Diestro en pintura y en los desplazamientos

Por: Daniel Céspedes Góngora

El Twist (2021) de Martin Owen quiere desvincularse pronto no del referente literario de Charles Dickens, sino de la probable asociación con la que tal vez sea la adaptación cinematográfica más recordada de todos los tiempos: Oliver! (1968) de Carol Reed. Al inicio de la película se le escucha decir al protagonista: “Les contaré la historia de un joven llamado Oliver. No tiene canciones ni bailes. Y tampoco un final feliz”. Advertencia con spoiler pudiera estimular sin embargo que uno se quede a verla hasta el final.

El tema de las adaptaciones, versiones o inspiraciones en Shakespeare, Tolstoi, Faulkner y, entre tantos otros  Dickens, no para. El cine nació y creció en virtud de las ganancias literarias. No pasó mucho tiempo para que luego se escribiera como “si se contara una película”. El clásico Oliver Twist, en sus insistentes adaptaciones a la pantalla grande, acredita hasta donde el cine puede y debe subordinarse porque, en definitiva, es otro terreno creativo a diferencia de la literatura.

Un joven ladrón anterior al personaje principal roba un sobre de una biblioteca contemporánea y al correr cerca de uno de los libreros la cámara permite que el espectador repare en el que junta varios libros de Dickens, en especial Oliver Twist. Desde las primeras imágenes sabemos ya que se trata de una reactualización del héroe marginal, pícaro y superviviente del siglo XIX. Además de esto y de la presencia de Rafferty Law como Oliver y Michael Cane en el papel de Fagin, David Walliams, Lena Headley, Sophie Simnett, Rita Ora, Franz Drameh… ¿qué de diferente intentará aportar el director? El reacomodo de la delincuencia de la época victoriana en el siglo XXI.

Amante de la pintura prerrafaelista por influencia de su madre, Twist se adiestra en un conocimiento sin avizorar cuánto repercutirá en su futura vocación. Pero él está lejos de ser un comerciante de arte vencido como Fagin. El joven es un grafitero y especialista en la práctica del parkour. El relato, que parecía una inserción en lo terrible del crimen y que reserva por elipsis la pérdida de la inocencia y de un ser querido, se quiere convertir en un linaje de fechoría refinada. Dar un gran golpe, robarle una pintura famosa de William Hogarth a un galerista exitoso es el verdadero quid de Twist. No le importa al director y a los casi ¿diez guionistas? explorar la psicología y carencia afectiva del protagonista o siquiera exteriorizar la saña de la calle y a veces lo injusto de la propia sociedad. Más bien le interesa el efectismo de otro robo del siglo pero con adolescentes.

Con un muerto en el camino, una pelea forzada en un bar y una más coreografiada con moderación, las imágenes invertidas a ratos, esta reciente adaptación de la narración de Charles Dickens entretiene bien poco en su trama de enredos. El guion redunda en lo obvio. Cuanto aquí concierne en verdad son los desplazamientos por azoteas y explanadas, donde Oliver Twist se queda a la zaga tanto de la versión de 1912 como la de Romans Polański de 2005.

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