Honor al padre Bruno Roccaro

Por: Mons. Antonio Rodríguez (padre Tony)

Llegó a Cuba hace cincuenta años por una gestión que Mons. Cesar Zacchi hizo ante el gobierno para que entrasen dos profesores para el seminario de La Habana. El otro era el inolvidable padre René David fallecido en el 2013. Se conocieron en Cuba y entre ellos surgió una fraternal amistad sacerdotal, se separaron, cuando el francés, ya enfermo, partió para su patria en el 2004.
El padre Bruno poseía una recia espiritualidad sacerdotal salesiana animada por el temple de observancia que Don Bosco quiso que su sociedad tuviese en los albores fundacionales. Había sido profesor de Matemática de Bachillerato en colegios italianos de la congregación, y apenas sabía español, pero una cosa tenía muy clara: trabajar y para ello encarnarse en esta Iglesia que pasaba por unos momentos muy difíciles. Hoy puedo decir, sin temor a equivocarme, que se hizo cubano, y por eso sus restos descansarán en este suelo.
De matemático pasó a explicar Filosofía en la rama de la Cosmología y la Sociología, más tarde se le añadió la Historia de la Economía. Estas tres cosas llegaron a su vida de maestro como casi extrañas, al igual que la barrera del idioma, la que fue rompiendo no sin grandes esfuerzos para él y sus alumnos. No rehusó nada, no pidió traslado para otras latitudes…
Supongo que mucho le costaría adaptarse a la nueva vida y a las comidas, pero jamás lo mostró. Lo vi durante el tiempo de oración, pasar largos momentos de rodillas en la capilla. Era un sacerdote que, con la mirada puesta en las cosas de Dios, tenía, sin desviarse de ello, los pies puestos en la tierra, porque una cosa no excluye la otra.
Por aquellos primeros veinte años de su estancia en Cuba, el Seminario iba un mes al año de trabajo productivo al campo, y el padre Bruno, dando muestras de su reciedumbre y entrega, trabajaba con la productividad del más auténtico campesino. Había sido alpinista y la fortaleza de su complexión corporal lo evidenciaba. Bruno y su inseparable amigo, el padre David, sábado tras sábado, iban hasta lo que sería el hospital Hermanos Ameijeiras para trabajar en su construcción, convencidos ambos de que ese diminuto aporte ayudaba al progreso de este país. Nadie se lo podía impedir, ni de un lado ni del otro, aunque las críticas nunca faltaron.
Llegó la Reflexión Eclesial Cubana (REC) en 1982, y el padre Bruno fue nombrado responsable de la subcomisión de encuestas. Su pericia lo fue llevando a convertirse, sin quererlo y despojándose de todo protagonismo, en el alma de la REC y, después, del Encuentro Nacional Eclesial Cubano (ENEC). No se puede hablar de la historia de este proceso reflexivo sin mencionarlo. En esto, como en todas las cosas que hizo en esta Iglesia, le daba urticaria el más mínimo reconocimiento y elogio, lo cual mostraba con un gesto corporal de encogimiento y rechazo. Así recibía órdenes de quienes habíamos sido sus alumnos hasta hacía poco tiempo, y nuestros errores en el trabajo los enmendaba con humildad y posibles soluciones. Nunca olvidaré cuando en 1993 me nombraron rector del seminario, y se me presentó llamándome “mi rector”. En 1995 recibí de su parte la amarga noticia de que la congregación salesiana lo trasladaba a la casa de Santiago de Cuba, antes se lo había comunicado al cardenal Jaime Ortega, arzobispo de La Habana. Años más tarde, retornó a La Habana y ya octogenario retomaba la enseñanza de la Cosmología en el Seminario.
La última vez que conversamos fue el 20 de septiembre de 2015. Estaba sentado a mi lado y vestía una guayabera de mangas cortas. Me hablaba con pena, y sin mencionar nombres, de algunos sacerdotes jóvenes cubanos que emigraban del país. Me decía: “Dicen que no pueden vivir aquí”. Eso me lo decía un extranjero que vino a trabajar a Cuba, no exento de muchas dificultades, y que vivió aquí medio siglo hasta su muerte.
Hace más de doce años, Mons. Arturo González puso en el pecho del padre Bruno y en el del padre Giordano la distinción Pro Ecclesia et Pontifice. Con este único honor que recibió públicamente bajará a la tierra santaclareña el querido padre Bruno Roccaro.

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