Motivo de esperanza para la Iglesia cubana

Texto y fotos Yandry Fernández Perdomo

La reciente ordenación de cinco sacerdotes diocesanos y un diácono franciscano a inicios de este 2021 en la Catedral de La Habana, ha sido la más numerosa y significativa en la historia de la Arquidiócesis de La Habana en el presente siglo.
 
“Que Dios le regale a la Iglesia habanera cinco nuevos sacerdotes y un diácono es un signo de esperanza en medio de lo que el pueblo cubano vive, en la realidad propia en la que se desarrolla todo en este momento de pandemia. Es un signo de esperanza que Dios regale a su pueblo pastores para que le apaciente, lo fortalezca en la esperanza, lo haga crecer en la fe”, explicó Lázaro Cánova Amador, un joven ingeniero de la Isla de la Juventud que dejó de lado el magisterio para continuar con su verdadero camino vocacional.
 
“Esta ordenación ha sido un regalo muy grande -explica- me inspira a compartir con todos una Acción de Gracias por este don inmerecido”.
 
Para Julio César Rodríguez Díaz, otro de los jóvenes recién egresados del Seminario San Carlos y San Ambrosio y que recibió, además, el sacramento de la Orden, ve esta renovación de la Iglesia como un regalo de Dios y un signo de los tiempos.
 
“Esta etapa marcada por la COVID-19 no ha sido un obstáculo para mi formación. Me ha ayudado a centrarme más en mí mismo, a perfilar y tener una visión más trascendente de la vida y a rezar, como esa catolicidad que tiene la Iglesia de trascender los muros, un poco salirme fuera y llegar a aquellas personas a las cuales no se puede alcanzar físicamente”, afirma.
 
Sobre su nueva misión como párroco en la popular comunidad de San Nicolás de Bari comenta: “Lo único que pido es tal y como dijo Juan XXIII cuando decidió hacerse sacerdote: ‘Solo quiero ser un simple sacerdote de pueblo, un simple sacerdote rural’. No pretendo grandes cosas, pero sí quiero que se logren y se vean frutos abundantes en los lugares por donde pueda pasar».
 
Por otro lado, Junior Antonio Delgado Martínez, aún lejos de sus familiares que residen en el exterior del país, ve su elevación al grado de los Presbíteros como una muestra fehaciente de que Dios siempre camina junto a su pueblo: “Hoy, con tantas circunstancias adversas por la pandemia, tantas vicisitudes que vive nuestro pueblo, humanamente uno llega a preguntarse dónde está Dios, pero Él está ahí, acompañándonos”.
 
Igualmente significó que los cinco nuevos sacerdotes fueron ordenados para proclamar a La Habana, a Cuba y al mundo entero, que Dios es la esperanza y la fuerza que empuja para renovar la fe aún en medio de estas circunstancias adversas.
 
“El Señor suscita su bendición y misericordia por medio de sus ministros y precisamente hemos sido ordenados para llegar a tantos lugares necesitados de Dios, para manifestar que Él está presente y nos abre el paso, porque Él es el Camino, la Verdad y la Vida, como tantas veces lo dijo Jesús”, señaló.
 
En el caso de Fray Luis Pernas, de la Orden de los Frailes Menores (O.F.M.), su nueva misión en el diaconado es un llamado a servir al pueblo de Cuba y a su Iglesia. “Aunque sea en este difícil contexto, donde la celebración tuvo que realizarse a puertas cerradas y sin la presencia de público, las personas estuvieron unidas en oración. La Iglesia va más allá de lo que uno ve físicamente, es una comunión. Esto es lo más importante y en la comunión de la Iglesia nos mantenemos unidos”, aseveró.
 
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Un suceso que también marcó este año las celebraciones en la Arquidiócesis de La Habana fue la ordenación sacerdotal de dos diáconos permanentes, un hecho poco usual en la historia de la Iglesia cubana.
 
Después de la partida hacia la casa del Padre de su esposa y compañera de misión, María Elena, con quien estuvo casado 41 años y tras un fuerte proceso de discernimiento vocacional, el entonces diácono Luis Entrialgo Pintado decidió decirle “sí” al sacerdocio. En medio de un retiro de silencio, sintió que Dios le daba la respuesta: “Cuando lo vi todo muy claro –explica–, yo dije sí al Señor y Él me regaló una experiencia de una paz tan grande como nunca antes había tenido y una alegría muy intensa”.
 
Pero la vida de Entrialgo Pintado ha estado marcada por ese perenne deseo de consagrarse al servicio de la Iglesia: “Desde pequeño mi entrada en la fe aconteció porque Dios me llevó, ya que mi familia no iba a la iglesia. Siendo niño dos veces intenté entrar en el Seminario El Buen Pastor, pero ya cuando estaba preparado, fue intervenido en los años 60”.
 
A propuesta del entonces arzobispo de La Habana, monseñor Jaime Ortega, se consagró como diácono permanente durante más de 30 años.
En medio de este nuevo llamado, el padre Luis aconseja desde lo más profundo del mensaje evangélico: “Dice la palabra del Señor que ‘Dios es amor’ (1Jn, 8,4). Esta es la definición, pero no es un amor lejano, es un amor que quiere ser personal, quiere darse personalmente. No importa lo que hayas hecho, no importa si has sido bueno o malo, si has tenido épocas lejos de Dios: así como tú eres, Dios te ama”.
 
Del mismo modo, luego de 44 años junto a su inolvidable Mercedes, también Máximo Jenes Isasi, pidió servir en los últimos años de su vida a Dios y al pueblo cubano a través del sacerdocio.
 
“Los cubanos somos un pueblo de fe. Muchas veces oramos como entendemos, a lo mejor no con un conocimiento básico de lo que es la fe, pero sí con ese deseo de Dios. Pido mucho por mi pueblo, porque ha pasado por muchas dificultades y aún hoy tiene muchos problemas. Quisiera algún día ver a mi pueblo lleno de paz, de amor, de tranquilidad y de mucha fe, eso principalmente, y tengo fe en que su sucederá con la gracia y el favor de Dios”, expresó.

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