Los obispos auxiliares de La Habana

Catedral de La Habana
Catedral de La Habana

Luego de repasar durante algunos meses la vida, ministerio y otros aspectos de interés de los obispos y arzobispos de La Habana, durante el siglo xx, desarrollaremos una serie de artículos para abordar, igualmente, a los obispos auxiliares de esta arquidiócesis.
La figura con la que se inician estas reseñas es Mons. Buenaventura Broderick (1868-1943). Nació en Estados Unidos y fue nombrado obispo auxiliar de Mons. Pedro González Estrada. En esta función duró poco más de un año, pues el obispo habanero, el primer cubano en ocupar esta plaza, no entendía su manera de vivir, que continuaba al estilo norteamericano. Decidió marchar para su país natal, pero allí sus hermanos del episcopado no lo acogieron. Tuvo que ponerse a trabajar en una gasolinera, donde se mantuvo hasta el año 1939 cuando el arzobispo de Nueva York lo descubrió. Pronto lo designó vicario general y le asignó una capellanía de monjas.
Mons. Buenaventura Broderick había nacido en Connecticut, Estados Unidos. Fue a estudiar a Roma y ordenado sacerdote en 1897. En la ciudad eterna comenzó una meteórica carrera eclesiástica hasta que el 28 de octubre de 1903 recibió la ordenación episcopal en la catedral habanera como obispo auxiliar de Juiliópolis y auxiliar de Mons. Pedro González Estrada, quien, en la misma celebración, fue ordenado primer obispo de La Habana. Renunció a su cargo de obispo auxiliar el 9 de enero de 1905. Murió a finales de 1943.
En ocasión de la invitación del cardenal Francis Spellman a reincorporarse a su vida sacerdotal, Mons. Broderick expresó: “Nadie se acercó a mí con anterioridad, nadie me mostró atención de clase alguna, por eso esta acción, como hecha por el mismo Cristo… quedará grabada en mi memoria por el resto de mi vida”.

Alfredo Müller San Martín (1902-1993)
El 6 de junio de 1948 fue ordenado obispo auxiliar de La Habana del cardenal Manuel Arteaga y, con anterioridad, el 13 de marzo del mismo año, el Papa Pío XII lo nombró obispo titular de Anea de Éfeso. En La Habana estuvo hasta marzo de 1959 cuando fue trasladado a Cienfuegos, luego de ser nombrado por el Vaticano, administrador apostólico sede plena de esa diócesis. Fue de los obispos firmantes de la sabia pastoral del 7 de agosto de 1960. Casi un año más tarde, el 6 de abril de 1961, el Papa san Juan XXIII lo nombró obispo de Cienfuegos. En esta responsabilidad permaneció hasta julio de 1970. Durante sus once años cienfuegueros le tocó vivir situaciones muy difíciles, pues once días después de su nombramiento ocurrió la invasión de Girón. Poco después sucedería la nacionalización de las escuelas católicas y cuatro meses más tarde, la expulsión del país de muchos sacerdotes de su diócesis en el buque Covadonga. Todo lo anterior se sumaba al giro radical que la Revolución Cubana había dado el 16 de abril de 1961, cuando fue declarado su carácter socialista.

El entonces obispo auxiliar Alfredo Müller, a la derecha de la foto, junto al cardenal Manuel Arteaga Betancourt.
El entonces obispo auxiliar Alfredo Müller, a la derecha de la foto, junto al cardenal Manuel Arteaga Betancourt.

Como consecuencia de lo anterior, a Mons. Müller le tocó dirigir una Iglesia en medio de una situación para la cual no estaba preparado. Como otros obispos de entonces, le correspondió una tarea heroica, pues tuvo el mérito, junto a los sacerdotes, religiosos y laicos de aquel momento, de vivir la fe cristiana en los inicios del establecimiento de un sistema marxista-leninista con abundantes rezagos de estalinismo. Todos hemos mantenido la vida de la Iglesia en este difícil período de la historia eclesiástica de Cuba.
En los once años transcurridos como obispo auxiliar de La Habana, colaboró con el cardenal Arteaga en la administración del sacramento de la confirmación, en actos eclesiásticos y gubernamentales que el cardenal delegaba en su persona. Durante los meses en los cuales el estado de salud mental del anciano cardenal empeoraba, celebró algunas ordenaciones sacerdotales. A su función como obispo auxiliar de La Habana, sumó la de vicario general de esta arquidiócesis sin dejar de ser párroco de la iglesia de El Salvador, en su querido Cerro, única parroquia que tuvo desde 1927, cuando habiendo sido ordenado sacerdote, Mons. Manuel Ruiz le asignó esta responsabilidad pastoral. Curiosamente, había sido bautizado en esa parroquia, pues vivía en la barriada del Cerro, donde había nacido y donde, además, su padre ejercía como médico.
Mons. Müller nació el 4 de octubre de 1902. Estudió en el Seminario San Carlos y San Ambrosio. A él debemos la bella y verdadera expresión: “En el Seminario nació Cuba”. Lógicamente se refería al pensamiento de Varela, Luz, Romay, Luz y Caballero, Saco, Mendive, quienes no solo pensaron a Cuba, sino que lo hicieron desde la auténtica fe cristiana.
El 24 de abril de 1969, el Papa san Pablo VI nombró a Mons. Francisco Oves obispo auxiliar de Cienfuegos; en febrero de 1970, Mons. Oves es nombrado arzobispo de La Habana. En julio de 1970, el propio Papa, san Pablo VI, le nombró a Mons. Müller un administrador apostólico sede plena, el padre Fernando Prego, quien el 16 de julio del siguiente año fue nombrado obispo de esa diócesis, y a Mons. Müller se le asignó el título de obispo emérito. En esa ciudad vivió hasta su fallecimiento el 2 de septiembre de 1993.
Nunca perdió el cariño de los católicos cienfuegueros. Ya como obispo emérito asistía diariamente a su misa en la catedral y los domingos celebraba la eucaristía en el pueblo de Caonao. Está enterrado en el cementerio Tomás Asea de Cienfuegos.
Más que un aficionado a la Meteorología, Mons. Müller era un investigador y un entendido de esta cien-cia. Conocía a la perfección las leyes de la ciclonología tropical descubiertas en la segunda mitad del siglo xix por el sacerdote jesuita español Benito Viñes, director del observatorio del Colegio de Belén, que en aquella época estaba situado en La Habana Vieja. La Academia de Ciencias de Cuba apreciaba el quehacer estudioso de Mons. Müller, razón por la cual, dos meses antes de su fallecimiento, fue invitado a un evento en La Habana para homenajear al padre Viñes. Al final de este encuentro, se le concedió a cada uno de los participantes un minuto para que dijesen unas palabras. Cuando llegó el turno al anciano obispo, este dijo lo siguiente: “¡Viva el padre Viñes! ¡Viva la Compañía de Jesús! ¡Viva Cuba, mi patria querida!”. Así se despedía de esta vida Mons. Alfredo Müller San Martín.

José Maximino Domínguez Rodríguez (1915-1986)
Nació en La Habana el 29 de mayo y fue bautizado en la iglesia parroquial de Nuestra Señora de la Caridad. Ingresó en el Seminario San Carlos y San Ambrosio y fue enviado por Mons. Manuel Ruiz a estudiar a la Universidad Gregoriana de Roma, donde se licenció en Teología. De regreso a Cuba fue ordenado sacerdote por el cardenal Manuel Arteaga en la parroquia del Espíritu San

Monseñor José Maximino Domínguez Rodríguez.
Monseñor José Maximino Domínguez Rodríguez.

to, de la cual Mons. Domínguez era feligrés. En La Habana se desempeñó como canciller de la arquidiócesis y consiliario de la rama de mujeres de la Acción Católica.
El 15 de mayo de 1960, junto con Mons. Eduardo Boza Masvidal, fue ordenado obispo, fungiendo ambos como auxiliares de Mons. Evelio Díaz, arzobispo coadjutor de La Habana con derecho a sucesión. Fue de los obispos firmantes de la circular del episcopado cubano con fecha 7 de agosto de 1960.
A la muerte de Mons. Martín Villaverde, el 4 de noviembre de 1960, el Papa san Juan XXIII, lo nombró obispo de Matanzas el 18 de julio de 1961. Fue de los obispos cubanos asistentes a las cuatro sesiones del Concilio Vaticano II.
La diócesis de Matanzas se caracterizó en su época por el desarrollo de la comisión de Liturgia, frente a la cual se hallaba el padre Juan Manuel Machado (1993) y la de catequesis, presidida por el padre Jaime Ortega. Como obispo, Mons. Domínguez estimulaba sobremanera la participación de los laicos en la actividad eclesiástica del territorio. Por ese tiempo, la diócesis matancera se convirtió en un punto de referencia de la Iglesia cubana.
En abril de 1969, Mons. Domínguez fue de los obispos firmantes del comunicado pastoral sobre el cualhablé en el artículo dedicado a Mons. Francisco Oves, en el que se exhortaba a los fieles católicos a participar en el desarrollo económico del país. Se dice que cuando Mons. Evelio Díaz renunció como arzobispo de La Habana, a Mons. Domínguez se le pidió venir a esta Arquidiócesis, pero él declinó el pedido. Presidió la Conferencia Episcopal de Cuba en el período de 1973 a 1976.
Hombre inteligente y estudioso, su biblioteca personal estaba nutrida por libros recientemente publicados, los cuales compraba las pocas veces que salía del país. Participó en el Encuentro Nacional Eclesial Cubano (ENEC) de 1986. Murió de un infarto cardíaco en la ciudad de Matanzas el 11 de diciembre de 1986.

Mons. Eduardo Boza Masvidal (1915-2003)
Nació en la ciudad de Camagüey en 1915. De pequeño vino a residir a La Habana. Aquí fue alumno del Colegio de La Salle del Vedado. En 1935 ingresó en el Seminario San Carlos y San Ambrosio. Antes había militado en la Agrupación Católica Universitaria, dirigida por el inolvidable sacerdote jesuita español Felipe Rey de Castro. De la ACU salieron muchísimos laicos católicos que vivieron su fe comprometida en la sociedad cubana de aquella época. La ACU fue una congregación laical de vanguardia católica en la universidad y en la sociedad. El joven Boza, ya doctor en Filosofía y Letras, fue ordenado sacerdote en 1944 por el cardenal Manuel Arteaga. Se le designó, primero, sacerdote coadjutor de la parroquia del Cerro. Después, párroco de Madruga y en 1948, párroco de Nuestra Señora de la Caridad en La Habana. Allí desarrolló su admirable actividad pastoral hasta septiembre de 1961 cuando fue deportado de su patria.

Monseñor Eduardo Boza Masvidal en la época en que fue obispo auxiliar de La Habana.
Monseñor Eduardo Boza Masvidal en la época en que fue obispo auxiliar de La Habana.

Defensor de los revolucionarios contrarios al gobierno del presidente Batista, a raíz del triunfo del 1ro. de enero de 1959 dijo: “Ningún cubano puede regatear hoy su esfuerzo y su cooperación en la reestructuración de una patria nueva […] No tenemos que estar mirando siempre al pasado […] Los grandes lineamientos de la Revolución y sus proyectos futuros manifestados por su máximo líder, envuelven principios fundamentales cristianos […]”. En noviembre de 1959, a petición de Mons. Evelio Díaz, el Papa san Juan XXIII titula a Boza, junto a otros sacerdotes pinareños y habaneros, monseñor.
A principios de 1960, fue nombrado rector de la Universidad Católica de Santo Tomás de Villanueva, situada en el actual municipio Playa, con la finalidad de limar las asperezas que existían entre los sacerdotes agustinos norteamericanos propietarios de ese centro de altos estudios y el gobierno revolucionario. La Iglesia pensaba que con el historial revolucionario del padre Boza, este problema se resolvería. Pero no fue así.
El 15 de mayo de 1960 fue ordenado como obispo auxiliar de La Habana junto a Mons. Domínguez. De esta manera, Mons. Evelio Díaz contaría con dos obispos auxiliares, quienes le apoyarían en su labor, la cual era cada vez más amplia dada la gran vitalidad que la Iglesia católica en Cuba había alcanzado hacia 1960. Fue de los obispos firmantes de la eclesial y patriótica pastoral del episcopado cubano del 7 de agosto de 1960. En noviembre del propio año escribió un artículo titulado “¿Es cristiana la revolución social que se está verificando en Cuba?”. De este texto, retomamos un fragmento: “Los católicos no estamos contra la revolución, a la que ayudamos enormemente, y queremos las grandes transformaciones sociales que Cuba necesita, pero no podemos querer ni apoyar el comunismo materialista y totalitario que sería la negación más rotunda de los ideales por los que se luchó y por los que murieron tantos cubanos”.
Mons. Boza relata en sus notas autobiográficas, libro publicado después de su muerte, del cual han circulado algunos ejemplares en el país, los sucesos de la iglesia de la Caridad de La Habana el domingo 10 de septiembre de 1961. Allí describe, como protagonista que fue, los disturbios ocurridos ese día en el exterior del templo, que intentaban retomar la programada procesión de la Patrona de Cuba, para la cual el gobierno había retirado el permiso en la mañana de ese día.
Mons. Boza trató infructuosamente de apaciguar a los fieles. Los sucesos de la iglesia de la Caridad desencadenaron la prisión de 231 sacerdotes cubanos de distintos lugares del país durante los días posteriores, incluido la del propio Mons. Boza. Anteriormente, en los días del desembarco en Playa Girón, Mons. Boza, junto a Mons. Evelio Díaz, fueron hechos prisioneros en el coliseo de la Ciudad Deportiva de La Habana hasta los primeros días de mayo de 1961. El 17 de septiembre de ese mismo año zarpó del muelle habanero el barco Covadonga, en el cual fue deportado Mons. Boza junto a 230 sacerdotes.
Después de que el navío llegó a Santander, España, el obispo auxiliar de La Habana, se dirigió a Venezuela a la diócesis de Los Teques, donde se desempeñó como vicario general hasta su fallecimiento el 18 de marzo de 2003.
Mons. Boza fue el continuo animador sacerdotal de los católicos cubanos que vivieron fuera de su patria, junto a ellos y con ellos fundó la sociedad de cubanos en el exilio. Su cubanía y su santidad personal avalaban su quehacer paternal. Asistió como obispo cubano a las cuatro sesiones del Concilio Vaticano II. En noviembre de 1987, el Gobierno Revolucionario le concedió el permiso de venir unos días a su querida y añorada patria sin condiciones de ningún tipo. Boza no las hubiera aceptado. Celebró misas en la iglesia de la Caridad, en La Habana, en Camagüey y en El Cobre; sostuvo, además, encuentros con el clero de esos lugares. No hizo ninguna retractación de los principios que habían sostenido su vida. En enero de 1998, en ocasión de la visita pastoral de san Juan Pablo II, retornó a Cuba. Tuve el privilegio de acompañarlo a su entrada a la Universidad de La Habana en la tarde en que el Papa pronunció su discurso en el Aula Magna, el 23 de enero. Me emocioné cuando al entrar con Mons. Boza, jóvenes católicos universitarios lo aplaudían y gritaban repetidamente: “¡Boza, Boza!”. El octogenario obispo, con humildad, continuó su ya despacio caminar. A los pocos días, partió de Cuba para Venezuela.
Tuve otro privilegio. En los primeros días de agosto de 2002 fui invitado a predicar un retiro espiritual a los sacerdotes cubanos residentes en Estados Unidos y Puerto Rico, celebrado en este último país. Allí, en primera fila, estaban sentados los monseñores Agustín Román, cubano, obispo emérito de Miami y Boza Masvidal. Tomaban notas de lo que yo predicaba como si fueran jóvenes seminaristas. A mí se me caía la cara de pena.
Mons. Boza está enterrado en la iglesia catedral de Los Teques. La santidad de su vida ha sido comentada por cubanos y venezolanos que conocieron y convivieron con este gran obispo. Su causa de canonización ya ha sido introducida desde hace algunos años, por lo cual, con todas las de la ley canónica, se le debe llamar Siervo de Dios. Por tanto, se le pueden hacer súplicas de intercesión ante Dios. Ω

15 Comments

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