Alocución 8 de noviembre de 2020

Por: S.E.R. cardenal Juan de la Caridad García Rodríguez

Hoy se lee en todas las iglesias católicas del mundo el evangelio según San Mateo, capítulo 25, versículos 1 al 13.

El novio es Cristo que viene a celebrar las bodas definitivas con su esposa, la Iglesia, en el palacio del cielo.

Las muchachas nos representan a todos a la espera del regreso de Cristo. Ya el pueblo de Israel lo esperó durante siglos como Mesías y Salvador, pero no lo reconoció. Los suyos no lo recibieron, no lo reconocieron en el pesebre de Belén, salvo los magos y los pastores. No lo escucharon cuando predicaba a su pueblo. Y lo crucificaron. No vieron su luz, y al no creer se quedaron en las tinieblas, sin lámpara, sin fe, sin luz. El Señor resucitado está en el cielo y un día vendrá al final de los tiempos. Pero también, antes, vendrá a recibir nuestra alma, llena de bondades al final de nuestra vida.

¡Qué maravilla que cuando venga nos encuentre en la misa del domingo, en una acción misericordiosa, en oración familiar, en la enseñanza del catecismo, en el perdón a los que nos han hecho el mal, en el amor familiar! Así, la lámpara de nuestra fe estará plenamente encendida con el aceite del amor.

¡Qué malo que nos encuentre fajados, con odio, con rencor, con insultos, olvidados de Dios y de su reino! Nos encontrará sin aceite, sin luz, sin fe, sin amor, con las lámparas apagadas.

(Canción)

Jesús dijo a sus discípulos:

“Ustedes son la luz de este mundo” (Mateo, capítulo 5, versículo 14 al 16).

Antes de la era de la electricidad, las calles eran alumbradas con lámparas de aceite. Los que las prendían, lo hacían con una antorcha encendida.

Una noche un matrimonio estaba parado al lado de su ventana. Ellos podían ver la antorcha que iba prendiendo las lámparas, pero por la oscuridad que había, no podían divisar al hombre que cargaba la antorcha de lugar en lugar. Solo veían las luces de la antorcha. Entonces el esposo le dijo a su esposa que estaba al lado: “Esos que prenden las antorchas son un buen ejemplo para los cristianos. Quizás nunca se les vea, pero tú sabes que han estado allí por la estela de luces que dejan a su paso”.

¿Cuál es la estela de luces que estoy dejando a mi paso? La gente dudará de lo que decimos, pero creerá lo que hacemos.

(Canción)

Los segundos, los minutos, las horas, los días, las semanas, los meses, los años, son bendiciones y oportunidades para llenar nuestra lámpara de aceite de buenas obras.

El tiempo no espera y si lo llenamos de servicio a Dios y al prójimo, el Señor puede venir a cualquier hora. Dios siempre te ofrece una oportunidad. Se llama hoy.

Para darse cuenta del valor de un año:

Pregúntale a un estudiante que ha suspendido un examen final.

Para darse cuenta del valor de un mes:

Pregúntale a una madre que ha dado a luz a un bebé prematuro.

Para darse cuenta del valor de una semana:

Pregúntale al editor de una revista semanal.

Para darse cuenta del valor de un día:

Pregúntale a un niño que espera que mañana lleguen los Reyes Magos.

Para darse cuenta del valor de una hora:

Pregúntales a los novios que esperan por verse.

Para darse cuenta del valor de un minuto:

Pregúntale a una persona que ha perdido el tren, el ómnibus o el avión.

Para darse cuenta del valor de un segundo:

Pregúntale a una persona que ha sobrevivido un accidente.

Para darse cuenta del valor de una centésima de segundo:

Pregúntale a la persona que ha ganado una medalla de plata en las olimpiadas.

(Canción)

¡Hola Jesús! ¿Cómo estás?

Te escribo para saludarte y porque ahora sí tengo que surtirme, pues la lámpara con que me mandaste al mundo se me ha ido agotando de aceite a lo largo de estos años.

Por ejemplo, la paciencia se me acabó por completo, igual que la prudencia y la tolerancia. Ya me quedan poquitas esperanzas y la lámpara de fe está también vacía. La imaginación también está escaseando por estos días. Así que quisiera pedirte nuevos productos para mi lámpara.

Para empezar me gustaría que rellenaras los frascos de paciencia y tolerancia. Pero, ¡hasta el tope! Y mándame, por favor, el curso intensivo: “Cómo ser más prudentes”, volúmenes 1, 2, 3, 4.

Envíame también varias botellas grandes. Pero ¡grandes!, de madurez que tanta falta hace. También quisiera un tanque grande de sonrisas de esas que alegran el día a cualquiera. Te pido que me mandes dos piedras grandes y pesadas para atarlas a mis pies y tenerlos siempre sobre la tierra.

Si tienes por ahí guardada una brújula para orientarme y tomar el camino correcto, te lo agradecería mucho.

Regálame imaginación otra vez; pero no demasiada, porque debo confesar que en algunas ocasiones tomé grandes cantidades y me empachó. Nuevas ilusiones y una doble ración de fe y esperanza también me caería excelente.

Te pido también una paleta de colores para pintar mi vida cuando la vea gris y oscura. Me sería muy útil un latón de basura para tirar todo lo que me hace daño.

Por favor, mándame un frasquito de menthiolate y una cajita de curitas para sanar mi corazón, porque últimamente ha tropezado bastante y tiene muchos raspones.

Te pido muchas zanahorias, para tener buena vista y no dejar pasar las oportunidades por no verlas. Necesito también un reloj grande, muy grande, para que cada vez que lo vea me acuerde de que el tiempo corre y no debo desperdiciarlo.

Podrías mandarme muchísima fuerza y seguridad en mí mismo. Sé que voy a necesitarlas para soportar los tiempos difíciles y para levantarme cuando caiga.

También quisiera una cajita de pastillas de las que hacen que crezca la fuerza de voluntad y el empeño, para que me vaya bien en la vida. Y te pido unas tres o cuatro toneladas de ganas de vivir, para cumplir mis sueños.

Necesito también una pluma con mucha tinta, para escribir todos mis logros y mis fracasos.

Pero más que nada, te pido que me des mucha vida, para lograr todo lo que tengo en mente y para que veas que no desperdicio el tiempo que me diste en la tierra.

De antemano te agradezco lo que me puedas mandar y te agradezco el doble de todo lo que me mandaste la primera vez.

Con mucho cariño… tu hijo….

(Canción)

Al que no tiene tiempo, al que es eterno en su amor, nos dirigimos confiados como hijos.

Padre Nuestro…

A la Madre que tiene todo el tiempo para nosotros, a Ella nos dirigimos plenamente confiados como hijos de Ella.

Dios te salve, María…

Y la bendición de Dios Todopoderoso, Padre, Hijo y Espíritu Santo, descienda sobre todos y cada uno de nosotros, nuestros familiares y amigos y nos lleve a la vida eterna. Amén.

(Canción)

 

A continuación ofrecemos íntegramente la alocución del cardenal y arzobispo de La Habana, Mons. Juan de la Caridad García.

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