Alocución 1ro. de noviembre de 2020, solemnidad de Todos los Santos.

Por: S.E.R. cardenal Juan de la Caridad García Rodríguez

La Iglesia celebra hoy la solemnidad de Todos los Santos. Recordamos así no solo a aquellos que han sido proclamados santos a lo largo de la historia: misioneros, educadores, servidores caritativos, papas, obispos, sacerdotes, diáconos, monjas, hombres y mujeres…, sino también a tantos hermanos nuestros que han vivido su vida cristiana en medio de una existencia sencilla y oculta, entre los cuales hay muchos de nuestros familiares y amigos. Ellos están en el cielo, pueden rogar por nosotros y nosotros imitarlos. En todas las iglesias católicas se lee este domingo el evangelio de San Mateo capítulo 5, versículos del 1 al 12.

(Evangelio)

¡Qué dicha compartir que eso es ser pobre para la Biblia! Y después, en la casa del cielo, contemplar al Cristo, a quien auxiliamos en la tierra. ¡Qué gran dicha y felicidad!

¡Qué dicha y felicidad unir nuestro sufrimiento al de Cristo crucificado y después estar al lado de Cristo resucitado!

¡Qué dicha y felicidad no tener pretensiones de grandeza, sino despojarnos de toda soberbia y servir a los más humildes! Y después estar en las alturas y grandezas del cielo.

¡Qué dicha y felicidad no quedarnos tranquilos ante la injusticia y luchar pacíficamente para que todos seamos justos y, después, todos los justos con el gran justo en el cielo! ¡Qué gozo ser compasivo, perdonar, tener misericordia, comprender y después recibir multiplicadamente esta compasión a la entrada del cielo!

¡Qué maravilla tener mente limpia de odio, venganza, impureza y, al mismo tiempo, corazón limpio de feos latidos y, como consecuencia, acciones totalmente puras al estilo del Dios del amor y después contemplar al Dios totalmente puro, a cuya imagen y semejanza fuimos creados! Felices los pacíficos, los que establecen la paz entre enemigos, entre personas divididas, entre familiares fajados. ¡Qué dicha verlos en paz en esta tierra y después todos juntos en el cielo! Dios nunca olvidará que estableciste la paz en la tierra.

Dichosos los que, por ser fieles a la verdad, son criticados dañados, echados a un lado. Su testimonio cautivará a muchos y Dios luchará a su lado para que haya un sol de justicia que ilumine la tierra y, después, contemplar al sol eterno, al Dios justo para siempre.

Dichoso tú que te criticaron, te marginaron, te echaron a un lado por tener un cuadro del Sagrado Corazón en la sala de tu casa, por llevar un crucifijo en el pecho, por tener una medalla o estampa de la Virgen de la Caridad, por participar en misa todos los domingos. La felicidad que sentiste ante el insulto por ser creyente, se multiplicará en el cielo, cuya felicidad el ojo no ha visto, el oído no ha escuchado, ni puede imaginar el corazón humano.

Damos gracias a Dios por tantos santos con los que hemos convivido en la tierra y después estaremos con ellos en la gloria del cielo

CANTO

La fe nos dice que Cristo resucitó, la esperanza nos dice que nosotros resucitaremos, la caridad nos dice que el camino de Cristo y la vida feliz en la tierra y en el cielo es el Amor.

Pidamos por nuestros familiares difuntos a Jesucristo que ha dicho “Yo soy la resurrección y la vida, él que cree en mí y ha muerto, vivirá. Y el que está vivo y cree en mí no morirá para siempre”.

Señor, tú que lloraste en la tumba de tu hijo Lázaro, dígnate de secar nuestras lágrimas…

Señor concédeles la vida eterna.

Tú que resucitaste a los muertos, dígnate de dar vida eterna nuestros familiares difuntos…

Señor concédeles la vida eterna.

Tú que perdonaste en la cruz al buen ladrón y le prometiste el paraíso, dígnate perdonar y llevar al cielo a nuestros familiares difuntos…

Señor concédeles la vida eterna.

Tú que eres el único que sabe todo el bien y toda la misericordia que realizaron nuestros familiares difuntos, recompénsalos como tú solo puedes hacer: con la vida eterna.

Señor concédeles la vida eterna.

Tú que has creado en el seno materno a tu imagen y semejanza a nuestros familiares difuntos y los has purificado con el gua del bautismo, acógelos entre tus santos y elegidos en tu casa del cielo.

Señor concédeles la vida eterna.

Tú que prometiste que quien come de tu pan vivirá para siempre, cumple tu promesa y llévalos al banquete de la vida eterna.

Señor concédeles la vida eterna.

Y a nosotros que lloramos su muerte, dígnate consolarnos con la fe y la esperanza de la vida eterna y ayúdanos a imitar la fe y la caridad que nos enseñaron más que con sus palabras, con sus vidas.

Señor concédeles la vida eterna.

Santa María de la Caridad, tú estuviste al pie de la cruz donde moría tu hijo, tú conoces el dolor que siento por la muerte de este familiar y amigo que he amado. Ruega ahora por mí, que lloro como tú lloraste, recuérdame que la muerte no es el final, sino que Dios nos llevará a su casa del cielo; perdonó con la muerte de Cristo en la cruz nuestros pecados, y premiará toda obra buena. Consuélame, ayúdame, y dame la esperanza que un día, después de cumplir mi misión con mi familia, Dios me llevará junto a ellos para siempre.

Amén.

CANTO

Nuestro familiar difunto nos puede decir desde el cielo: “Cuando yo no esté por un corto o por un largo tiempo, por favor, no quieras morir conmigo, por el contrario, comienza de nuevo, con valentía, con una sonrisa vive tu vida. Por mi memoria, en mi nombre, por mi recuerdo, haz todas las cosas que hacías igual que antes, no te desanimes, no te aferres al dolor y a la pena, no sientas tus días vacíos, llena cada hora de manera útil sirviendo y haciendo el bien. Extiende tu mano para confortar a un hermano, no guardes mi ropa, dala a un necesitado; vive la vida, da todo tu amor con todas las fuerzas de tu corazón, y cuando al final de tu camino, te llegue la hora, no temas, no tengas miedo. Recuerda que yo te estaré esperando en compañía de Jesús.

Amén.

A continuación ofrecemos íntegramente la alocución del cardenal y arzobispo de La Habana, Mons. Juan de la Caridad García.

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