Jesús es el Profeta de Dios, el enviado del Padre, el Santo de Dios. La fascinación que produce su persona no se puede comparar a la de ningún líder social o político de nuestro tiempo o de cualquier época. Su figura y su mensaje se apoyan en la coherencia de vida que mostró y que lo llevó al sacrificio final en la Cruz. Cuando el ejercicio del poder se ejerce sin principios y sin conciencia, se pierde toda autoridad espiritual, moral o social y se cae en el autoritarismo, que lleva a la imposición de ideas, a la ignorancia o eliminación del adversario, a la opresión y supresión de la libertad. Y esto, se haga de manera sutil o desinhibida, lleva al mismo resultado personal y social: la destrucción de la persona y de la sociedad. Él ha venido al mundo para construir una humanidad nueva. Jesús nos revela el amor de Dios hacia cada uno de nosotros. Su autoridad no es un poder opresor sino un bálsamo que nos libera, una luz nueva que ilumina los tramos oscuros de nuestra existencia, una fuerza que nos alienta en nuestras luchas, dificultades, pruebas y tentaciones. […]