Tras otro lugar bajo el sol

Por: Daniel Céspedes Góngora

¿Se olvidan tan rápido las estrellas caídas de Hollywood? Según la novela Zeroville, de Steven Erickson, sí. Montgomery (Monty) Clift fallece en 1966 y tres años después, algunos acaso ya no lo recuerdan. Pero Ike Jerome Vikar (James Franco) de la película homónima se resiste a creerlo. No le importa que otros ignoren el paso de Clift por la pantalla grande. Se ha tatuado en su cabeza rapada un fotograma de Un lugar en el sol (George Stevens, 1951) donde aparecen los protagonistas Elizabeth Taylor y Monty Clift. La Taylor le atrae a tal punto que lo ha convertido en un iconófilo. Franco vuelve a dirigirse.

Quien tiene que saber cada detalle de la carrera y la vida frustrada del actor es él. No obstante, empieza poco a poco a interactuar con el cine. Tal vez solo sepa de Clift un par de cosas extracinematográficas, pero de sus protagónicos se regodea únicamente con Un lugar en el sol. Y es que, aunque quiera hacer cine, Jerome no es un cinéfilo. Ni “envidia a la persona que ve por primera vez un gran clásico y quiere estar en su lugar”, ni “lee y escucha solo aquellas críticas que le sirven para ratificarse en sus opiniones”. Estas y otras notas del cinéfilo establecidas por José Andrés Dulce1 no se le acomodan a su persona. Cuando el Vikingo (Seth Rogen) dice sobre Jerome que tiene autismo de cine porque vive y respira películas es un elogio excesivo. Ese parecer es como una carta de recomendación, pues lo introduce en la industria. En un momento se registra una fiesta y allí están, entre otros, Steven Spielberg y George Lucas hablando de futuros proyectos. Con el tiempo, Jerome adquirirá –por su propia voluntad– una cultura cinematográfica.

En muchos momentos de Zeroville hay evidentes referencias al cine de Hollywood, en especial al posterior de la llamada época dorada. Mas cuando la editora Dotty Langer (Jacki Weaver) y Jerome se encierran en la sala de edición porque ella le ha preparado un instante especial del clásico de Stevens, lo que dice y la escena en sí, es un declarado homenaje al cine del dinamismo y la emoción, no de la continuidad estética estricta. Antes de que Vikar aprenda el arte de combinar lo visual con lo sonoro, ya el film festeja el trabajo del editor.

Algunas escenas están mejor resueltas que otras. Prefiero aquí las que prolongan el cine dentro del cine. El conflicto del protagonista se fragmenta a modo de flashbacks como sus recurrentes sueños. Pareciera dejar en el camino a Elizabeth Taylor por Maria Falconetti y a ambas por la actriz inmolada (Megan Fox). Principia y sigue siendo un adorador tremendo de reiterados fotogramas. Considero que Franco se pierde en cómo estructurar su película en favor de la que concibe en la trama, pero en conjunto, es uno de sus trabajos más interesantes hasta la fecha. Ha logrado dirigirse con tanta eficacia que parece ser otro quien tiene la última palabra. Como el exigente editor Vikar, supo implicarse y distanciarse a tiempo. Ω

 

 

Nota

[1] “¿Cinefilia? No, gracias”, en Nickel Odeon, revista trimestral de cine, número Once, verano 1998, p. 89.

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