad con soledad, sobre todo en un país tan abocado al alboroto y a las conglomeraciones. Estos meses de ‘enclaustramiento’ (aunque sigo entrecomillándolo), nos han enseñado a divisar la vida desde el necesario alejamiento, y estar ‘fuera del juego’ nos hace considerarla desde otra perspectiva, valorar las situaciones de otro modo, que es revalorarlas y, sobre todo, ver mejor las cosas esenciales y no las coyunturas que, en definitiva, hacen vivir la vida como una circunstancia llena de ataduras igualmente circunstanciales, y no como el mejor regalo que nos ha hecho Dios, y que la convierte en un engarce dentro de un gran universo. En esta espera, el tiempo ha cobrado otro valor, pues lejos de la prisa del vivir fuera de nosotros mismos, lo hemos llegado a comprender y aquilatar mejor. Poder vivir nuestra intimidad, más allá de argumentos ‘sociales’ que a veces no son más que comandados encadenamientos, ha permitido redimensionar nuestras propias fuerzas como personas, a la vez que ver, en medio de un cataclismo nunca antes vivido, que el mundo es mucho más que una materia que se proyecta, para ser un espíritu (el ‘corazón de la materia’ diría Teilard de Chardin) que siempre salva. En estos días en que ante las apabullantes cifras de enfermos y fallecidos tanto se ha temido el desamparo del ser humano, viene a mi mente una bellísima parábola de la esperanza que fuera el filme Cuando todo está perdido, dirigido —y actuado— por Robert Redford, donde se vive el creciente abandono y desesperación de un hombre luego de un naufragio en total soledad, que es la que cinematográficamente se expresa en la total carencia de diálogo, palabra amiga que no existe. La lucha es denodada, y al final el hombre se rinde porque piensa que ya no puede seguir luchando y no sobrevivirá, pues ya todo está perdido. Los dos o tres minutos que cierran el filme, valen por el largo metraje que nos ha ido colmando de angustia y temor. El protagonista, derrotado, se hunde en el mar y es cuando aparece una luz desde la superficie —venida de la linterna de unos marinos— que le regala nuevas fuerzas y hacia la cual sube. Esa luz se vuelve la mano que le salva de la muerte, en una recreación cinematográfica de increíble y hermosa plasticidad, de La Creación de Miguel Ángel. Hay que saber buscar la luz vivificadora, y saber que cuando creemos que humanamente todo está perdido, la mano de Dios está tendida hasta nosotros”.

¿Cómo avizoras el futuro pospandemia?

“Lo pienso de manera positiva, pues ese futuro depende de nosotros mismos. Si pensamos que no lo habrá, pues será imposible rehacerlo. No nos podemos dejar llevar ni por el derrotismo ni por una ajustada dependencia a que otros reinventen nuestro futuro. La historia se hace por todos, así que la solución es de todos por igual. Hemos visto mucha heroicidad en el mundo, sobre todo por el sentido de solidaridad de las personas que nace de la compasión y la hermandad. El hombre entenderá que todo es un lazo invisible que nos une, y cada vida condiciona la fortaleza de esa relación. Un gesto amable, una sonrisa, un acto de bondad, pueden decidir la inclinación de la balanza. Se han caído barreras, fronteras, una enfermedad asoló el mundo por completo, penetró en él por alguna de sus grietas —suficiencias, egolatrías, agresivas posturas con el medio ambiente y la naturaleza, desarmonías— y olvidó los deslindes falaces de riquezas y pobrezas, porque atacó al ser humano desde su propia condición que nada tiene que ver con su impronta social y menos política. Mucho pueden y deben hacer los gobiernos, pero infelizmente se comprueba que muchas veces las mejores intenciones se hacen añicos cuando recorren el largo camino de las instancias. Y es cuando se hace determinante la actitud individual. El vecino, el amigo, el hasta entonces desconocido, ese que ayuda sin preguntar, es a quien más agradezco pues es quien recompone los añicos y los vuelve a vivificar en nuevos visajes de relaciones sociales, a partir de lo más esencial de su humanidad. Creo que el futuro pospandemia va a estar menos politizado y más humanizado, y así menos dependientes las personas de los rejuegos de gobiernos y demás engañosas estructuras de poder. Todo ha de ser diferente, porque la propia humanidad se habrá purificado al ver al descubierto ‘la causa de todos sus males’. Será el momento para que el homo ludens mueva sus fichas y juegue un rol más consciente en el mundo”.

Ivette Fuentes de la Paz

Ensayista, narradora, editora, investigadora literaria, profesora. Doctora en Ciencias Filológicas. Dirige la Cátedra de Estudios Culturales Vivarium, y la revista homónima, del Centro Cultural Padre Félix Varela.

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