En el año 2019, La Habana celebra su aniversario quinientos, aunque las fechas reales de la fundación de la villa en la costa sur y posteriormente en el Puerto de Carenas aún se mantienen en discusión:
“Por haber desaparecido los Libros de Cabildos anteriores a 1550, y no existir, hasta hoy documento alguno referente a la fundación de la villa de La Habana, es imposible fijar de manera precisa el sitio en que esta fue fundada por orden de Diego Velázquez, ni la fecha exacta de dicha fundación”.1
En este espacio temporal la ciudad ha vivido importantes y trascendentales acontecimientos históricos, sociales y culturales. Para sorpresa de muchos, hasta ha sido declarada Ciudad Maravilla por la entidad suiza New7Wonders. Como ella es una urbe que se respeta, también tiene sus hitos o elementos que la identifican, hoy me detendré a hablar un poco sobre estos.
La dama de la fortaleza
Isabel de Bobadilla,2 esposa de Hernando de Soto,3 quien fuera entre 1538 y 1539 el gobernador de la isla de Cuba, ocupó el cargo de su marido cuando este partió de adelantado y codicioso a la conquista de la Florida. Se mantuvo sosteniendo la encomienda hasta 1544 y se convirtió así en la primera y única mujer que ocupó el cargo de gobernadora en Cuba. Se cuenta que tras la partida de su amado, Isabel subía todos los días a la torre del Castillo de la Real Fuerza, allí observaba si algún barco le daba la señal del regreso de Hernando. Además se afirma que lo hizo hasta que conoció de su muerte. El hombre jamás regresó, quedó para siempre en el Misisipi el 30 de junio de 1542.
También se dice que cuando Juan de Bitrián y Viamonte, gobernador de Cuba entre 1630 y 1634 –ochenta y seis años después de la historia de Isabel– ordenó la fundición en bronce de una giralda o veleta, el motivo era rememorarla. Otros, en cambio, aseguran que él solo quiso una veleta que se igualara al Giraldillo que se encuentra en la torre de la Catedral de Sevilla. Nada raro sería, pues según aparece en varios documentos revisados, Viamonte había nacido en la propia villa, pero su nombramiento como gobernador no surgió de la nada, tenía que ser un hombre conocido de la Corona y en algún momento debió ir a España, quizás allí vio la escultura y quiso darle a La Habana otra parecida. A los de aquí siempre nos ha gustado no quedarnos atrás. Ciertamente, existen algunos sutiles paralelismos entre ambas, no se precisa ser un experto en arte para percatarse de ello.
Terminando el escultor Jerónimo Martín Pinzón el decorado artefacto, se colocó en lo alto de la torre de la fortaleza que tenía el mismo nombre de aquella a la que hace referencia la historia de Isabel. Esta ya no era la misma fortaleza, ni estaba en el mismo lugar. La nueva fuerza se comenzó a construir en 1558 y se terminó en 1577, cincuenta y tres años antes de que Juan de Bitrián asumiera el cargo:
“Por Real Cédula de 9 de febrero de 1556, se ordenó por la Corona la construcción de una fortaleza […] Para realizar la obra de la nueva fortaleza, nombró la Corona a Bustamante de Herrera […] que no pudo llegar a Cuba por haberle sorprendido la muerte, designándose en su lugar, a Bartolomé Sánchez […] Llegó Sánchez a La Habana en noviembre de 1558 […] y empezándose las obras en 1ro de diciembre».4
Aquí cabe la duda lógica, partiendo de múltiples evidencias, sobre si la fortaleza de La Fuerza vieja tuvo alguna torre para que Isabel se subiera todos los días, porque lo que sí se conoce es que era muy endeble e inoperante como fortaleza y que fue la propia gobernadora la que le mandó a construir casa:
“…en 20 de marzo de 1538, la Reina encomendó al adelantado don Hernando de Soto, gobernador de la Isla, la construcción de una fortaleza en La Habana […] De Soto, al embarcarse en La Habana con dirección a la Florida, en mayo de 1539 […] dejó encomendada la obra de la fortaleza al vecino de Santiago, Mateo Aceituno […] quien la construyó en siete meses, dejándola, según su propio dicho en 12 de marzo de 1540 […] el gobernador Juanes Dávila […] declaró, en 31 de marzo de 1545, que de fortaleza no tenía más que el nombre”.5
Fue justamente en ese año de 1545 que doña Isabel de Bobadilla dejó de ocupar el cargo.
El afamado arquitecto Joaquín E. Weiss, todo un experto en temas de arquitectura colonial cubana, referencia obligada en cualquier estudio de caso, describió a la Giraldilla de la siguiente manera:
“La Torre del Castillo de la Fuerza está coronada por una figurilla a manera de giralda que representa la Victoria, portando en su brazo derecho una palma de la que solo se conserva el tronco, y a la izquierda, un asta, la cruz de Calatrava, de cuya orden era caballero Bitrián de Viamonte; en la parte inferior del asta se ven las grapas que sujetan la banderola que servía para dar dirección al conjunto por la acción del viento”.6
Weiss esclarece algunos elementos esenciales de la obra de Pinzón, esto ayuda a entender mejor su significado.
De la escultura habanera ya se han derramado verdaderos mares de tinta sobre papel, por tal motivo no me detendré mucho más en ella. Lejos estaba el señor gobernador colonial de pensar que esa estatuilla, pasado el tiempo, se convertiría en el símbolo de nuestra ciudad capital. No importa la causa por la que nació la Giraldilla, ni tampoco la exactitud o veracidad de la historia que le dio vida, lo que sí está claro es que nadie le disputa a ella su lugar. La figura aparece en fotos, afiches publicitarios y hasta en la presentación de un canal de televisión local. Siempre que se habla de La Habana, ahí surge la “bronceada” dama por derecho propio, todos en Cuba o en el exterior la reconocen como tal.
Un rey en La Habana
Como nada es estático, el paso del tiempo le ha comenzado a jugar una mala pasada a la habanera veleta. Ha surgido una nueva figura que sin proponérselo nadie, comenzó a homologársele –no a desplazar– respecto a la significación del conocido hito. Todo ha nacido de las entrañas del pueblo capitalino, de ahí su valor. Basta que alguien la vea o la recuerde para que inmediatamente también se transporte a la capital. Esta figura está al alcance de la vista y de las manos de todos, a diferencia de la elevada y altanera Giraldilla. Se trata de uno –cualquiera de los ocho– de los bellos y bravíos leones del Paseo del Prado.
El nuevo rey tiene mucho menos historia que la señora de la Fortaleza de la Real Fuerza, pero en términos de sentido de pertenencia de los capitalinos hacia él –algo que pesa mucho a la hora de hacer cualquier valoración sobre su significado– es difícil de superar.
Muchos al verlos se preguntan sobre ellos, la realidad es que muy poco se ha escrito al respecto. La historia de su existencia nace a raíz del Plan Director de La Habana de finales de la década del veinte y principios del treinta del siglo xx, más conocido como Plan Forestier.7 Dentro de las obras que se llevaron a cabo estuvo la remodelación del Paseo de Martí o el Prado de La Habana.
A través del decreto gubernamental número 2094 de la época,8 se asignó el presupuesto que permitiría la construcción del mobiliario y ornamentos que engalanarían la obra. Entre ellos se encontraban los leones. Las figuras fueron modeladas por el artista y orfebre Jean Puiforcat en 1928, algunos lo señalan como italiano, otros como francés, esta última parece ser la nacionalidad correcta.
Concluido el proceso de moldeado, los leones fueron fundidos por el también escultor y fundidor cubano Juan Comas Masique. Se realizaron con el bronce procedente de viejos cañones coloniales, que durante muchos años protegieron a la ciudad. Todos los trabajos se ejecutaron en los talleres especializados de la Secretaría de Obras Públicas. Cada ejemplar mide dos metros y pesa cuatro toneladas.
En la fría madrugada del 31 de diciembre del propio año, fueron colocadas en sus pedestales las ocho fieras. La Habana despertó a un nuevo año protegida por estos guardianes forjados con savia y estirpe de fuego. Ellos han permanecido firmes en sus puestos hasta el día de hoy.
Las emblemáticas bestias han sido testigos de incontables hechos por encontrarse emplazadas en el paseo más importante de nuestra ciudad, esto las hace partícipes de la vida citadina día a día. En el plano popular existen dos razones más que las han hecho calar en el corazón de la gente. La primera de ellas fueron los carnavales, fiestas populares que se realizaron durante largo tiempo en el Paseo del Prado, bajo sus desconfiadas y atentas miradas. La segunda razón está en la utilización de la imagen dentro del emblema del equipo de béisbol de la capital, los Industriales.
Puede ser que de aquí provenga el mayor cariño habanero por sus felinos. Industriales, más que un equipo de béisbol, es un fenómeno sociocultural, aunque muchos no lo crean así. No tiene afición, todos somos fanáticos. Es el equipo más seguido, pero también el más odiado. El único que estando en rachas muy malas, si gana dos juegos consecutivos, mueve a cincuenta mil espectadores para su cuartel general, el “Latino” o “Coloso del Cerro”, como popularmente se le nombra. Para consolidar más su imagen habanera, posee la mascota artísticamente mejor lograda y simpática que anima un estadio de pelota en Cuba.
Nadie tenga la menor duda de una cuestión, hoy se pudiera retirar de cualquier lugar de la ciudad el más significativo de los monumentos o esculturas y nada sucedería. Ya se trasladó el Neptuno, que durante muchos años se mantuvo en el parque Villalón del Vedado, donde se había creado hacia él un fuerte sentido de pertenencia, esto molestó tremendamente a los vecinos de la zona, pero nada trascendente sucedió. También se movió hacia el municipio Playa el monumental conjunto escultórico dedicado al general Calixto García y tampoco tuvo mayor trascendencia. Se quitó el viejo pedestal de Carlos III, que durmió vacío durante largos años, luego de que se bajara al rey de la entrada del antiguo paseo de Tacón, calle que llevó el nombre del soberano y que aún es reconocida como tal por la población. El pináculo estuvo a la espera de que se colocara en él alguna otra figura que jamás llegó. Finalmente este se reinstaló, con su legítima estatua en la Plaza de Armas, poco o nada tienen que ver con el lugar, a no ser que sea para recordarnos los años en que la Isla se subordinó a los caprichos de la Corona. Otra historia importada para el Centro Histórico, por suerte esta también pasó sin penas ni glorias para la población local y casi seguro para los turistas.
Estimo que se pudieran hasta retirar el busto de Manuel de la Cruz y la estatua de Juan Clemente Zenea del propio Paseo del Prado y pocos le prestarían mayor importancia. Si se retirara uno solo de los leones, el asunto sería diferente, porque ellos ya constituyen un símbolo capitalino. Esperemos que la cordura no permita que ninguno aparezca un día en la Plaza de San Francisco engrosando la jauría felina de allí; no son animales de la misma manada.
El autor de estas líneas presenció una historia relacionada con las figuras escultóricas. Muchos capitalinos se sintieron molestos e indignados, hasta provocaron situaciones complejas en la peña deportiva del Parque Central el día en que se les mostró un afiche promocional por el Día del Orgullo Gay del año 2011. En él aparecían los leones del Prado adornados y maquillados alegóricamente –hago el relato tomando rotunda distancia de cualquier sentimiento discriminatorio–. Entiéndase que pudo haber sido algo pensado partiendo de la simbología felina, no de la habanera, en contraposición a la homofobia. La utilización de los leones fue un recurso semiótico.9 Lo cierto es que el efecto resultante fue contraproducente, tomado como desagradable y provocador por muchos presentes allí.
Sociológicamente, cuando algo es investido o adquiere categoría de símbolo, oficial o retribuido por la voluntad de un colectivo, hay que tener un cuidado especial con su utilización, por muy justa o específica que pueda ser la idea, sobre todo por una cuestión de ética porque: “Un símbolo, al transmitir algo más que una representación pura de la realidad, se convierte en un eslabón fortísimo entre los integrantes de una comunidad específica, pues representa no solo lo obvio, sino que es parte de su identidad, representando los valores, sentimientos e ideas en los que creen”.10 Si a los leones no se les atribuyera popularmente su significado simbólico y esto no le fuera reconocido, difícilmente hubieran sido seleccionados para tal propósito. Aquí se pone de manifiesto, una vez más, la teoría sociológica de la significación.
Esperando el día
Una ciudad sin hitos sería igual a un amasijo urbano sin historia. Nuestra Habana, la de todos los cubanos, jamás entraría en tan triste clasificación. Casi a las puertas de su quinto centenario merece, como dice el popular tema de los Van Van: “que se pongan para ella”. Es una tarea de todos, porque todos la vivimos y la sentimos, ese sería el mejor rugir de león que se pueda lanzar en su cumpleaños. Ω
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