IV Domingo del Tiempo Ordinario

Por: p. José Miguel González

Palabra de Hoy
Palabra de Hoy

31 de enero de 2021

Dice el Señor: “Suscitaré un profeta de entre sus hermanos, como tú. Pondré mis palabras en su boca, y les dirá todo lo que yo le mande”.

Todos se preguntaron estupefactos: “¿Qué es esto? Una enseñanza nueva expuesta con autoridad. Incluso manda a los espíritus inmundos y lo obedecen”.

 

Lecturas

 

Primera Lectura

Lectura del libro del Deuteronomio 18, 15–20

Moisés habló al pueblo diciendo:
“El Señor, tu Dios, te suscitará de entre los tuyos, de entre tus hermanos, un profeta como yo. A él lo escucharán. Es lo que pediste al Señor, tu Dios, en el Horeb el día de la asamblea: ‘No quiero volver a escuchar la voz del Señor mi Dios, ni quiero ver más ese gran fuego, para no morir’.
El Señor me respondió: ‘Está bien lo que han dicho. Suscitaré un profeta de entre sus hermanos, como tú. Pondré mis palabras en su boca, y les dirá todo lo que yo le mande. Yo mismo pediré cuentas a quien no escuche las palabras que pronuncie en mi nombre. Y el profeta que tenga la arrogancia de decir en mi nombre lo que yo no le haya mandado, o hable en nombre de dioses extranjeros, ese profeta morirá’”.

 

Salmo

Sal 94, 1-2. 6-7. 8-9

  1. Ojalá escuchen hoy la voz del Señor: “No endurezcan su corazón”.

Vengan, aclamemos al Señor, demos vítores a la Roca que nos salva;
entremos a su presencia dándole gracias, aclamándolo con cantos. R/.

Entren, postrémonos por tierra, bendiciendo al Señor, creador nuestro.
Porque él es nuestro Dios, y nosotros su pueblo, el rebaño que él guía. R/.

Ojalá escuchen hoy su voz: “No endurezcan el corazón como en Meribá,
como el día de Masá en el desierto; cuando sus padres me pusieron a prueba
y me tentaron, aunque habían visto mis obras”. R/.

 

Segunda Lectura

Lectura de la primera carta de san Pablo a los Corintios 7, 32-35

Hermanos:
Quiero que se ahorren preocupaciones: el no casado se preocupa de los asuntos del Señor, buscando contentar al Señor; en cambio, el casado se preocupa de los asuntos del mundo, buscando contentar a su mujer, y anda dividido. También la mujer sin marido y la soltera se preocupan de los asuntos del Señor, de ser santa en cuerpo y alma; en cambio, la casada se preocupa de los asuntos del mundo, buscando contentar a su marido.

Les digo todo esto para su bien; no para ponerles una trampa, sino para inducirles a una cosa noble y al trato con el Señor sin preocupaciones.

 

Evangelio

Lectura del santo evangelio según san Marcos 1, 21-28

En la ciudad de Cafarnaúm, el sábado entró Jesús en la sinagoga a enseñar; estaban asombrados de su enseñanza, porque les enseñaba con autoridad y no como los escribas. Había precisamente en su sinagoga un hombre que tenía un espíritu inmundo y se puso a gritar: “¿Qué tenemos que ver nosotros contigo, Jesús Nazareno? ¿Has venido a acabar con nosotros? Sé quién eres: el Santo de Dios”.
Jesús lo increpó: “¡Cállate y sal de él!”.
El espíritu inmundo lo retorció violentamente y, dando un grito muy fuerte, salió de él. Todos se preguntaron estupefactos: “¿Qué es esto? Una enseñanza nueva expuesta con autoridad. Incluso manda a los espíritus inmundos y lo obedecen”.
Su fama se extendió enseguida por todas partes, alcanzando la comarca entera de Galilea.

 

Comentario

 

La Palabra de Dios de hoy comienza hablándonos de la profecía y los profetas. Hemos escuchado cómo Yahvé Dios promete a Moisés suscitar un profeta de entre sus hermanos para que le hablen al pueblo en su nombre. Además, ese profeta contará con la ayuda del mismo Dios en su misión. Dice el texto del Deuteronomio: “Pondré mis palabras en su boca, y les dirá todo lo que yo le mande”. Por tanto, el profeta deberá ser alguien en constante y continua comunión con Dios que, sin dejar de ser él mismo y utilizar sus pensamientos y palabras, comunique sólo el mensaje de Dios y no el suyo propio. De ahí deriva la exigencia del Señor hacia quienes escuchan al profeta y desprecian sus palabras, pues estarán despreciando la Palabra de Dios; exigencia también hacia el mismo profeta, que nunca podrá usar su función para predicarse a sí mismo, ni manipular, ni apropiarse de un mensaje que no es suyo.

Así pues, la tarea primordial del profeta no es adivinar o adelantarse al futuro, ni simplemente denunciar esta o aquella situación, sino hablar en nombre de Dios, transmitir su mensaje, comunicar su Palabra como luz viva y actual, quizás para denunciar o anunciar, pero siempre en nombre de Dios. Tremenda responsabilidad para quienes por vocación asumen este ministerio al servicio de la Iglesia, de la sociedad o de la humanidad. El profeta auténtico será aquel que refrenda su palabra con la coherencia de su propia vida en conexión con el mensaje de Dios que transmite. Así pues, el profeta verdadero se convierte en el mejor testigo de la experiencia de Dios, en ejemplo de vida, en modelo a seguir. Comunicará aquello que vive y vivirá aquello que contempla en su intimidad con Dios.

Los profetas auténticos son hombres y mujeres de Dios que reflejan a Dios en todo lo que dicen y hacen. En el momento actual nuestro mundo les necesita más que nunca. El corazón de la humanidad, nuestro propio corazón, se ha endurecido, se ha cerrado a Dios, a la trascendencia, a la espiritualidad. Vivimos demasiado centrados en lo inmediato, en lo tangible, en lo verificable, en lo material y mundano. Nuestra mirada es demasiado terrestre. Nos hemos desconectado de Dios y por eso mismo nos hemos perdido en la búsqueda de nuestra propia identidad. Necesitamos más que nunca la altura y la profundidad de hombres y mujeres de Dios, profetas de su amor y misericordia. Busquemos y escuchemos la voz de Dios en aquellos que de manera auténtica transmiten su mensaje.

El Evangelio de este domingo nos presenta a Jesús, rodeado de sus discípulos, en la sinagoga de Cafarnaúm. Era sábado, el día más importante de la semana para los judíos, y su actividad comenzaba orando y escuchando la Palabra de Dios, dando gracias. Jesús estaba allí enseñando y la gente se quedaba asombrada de cómo hablaba. Decían que hablaba con autoridad, como nadie lo había hecho antes, no como los maestros de la Ley. Además, allí Jesús hace el primer milagro que el evangelio de Marcos nos cuenta; libera a un hombre de la posesión de un espíritu inmundo. De manera que su doctrina queda refrendada por el milagro, la autenticidad y autoridad de su palabra se apoya en su acción liberadora del maligno. De ahí que, quienes le escuchan, reconozcan en Él una doctrina nueva llena de autoridad. Su palabra recrea y transforma la realidad dañada por el mal, es palabra con poder salvífico, transmite un mensaje y realiza lo que el mensaje significa.

Definitivamente Jesús es el Profeta de Dios, el enviado del Padre, el Santo de Dios. Causa admiración y expectación desde el principio. Así mismo les sucede a quienes ahora por primera vez se acercan a Jesús, no como alguien que existió, sino como alguien que vive y está cerca de nosotros. La fascinación que produce su persona no se puede comparar a la de ningún líder social o político de nuestro tiempo o de cualquier época. No se trata de un mero atractivo sensible o ideológico o moral. Su figura y su mensaje, apoyados en la coherencia de vida que mostró y que le llevó al sacrificio final en la Cruz, sigue teniendo una autoridad inapelable para todos aquellos que queremos vivir la vida con altura de miras y profundidad de espíritu. Jesucristo se presentó como el modelo de una humanidad nueva, de un modo de ser para todos, más allá incluso de diferencias culturales, sociales o religiosas de su tiempo.

Ciertamente hoy en día se confunde repetidamente autoridad con poder. Quienes ostentan el poder social, político, económico, incluso religioso, a veces se consideran poseedores de una autoridad vinculada a tal poder que les exime de coherencia y de responsabilidad en su actuación personal. Independientemente de que la ostentación del poder sea más o menos legítima, su autoridad no puede apoyarse en el mismo poder sino en sus principios y en su conciencia. Cuando se actúa sin principios y sin conciencia en el ejercicio del poder se pierde toda autoridad espiritual, moral o social y se cae en el autoritarismo, que lleva a la imposición de ideas, a la ignorancia o eliminación del adversario, a la opresión y supresión de la libertad. Y esto, se haga de manera sutil o desinhibida, lleva al mismo resultado personal y social: la destrucción de la persona y de la sociedad.

Jesucristo no ha venido al mundo para destruir sino a construir una humanidad nueva. Jesús nos revela el amor de Dios hacia cada uno de nosotros. Su autoridad no es un poder opresor sino un bálsamo que nos libera, una luz nueva que ilumina los tramos oscuros de nuestra existencia, una fuerza que nos alienta en nuestras luchas, dificultades, pruebas, tentaciones. También hoy, Jesucristo es alguien que nos habla al corazón, para liberarnos del maligno, para fortalecernos en las debilidades, para poner pausa y orden en nuestra ajetreada vida. Incluso, muchos de los que no creen en Dios, de los que no aceptan que Jesucristo sea el Hijo de Dios hecho hombre, no pueden dejar de afirmar que su humanidad y su propuesta de humanismo no han sido superadas por nadie en la historia. Nadie puede negar que hacer realidad el ejemplo de su vida y su mensaje nos hace siempre más humanos y mejores personas.

Nosotros, los cristianos, por el bautismo estamos llamados a ser reflejos de su gloria, esto es, de su verdad y su amor. Participamos de su misión profética en el mundo. Poniendo en sintonía nuestra vida con el Evangelio de Cristo nos convertimos en comunicadores de su mensaje y transformadores de la realidad que nos rodea. Si estamos en comunión con Él, nuestras palabras y obras participarán de su autoridad liberadora y admirable. El Maligno, en cualquiera de sus formas, se sentirá desenmascarado y huirá de nuestro entorno. Seremos hombres y mujeres libres, partícipes del poder de Dios para transformar el mundo. Sin olvidar nunca que nuestro destino será semejante al suyo: sacrificio y cruz, muerte y resurrección.

 

Oración

 

Padre, fuente de luz y calor, envíanos tu Palabra viva,

y haz que la aceptemos sin miedo, y nos dejemos abrazar por ella.

Venga tu Palabra, Señor, y una vez encendido en nuestros corazones tu fuego inextinguible, nosotros mismos seremos portadores de ese fuego unos para otros.

Tórnanos, Señor, en palabras cálidas y luminosas, capaces de incendiar el mundo, a fin de que cada persona que nos escuche pueda sentirse cercada por las llamas infinitas de tu Amor. Amén.

(P. Ignacio Larrañaga)

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