Desde el Seminario: Tensión y gracia

Por: seminarista Rafael Cruz Dévora

Conocer a cristo

La cotidianidad volvió a fragmentarse en el Seminario San Carlos y San Ambrosio, terminaron los contenidos correspondientes al primer semestre académico del curso 2018-2019 y llegaron las no siempre bienvenidas pruebas finales que trajeron consigo un temario común que incluyó: tensiones, agotamiento, sospecha, satisfacción y acción de gracias que, en algunos casos, vino unida tanto a la buena calificación como al placer de saber que no daríamos más esa asignatura que exigió un mayor esfuerzo. Sí, en el Seminario también hacemos pruebas finales y qué pruebas algunas.
Es este un período marcado por el silencio y la profundidad que absorbe a cada seminarista en las diferentes materias según el estudio personal que realiza, pero que a la vez contrasta con la enriquecedora experiencia del estudio comunitario, por cursos, de aquellas asignaturas que suelen presentar un serio currículo histórico de alto grado de dificultad. Por supuesto, sin faltar la ayuda, siempre enriquecedora, que los más adelantados pueden ofrecer a las nuevas generaciones.
Como mismo la universidad pública a finales del mes de enero cierra su primera etapa de formación, el Seminario en cuanto curso lectivo también marca el fin de su primer período en fecha semejante. En esta ocasión particular se programó desde el 28 de enero hasta el 8 de febrero, quizá un tanto retrasados ya que la conocida celebración de la Jornada Mundial de la Juventud en Panamá congregó no solo a algunos profesores del centro sino también a tres de nuestros hermanos, que nos representaron en esta cita especial, acompañados por el padre Jesús Delgado, vicerrector del Seminario. Así pues, con un poco más de tiempo nos preparamos para esta etapa evaluativa.
Puede ser probable que se piense que no cabe en la realidad de un hombre de Dios y en camino hacia el sacerdocio, un nivel de alta tensión a causa de este proceso temporal. La experiencia nos demuestra que no es cierta esta suposición, los seminaristas somos hombres normales con las mismas capacidades psicosociales que puede tener un hombre de su edad, soltero o casado. Vivimos y creemos en la gracia asistente de Dios en nuestro caminar, pero no estamos enajenados en la infraestructura de una burbuja de cristal, aunque a veces pueda parecerlo. Somos hombres, seres en el mundo, aunque no le pertenezcamos. Sufrimos las presiones de la vida cotidiana, por eso les pedimos con insistencia que recen por nosotros, más aún en este tiempo específico, porque también somos víctimas a menudo del dolor, muchas veces por nuestras faltas y otras tantas por causas ajenas a nuestra voluntad e inalcanzables a esta. Es ahí donde se consolida el acto de fe en la llamada de Dios para quien nada es imposible (cfr. Lc 1.38); es ahí donde se ve renovado nuestro sí, al tener que decir, en la intimidad del ser: “Padre, que no se haga mi voluntad sino la tuya” (Lc 22.42); es ahí cuando por su gracia podemos experimentar cómo “todo lo ha preparado para el bien de los que lo aman, los que Él ha escogido” (Rom 8.28).
Para esforzarnos en la permanencia fiel a esta llamada y no dejarnos arrastrar por el agotamiento de los exámenes, mientras unos se contentan en torno al sabor de una buena taza de café caliente, otros liberan sus presiones en la cancha deportiva, algunos prefieren caminar o correr por los entornos del Seminario, sin faltar quien descanse en el disfrute de una buena película, elementos que manifiestan la bendita diversidad de nuestro entorno. Pero existe un mínimo común múltiplo que nos hace descubrirnos como un solo cuerpo, una sola familia, es el tiempo de la oración delante de Jesucristo Sacramentado, es entonces cuando todos rezamos con intensidad para que el Espíritu Santo nos conceda el don de sabiduría y de inteligencia a la difícil hora de examinarnos.
Siempre esperamos que cada de final de semestre transcurra felizmente, que no haya percances, ni muchos dolores de cabezas. Esperamos que los profesores no “picheen” a una velocidad tal que el tercer swing se nos vaya en blanco. Que los buenos resultados sean fruto del esfuerzo responsable de cada uno de nosotros y que Jesús sea el centro de nuestro estudio a fin de que no lo hagamos con la sola intención de superar los exámenes, sino para que todo lo aprendido nos sirva en el crecimiento integral de nuestra personalidad por el amor. Así un día podremos aplicarlo en bien del rebaño que custodiaremos al servicio y a imitación del único Buen Pastor, Jesucristo, quien superó con un sobresaliente la prueba del amor eterno del Padre para con nosotros en la cruz (cfr. Rom 5.8) y quien seguramente, no mirará nuestras notas sino nuestros corazones. Hasta entonces: “corramos con fortaleza la prueba que se nos propone con los ojos fijos en Jesús, el que inicia y consuma nuestra fe” (Hb 12.1-2). Ω

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