Hoy, Tercer domingo de octubre, la Iglesia celebra el Domund, que quiere decir: Domingo Mundial de las Misiones. El evangelio de San Mateo, capítulo 28, versículos 11 al 16, nos narra lo último que Jesús dijo a sus discípulos.
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La Iglesia cumplió este mandato de Jesús de tal manera que en el primer siglo del cristianismo el evangelio estaba presente en los cuatro puntos cardinales del mundo entonces conocido. A lo largo de los siglos, y hoy, nuestra Iglesia continúa yendo a todos los lugares, por difíciles que sean, anunciando, enseñando, bautizando, celebrando los sacramentos y practicando las obras de caridad.
En este domingo, 18 de octubre, felicitamos a todos los misioneros Ad gentes, a todos los sacerdotes, diáconos, monjas, seminaristas, laicos, quienes viniendo de sus tierras, están presentes en nuestras parroquias y Arquidiócesis de La Habana.
Escriba una carta de gratitud y felicitación a los sacerdotes, monjas, diáconos, seminaristas, que han venido desde sus países a compartir con nosotros la fe cristiana.
(Canción)
Con ocasión de esta Jornada Misionera el Papa Francisco nos envía un mensaje: “En el sacrificio de la cruz, donde se cumple la misión de Jesús, Dios revela que su amor es para todos y cada uno de nosotros y nos pide nuestra disponibilidad personal para ser enviados, porque Él es Amor en un movimiento perenne de misión, siempre saliendo de sí mismo para dar vida. Por amor a los hombres, Dios Padre envió a su Hijo Jesús. Jesús es el Misionero del Padre: su Persona y su obra están en total obediencia a la voluntad del Padre. A su vez, Jesús, crucificado y resucitado por nosotros, nos atrae en su movimiento de amor; con su propio Espíritu, que anima a la Iglesia, nos hace discípulos de Cristo y nos envía en misión al mundo y a todos los pueblos.
”La misión es una respuesta libre y consciente a la llamada de Dios, pero podemos percibirla sólo cuando vivimos una relación personal de amor con Jesús vivo en su Iglesia. Preguntémonos: ¿Estamos listos para recibir la presencia del Espíritu Santo en nuestra vida, para escuchar la llamada a la misión, tanto en la vía del matrimonio como de la virginidad consagrada o del sacerdocio ordenado, como también en la vida ordinaria de todos los días? ¿Estamos dispuestos a ser enviados a cualquier lugar para dar testimonio de nuestra fe en Dios, Padre misericordioso, para proclamar el Evangelio de salvación de Jesucristo, para compartir la vida divina del Espíritu Santo en la edificación de la Iglesia? ¿Estamos prontos, como María, Madre de Jesús, para ponernos al servicio de la voluntad de Dios sin condiciones? Esta disponibilidad interior es muy importante para poder responder a Dios: ‘Aquí estoy, Señor, mándame’. Y todo esto no en abstracto, sino en el hoy de la Iglesia y de la historia.
”La celebración de la Jornada Mundial de la Misión también significa reafirmar cómo la oración, la reflexión y la ayuda material de sus ofrendas son oportunidades para participar activamente en la misión de Jesús en su Iglesia. La caridad, que se expresa en la colecta de las celebraciones litúrgicas del tercer domingo de octubre, tiene como objetivo apoyar la tarea misionera realizada en mi nombre por las Obras Misionales Pontificias, para hacer frente a las necesidades espirituales y materiales de los pueblos y las iglesias del mundo entero y para la salvación de todos”. Papa Francisco.
(La colecta del DOMUND de Cuba será enviada a Cabo Verde y Mozambique en orden a la evangelización).
(Canción)
San Antonio María Claret, Arzobispo de Santiago de Cuba, nos narra una de sus experiencias misioneras.
“Quise ir por tierra a la ciudad de Baracoa, ya que por mar no tuve proposición; fui con mis compañeros sacerdotes. Venía con nosotros un criado, que llevaba la comida, porque los lugares eran solitarios, y las gentes de las pocas casas que por aquellas tierras había se habían ausentado por el cólera. Pues ese buen criado empezó a quedarse atrás, porque la bestia no podía caminar, y nosotros llegamos muy tarde, de noche, a una casa en que no hallamos más que una galletica de soldado, pequeña y durísima, de la que hicimos cuatro pedazos, uno para cada sacerdote, y el día siguiente en ayunas tuvimos que emprender el peor de los caminos que jamás he andado en mi vida.
”Tuvimos que pasar el río llamado Jojó treinta y cinco veces, pues, como corre entre dos altas montañas y no hay otro lugar, cuando da paso por una parte no la da por otra. Después del río tuvimos que subir a las altas montañas, llamadas Cuchillas de Baracoa, cuyo nombre les está perfectamente adecuado, pues que verdaderamente están como cuchillas. Y por encima del corte o cresta anda el camino, y cuando se pasa por allá, hay trechos en que suena un caracol marino, a fin de que el que va no se encuentre con el que viene; de otra suerte, el caballo del uno o del otro tendría que rodar para abajo, porque es tan estrecho el paso, que un caballo no tiene lugar para dar la vuelta para atrás. Y son tan altas aquellas montañas, que se ve la mar de una y otra parte de la Isla, por estar ellas en medio de la Isla, y además son tan largas, que duran cuatro leguas. Pues esas montañas, después de los pasos del río, tuvimos que subir y andar en ayunas, y al bajar son tan pendientes, que yo me resbalé y caí por dos veces, aunque no me hice mucho daño, gracias a Dios.
”Al mediodía llegamos a una casa de campo, en que pudimos comer, y por la tarde llegamos felizmente a la ciudad de Baracoa, en el punto en que, al llegar a la isla de Cuba, puso los pies el descubridor Colón; todavía se conserva la cruz que plantó cuando llegó. Pues bien, esta ciudad hacía sesenta años que no había sido visitada por ningún obispo, y, por lo tanto, no se había administrado el sacramente de la Confirmación. Cuando yo llegué, ya dos de mis sacerdotes habían hecho la santa Misión; no obstante, yo prediqué todos los días que permanecí en ella, administré el sacramento de la Confirmación a todos, la visité y pasé a la Parroquia de Guantánamo, y también a la de Mayarí. Estas dos parroquias habían sido misionadas por mis compañeros sacerdotes, e hice lo mismo que en Baracoa.
”De Mayarí pasamos a Santiago, la capital, distante cuarenta leguas. Como el camino es muy solitario, tuvimos que llevarnos provisión para poder comer. Salimos el Lunes Santo. Nos llevamos un potaje de bacalao con garbanzos y patatas en una olla de barro. Después de haber andado mucho camino, los compañeros dijeron que habíamos de comer. Nos detuvimos, sacaron la olla, encendieron fuego, y, para resguardarse del viento, se arrimaron al tronco de una grande caoba. Todos íbamos por leña; y fue tan grande el calor del fuego, que se rompió la olla. Nos procuramos una yagua, que en aquel bosque hay muchas (las yaguas son unas hojas grandes que se caen de las palmeras, como unos pellejos de carneros), y en una yagua pusimos el potaje por haberse roto la olla de resultas del demasiado calor del fuego; nos hallamos sin cuchara ni tenedor, y cogimos unas güiras, y con aquello comimos nuestro rancho o potaje. Tuvimos sed, y para beber cogimos otra yagua, y, atada por los extremos, formamos un balde y lo llenamos de agua y así bebimos muy regaladamente. Todos estábamos tan contentos y tan alegres, que era una maravilla. Al día siguiente llegamos a Santiago para celebrar la Semana Santa, que siempre celebré en todos los años.
”Según Paladio Currius se celebraron 73 447 comuniones, 97 070 confirmaciones. Se celebraron matrimonios de amancebados 8 577 y lograron unirse 210 divorciados.
(Canción)
Nosotros como bautizados también hemos de anunciar el evangelio, pero en esta ocasión no en Baracoa, ni en el África, ni en otros continentes. Nuestra misión es hacer presente el evangelio en nuestra casa. La mejor misionera de su esposo es la esposa, el mejor misionero de su esposa es el esposo. El mejor misionero de sus hijos es el papá y también la mamá. Los mejores misioneros del papá y la mamá son los hijos. Rezamos por los que viven en nuestra casa.
Les leemos el evangelio. Nos sirve de gran ayuda el evangelio 2020 y el 2021, que ya está en nuestras iglesias. Rezamos por las personas a quienes queremos llevarles el evangelio. A esas personas las colocamos en las manos de la Virgen y rezamos juntos.
Dios te Salve, María…
Y la bendición de Dios Todopoderoso, Padre, Hijo y Espíritu Santo descienda sobre ustedes, sobre los que habitan en la casa, sobre los que ustedes aman y permanezcan para siempre. Amén.
(Canción)
A continuación ofrecemos íntegramente la alocución del cardenal y arzobispo de La Habana, Mons. Juan de la Caridad García.
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