El 2020, año bisiesto que comenzó un miércoles, estará marcado a fuego en la historia de la humanidad por la transmisión incontenible, hacia los cinco continentes, del virus SARS-CoV-2, causante de la Covid-19, propagación iniciada en China durante 2019.
La Covid-19 ha cobrado muchísimas vidas y puesto a prueba, en el manejo de la crisis, a gobiernos y estados de sociedades muy diversas: desde las más democráticas y abiertas, hasta las más autoritarias y cerradas.
Pero también nos ha puesto a prueba a nosotros, que estamos viviendo una experiencia inédita, inimaginada, y no sabemos con exactitud cuándo ni cómo va a terminar esta pesadilla. Tampoco qué vendrá después que concluya.
Mucho se ha especulado al respecto, al punto de llegar a la (casi) saturación del tema, pero no por mirar hacia otro lado la pandemia dejará de estar ahí, como el dinosaurio de Monterroso. Cada día nos levantamos y acostamos junto a su sombra.
Como han hecho otras publicaciones, hemos querido consultar el parecer de un grupo de intelectuales, al que decidimos sumar la opinión de algunos católicos, entre ellos sacerdotes, religiosas, religiosos y jóvenes laicos, para inquirir sobre sus experiencias particulares durante todo este tiempo, saber cómo lo han empleado, cómo han transcurrido sus días, qué piensan sobre este presente y qué esperan del futuro, cómo lo imaginan.
SANTOS DE LA PUERTA DE AL LADO
Padre Ariel Suárez Jáuregui
Padre, ¿cómo ha vivido estos meses de encierro? ¿Le ha sacado provecho?
“Quiero aclarar que no me he sentido encerrado. Me he sentido protegido, a salvo, pero no encerrado. Hay quien ha tenido que salir a la calle mucho más que yo, por obligaciones laborales imprescindibles, para buscar los alimentos, medicinas u otras cosas necesarias para su hogar; o ir a cuidar o asistir a algún familiar enfermo. Hay también quien ha tenido que salir de su casa para ser hospitalizado, por estar contagiado por la Covid 19 o por otra enfermedad que requería ser internado en un hospital o centro de salud. Afortunadamente, yo he salido lo imprescindible, para poner alguna unción a enfermos, para visitar algún sacerdote amigo, para comprar algo muy puntual o ayudar a alguna familia de menos posibilidades, para llevar los salarios cada mes a los empleados de la parroquia. Me he estado comunicando con mucha frecuencia con mis parroquianos, con otros sacerdotes y religiosas a través del teléfono y de los grupos de WhatsApp que han proliferado considerablemente en estas circunstancias particulares. El mismo hecho de ver con los fieles la Santa Misa por la televisión cada domingo desde el Santuario de El Cobre a las 7:30 a.m. y escuchar luego a las 10:00 a.m. a nuestro Arzobispo Cardenal en sus catequéticas intervenciones radiales, ha mitigado en la medida de lo posible, la sensación de aislamiento. Diría incluso que hemos vivido una singular sintonía y comunión, distinto a lo que habitualmente hacíamos, pero justo por esto, más deseada y agradecida que en los momentos de normalidad.
”Desde el 25 marzo pasado decidimos cerrar el Santuario Diocesano y Basílica Menor de la Virgen de la Caridad. Siendo un templo tan habitualmente concurrido se prestaba a aglomeraciones, que era lo que nos pedían evitar continuamente las autoridades sanitarias. Para mantener un templo así abierto, necesitamos colaboración de empleados, muchos de los cuales viven lejos y están en edades de riesgo. Cuando constatamos luego que el transporte público se paralizó y que los casos de contagios en Centro Habana eran particularmente numerosos, pensamos que hicimos lo adecuado para proteger la vida de las personas. Hemos conocido del contagio de parroquianos y de amistades y familiares de nuestros parroquianos. Ha sido lindo comprobar la corriente inmensa de solidaridad, cariño y oraciones con que la parroquia ha demostrado ser verdaderamente una familia de hermanos y hermanas. Por todo eso, no puedo menos que estar muy agradecido al Señor.
”Me preguntas también si le he sacado provecho a la experiencia. Supongo que en algunas cosas sí, por ejemplo, traje a mi madre conmigo desde los inicios del período de aislamiento para que pudiéramos estar mutuamente acompañados en este tiempo. Eso ha sido un nuevo aprendizaje y enriquecimiento. Durante mis casi veintiún años de sacerdocio, para mí ha sido una tranquilidad el saber que mis padres se acompañaban y se cuidaban mutuamente. No es que yo estaba totalmente alejado de ellos y su realidad, pero eran bastante autónomos y yo me sentía muy libre y sereno para entregarme de lleno al trabajo pastoral. Mi padre hace casi tres años partió al encuentro del Señor y mi madre quedó viuda, después de cuarenta y ocho años de matrimonio. Es cierto que mi hermano mayor la acompaña, pero él tiene esposa, hijos y sus propias responsabilidades. El convivir con mami después de tantos años, ha sido una gracia del Señor. Rezamos juntos, me acompaña a diario en la celebración de la Eucaristía, me ayuda a llamar por teléfono y dar ánimo a los parroquianos, sobre todo a los ancianos solos, a las viudas como ella, a los enfermos. Y nos repartimos las tareas propias de una casa: lavar, limpiar, cocinar, fregar. Vemos juntos la televisión, nos compartimos libros o artículos que estamos leyendo y los comentamos luego.
”He tenido tiempo para leer, para hacer oración pausadamente. También he intentado hacer algo de deporte. Y he podido meditar, pensar, valorar mucho más lo que significa la vida, la fe, la familia, la amistad, la comunidad cristiana, la fuerza de la oración y del amor, la propia vocación sacerdotal, la realidad de mi pueblo. Mis fieles han estado bien pendientes de todo lo que yo pudiera necesitar. Y han mostrado su fraterno afecto y cercanía de disímiles maneras”.
Alguna experiencia significativa vivida durante esta etapa
“No sé si sabes que desde hace varios años me ocupo del servicio ecuménico por parte de la Conferencia de Obispos Católicos de Cuba. Pues bien, el pasado 14 de mayo, el Papa Francisco, adhiriéndose a una propuesta del Alto Comité para la Fraternidad Humana, convocó a todos los católicos a una jornada de oración y ayuno por la humanidad, el fin de la pandemia, etc. Los Obispos Católicos de Cuba hicieron suya esta invitación del Papa y a mí me tocó, por parte de la Conferencia Episcopal, contactar para convocar a esta iniciativa a otros líderes de Iglesias y comunidades cristianas. Por el trabajo ecuménico anterior, ya tenía contactos con los responsables de las Iglesias Ortodoxas griega y rusa, y los líderes de las principales comunidades evangélicas en Cuba. Con ellos fue fácil y rápido el contacto, pero la invitación, en esta ocasión, incluía a todas las grandes religiones del mundo. Tengo que decirte que pudimos establecer comunicación, por vez primera de modo oficial, con la Comunidad Hebrea de Cuba, la Liga Islámica Cubana y la Plataforma Interreligiosa, con una cordial y fraterna acogida por parte de todos los líderes de estas instancias. Esa es una de las experiencias provechosas y hermosas de este período de Covid 19”.
¿Hay alguna conclusión que haya hecho, en términos existenciales, que desee compartir?
“Hay algunas cosas, pocas quizá, pero que se me han afianzado en este tiempo. Primero: que el Reino y la Iglesia son de Dios y no nuestros. En momentos en los cuales, la mayoría de los templos han estado cerrados en el mundo entero y por tanto, la visibilidad de la mediación sacramental y sacerdotal ha sido mucho más discreta, la Iglesia se ha mantenido viva, orante, operativa en la caridad y en la solidaridad. Mandaron una caricatura chistosa por whatsApp pero bien profunda. El diablo le decía a Dios: “te cerré las iglesias”. Y Dios le contestaba: “y yo abrí una Iglesia en cada casa”. Si bien es cierto que necesitamos una Iglesia comunidad concreta, encarnada y no virtual, hemos visto de algún modo fortalecidas realidades que antes no valorábamos tanto: la dimensión de la Iglesia doméstica, la comunión espiritual, la fuerza que proviene de la lectura y meditación de la Palabra de Dios. Esas cosas no deben perderse en el futuro. Dios ha conducido a Su Iglesia, también en este tiempo, porque es Suya y Él está más interesado en nosotros que nosotros mismos.
”Segundo: Dios trabaja siempre, incluso donde menos lo imaginamos o pensamos que no está. A veces, los análisis que hacemos del mundo y de nuestros contemporáneos suelen estar cargados de pesimismo, de visiones apocalípticas o catastróficas. En este tiempo hemos visto mucha pero mucha gente entregada a servir a su prójimo, incluso a riesgo de su propia vida. No pocos han encontrado el contagio y la muerte atendiendo a otros enfermos. Esa calidad de lo humano, esas cotas altas de altruismo y amor, presente en hombres y mujeres de hoy, nos siguen aportando esperanza y confianza. Sigue habiendo, como gusta decir el Papa Francisco, muchos ‘santos de la puerta de al lado’.
”Tercero: no por manido, y con temor de que esto pueda ser un cliché, esta pandemia nos ha revelado que estamos interconectados, que lo que sucede hoy en una parte del mundo, tiene implicaciones, para bien o para mal, en todo el planeta. Deberíamos ser más conscientes de esto, del potencial de la libertad y la responsabilidad humanas. Todo el mal que irrumpa afectará, tarde o temprano a todos. Y todo el bien realizado, beneficiará igualmente a todos. Ojalá tengamos la sensatez suficiente de saber que no solo somos responsables de nuestras acciones, sino de sus consecuencias. Y que estas consecuencias alcanzan al mundo entero. Incluso al futuro de nuestro mundo, de los futuros habitantes de la tierra.
¿Qué enseñanzas pudiera dejarnos, como seres sociales, este tiempo de enclaustramiento?
“Debemos aprender a cuidar más la calidad de las relaciones humanas. Hemos extrañado en este tiempo los abrazos, los besos. Y ya sabes lo que eso significa para nosotros los cubanos, tan expresivos y gestuales a la hora de comunicar entre nosotros. Quizá ahora todos esos gestos cobrarán más densidad, ya no se darán a todo el mundo, sino que significarán más hondamente lo que deberían significar. Como si se purificaran para volver a la intuición originaria, genuina. Cuidar la calidad de las relaciones humanas incluye el cuidado del gesto físico, pero no se reduce a ello. Se comunica con el silencio, con la oración, con la presencia.
”Este período de aislamiento nos ha reforzado nuestra condición de seres sociales, llamados a vivir en comunión. Te habla un cristiano, que cree que el hombre es ‘imagen y semejanza de Dios’. Y Dios es Trinidad, Comunión Perfecta de tres personas distintas: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo en el Indisoluble y Eterno Amor. Necesitamos la comunión, vivir con y para los otros, amar y ser amados. Necesitamos la amistad, la comunidad. Si no experimentamos estas realidades, hemos mutilado lo humano en nosotros.
”Alguien ha definido las grandes ciudades del siglo XXI como ‘multitud de soledades’. Es triste que eso sea así. La peor pandemia que mata el corazón humano es la soledad. Y probablemente, la más grande tristeza de este período signado por la Covid 19 es que hay mucha gente que ha muerto sola, sin los afectos más íntimos a su lado, acompañándolos en ese momento crucial. Ese dolor también ha sido fuerte para los familiares que quedaron y no pudieron estar junto a sus seres queridos a la hora de partir al encuentro del Señor. Vivir y morir en soledad es lo más triste que puede pasarle a un ser humano. Repito, estamos hechos para la comunión y el amor, incluso si hay un nivel profundo de soledad en cada ser humano, que solo Dios conoce y habita. Yo he conocido gente muy pobre, pero acompañada. Y gente rica, pero sola. Los primeros suelen ser más felices. Y Dios quiere que sus hijos e hijas sean felices, como Él lo es en la comunión intratrinitaria”
¿Cómo avizora el futuro pospandemia?
“No tengo una bola mágica para avizorar el futuro. Puedo solo soñarlo y trabajar para que el sueño se realice. No quiero ser pesimista, pero la historia demuestra que el ser humano es de memoria frágil y como se dice popularmente ‘’el único animal que tropieza varias veces con la misma piedra’. Con esto quiero decir, que aprender y hacer nuevos hábitos, y tener nuevos valores, nuevas convicciones y un nuevo modo de vivir y relacionarnos entre nosotros, no es mágico. No lo produce en nosotros una circunstancia externa, llámese el Sars Cov 2 o el ébola o el H1N1. La humanidad ha vivido guerras, catástrofes y sufrimientos increíbles y no siempre muestra que hemos aprendido todo lo que podíamos y debíamos de esas sacudidas increíbles. Siempre volvemos a caer en las redes del mal, de la codicia, el egoísmo, el pecado. Y al mismo tiempo, siempre han coexistido las personas que luchan por mejorar el mundo, ayudar al prójimo, dispuestas a sufrir por el bien, la verdad, la justicia. Ahí están los ‘santos de la puerta de al lado’, que incluyen personas de toda cultura, raza, sexo, profesión, nivel cultural. Esos son los que me hacen, no ingenuamente optimista, pero sí hombre de esperanza. Esa esperanza que fundo, sereno, en ese Dios de Amor y de Misericordia en el cual creo, que ama al hombre, que nos ha creado por amor y que no deja de amarnos incluso en nuestra fragilidad y nuestra radical volubilidad e inconsistencia. Dejarnos amar por Él, vivir en el asombro y el estupor agradecido por ese Amor, es la única garantía para poder, cada uno en el ámbito de acción y según sus propias responsabilidades y competencias, amarnos como hermanos y hermanas. Y si alguna vez, lo cual es muy probable que así sea, ese amor se enfríe o se enturbie, la Misericordia de Dios lo calienta y lo purifica, porque también es elemento esencial del Amor la Compasión y el Perdón. Ese es el mundo que sueño, un mundo lleno de Compasión y de Misericordia, porque es mucha la miseria que hemos creado y repartido. ¿No ha sido la Com-pasión la mejor respuesta a la pasión del hombre en este período? Lo será también en el futuro. Así lo espero”.
Padre Ariel Suárez Jáuregui, 47 años.
Fue ordenado sacerdote el 7 de agosto de 1999. Desde hace más de cinco años es el rector y párroco del Santuario Diocesano y Basílica Menor de Nuestra Señora de la Caridad en La Habana. Vice-secretario adjunto de la COCC y encargado del servicio Ecuménico. Ha sido profesor de Filosofía del Seminario San Carlos y San Ambrosio por más de veinte años y actualmente también es profesor del Instituto Félix Varela.
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